Capítulo 12

 

 

 

 

 

LOS ÚLTIMOS días de las vacaciones estivales de Lowri se concentraron en los preparativos para la boda. Connah regresó a Londres durante un tiempo para dedicarse a su nuevo proyecto de rehabilitación, y en esa ocasión Lowri no puso objeción, ya que pasaba casi todo el tiempo en Hill Cottage, ayudando a dejar preparado el jardín para la boda. Trabajó con tanto ahínco que Robert no tardó en entregarle una horquilla, un desplantador y unos guantes propios.

–¡Genial! Realmente me encanta la jardinería –le dijo, encantada mientras le daba las gracias.

–Pero debes ponerte los guantes, cariño –indicó Moira–. De lo contrario, tendrás las manos sucias y no podrás ponerte ese bonito vestido azul para la boda.

–Muy bien –dijo Hester–, ya que todos estáis tan ocupados aquí, me gustaría ir a la ciudad una media hora para hacer unas compras.

Lowri alzó la vista, ceñuda.

–Pero Sam se ha llevado el coche de vuelta a Albany Square.

–Iré en el mío, cariño. No tardaré.

–Bien, porque almorzaremos aquí fuera cuando vuelvas –dijo Moira–. Si te apetece un descanso de tu trabajo en el jardín, Lowri, puedes ayudarme a preparar los sándwiches.

La pequeña observó el arriate de flores que estaba arreglando, indecisa.

–Terminaré este arriate después del almuerzo, entonces, Robert, si no hay problema.

–En absoluto –aseguró él con afecto–. Ve dentro y toma un refresco, pequeña. Hace calor.

 

 

Al ir a la ciudad, Hester se sintió contenta de estar sola para variar. Las compras que tenía en mente eran un secreto que no pensaba compartir con nadie. Con el fin de disponer de algo que mostrar cuando volviera, se dio el capricho de comprar algunos cosméticos terriblemente caros, luego se presentó en Albany Square para esconder sus compras secretas. Para su sorpresa, fue Connah quien abrió la puerta al llamar.

–¡Has vuelto! –exclamó, encantada, pero su sonrisa se desvaneció de golpe cuando él la metió dentro y se negó a dejarla pronunciar una palabra hasta que estuvieron en el despacho.

–Hoy tuve una visita –anunció con voz fría.

¿Ni un beso, ni siquiera un hola? Lo miró con curiosidad.

–¿Alguien que conozco?

–Desde luego ella te conoce. Se llama Caroline Vernon –la atravesó con los ojos–. Pero su nombre de soltera es Lang. Es la hermana de Peter Lang.

Hester frunció el ceño.

–¿Y vino aquí? ¿Por qué?

–Porque mantuviste una conversación privada con ella mientras estabas en la ciudad de compras.

Lo miró atónita, demasiado sorprendida al principio para ponerse furiosa.

–¡Desde luego que no!

Connah se mostró escéptico.

–Entonces, ¿cómo sabe que Lowri es el nombre galés de Laura y también que ibas a ser la madrastra de Lowri?

Lo miró indignada.

–Escucha, Connah, no conozco a ninguna Caroline Vernon. Ni sé cómo se enteró de la existencia de Lowri. Pero desde luego no ha sido por mí. Ni por mi madre tampoco, por si estás a punto de acusarla también a ella.

–Lo cual sólo deja a Lowri –Connah la miró con desagrado–. ¿No puedes asumir la culpa de esto tú misma, Hester, en vez de acusar a una niña?

–Quien acusa aquí eres tú, no yo –espetó, decidida a no llorar–. No conozca a esa tal Vernon. Si dice que yo se lo conté, miente. Pero si tú prefieres creerla a ella en vez de a mí, es tu privilegio. Y ahora, si liberas a la prisionera del banquillo, he de volver a Hill Cottage para comer.

–El almuerzo puede esperar –replicó–. Quizá quieras conocer el resto de la conversación.

