Capítulo 11

 

 

 

 

 

DURANTE el vuelo a casa, Lowri no paró de hablar de la boda con un entusiasmo contagioso.

–¿Puedo ser la dama de honor? –preguntó en un momento.

–Sí, desde luego, pero me gustaría una ceremonia sencilla –se apresuró a explicar Hester–. Mi madre y Robert tuvieron una boda privada con la única asistencia de unos amigos. Me gustaría algo igual.

–Pero aun así podrás ser la dama de honor, cariño –dijo Connah al ver la desilusión en la carita de Lowri.

–¡Perfecto! –exclamó aliviada–. ¿Puedo contárselo a Sam?

Como los esperaba en Heathrow, pudo hacerlo nada más aterrizar.

–Menos mal –murmuró Connah–. De lo contrario, podría haber explotado.

–¿Llamarás primero a tu madre, antes de ir a verla?

–No. Me cercioraré de que se siente bien antes de darle alguna sorpresa. Lowri va a tener que contenerse hasta que yo se lo diga –sonrió al verla regresar con Sam–. ¿Cómo van las cosas en Albany Square?

–No hay ningún problema, jefe –Sam esbozó una gran sonrisa–. Lowri acaba de decírmelo. Mis más sinceras felicitaciones para los dos.

–Gracias –Connah le estrechó la mano extendida–. Hizo falta algo de persuasión, pero al final Hester dio el sí.

Sam le dedicó una sonrisa cálida.

–Espero que sean muy felices. Es la mejor noticia que he recibido en mucho tiempo.

–Gracias, Sam.

Acababan de dejar el aeropuerto para entrar en la autopista cuando el efecto combinado del entusiasmo de Lowri con una noche inquieta hizo que se quedara dormida.

Hester la acomodó mejor contra su hombro.

–Me llevaré a Lowri a Bryn Derwen a primera hora de la mañana, así que te dejaré la responsabilidad de cuidar de Hester –le dijo a Sam.

–Ningún problema, jefe.

Reacia a despertar a la pequeña, Hester no quiso protestar hasta que Lowri estuviera en la cama.

–Mañana puedo ir dando un paseo hasta mi casa –le informó a Connah al reunirse con él en el estudio–. Me iré por la mañana poco después de ti, y regresaré a la misma hora al día siguiente.

–Compláceme, Hester –pidió Connah–. Me sentiré mucho más tranquilo si te lleva Sam –la sentó a su lado–. Y ahora, hablemos. ¿Adónde te gustaría ir de luna de miel? ¿A París, a Bali, a Blackpool?

Hester rió entre dientes, divertida.

–¿Crees que podríamos volver a la Casa Girasole?

–Se lo puedo preguntar a Jay. ¿Es lo que quieres?

–Es lo que me gustaría.

–Entonces lo averiguaré –la miró con intensidad–. Pero Flavia va a tener que presentarse mucho más tarde por las mañanas.

–¿Es necesario que venga?

–Supongo que siempre puedo pagarle y decirle que se tome unas vacaciones. Por lo que a mí respecta, no me importa adonde vayamos. Mi prioridad es la intimidad.

Ella lo miró a la cara.

–La mía es un lugar diferente de tu primera luna de miel.

–Cuando vuelva de Bryn Derwen, te contaré todo –prometió–. Pero ahora mismo me niego a permitir que el pasado se inmiscuya en el presente más feliz. Hablando de lo cual, debo comprarte un anillo.

Hester movió la cabeza.

–Una alianza en el momento apropiado será perfecta, Connah.

La sentó en su regazo, sorprendiéndola.

–Cuando vuelva iremos de compras –dijo con énfasis–. Por si necesitas que te lo recuerde, Hester, éste va a ser un matrimonio real en todos los sentidos, incluido un anillo de pedida –para corroborar sus palabras, le dio un beso apasionado.

–Es que odiaría que pensaras que soy una cazafortunas –indicó con voz trémula.

Connah le dedicó esa sonrisa que siempre la derretía.

