ALLEGRA se arregló la ropa mientras Stefano hacía lo mismo.
–Lucio… –dijo.
Stefano corrió a las habitaciones de Bianca y Lucio, mientras se seguían oyendo los gritos del pequeño.
Era un sonido aterrador, casi inhumano, como de animal desesperado.
Stefano se detuvo en la puerta de la habitación de Lucio.
Bianca estaba sentada en su cama, tratando de consolarlo.
–Lucio… Por favor, Lucio, soy mamá. Déjame que te abrace…
Pero era como si el niño no la oyese. Tenía expresión de terror, de sus ojos caían lágrimas y su boca se abría en una interminable «o» de miedo.
Bianca se acercó a abrazarlo, pero él la rechazó tan violentamente que ella se habría caído de la cama de no haber sido por Stefano que la sujetó.
–Lucio… –repitió Bianca, sollozando.
Era una escena tétrica, una escena de devastación y tormento.
–Haz algo –dijo Stefano.
Allegra se acercó. Se sentó cerca de Lucio en la cama, y le puso el brazo en el hombro. Con la otra mano le agarró el puño que esgrimía el niño, y suave pero firmemente se lo volvió a poner en el regazo, donde siguió agitándose.
–Tranquilo, Lucio –le dijo serenamente–. Tranquilo… No pasa nada… No está mal tener miedo… No está mal sentir.
Lucio se puso tenso, su cuerpo seguía temblando, y Allegra se puso en el lugar de Bianca para rodearlo con sus brazos.
–Tranquilo… Sigue si quieres… Tu cuerpo está temblando. Déjalo que tiemble… No está mal llorar… No está mal sentir…
Ella sintió los ojos de Stefano mirándola, y supo que él sabía que ella no sólo estaba hablando de Lucio.
Allegra continuó murmurando, afirmando las emociones que el niño expresaba con su cuerpo y su mente con fuerza inusitada, hasta que por fin Lucio se apoyó en el hombro de su madre, medio dormido. En el último momento antes de dormirse totalmente, miró a Allegra.
–Lo vi –susurró–. Lo vi y corrí –balbuceó Lucio.
Allegra se puso rígida por el shock. Lucio se relajó y se durmió.
Bianca lo abrazó y le acarició el cabello, mientras lloraba silenciosamente.
–Sigue abrazándolo… –le dijo Allegra a Bianca–. Hasta que se duerma totalmente.
–Ha hablado –dijo Bianca, en estado de shock–. Ha hablado. ¿Qué ha dicho? ¿Va a…? ¿Va a estar…? –balbuceó.
–Es un paso en la dirección adecuada –le dijo Allegra–. Eso es bueno.
Allegra miró hacia la puerta buscando a Stefano, pero éste se había marchado.
Allegra caminó por el pasillo con el corazón oprimido. Lucio acababa de empezar el camino hacia su cura, y tal vez ella también.
Necesitaba hablar con Stefano acerca de lo que había sucedido.
Él no estaba abajo. Las habitaciones estaban a oscuras. Buscó en el estudio de arte, y sólo vio pinceles desparramados y un vaso roto.
Después de un momento de duda fue a su dormitorio y golpeó la puerta sin respuesta. Volvió a golpear.
–¿Stefano?
Después de un largo momento, Stefano abrió la puerta.
–¿Está bien Lucio? –preguntó.
–Sé que es duro verlo, pero la liberación de sus emociones reprimidas es definitivamente un paso en la dirección correcta.
–Ha sido una noche horrible para todo el mundo –dijo él con una débil sonrisa.
Parecía decirle: «No vengas. No te acerques».
–Stefano, ¿puedo entrar?
–No creo que sea buena idea.
–¿Por qué no me dejas que me acerque? Ahora que yo te he dejado acercarte a mí, ¿por qué?
Él sonrió. Le tocó la mejilla y bajó la mano.
–Necesitabas contarle a alguien lo que te habías estado reprimiendo… Como Lucio… Pero lo que sucedió entre nosotros después… fue un error. Supongo que tú también te has dado cuenta –dijo él.
–Estábamos enfadados. No estuvo bien. Lo sé, pero…
–Hemos hecho bien en parar. Que Lucio nos hiciera parar…
–¿Por qué? –ella se sintió vulnerable, pero quería saber–. ¿Por qué? Stefano, no quiero que estemos enfadados, pero tal vez ambos necesitemos reflexionar sobre lo que ha sucedido entre nosotros, sobre lo que sentimos…
Ella le hubiera gritado: «Te amo», pero no pudo. No en aquel momento en que él estaba tan distante. Ella no podía soportar otro silencio.
–Allegra, hemos decidido olvidar el pasado, ser amigos. Dejémoslo así.