–En realidad, no, pero es evidente que me la vas a contar –indicó con amargura.

–Me dijo que su hermano quedó destrozado cuando le conté que Laura había muerto. De modo que cuando lo llamó para decirle que había visto a Lowri, la mandó aquí en su nombre. La próxima vez que venga a este país desea el privilegio de conocer a su hija, que es, cito, «un vivo recordatorio del amor de su vida» –concluyó con furiosa distancia.

–Entonces, ¿piensas dejar que vea a Lowri, Connah?

–Ni hablar. Por el amor de Dios, Hester, ¡estaba casado con otra mujer cuando dejó embarazada a mi hermana!

–Lo sé. Pero es evidente que amaba profundamente a Laura. Tú mismo has dicho que no cejó en su empeño de tratar de verla.

–Pero ella no se lo permitió, no lo olvides. Lang no sólo la dejó embarazada, sino que le rompió el corazón. En lo que a mí concierne, es como si la hubiera matado –sus ojos se endurecieron–. No pienso dejar que se acerque a la niña.

–¿A pesar de que también es su hija?

–No. Porque en todo lo importante, es mi hija –la aferró de los hombros–. Juraste que jamás le hablarías a Lang sobre Lowri, pero es obvio que no consideraste que eso te comprometía con la hermana. ¿En qué diablos pensabas cuando le contaste la verdad a esa mujer, Hester?

–No hice nada parecido. No conozco a su hermana –se soltó enfadada, mirándolo con ojos centelleantes para esconder su dolor–. No hablé con nadie más aparte de Lowri, mi madre y la ayudante de la boutique mientras me probaba el vestido de novia. Quizá me puedan devolver el dinero –añadió con amargura y le dio la espalda para bajar por las escaleras hacia la puerta de entrada, pero Connah la alcanzó antes y la sujetó por la muñeca.

–¿Qué demonios quieres decir con eso?

–Adivínalo.

Él se puso pálido, negándose a soltarla cuando ella trató de liberarse.

–Lowri estará preocupada. He de irme –espetó sin mirarlo.

–Hablaremos más tarde, cuando se haya acostado –dijo con tono sombrío.

Lo que sonó más a amenaza que a promesa.

 

 

Como Sam le envió un mensaje de texto anunciándole que ya iban de camino, Connah los esperaba en el garaje cuando llegaron. Lowri corrió a abrazarlo, sin dejar de hablar mientras subían.

–No sabía que volvías hoy. He estado ayudando a Robert en el jardín, papá, y va a estar precioso para la boda –le sonrió feliz–. Sólo queda una semana. ¿No estás entusiasmado?

Le sonrió.

–Claro que sí, incluso más que tú.

–No es posible –rió, volviéndose a Hester–. ¿Tú también estás entusiasmada?

–Puedes apostarlo. Y ahora, al cuarto de baño, señorita Jones. Necesitas un buen baño, y no olvides las manos y las uñas –le sonrió con frialdad a Connah–. No te esperaba, de modo que sólo hay ensalada en la nevera.

–Por mí, perfecto –tomó a Lowri de la mano–. Sube a darte ese baño, luego ve a verme al estudio. Jugaremos al ajedrez mientras Hester prepara la cena.

Sintiendo que su ejecución había sido postergada, preparó todo lo que pudo de la cena de antemano y luego subió a darse una ducha. Convencida de que necesitaría pintura de guerra para el encuentro posterior, se maquilló con cierto dramatismo.

La conversación durante la cena no representó ningún problema, ya que Lowri no paró de hablar de la boda.

–Volveremos a nuestra partida de ajedrez durante media hora antes de que te acuestes –le comentó en un momento Connah a Lowri; luego miró a Hester–. Luego, tú y yo podremos disponer de tiempo para nosotros.

