Capítulo 10

 

 

 

 

 

LE CUESTA tanto asimilarlo? –demandó él después de que pasaran segundos sin obtener respuesta de ella.

–Sí –repuso cuando pudo confiar en su voz–. ¿Hablaba en serio?

–Por supuesto. Casarme con usted sin duda que satisfaría la necesidad de Lowri de tener una madrastra, pero también satisfaría ciertas necesidades mías. No estamos hablando de un matrimonio ficticio, de conveniencia. Espero que sea de verdad en todos los sentidos.

–Eso si yo acepto –expuso, sorprendiéndolo–. No creo que haya meditado bien en ello. No tiene que recurrir a algo tan drástico como el matrimonio, Connah. Hay otra solución.

Él le soltó las manos.

–Explíquese.

Hester dio un paso atrás y cruzó los brazos.

–Cuando Lowri se iba al colegio, Alice se quedaba con su madre para ayudarla en las vacaciones escolares. Podría emplearme de la misma manera, si considera que puedo caerle lo suficientemente bien a su madre como para hacer que algo así sea posible.

–¿Preferiría eso a casarse conmigo? –preguntó con incredulidad.

¡Claro que no!

–El matrimonio ya es bastante difícil… al menos es lo que me dicen, cuando ambas partes están profundamente enamoradas. No cabe duda de que lo será aún más como simple solución a un problema –él guardó silencio el tiempo suficiente como para ponerla nerviosa–. ¿Habría preferido que le diera un sí sin pensar en los problemas que presenta?

–Diablos, sí –frunció el ceño al verla sonreír–. ¿Qué es tan gracioso? –demandó.

–Tiene la misma expresión que pone Lowri.

Pero antes de que pudiera decirle que la respuesta era un sí a cualquier cosa que él quisiera, Connah se adelantó.

–Esto es lo que haremos, Hester. Continuamos nuestras vacaciones, pasando tiempo juntos como una familia, y si al final su respuesta sigue siendo no, aceptaré su decisión. No es lo que yo quiero, pero es mucho mejor que dejar que desaparezca de la vida de Lowri, y de la mía, para criar al hijo de otra persona –sonrió irónicamente–. Aunque mantenerla como mujer de compañía de mi madre sería una extravagancia. Usted es mucho más cara que Alice.

–Pero lo valgo –repuso con ligereza para ocultar su decepción. Si de verdad quería casarse con ella, sin duda podría haber intentado algo más de persuasión.

–Oh, sí –convino él–, usted lo vale, Hester.

 

 

Para su desazón, Connah se mantuvo fiel al plan durante el resto de las vacaciones.

Por un lado, fueron unas vacaciones realmente gloriosas, con recorridos por las torres antiguas de San Gimignano y la gran plaza en forma de abanico de Siena y, por último, por la maravillosa Florencia. Después de admirar el David de Miguel Ángel en la Accademia, recorrieron las espléndidas tiendas antes de sentarse a disfrutar de un apacible almuerzo. Fue la salida que más le gustó a Lowri porque Andrea los acompañó.

Pero, por otro lado, las vacaciones representaron un sutil juego de espera que Connah indicaba sin ambages que pretendía ganar.

El día anterior al regreso a casa, Andrea invitó a Lowri a una comida de despedida en el Castello. Connah la llevó por la mañana y se quedó a tomar café con Luigi, mientras ella permanecía en la villa para terminar de hacer las maletas. Flavia había recibido el día libre para compensarle por el trabajo que tendría en preparar la casa para la visita de los Anderson en cuanto ellos se marcharan.

Una vez que quedó satisfecha, puso la mesa fuera y se sentó a leer un libro, tarea que no tardó en abandonar con la intención de disfrutar de la vista del jardín florido, la piscina y las colinas de fondo. Suspiró, deprimida. Lo más seguro era que cuando llegaran a casa al día siguiente estuviera lloviendo y la vida volviera a retomar la rutina diaria.

–¿Por qué está ceñuda?

Sobresaltada, alzó la vista y vio a Connah ante ella.

–No me di cuenta de su llegada por el jardín.

–Regresé por el pueblo para enviar una postal de Lowri –se pasó la mano por el pelo y la frente perlada de sudor–. Mala idea a esta hora del día. Necesito beber algo. ¿Qué le apetece?