–¿Quieres decir que no te estás casando por mi dinero? ¿Por qué, entonces?

–Por varios motivos –repuso ella, aparte de cumplir el máximo deseo de su corazón.

–Supongo que uno de ellos es mi hija.

–Como no estaría trabajando para ti sin ella, sí.

Connah asintió.

–¿Y los otros motivos?

–Los mismos que los tuyos, más o menos.

–¿Quieres decir comunicación, respeto y sexo maravilloso? –ella soltó una risa involuntaria que Connah ahogó con un beso–. Supongo que no hay esperanza para la última parte esta noche, ¿verdad? –susurró sobre sus labios.

–¡Bajo ningún concepto!

–¿Cuándo, entonces?

Lo miró detenidamente.

–Preferiría esperar hasta que estemos casados para volver a acostarme contigo. O al menos hasta que Lowri regrese al colegio.

Él suspiró pesadamente.

–Hablas en serio.

–Sí. No porque no lo desee –le dio un beso rápido y ardiente–. Pero a Lowri puede parecerle extraño si de repente yo cambio de dormitorio.

Connah sonrió con ironía.

–Y Dios sabe que quiero que mi hija sea feliz. Pero voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que tú también lo seas, Hester.

–Espero hacer lo mismo por ti, Connah –afirmó con seriedad–. Desde luego, lo intentaré.

–No tienes que intentarlo. Pero si no te vas a acostar conmigo, unos besos como el que me acabas de dar me harán feliz por el momento. A propósito, ha sido el primer beso que me has dado por decisión propia.

–No voy por ahí besando a mis jefes –aseveró.

–¿Ni siquiera al actor de cara juvenil?

–Keir no era mi jefe.

 

 

Después de que Connah y Lowri se marcharan dándole recuerdos para sus padres y con la promesa de llamarla esa noche, Sam la llevó en coche hasta Hill Cottage, pero diplomáticamente rechazó el ofrecimiento de Moira de tomar café y prometió regresar a la mañana siguiente a buscar a Hester. Moira y Robert la llevaron presurosos al jardín y le exigieron que no omitiera ningún detalle de las vacaciones.

–Lowri fue muy dulce enviándonos tantas postales –comentó Moira–. Es obvio que se lo ha pasado en grande.

–Creo que tú también, Hester –dijo Robert, observando su rostro luminoso.

Asintió feliz.

Hester les entregó sus regalos, luego se reclinó sonriente mientras su madre agradecía encantada el bolso de piel que le había comprado en Florencia y Robert hacía lo mismo con la cartera que le había comprado en la misma ciudad.

–Y ahora que estamos sentados cómodamente, tengo que daros una noticia. Una mala, y otra buena.

–Por favor –pidió su madre–, primero la mala.

–El señor Rutherford me llamó mientras estaba en Italia. Su mujer sufrió una caída y ha perdido al bebé.

–¡Oh, pobrecilla! ¿Cómo se encuentra?

–Anoche cuando la llamé, se la notaba destrozada. Lo siento tanto por ella.

–Eso significa que por el momento no tienes otro trabajo –indicó Robert, yendo al grano.

–No. Pero aquí viene la buena noticia –respiró hondo y sonrió con gesto trémulo–. Connah me ha pedido matrimonio. Y yo he aceptado.

Moira miró atónita a su hija.

–¡No me lo puedo creer!

–Yo sí –afirmó Robert, sorprendiendo aún más a su esposa–. Tuve la impresión de que había algo más que una relación laboral cuando Connah vino aquí a buscar a Hester.

–Pues yo no. Mi radar maternal falló en eso –se levantó y le dio un abrazo fuerte a su hija–. ¿Estás verdadera, realmente feliz con esto, cariño?

–Verdadera y realmente –le aseguró–. Y Lowri está encantada.

–Más importante, ¿lo está Connah? –quiso saber Robert.

–Parece estarlo –Hester sonrió.

–¿O sea que no serás solamente una madre para la pequeña? –quiso saber Moira.