–Espero que quieras besar a Hester un montón después de tu ausencia –dijo Lowri con expresión sabia–. Chloe dice que su papá aún besa a su mamá todo el tiempo. Y llevan casados siglos –de repente corrió hacia Hester y la abrazó–. Me siento tan feliz de que vayas a casarte con papá. Sigo pellizcándome para asegurarme de que no sueño.

Luego, cuando Lowri ya estuvo acostada, Hester bajó a la cocina a preparar café, y después subió la bandeja al estudio. Connah se hallaba de pie delante de la chimenea apagada, el rostro bronceado tenso mientras la miraba llenar las tazas. Le entregó una y después se sentó con la suya con obstinado silencio.

Cuando al fin habló, dijo lo último que ella esperaba oír.

–Hester, te debo una disculpa. Esta noche le pregunté a Lowri si había hablado con una señora morena y bonita cuando elegíais vestidos, y al parecer así fue durante una visita a los aseos. La mujer le preguntó cómo se llamaba y comentó algo sobre el bonito vestido azul que le había visto probarse, por lo que la pequeña, evidentemente, le contó todo sobre la boda. Entonces apareció Moira para comprobar cómo estaba Lowri y la señora desapareció.

–Comprendo –respondió ella–. Misterio resuelto.

Connah dejó la taza sin tocar en la mesa y se sentó a su lado.

–Lo siento, siento muchísimo haber dudado de ti, Hester. Esperaba que esta noche al regresar dijeras que la boda quedaba cancelada.

–En un principio tenía esa intención –convino–. Pero sólo duró hasta llegar a Hill Cottage, momento en que recordé que Lowri quedaría destrozada si cambiaba de idea.

–¿Quieres decir que seguirás adelante con la boda sólo para mantener feliz a mi hija?

–Hay otros motivos –se encogió de hombros.

Él la miró con inusual humildad.

–¿Respeto y cariño?

–Ambos desaparecieron cuando me acusaste de romper mi palabra –le informó con sequedad, luego acabó el café y se levantó para colocar las tazas en la bandeja.

–¿Adónde vas? –quiso saber él.

–A la cama. Ha sido un día agotador.

–Quédate un rato… por favor –pidió con suavidad.

Ella movió la cabeza.

–Necesito acostarme pronto. Hay mucho que hacer hasta el martes.

Cruzó la habitación y la abrazó.

–Al menos dame un beso de buenas noches para demostrarme que me has perdonado.

Ella alzó el rostro obediente y Connah la besó con una pasión que la dejó mareada.

–¿Lo has hecho? –preguntó él con voz ronca.

–¿Qué?

–Perdonarme.

Ella sonrió con picardía.

–Aún no. Pero trabajaré en ello durante mi estancia en Hill Cottage. Me voy a casa por la mañana, hasta la boda.

Él la miró con ojos encendidos.

–¿Una represalia, Hester?

–Desde luego que no. Siempre fue mi intención pasar los últimos días de soltería con mi madre –se encogió de hombros–. Te lo habría dicho esta tarde nada más verte, pero tu acusación se interpuso.

–Me he disculpado por eso –repuso con aspereza.

–Y yo lo he aceptado. Buenas noches, Connah.

 

 

Hester observaba desplegarse ante ella la Chiantigiana a través de las colinas de la Toscana, doradas por el sol crepuscular. Lanzó una mirada de soslayo a su marido que conducía con concentración. Los últimos días habían pasado tan rápidamente, que costaba creer que al fin se encontraban allí, el señor y la señora Carey Jones, aunque todavía no marido y mujer en el verdadero sentido de la palabra, ya que la novia había pasado parte de la noche de bodas en el cuarto de baño del dormitorio principal vomitando.

Y en todo momento él se había mostrado cariñoso y solícito.

–Ya casi hemos llegado –dijo Connah cuando el pueblo familiar apareció a la vista.

No habían necesitado que Flavia los esperara para dejarlos entrar porque Jay Anderson les había entregado una llave en la boda. Connah bajó del coche para abrir la puerta, luego ayudó a Hester, sorprendiéndola al alzarla en brazos.