Ella movió la cabeza.

–Entraré en seguida para preparar el almuerzo.

–Entonces me sentaré a la mesa de la cocina y miraré.

Hester puso agua a calentar para la pasta y encendió un fuego bajo para la salsa que Flavia había dejado preparada el día anterior. Connah se sentó a la mesa con una botella de agua mineral, las piernas estiradas, siguiendo con la vista cada movimiento de ella.

–Si necesita lavarse, la comida estará lista en cinco minutos –le dijo con tono seco por el nerviosismo de su intensa mirada.

–Sí, niñera –se burló él y subió al cuarto de baño de la primera planta.

Lo miró, mordiéndose el labio. Iba a ser el último almuerzo que tomarían juntos. Al menos sería rico. Escurrió la pasta, vertió la salsa encima, y como de repente había perdido el apetito, le sirvió una ración mayor a Connah. Llevó la bandeja al jardín.

–Eso huele bien –alabó él cuando Hester le puso el plato delante.

Ella asintió.

–Echaré de menos la cocina de Flavia cuando volvamos.

–La suya es igual de buena, Hester.

–Gracias.

Le estaba resultando más fácil beber agua que comer, y Connah lo notó.

–¿No tiene apetito, Hester? –preguntó.

Lo hizo con tal gentileza, que ella experimentó el deseo súbito y absurdo de llorar.

Pero le sonrió.

–No mucho. Hoy hace bastante calor.

Él le sirvió una copa de vino.

Rara vez bebía vino en el almuerzo porque le daba sueño bajo el calor. Pero en ese momento le apeteció. Luego subiría a la habitación a dormir una pequeña siesta hasta que Connah fuera a buscar a su hija.

–Tiene una expresión extraña, Hester.

–La casa siempre está tan silenciosa sin Lowri.

–Yo diría apacible –miró su plato–. No ha comido mucho.

–No –se levantó para depositar los platos en la bandeja–. Los meteré en el lavavajillas y luego subiré a leer un poco en mi habitación.

–¿No hay café?

–Para mí no, pero le prepararé uno a usted.

–No –le quitó la bandeja de las manos–. Yo me ocupo de esto.

Le dio las gracias y subió a su habitación. Con amargura pensó que estar de sobremesa con él sólo prolongaría la agonía. Casi había llegado el fin de las vacaciones y él no había vuelto a mencionar la proposición.

Se tumbó en la cama y observó las cortinas tenues agitarse bajo la suave y cálida brisa.

Convencida de que permanecería despierta toda la tarde, al final terminó por dormitar un rato, pero despertó con un sobresalto y vio a Connah apoyado en el umbral de la puerta abierta, el torso y las largas piernas de un bronceado marcado en contraste con la toalla blanca alrededor de la cintura. Sintió que los músculos de su estómago se tensaban al ver la mirada en los ojos de él al apartarse de la puerta y acercarse a la cama.

–Esto se ha prolongado demasiado, Hester –le dijo tuteándola.

La miró en silencio. Despacio, apoyó una rodilla en el borde de la cama y se inclinó sobre ella, quemándola con los ojos un segundo antes de apoderarse de sus labios y besándola con pasión.

–Hace unas semanas diste la impresión de dudar de que te deseara –comentó con un tono que le puso la piel de gallina al tiempo que la acercaba a él–. Es hora de que supieras que hablaba en serio.

Tan cerca de él que le costaba respirar, Hester supo muy bien que la deseaba. Pero, a pesar de lo mucho que su cuerpo la empujaba a ello, no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad. Haciendo acopio de los últimos vestigios de autocontrol, lo empujó hasta que sus manos lo mantuvieron alejado un poco.

–¿Me estás dando una lección? –preguntó con voz trémula y tuteándolo también.

Connah le apartó las manos y volvió a acercarla.

–Una lección de amor –susurró y volvió a besarla con un calor y una pasión cuya intención eran desterrar toda posible duda. Cuando al fin levantó la cabeza, sus ojos brillaban con posesión triunfal al apartar la sábana y contemplarla.