–No. Connah quiere casarse conmigo por los motivos habituales.

–¿Quieres decir que está enamorado de ti?

–Aún no –le proporcionó los requisitos de Connah para tener un matrimonio exitoso.

–Eso está muy bien –Moira frunció el ceño al volver a sentarse–. Pero para lograr que funcione un matrimonio, necesitas algo más que cariño, respeto y comunicación.

Se ruborizó un poco.

–El «algo más» no está ausente, madre.

–Te refieres a que le gustas físicamente –Robert asintió con percepción.

–Pero, ¿tú sientes lo mismo por él? –preguntó su madre.

Le dedicó una sonrisa irónica.

–Sabes perfectamente bien que perdí la cabeza por él desde la primera vez que lo vi. Pero entonces era de otra…

–¡Y tú demasiado joven!

–Si no sintiera aún eso, sin importar la comunicación que pudiera haber, no me casaría con él.

–Gracias a Dios –musitó Moira, aliviada–. ¿Te ha hablado ya de la madre de Lowri?

–No. Ha dejado ese tema hasta que regrese de Bryn Derwen.

–Pero, ¿crees que aún la ama?

–Sé que sí –miró a su madre a los ojos–. Pero puedo vivir con eso.

 

 

Lowri llamó después de comer para comunicar que habían llegado bien y que la abuela estaba un poco mejor.

–Me habría gustado que hubieras venido con nosotros, Hester.

–La próxima vez.

–Dale besos a tu mamá y a Robert. Papá dice que te llamará esta noche a eso de las diez.

Poco después de la cena de celebración que Moira había insistido en preparar, Hester dijo que estaba cansada y subió a su propio apartamento para esperar la llamada.

–¿Dónde estás? –preguntó él al dar las diez.

–Sola en mi apartamento. ¿Y tú?

–En el jardín. La próxima vez, te quiero aquí conmigo. Mi madre está ansiosa por conocerte. A propósito, se siente muy feliz.

–Me alegro. ¿Cómo se encuentra?

–Mejor, aunque todavía frágil. Pero la noticia de que voy a casarme al menos la ha animado mucho. Creo que parte de su problema para ponerse bien era su preocupación por Lowri. Lowri te ha echado de menos hoy. Yo también –añadió con tono más bajo.

Sin saber cómo responder a eso, comentó:

–Ojalá hubierais estado aquí para compartir la cena especial que preparó mi madre. Robert sacó un champán añejo para celebrar la ocasión.

–Lamento habérmela perdido. ¿Les alegró la noticia?

–Sí, en cuanto se cercioraron de que yo también soy feliz.

–Les haré una visita oficial en cuanto vuelva. Con Lowri, por supuesto. Podrás mantenerla ocupada mientras pido su bendición.

–No encontrarás problemas por su parte. ¿Tenemos también la bendición de tu madre?

–Mucho. Con una reserva. Cree que debería haberte contado todo acerca de la madre de Lowri antes de pedirte matrimonio.

–¿Por qué?

–En cuanto mañana Lowri se haya metido en la cama, te lo explicaré, lo prometo. Y ahora repíteme que me echas de menos –añadió.

–Mucho. Desesperadamente. Desearía que estuvieras conmigo ahora.

–¡Te recordaré esas palabras mañana por la noche, Hester!

 

 

Sam se presentó a la mañana siguiente a las once. En esa ocasión aceptó el ofrecimiento de café y se quedó a charlar un poco con los Marshall antes de llevarse a Hester de regreso a Albany Square.

–Se ve a sus padres obviamente contentos por usted –comentó él.

–Lo estuvieron… en cuanto superaron la sorpresa.

–Connah es un buen hombre –le dedicó una sonrisa de soslayo–. Y muy afortunado también de conseguir al fin una esposa como usted.

–Gracias –desde que volviera a verlo, la había asombrado que un hombre como él siguiera soltero, pero no tenía intención de preguntarle a Sam si conocía la causa.