–Procedimiento indispensable de los recién casados –explicó mientras la llevaba al interior de la casa. La depositó sobre el suelo con cuidado y salió a buscar el equipaje.

Hester miró alrededor con un suspiro de placer. La presencia de Flavia se manifestaba en los jarrones con flores por todas partes, también en la nota que les había dejado en la cocina.

–Supongo que tendrá que ver con la comida que nos ha preparado –indicó Hester cuando Connah se reunió con ella–. Mi italiano no llega a tanto.

–Creo que el mío tampoco, pero tienes razón acerca del mensaje –convino al estudiarlo–. Subiré las maletas. Pero sugiero que dejemos para mañana deshacer el equipaje. Aún se te ve agotada.

–No tanto como para no subir mi bolso de mano –dijo ella–. Pero primero miraré qué hay para el desayuno de mañana.

Después de inspeccionar el contenido de la nevera, sintió la necesidad de darse una ducha. Subió a la habitación en la que había dormido la última vez y encontró todo el equipaje perfectamente acomodado al pie de la cama. En esa ocasión el novio dejaba bien claro que iba a compartirlo con ella. Sonrió.

Él salió del cuarto de baño, con los pantalones de algodón ligeramente arrugados por el viaje. Le sonrió mientras depositaba las llaves y la cartera sobre el tocador.

–Le he dejado un mensaje a Lowri en el colegio para hacerle saber que ya hemos llegado. A propósito, he puesto mis cosas de baño ahí, pero tú dúchate primero mientras yo doy un paseo por el jardín.

–Gracias –sonrió, sintiéndose absurdamente tímida–. Cuando te duches tú, prepararé café.

Connah podría haberse duchado en cualquiera de los otros cuartos de baño, pero su intención era compartirlo todo desde el principio. Sonrió con ironía. Tras la intimidad forzada de la noche de bodas, había poco por lo que sentirse tímida.

Después de secarse y cepillarse el cabello, se puso un vestido rosa claro sobre la ropa interior del ajuar, se calzó unas sandalias plateadas y bajó a la terraza en busca de su marido. Disfrutó mentalmente de esa palabra.

Connah se volvió con una sonrisa.

–Has sido rápida.

–Pensé que podrías estar tan desesperado como yo por darte una ducha, así que me di prisa.

Él apoyó un dedo bajo su mentón.

–Se te ve mucho mejor, Hester.

–Me siento mucho mejor –incluso cuando el contacto le provocaba escalofríos–. Es una noche hermosa. ¿Tomamos el café aquí?

–Tengo una idea mejor. He puesto en una cubitera una botella muy cara de champán… de la docena que nos ha enviado Il Conte como regalo de boda. Las encontré mientras buscaba en la bodega de Jay.

Ella sonrió, sorprendida.

–Qué detalle de Luigi. ¿Está aquí en el Castello?

–Si está, confío en que mostrará bastante tacto como para no presentarse –se llevó la mano de ella a los labios y la besó–. Es nuestra luna de miel, no lo olvides.

¡Como si pudiera! Suspiró mientras la luna se reflejaba sobre la piscina. Connah regresó junto a ella para servir el champán.

–Un brindis, señora Carey Jones –le entregó una copa.

Ella la alzó.

–Por nosotros.

–¡Brindo por eso! Por nosotros –después de beber, acercó su silla a la de ella y la luz de la lámpara brilló en su anillo de boda mientras le tomaba la mano–. El anillo ha sido una sorpresa, Hester. Me conmovió profundamente.

–No estaba segura de que te pudiera gustar uno, pero lo compré de todos modos –sonrió–. Fue el motivo por el que aquella tarde salí de compras sola, sin Lowri. Volví a hurtadillas a Albany Square para esconder el anillo. Lo último que esperaba era encontrarte allí.