Hester sintió que todo el cuerpo se le tensaba en reacción a los ojos que la escrutaron como una prolongada caricia. Finalmente la tomó en brazos y se apoderó de su boca con una ternura renovada que hizo que todo pareciera sencillo. La deseaba. Y ella también lo deseaba. Era inútil fingir lo contrario. Le rodeó el cuello con los brazos y respondió de forma encendida a sus labios, su lengua y las manos que la acariciaban. Le echó hacia atrás la cabeza al tiempo que deslizaba su boca por el cuello para demorarse en la vena que allí le palpitaba, antes de continuar en ese tentador, lento y descendente viaje, probando cada centímetro de piel para luego cerrar la boca sobre cada pezón, provocándole dardos de fuego que la derritieron.

Él emitió un gruñido de absoluta satisfacción mientras con dedos exploradores descubrió lo preparada que estaba, causándole una turbulencia que adquirió un tono febril cuando su boca reemplazó a los dedos. Hester enloqueció mientras le acariciaba el capullo tenso y compacto. Jadeó, sacudiendo la cabeza sobre la almohada, hasta que Connah cedió a la demanda de las manos frenéticas sobre sus hombros y se deslizó sobre ella para penetrarla, lanzándolos a ambos a una carrera tumultuosa con un demoledor y total orgasmo como premio final.

Antes de que ella pudiera respirar de nuevo con normalidad, Connah se incorporó sobre ambas manos y observó sus ojos aturdidos.

–¿Estás enfadada? –jadeó.

–Enfadada… no –posiblemente estaba destrozada en varias piezas, pero no enfadada.

–Bien –dijo él con satisfacción y se echó a su lado–. Eso significa que yo he ganado.

–¿Ganar qué? –entrecerró los ojos.

–Mi juego. Corrí el riesgo de que ésta era la manera adecuada de convencerte de que formaríamos una buena pareja. No sólo buena… espectacular –admitió, dándole un beso fugaz–. Pero fue un riesgo. Podría haberte perdido por completo.

–Es evidente que has ganado. Debes de haber notado que no me estoy quejando.

La miró.

–Hester, podrías haber dicho no en cualquier momento…

–Oh, eso lo sé –cortó impaciente–. Me refería a que no había necesidad de tu juego. Si no hubieras insistido en tu plan, te habría dicho que sí hace tiempo.

–¿Quieres decir que todo este tiempo me has mantenido en vilo como una especie de castigo?

–Desde luego que no. Tú estableciste las reglas. Yo me ceñí a ellas –explicó con dulzura.

Él rió y la abrazó.

–O sea que te casarás conmigo.

Ella sonrió.

–¡Podrías intentar pedírmelo de una forma más romántica!

La miró a los ojos azules, serio.

–¿Me haría el honor de ser mi esposa, señorita Ward? Le aconsejo que diga que sí. De lo contrario, la retendré en esta cama hasta que acepte.

Hester fingió pensárselo.

–Como ya casi es hora de que vaya a buscar a Lowri, no dispongo de muchas alternativas. De modo que la respuesta es sí, señor Carey Jones, acepto.

–Bien –repuso con satisfacción–. Nos casaremos de inmediato.

Ella parpadeó.

–¿Por qué las prisas?

Los ojos de él centellearon de forma implacable.

–Lo quiero sellado y firmado cuanto antes.

Hester lo empujó y se sentó, subiéndose la sábana hasta el mentón.

–¿Por qué, Connah?

–Porque una vez que se pone algo en marcha, me gusta verlo llegar a su conclusión a la máxima velocidad –se encogió de hombros–. No se me dan bien los discursos de agradecimiento, Hester, pero aprecio profundamente que nos incorpores a Lowri y a mí a tu vida. Porque eso es lo que significa el sí. ¿Lo entiendes?

–Perfectamente.

Volvió a tumbarla a su lado.

–Dijiste que lo que más necesitabas en una relación era respeto y comunicación y Dios sabe que yo te respeto, Hester. También me gustas mucho y disfruto de tu compañía, y sentí una gran comunicación contigo desde el primer día que volvimos a vernos. Acabamos de demostrar más allá de cualquier duda de que es algo tanto espiritual como físico, por lo que tenemos la base para un matrimonio de éxito.