–¿Debería hacer alguna compra para la comida? –le preguntó cuando entró en el garaje.

–Hoy no. He hecho un pedido que nos durará un tiempo.

Al bajar del coche, soltó un grito cuando un hombre se acercó a ella a través de las puertas abiertas del garaje.

–Por favor –dijo con tono de urgencia–. Necesito hablar con usted…

–¡Aléjese! –Sam le bloqueó el paso con mirada furiosa.

Lo miraron unos ojos azules igual de furiosos.

–No hablaba con usted. Únicamente quería hablar con la señorita.

–Sólo después de hablar conmigo –espetó Sam–. Dígame su nombre, por favor, o llamamos a la policía.

El hombre se mantuvo firme.

–Eso no será necesario –repuso con frialdad–. Me llamo Peter Lang, soy conferenciante universitario y he venido a la ciudad a visitar a mi hermana.

–Pero, ¿por qué desea hablar conmigo? –preguntó Hester cuando el corazón se le calmó.

Se dirigió a ella.

–Esperaba que pudiera darme alguna información.

–¿Qué clase de información? –preguntó ceñuda.

–Acerca de la pequeña en el parque.

El rostro de Sam adquirió una expresión pétrea.

–Llame a la policía, Hester.

–Por el amor de Dios –manifestó el hombre, colérico–. ¡No quería hacerle daño! Hablé con ella porque me recordaba a alguien a quien conocí una vez. Me contó que esta señorita no es su madre, pero…

–Para su información, señor Lang, la señorita Ward es la prometida del dueño de esta propiedad –interrumpió Sam con brusquedad.

–Comprendo –sacó la cartera del bolsillo de la pechera y se la entregó a Sam–. Para confirmar mi identidad –dijo, mirándola a ella–. Si asusté a la niña, mis más sinceras disculpas. No era mi intención causarle daño alguno.

–De hecho, no la asustó –le informó Hester con frialdad–. En el colegio le han advertido sobre hombres como usted.

El hombre palideció aún más.

–No soy un pederasta –soltó con los dientes apretados–. Sólo quiero ponerme en contacto con su madre antes de marcharme.

–Si quiere más información, le sugiero que hable con mi prometido –repuso ella.

El visitante asintió aturdido.

–¿Cuándo sería un buen momento?

Sam miró la hora.

–Llegará pronto. Será mejor que venga a esperarlo a mi oficina –al llegar, Sam miró uno de los monitores–. Mi jefe acaba de llegar. Espere aquí, señor Lang, mientras hablo con él.

Sam condujo a Hester fuera y cerró la puerta unos segundos antes de que Lowri bajara a la carrera para tirarse a los brazos de Hester.

–Papá dijo que estarías aquí.

–Claro que sí –la abrazó con fuerza–. ¿En qué otro sitio iba a estar? –le sonrió a Connah cuando descendió hasta el pie de las escaleras–. Llegáis temprano.

–Algunos estábamos impacientes por irnos –ironizó él–. Mi intención era parar a comer algo de camino, pero aquí la señorita no quiso saber nada de ello. Quería volver contigo.

–Bien –dijo Hester, intercambiando una mirada con Sam–. Me llevaré a Lowri a su habitación para guardar sus cosas.

–¿Podría hablar con usted en privado, jefe? –preguntó Sam.

Connah lo miró, luego enarcó una ceja en dirección a Hester, pero con disimulo ella se llevó un dedo a los labios y se fue con la pequeña. Ésta le dio todos los detalles del viaje hasta que después de lo que parecieron horas, Connah finalmente la llamó.

–Baja al estudio, por favor –le pidió con tono serio–. Sam se quedará con Lowri un rato.

–Papá me necesita abajo –le comunicó a Lowri–. Así que Sam subirá en un minuto para hacerte compañía. Puedes volver a mostrarle las fotografías.

–¿Por qué no puedo bajar yo también?

–Papá tiene una visita que quiere que conozca. Volveré en cuanto pueda.