–¿Es eso lo que realmente quieres?
Stefano se quedó en silencio, un interminable momento en que ella se retorció de ansiedad. Él presintió que ella lo amaba. Pero no dijo nada.
Y cuando Stefano habló por fin, ella deseó que no lo hubiera hecho.
–Sí, eso es lo que quiero –respondió.
Y cerró la puerta en su cara.
Stefano se apoyó contra la pared y oyó la respiración agitada de Allegra.
Le había hecho daño. Lo sabía. Y lo sentía. Lo sentía mucho.
Pero era necesario.
No podía dejar que lo amase, con toda esa esperanza y esa fe en sus ojos brillantes. No cuando ella estaba tan deseosa de creer que él podía darle lo que ella necesitaba.
Él no podía dárselo. Él sabía que no podía. No quería volver a hacerle daño.
No podía hacerla feliz. Su amor no valía nada y sólo la decepcionaría. Y él mismo sufriría una decepción.
Era mejor así.
Cerró los ojos y deseó que ella se marchase antes de que él abriese nuevamente la puerta y la abrazara y la besara y le dijera que le daba igual que no pudiera hacerla feliz. Que la quería igualmente. Y que la tendría.
Stefano puso la mano en el picaporte de la puerta. Y entonces, finalmente, oyó que Allegra se alejaba, decepcionada.
Stefano se apartó de la pared y se hundió en su cama.
Era mejor así.
Allegra se despertó con el cuerpo cansado de dormir mal.
Se incorporó en la cama y encogió sus rodillas hacia el pecho. Había creído durante tanto tiempo que Stefano no la amaba… Él no le había contestado aquella vez cuando ella le había preguntado si la amaba. Y no le contestaría ahora.
Pero había visto su ternura y las emociones contradictorias que sentía. Lo mismo que le había pasado a ella.
Ella lo amaba, y sin embargo se había resistido a ese sentimiento con todas sus fuerzas…
¿Y si a Stefano le pasaba lo mismo?
¿Y si la amaba y no quería hacerlo? ¿Y si tenía miedo de amarla incluso?
¿Y si sentía lo mismo que ella?
Aquel pensamiento era literalmente increíble, pero era maravilloso y aterrador.
Si Stefano la amaba… Lo único que tenía que hacer era hacer que lo admitiese. Que lo confesara.
Una tarea imposible.
Allegra agitó la cabeza. No podía pensar en Stefano. Tenía que concentrarse en Lucio y su recuperación. Y para ello, necesitaba ayuda.
Se duchó y vistió rápidamente y bajó a desayunar.
Bianca estaba en la cocina y Lucio estaba desayunando.
Allegra saludó a Bianca. Ésta tenía cara de cansancio, pero se la veía contenta.
–Hola, Lucio –Allegra se agachó para mirar al niño y le puso una mano en el hombro.
El niño no la miró y se quedó callado un momento, pero Allegra esperó.
Finalmente giró la cabeza a modo de saludo y dijo:
–Hola.
A Bianca se le iluminó la cara. Allegra sonrió.
–¿Te apetece hacer actividades artísticas conmigo hoy?
Lucio volvió a girar la cabeza a modo de asentimiento. Allegra lo aceptó. Era suficiente.
Se sentó a desayunar.
Stefano no estaba. Y ella no necesitó que Bianca le dijera que se había ido a Roma.
Ahora era él quien huía, pensó ella.
Después del desayuno Allegra llevó a Lucio al estudio de arte. Afortunadamente alguien había limpiado el cristal roto y ordenado los pinceles. ¿Habría sido Bianca? ¿Stefano?
–¿Por qué no echas una ojeada a los materiales, Lucio? ¿Te apetecería dibujar algo? ¿Pintar? ¿Trabajar con arcilla?
Lucio fue tentativamente a las pinturas de cera y seleccionó una verde y empezó a dibujar: hierba. Un campo.
Allegra lo observó en silencio mientras el dibujo y su memoria cobraban forma. Un campo. Una caja roja con círculos negros a un lado… un tractor, pensó Allegra. Un tractor dado volcado.
Y detrás de una roca, una figura. Un niño con lágrimas enormes, grandes gotas negras.
Después de un momento, Lucio le dio el dibujo bruscamente. Tenía una expresión dura, decidida.
–¿Es esto lo que viste, Lucio? –preguntó Allegra suavemente–. ¿Viste a tu padre en el tractor?
El labio del niño tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras asentía y decía:
–Yo debía estar durmiendo la siesta… Pero quería ver a papá… Él me miró y me saludó… –dejó de hablar y empezó a temblar.