–Ni las acusaciones que te hice –se pasó la mano por el pelo–. Después de todo lo que dije, me asombra que aparecieras en la iglesia, a pesar de que esperaba y rezaba para que lo hicieras, aunque sólo fuera por el bien de Lowri.

–Claro que aparecí. Cuando hago una promesa la mantengo.

–¿Hurgas en la herida? –entrelazó los dedos de una mano con los de ella–. Dios sabe que tienes derecho. Fui un cerdo aquel día, Hester. Estaba enfadado y también dolido porque hubieras podido ir en contra de mis deseos en algo de esa importancia…

–Y yo –afirmó–. De regreso a Hill Cottage sentía como si el corazón se me estuviera partiendo.

–¿Se te ha curado ya? –le apretó los dedos.

–Todavía no. ¡Aún tienes que trabajar en él! –le sonrió con tanta alegría que él rió y de pronto se sintieron completamente relajados el uno con el otro.

–Moira y Robert fueron estupendos organizando todo en su propia casa en vez de un hotel. El jardín de Hill Cottage fue el entorno perfecto para la fiesta posterior. Lowri estaba tan feliz –comentó–. Y yo –añadió–, al menos cuando te vi aparecer del brazo de Robert.

–Y aquí estamos –comentó ella antes de bostezar de repente–. ¡Lo siento!

Connah se levantó y la ayudó a ponerse de pie.

–Estás cansada. Subamos a la cama.

Pero al pie de las escaleras se detuvo y la miró.

–Espero que esta noche mejore la de ayer –manifestó él.

–Yo también –convino ella con sinceridad y una sonrisa de abierta invitación que hizo que Connah la alzara en brazos y la pegara a su pecho.

–Gracias a Dios –musitó–. Aunque he de advertirte de que no creo que pueda ser muy delicado.

Ella movió la cabeza con impaciencia.

–No quiero que seas delicado. Simplemente, ámame, Connah.

–Te amo. Te amaré.

Cuando llegaron al dormitorio, Connah se sentó sobre la cama con ella en el regazo y su boca ardiente y posesiva la tomó durante un intervalo largo y jadeante. Finalmente la puso de pie y dejó que el vestido le cayera alrededor de los pies, le quitó la ropa interior que con tanto cuidado Hester había elegido y, sin soltarla, luego se deshizo de su propia ropa.

Los cuerpos desnudos cayeron enredados sobre la cama.

La siguió besando con un apetito descontrolado y ella respondió a cada contacto y cada caricia con un abandono placentero que no tardó en desterrar de Connah cualquier atisbo de contención. Jadeó su nombre sobre su boca abierta y, situándola en el punto adecuado con la ayuda de las manos, la penetró hasta que los cuerpos se unieron en una carrera salvaje con final en un lugar glorioso que alcanzaron casi al unísono.

Permanecieron unidos mucho después de que la ola de pasión se retirara y los dejara relajados en brazos del otro.

Al final él alzó la cabeza con el pelo revuelto y la miró intensamente a los ojos aturdidos.

–Dime la verdad, Hester.

–Lo intentaré –repuso con cautela.

Se puso de costado hasta quedar cara a cara.

–¿Te presentaste en la iglesia por Lowri?

Aliviada, le apartó el pelo de la frente y le dedicó una sonrisa somnolienta.

–Claro que no. Adoro a Lowri, pero no soy tan noble. Si quieres la verdad, nada me habría mantenido alejada por la simple razón de que me enamoré locamente de ti la primera vez que te vi.

La miró incrédulo.

–¿En la primera entrevista?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

–Mucho antes. La noche de enero de hace diez años, al sonreírme cuando te entregué la bandeja con la cena.

–¡Pero si eras una niña!

–Tenía diecisiete años, Connah, con las hormonas enloquecidas, y tú eras el arquetipo a los rezos de una adolescente –sonrió con ternura–. El hecho de que fueras inalcanzable sólo sirvió para volverlo más romántico. Fuiste el amante de ensueño que poseyó mis sueños durante años. Hasta que el destino entró en juego y contesté tu anuncio. De modo que ésa es mi razón para casarme contigo… nada que ver con el respeto y el cariño.