Ella pensó que en su lista faltaba una emoción importante. Pero eso ya lo había sabido. Su capacidad de amor había quedado agotada con la madre de Lowri. Pero estaba muerta, y ella muy viva, decidida a que los sentimientos de Connah con el tiempo cambiaran a algo mucho más ardiente que simple cariño y respeto.

Él volvió a besarla y luego se sentó con un suspiro.

–Si no tuviera que ir a buscar a Lowri, podríamos repetir la experiencia, para cerciorarnos.

–¿De qué?

–De que tienes absolutamente claro lo que espero de nuestro matrimonio –alargó la mano hacia la toalla que había tirado al suelo y giró para mirarla.

–No del todo, Connah. ¿Podrías aclarar las cosas un poco más?

Los ojos respondieron encendiéndose al tiempo que alzaba el teléfono de ella.

–¿Luigi? ¿Te importaría que Lowri se quedara contigo un rato más? He de ocuparme de algo aquí antes de ir a recogerla –una pausa–. Estupendo. Hasta dentro de una hora, entonces. Grazie.

Volvió a tumbarse en la cama, riendo sobre la boca abierta de Hester mientras empezaba a hacerle el amor de nuevo, en esa ocasión con una atención tan minuciosa y atormentadora sobre cada parte de su cuerpo que la hora casi había pasado cuando Connah pudo obligarse a levantarse de la cama.

–Necesito una ducha –la besó y sonrió–. Si tuviéramos más tiempo, sugeriría que tomáramos una juntos.

Ella sonrió somnolienta.

–Dejaré la invitación para otro momento.

Connah se inclinó para posar un dedo sobre sus labios.

–Te lo recordaré pronto. Muy pronto. Ciao.

 

 

Cuando Lowri llegó a casa, se hallaba en un estado de ánimo efervescente.

–Andrea me pidió que volviera a visitarlo. ¿Podemos venir alguna otra vez, papá?

–Es muy posible, si los Anderson nos lo permiten. Ahora no podemos quedarnos más tiempo porque ellos van a venir la semana próxima –sonrió–. Es su casa, cariño.

La pequeña no paró de hablar durante toda la comida, luego miró a su padre con curiosidad cuando él le tomó una mano.

–Lowri, tenemos una noticia muy especial para ti.

Lo miró con recelo.

–¿Una mala noticia?

Connah le sonrió con amor.

–No, cariño. Es muy buena. Mientras estabas fuera esta tarde, le he pedido a Hester que se case conmigo y me ha dicho que sí.

Lowri se quedó boquiabierta. Miró a uno y luego a otro.

–¿Lo dices en serio?

–¿Bromearía con algo así?

La niña se levantó de un salto y se lanzó a abrazar a Hester con lágrimas en los ojos.

–¿Vas a vivir con nosotros para siempre?

–Sí, cariño –respondió Hester con voz ronca, abrazando a la niña–. ¿Estás contenta?

La pequeña asintió con vehemencia y enterró la cara en el hombro de Hester. Luego alzó la cabeza y los ojos le brillaban como estrellas en la cara mojada.

–¿Significa eso que también tendré una hermanita?

A Hester el rostro le ardió mientras unos ojos divertidos la miraban por encima de la cabeza de Lowri.

–Quizá, algún día.

Lowri giró en redondo para mirar a su padre.

–Una vez que volvamos, Hester tiene que venir con nosotros a ver a la abuela, entonces podré llevarla para que conozca a Owen y Alice.

–¿Qué te parece eso, Hester? –preguntó Connah.

–Creo que Lowri y tú deberíais ir primero a Bryn Derwen solos, mientras yo visito a Robert y a mi madre –sonrió–. Puedes darle la noticia a tu madre con delicadeza, y en la próxima visita te acompañaré.

–No te preocupes, Hester, la abuela estará contenta –le aseguró Lowri–. Siempre le está diciendo a papá que debería buscar una esposa.

–Y como soy un hijo obediente, supongo que me he esforzado en complacerla –abrazó a su hija–. Supongo que tú también estás contenta.

Lowri le devolvió el abrazo con todas sus fuerzas.

–Jamás pensé que sería tan afortunada.

–Ni yo –le dijo él, mirando a Hester por encima de su hija.