Al bajar, encontró a Sam esperando ante la puerta del despacho.

–¿El señor Lang sigue aquí?

–No, acaba de marcharse. El jefe la espera –dijo y fue hacia la escalera–. Iré a ver a Lowri.

Connah se hallaba de pie delante de la chimenea apagada y un vistazo a su cara bastó para llenarla de temor.

–¿Qué sucede? –preguntó insegura–. ¿Hablaste con el señor Lang?

–Sí. Ven a sentarte.

Se sentó en el borde de uno de los sofás grandes y lo miró con aprensión.

–¿Vas a sentarte a mi lado?

–No. Mejor me quedaré de pie –se pasó una mano por el pelo–. Como de costumbre, mi madre tenía razón. Debería haberte contado esto antes de pedirte que te casaras conmigo.

–¿Tiene que ver con el señor Lang?

–Sí –guardó un momento de silencio–. No sé cómo decírtelo. Peter Lang es el padre de Lowri.

Lo miró aturdida.

–No lo entiendo –dijo al fin–. Si él era el amante de tu esposa…

–Laura era mi hermana gemela, no mi esposa –hizo una mueca de dolor–. Dios sabe cómo he logrado contenerme de no estrangular a ese hombre.

–O sea que Lowri es tu sobrina –expuso ella lentamente.

–No para mí. Aparte de biológicamente, en todos los sentidos es mi hija –expuso con convicción–. Después de que Laura falleciera al traerla al mundo, la adopté legalmente.

–Por eso eres tan cuidadoso con la seguridad de Lowri. Temes que Peter Lang te la arrebate.

–¡Que lo intente! –soltó, luego se encogió de hombros–. Pero no lo hará porque no sabe que es su padre. Jamás supo que Laura estaba embarazada.

–¿Qué le dijiste al señor Lang?

–Que Laura estaba muerta.

–¿Sólo eso?

–Sólo –sus ojos brillaron con frialdad–. Conoció a Laura nada más empezar a dar conferencias en Brown y ella trabajaba en la Embajada Británica en Boston. Se hicieron amantes casi desde el principio y sucedió lo inevitable. Pero antes de que pudiera darle la feliz noticia de que estaba embarazada, descubrió debido a una lista de invitados que confeccionaba para alguna recepción de la embajada, que Peter Lang tenía una esposa que había olvidado mencionar. Con el corazón roto, le comunicó a su jefe que la necesitaban en casa y tomó el primer vuelo a Heathrow. Fui a buscarla al aeropuerto la noche que llamé a la puerta de tu madre.

–Estaba en la otra habitación. Jamás llegué a verla –comentó Hester.

–Hacía días que no comía ni dormía, de modo que en cuanto llegamos a tu casa la metí en la cama. Y, como ya sabes, tu maravillosa madre nos dejó quedarnos hasta que Laura pudo viajar a Norfolk conmigo.

–¿Peter Lang trató de ponerse en contacto con ella?

–Sí, fue insistente. Durante un tiempo la bombardeó a llamadas. Cuando se negó a hablar con él, tomó un avión y se presentó en casa, pero Laura también se negó a verlo, porque por entonces su embarazo era obvio. Lang realizó varios intentos más por verla antes de abandonar y regresar a los Estados Unidos. Luego recurrió a las cartas, diciéndole que había pedido el divorcio para que pudieran casarse. Después de la primera, mi hermana le devolvió las demás sin abrirlas. Laura veía las cosas en blanco y negro. El amor de su vida la había engañado de forma deliberada y no podía perdonar eso. Estaba muy enferma, tanto mental como físicamente, y durante el embarazo sufrió todas las infecciones posibles. La gota que colmó el vaso fue una neumonía. El bebé llegó un mes antes y, a pesar de lo pequeño que era, sobrevivió. Laura no –el recuerdo le causó un profundo dolor.

–Lo siento tanto –musitó Hester con el corazón en un puño–. ¿Cuándo se trasladó tu madre a Bryn Derwen?