Allegra le puso una mano en el hombro. Pudo adivinar el resto. Enzo, mientras saludaba a su hijo, dejó de mirar el campo, se chocó con una roca o un árbol, y el tractor había volcado. Lucio lo había visto todo, y aterrado, había salido corriendo.
–Lucio, gracias por contármelo. Sé que no ha sido fácil. Es duro contar la verdad. Pero no fue culpa tuya que muriese tu papá, aunque eso sea lo que sientas. No ha sido culpa tuya…
Lucio se tragó un sollozo, y agitó la cabeza.
–Salí corriendo.
–Estabas asustado. No sabías qué hacer. No ha sido culpa tuya.
Pero Lucio no era capaz de aceptar la absolución que le ofrecía Allegra.
–Quiero ir con mamá –susurró Lucio después de un momento.
–Vamos a buscarla –asintió Allegra y agarró la mano del niño para salir del estudio.
Más tarde, cuando Lucio estaba durmiendo, Allegra habló con Bianca y le explicó todo.
–¿Lo presenció? –Bianca estaba pálida, horrorizada–. ¡Mi pobre Lucio! ¡Y todo este tiempo se lo ha estado guardando!
–Se siente culpable –le explicó Allegra–. Culpable por estar allí en primer lugar, y luego por huir. Tendrá que hablar con un psiquiatra, Bianca. Necesitará una terapia, algo más de lo que yo puedo ofrecerle, para que procese y acepte lo que ha sucedido.
Bianca asintió.
–¿Pero cree… que…? –susurró Bianca.
–Cuanto más apoyo se le dé, más fácil le será aceptar lo que ha sucedido y salir adelante –dijo Allegra.
–Eso espero.
–Yo también.
Se sentaron en silencio, mirando las montañas.
–Me gustaría ir a Milán –dijo Allegra después de un momento–. Para hablar con el doctor Speri. Él es un psiquiatra muy bueno, y sabrá qué debemos hacer con Lucio.
–Haga lo que tenga que hacer.
–¿Sabes cuándo regresará Stefano?
–No lo ha dicho –sonrió tristemente Bianca–. Tenía un aspecto terrible esta mañana, como si no hubiera dormido.
Allegra asintió.
–Yo tampoco dormí bien –admitió Allegra.
–¿Qué sucede? Están enamorados, ¿no?
Allegra se quedó callada un momento. Sí, estaban enamorados. Tenía que creer que Stefano la amaba.
–A veces, el amor no es suficiente –respondió Allegra con tristeza.
–El amor es siempre suficiente –protestó Bianca.
Y Allegra deseó que fuera verdad.
Pero no lo había sido hacía siete años.
Ella había hecho bien en marcharse. Porque no podría haber hecho feliz a Stefano, y ella habría sido desgraciada con él.
Era curioso, ahora ella sentía que él podía hacerla feliz, y que ella podía hacerlo feliz a él, si él se lo permitía.
Allegra se marchó a Milán al día siguiente por la mañana. Bianca la llevó a la estación de tren de L’Aquila con Lucio en el asiento de atrás. Era la primera vez que el niño salía de la mansión en meses, y Allegra estaba contenta de que hubiera aceptado ir con ellas.
La entrevista con Speri fue muy satisfactoria. El psiquiatra estaba impresionado por los logros de Allegra y su capacidad, y aceptó la necesidad de poner a Lucio en manos de otros especialistas también.
Pero el motivo por el que había ido Allegra a Milán no era sólo Lucio. Allí vivía su madre, y después de ver al psiquiatra tomó un taxi hasta un barrio sofisticado y elegante, a minutos de Via Montenapoleone.
Era donde vivía su madre.
Allegra tocó el timbre. No sabía si su madre estaría en casa. O si querría verla.
Oyó pasos y se preguntó quién abriría la puerta.
–Bueno, bueno, bueno –dijo su madre con una sonrisa burlona al abrir–. Ha vuelto la hija pródiga…
Su madre estaba mayor y más maquillada, teñida de rubio platino y con botox en la cara.
–Hola, mamá. ¿Puedo pasar?
–Por supuesto… –su madre la hizo pasar a un salón elegante e impersonal.
Allegra se quedó en medio de la habitación mientras su madre se sentaba en un sofá de piel blanco.
–Adelante, ponte cómoda –dijo Isabel.
Allegra se sentó en la punta de una silla antigua.
–He venido porque… quiero hacer las paces contigo.
Su madre dio una calada al cigarrillo que tenía en la mano.
–Muy conmovedor.
–He estado enfadada contigo y con papá durante mucho tiempo. De hecho no me di cuenta de cuán enfadada estaba hasta hace poco tiempo, y quiero arreglar las cosas.