–Doy gracias al cielo por eso –la besó–. Dime otra vez que me amas.

–¡Tú primero!

–Claro que te amo –gruñó–. ¿Por qué crees que los días anteriores a la boda fueron un infierno para mí? Hasta el último momento estuve seguro de que darías marcha atrás.

–Te amo demasiado para hacer eso –lo besó y se pegó a él–. ¿Has encontrado en esta noche la mejoría que querías?

–Aún se puede mejorar más –rodó para capturarla debajo de él–. Queda mucho hasta que amanezca.

 

 

La última noche de la luna de miel, una vez hechas las maletas y con todo preparado para partir por la mañana, Hester se pegó a su marido, incapaz de dormir.

–¿Qué sucede? –preguntó él en la oscuridad.

–Tengo que hacerte una confesión –anunció a regañadientes–. Debería haberla hecho nada más llegar, pero temía que estropeara nuestra luna de miel.

Connah alargó el brazo y encendió la luz, luego se sentó y la acomodó a su lado.

–Confiesa, entonces –pidió con ternura al tiempo que le apartaba un mechón dorado de la frente–. Sea lo que fuere que hayas hecho, te perdono.

Intentó pensar en la mejor forma de darle la noticia, pero al final soltó:

–No fueron los langostinos los que me hicieron vomitar. Estoy embarazada.

Connah abrió mucho los ojos, con una expresión tan gozosa que los ojos de Hester se llenaron de lágrimas de alivio.

–¿Vamos a tener un bebé? –preguntó incrédulo.

Ella asintió.

–Cuando fui a comprar tu anillo aquel día, también compré una prueba de embarazo en una farmacia. Tenía mis sospechas desde las vacaciones que pasamos aquí, de modo que entré en los aseos de una cafetería y descubrí que era verdad.

–¡Cariño! –la abrazó y apoyó la mejilla sobre su cabello–. Y no pudiste decírmelo porque te acusé de algo que no habías hecho nada más verte.

Ella asintió y enterró la cara en su hombro.

–Quería decírtelo antes de la boda, pero entonces se me ocurrió que podrías pensar que ésa era la única razón por la que me presentaba en la iglesia. De modo que decidí esperar hasta demostrarte exactamente por qué me casaba contigo.

Se deslizó en la cama para besarle el estómago liso.

–Espero que todo esté bien por ahí.

–¡Claro que lo está! –bostezó de repente–. Lo siento. ¿Me abrazarías para dormir?

Volvió a subir para abrazarla.

–Ésta y todas las noches –le aseguró.

–Buenas noches –se acomodó feliz para dormir, pero pasado un rato Connah susurró su nombre.

–¿Qué sucede? –preguntó somnolienta.

–Tenías razón.

–Siempre la tengo –convino–, pero, ¿a qué te refieres en esta ocasión?

–Ahora que voy a tener un hijo propio, siento cierta simpatía por Lang. No mucho, pero suficiente para hablar con él cuando volvamos y decirle que puede conocer a Lowri la próxima vez que esté en el país.

Hester le aferró la mano con fuerza y se le humedecieron los ojos.

–¡Cariño! Qué idea tan maravillosa.

–Pensé que te gustaría. Pero a Lowri le diré que es un viejo amigo de su madre –reflexionó–. Entonces, quizá en algún momento en el futuro, cuando Lowri lo haya visto de vez en cuando y sea lo bastante mayor como para poder asumirlo, le pueda contar la verdad… ¡Cariño, no llores!

–Las futuras mamás tienden a volverse emocionales.

–Los futuros papás también –le secó las lágrimas a besos–. Conozco la manera perfecta de animarte.

–¿Cuál?

–¡Imagina la cara de Lowri cuando le hablemos del bebé!