–Siempre había querido regresar a la parte de Gales de la que procedía, así que compré la casa unos meses antes del nacimiento del bebé. Mi intención era trasladarlas a las tres allí después del parto, para brindarle a Laura una vida nueva. Pero al final mi madre se llevó allí al bebé, contrató a una chica agradable y buena de la localidad para ayudarla a cuidar de la pequeña que oficialmente era conocida como mi hija, y ya conoces el resto –se encogió de hombros–. Debido a mi éxito en el mundo financiero, siempre he sido consciente de la seguridad. Pero cuando me enteré de que un hombre seguía los pasos de Lowri, sonaron las alarmas.

–¿Qué hacía Peter Lang en la ciudad?

–Por un giro irónico del destino, en este momento trabaja aquí. Pero vuelve a los Estados Unidos la semana próxima, para el comienzo de las clases de otoño.

–Ajeno a que tiene una hija hermosa –comentó Hester pensativa.

Connah la miró fijamente.

–¿Quieres dar a entender que debería decírselo?

–Ésa es una decisión que te atañe exclusivamente a ti. Pero ojalá me lo hubieras dicho a mí.

–¿Me habrías rechazado de haberlo sabido?

–No…

–Entonces, no veo qué diferencia marca.

–La diferencia radica en que no confiaste en mí con la verdad –repuso Hester–. Te olvidaste mencionar la confianza en tus requisitos para tener un matrimonio exitoso.

–Claro que confío en ti –comentó con impaciencia–. Lo suficiente como para saber que la felicidad de Lowri significa mucho más para ti que para Lang.

–¿Algún día vas a contarle la verdad a ella?

–Supongo que deberé –se frotó los ojos con gesto cansado–. Probablemente, la primera vez que necesite una partida de nacimiento, que revelará que es hija de Laura Carey Jones y de padre desconocido. Pero por ese entonces será lo bastante mayor como para enfrentarse a la verdad –abrió los ojos para mirarla–. No estás contenta con esta situación.

–No –se puso de pie–. Pero no te preocupes, me esforzaré por ocultarlo. Lowri es tan feliz que no puedo dejar que piense que sucede algo.

Él le tomó la mano con súbita urgencia.

–¿Esto te ha hecho cambiar de parecer acerca de casarte conmigo? –ella negó con la cabeza en silencio–. ¿Sólo por mi hija?

–En parte –respondió con sinceridad–. De no ser por Lowri, sugeriría que fuéramos más despacio. Pero…

–Pero, debido a Lowri, mantendrás tu palabra.

–Siempre mantengo mi palabra –replicó–. Iba a decir que si no fuera por Lowri, nada de esto habría surgido. Tú te casas conmigo para conseguir una madre para ella…

–Y una esposa para mí, Hester. No olvides eso –afirmó con aspereza.

–No –convino con tono cansado–. No lo haré.

–Bien –le soltó la mano, mirándola de un modo peculiar–. Pero antes de que dejemos el tema, necesito tu palabra de que jamás te pondrás en contacto con Lang para contarle la verdad.

Ella le dedicó una mirada hostil, sintiendo una mano de hielo cerrarse sobre su corazón.

–¿De verdad tenías que preguntarme eso? –alzó la mano derecha–. De acuerdo. Juro por Dios que jamás me pondré en contacto con Peter Lang por ningún motivo.

–Hester –fue hacia ella, pero ella le dio la espalda y abandonó la sala.

 

 

Los días que siguieron después de descubrir la verdad fueron muy duros para Hester, ya que Connah y ella, por un mutuo acuerdo no hablado, mantuvieron la ficción de que todo iba bien.

Después de un almuerzo agradable con Moira y Robert, en el que se habló de los detalles de la boda, llegó el siguiente obstáculo de ir a la zona rural de Gales para la visita formal a Bryn Derwen.

Marion Carey Jones salió a recibirlos cuando el coche se detuvo ante un pórtico con columnas de una sólida casa construida en la primera década del reinado de la reina Victoria. Era evidente que su cabello veteado de plata, corto y enmarcándole la cara, una vez había sido tan oscuro como el de Connah. Sonriendo, abrió los brazos cuando Lowri bajó disparada del coche.

–Abuela –la pequeña la abrazó–. La hemos traído. Ésta es Hester.

–¿Cómo está, señora Carey Jones? –extendió la mano.

La otra mujer se la tomó, pero sólo para acercarla y darle un beso en la mejilla.

–Eso es demasiado formal, llámame Marion. Bienvenida, querida. Connah, sube las cosas de Hester a la habitación de invitados. Lowri, corre a pedirle a la señora Powell que lleve el té al invernadero.

Después de conseguir quedarse a solas con Hester durante un momento, Marion la condujo al invernadero en la parte de atrás de la casa.

–No tiene sentido dar rodeos… ¿te ha contado ya todo mi hijo? –preguntó sin preámbulos.

Hester asintió.

–Al final se vio obligado, pero dejaré que sea él quien la ponga al corriente.

–¿Ha cambiado tu decisión?

–No. Pero habría preferido que confiara en mí desde el principio –respondió ella con franqueza, luego giró la cabeza y le sonrió a Lowri, que entró con una bandeja con pastas.

–Son pastas galesas, Hester. La señora Powell las prepara especialmente.

–Parecen deliciosas.

–Ah, bien, Connah –dijo su madre al verlo entrar con una bandeja con el té–. Le has ahorrado un viaje a la señora Powell.

–No creo que le gustara –comentó con ironía–. Creo que quería conocer a Hester.

–No me cabe ninguna duda. Pero se la puedes presentar luego.

Connah no hizo mención de Peter Lang hasta que Lowri estuvo esa noche acostada después de una excelente cena servida por la señora Powell, una mujer encantadora que evidentemente sentía un gran cariño por su jefa.

Entonces, Marion le dedicó una sonrisa gentil a Hester.

–Es evidente que Lowri está emocionada con la posibilidad de tenerte por madrastra, querida, pero, ¿percibo alguna reserva por tu parte?

–Hester alberga dudas acerca de una decisión que yo tomé –soltó Connah sin ambages–. Por favor, no te alteres, madre, pero debes saberlo. Peter Lang apareció en casa ayer, pidiendo información acerca de Laura.

–¡Santo cielo! –Marion abrió mucho los ojos, pero se tomó la noticia con calma.

–Por desgracia –prosiguió Connah–, llegó antes de que tuviera la oportunidad de contarle a Hester la verdad sobre Laura.

–Lo cual, por supuesto –le informó su madre–, deberías haber hecho antes de pedirle que se casara contigo.

–Lo sé –convino con amargura.

–¿Cómo demonios te encontró Peter Lang?

Connah se lo explicó, pero ella frunció el ceño cuando le mencionó el incidente en el parque.

–Hice que Lowri me prometiera que no te lo contaría.

Miró a su hijo con desaprobación.

–Hacer que una niña sea cómplice en un engaño no es algo bueno, Connah.

–Soy bien consciente de eso. Pero en ese momento temía poner en peligro tu recuperación.

Sus ojos se suavizaron.

–Finalmente, ¿qué pasó cuando ayer te encontraste con Peter Lang? ¿Cómo se tomó la noticia de que tiene una hija?

Connah mostró expresión de culpabilidad.

–No se lo conté, madre –respondió con brusquedad.

Marion miró larga y duramente a su hijo.

–¿Cuándo vas a volver a verlo?

–No tengo planes de hacerlo.

Se puso rígida.

–¿Me estás diciendo que planeas dejarlo sumido en la ignorancia?

–Sí… como deseaba Laura –contestó.

–¿Los deseos de Laura o los tuyos, Connah? –preguntó su madre con perspicacia.

–Ambos. Es mi decisión, madre, y no está abierta a discusión. Y ahora, si me disculpáis, iré a ver cómo está Lowri –saludó a las dos mujeres con una inclinación de cabeza y salió de la sala.

Marion Carey Jones suspiró.

–Dime qué piensas al respecto, Hester.

–No me siento con derecho de opinar, pero personalmente creo que Connah se equivoca.

–Eso pude verlo. ¿Hace que desees dar marcha atrás en el matrimonio?

Hester movió la cabeza.

–¿Le ha contado su hijo cómo nos conocimos?

–¿Cuando tu casa proporcionó refugio a mis hijos de la tormenta? –Marion sonrió–. Sí. Cuando al fin trajo a Laura aquí, Connah estaba lleno de gratitud hacia tu madre, aunque para serte sincera, en su momento no te mencionó.

Hester sonrió.

–Para Connah yo era la adolescente que llevaba y retiraba bandejas. Pero me enamoré locamente de él nada más verlo, convencida de que la mujer que lo acompañaba debía de ser su amante y que huían juntos. Pensé que era algo muy romántico.

Marion frunció el ceño.

–Quiero que sepas que desapruebo mucho el que mi hijo te ocultara este asunto hasta después de que aceptaras casarte con él. ¿Te habrías negado de haberlo sabido?

–No –respondió con sinceridad–. Aunque jamás pensé en casarme con él. En especial cuando me dijo que una parte de él había muerto con la madre de Lowri. Pero cuando se declaró, acepté porque lo amo.

–Una razón poderosa para dar un sí… mi hijo es un hombre afortunado.

Al oír llegar a Connah, Marion se levantó.

–Iré a acostarme. Emplead bien el tiempo que estéis solos –besó a ambos y le dedicó una sonrisa de profundo cariño a Connah mientras éste le mantenía la puerta abierta.

–Permite que te acompañe arriba, madre –instó.

–No es necesario. Lo hago bien si me tomo mi tiempo. Quédate con Hester. Buenas noches.

La observó subir un momento, luego cerró la puerta y miró a Hester.

–¿Qué crees que quería decir mi madre con eso de emplear bien el tiempo? Aparte de lanzarnos el uno sobre el otro con pasión, supongo que quiere decir que deberíamos hablar… sobre Lang, por supuesto. ¿Te pidió que intentaras persuadirme para hacerme cambiar de idea?

–No –lo miró a los ojos.

–Pero es lo que quiere. Conozco muy bien a mi madre –se encogió de hombros–. Necesito un whisky. ¿Qué quieres tú? A menos que a la señora Powell le guste beber a escondidas, debería quedar algo de vino de la cena.

–Perfecto. Gracias.

Luego se sentaron de forma civilizada, con las copas en las manos y envueltos en un silencio incómodo.

–Escucha –dijo él al fin–, puedes retractarte si quieres. Lowri lo superará con el tiempo.

Sobresaltada, ella dejó su copa en la mesa.

–¿Es lo que tú quieres?

–Claro que no –afirmó con vehemencia, levantándose–. Te mostraré lo que yo quiero, Hester –la tomó en brazos y la besó hasta dejarla sin respiración. Cuando levantó la cabeza, la miró con ojos encendidos–. Creo que lo de lanzarnos uno sobre otro con pasión es una buena idea.

–Yo también –convino con sonrisa radiante.

–¡Me deseas! –sonrió con triunfo masculino.

–Sí –aceptó ella con sencillez–. Pero no aquí, en el sofá de tu madre.

–Mi habitación está en la última planta, alejada de todas las demás. ¡Compártela conmigo!

Ella suspiró.

–Lo haré algún día. Pero no esta noche.

–Es lo que pensaba –se lamentó, rodeándola con un brazo–. Ahora comprendes por qué quiero casarme cuanto antes.

Hester entendía muy bien las necesidades físicas, pero no podía evitar pensar si la necesidad de formar una unidad familiar estable se debía al caso de que Peter Lang averiguara algún día la verdad sobre Lowri y exigiera los derechos que le correspondían como padre biológico.

Pero en ese momento sólo quería disfrutar de la proximidad de Connah en todos los sentidos, el físico y el espiritual.