Su madre alzó las cejas.
–Debe ser muy cómodo culpar a otra gente de los errores de uno.
–¿Qué quieres decir?
–Pienso que no puedes creerte realmente que yo fui la culpable de que huyeras y dejaras plantado a tu pobre prometido hace siete años, ¿no?
–No. Acepto la responsabilidad de lo que hice. Elegí irme, aunque tú me ayudaste a tomar esa decisión. Yo estuve a punto de volverme…
–Pero no lo hiciste, y no deberías haberlo hecho –la interrumpió Isabel–. Allegra, tú pensabas que Stefano era tu príncipe azul. Cuando te diste cuenta de que no lo era, lo dejaste. Es así de sencillo.
–No fue así de sencillo. ¡El matrimonio estaba arreglado y nadie me lo dijo!
–¡Oh! ¿De verdad? ¿Y tú creíste que Stefano había aparecido en tu fiesta por arte de magia? ¿Y que quería bailar contigo, estar contigo, una patética criatura, sólo por ti?
Allegra se forzó a mirar a su madre, aunque le doliese lo que decía.
–Sí, lo creí. Ahora me doy cuenta de lo inocente que era… Nadie me advirtió nada…
–¿Y por qué lo habríamos hecho? Stefano era atento contigo, amable y considerado. Es posible que entonces no te amase, pero el amor podría haber surgido con el tiempo.
–¿Y por qué no me lo dijiste en su momento?
–Te lo dije, pero no era suficiente para ti.
–Tú me ayudaste a marcharme. Me dijiste que tú en mi lugar te habrías marchado…
–Y lo hubiera hecho. Yo lo hice al final. Pero tu padre era un hombre muy diferente a Stefano. Cruel, mezquino e infiel.
–¡Tú dijiste que Stefano sería igual! Que al final me alegraría de que se fuera con otras mujeres…
–Yo hablé por mi experiencia –dijo Isabel–. ¿Y qué importa? Tú elegiste por ti misma, Allegra. Elegiste escucharme. Acéptalo.
–Stefano me trataba como a una posesión suya, como a una niña…
–Lo eras –dijo Isabel riendo–. ¿Cómo te iba a tratar si no?
Allegra agitó la cabeza.
–No, no habría funcionado. No habríamos funcionado. Tú habrás usado la situación para avergonzar a papá, pero yo no me equivoqué en lo que hice.
–Me alegro mucho por ti –dijo Isabel.
–¿Por qué? ¿Por qué quisiste avergonzarlo? –preguntó Allegra.
–Porque él me avergonzó cada día de nuestro matrimonio –contestó su madre, dolida, algo que Allegra jamás había visto en ella–. Y yo al final pude avergonzarlo… delante de quinientas personas… Estaba sudando en su traje… ¡Fue estupendo!
Allegra vio a su madre sonreír recordándolo.
–¿De qué estás hablando? Yo te dije… Tú dijiste… ¡que le darías la nota a Stefano antes de la ceremonia! Para que no se sintiera avergonzado…
–Cambié de parecer –dijo Isabel.
–¿Qué? ¿Quieres decir que Stefano fue a la iglesia pensando que yo iba a estar allí? ¿Que esperó?
Isabel sonrió.
–Fueron ambos. A mí me daba igual Stefano, aunque a ti sí te importase. Pero sí, esperó allí –se rió–. ¡Y todos sus parientes campesinos también esperaron! Yo sabía que Stefano tenía dinero, pero su familia evidentemente creció en una granja de cerdos… Su madre era una campesina… se vestía de negro… Tenía un aspecto horroroso.
–¡No hables de ellos así! –exclamó Allegra.
Recordó a la gente del pueblo, besándola, abrazándola.
Todos habían estado allí, Bianca también, y habían sido testigos de la humillación de Stefano.
¡Y ella que le había dicho que lo único herido aquel día había sido su orgullo! ¡Y de qué modo lo había herido!, pensó ella.
–¡No me digas que no lo sabías! –exclamó su madre–. George o Daphne podrían habértelo dicho…
–No –ella no había querido que nadie le hablase de la boda.
–Bueno, pues Stefano esperó horas, incluso después de que se hubieran ido los invitados… Tu padre ya había empezado a beber, a pedir dinero, a pedir ayuda para sus deudas… Si me hubiera dado cuenta de su situación… ¡Yo no saqué ni un euro!
–Papá se pegó un tiro –dijo Allegra con temblor en la voz y lágrimas en los ojos.
–Sí, lo sé. Yo estaba con él, ¿no lo recuerdas? Tú, no estabas. Al final, era un hombre patético, acabado…
–¡Como tú eres una madre acabada! ¿Cómo pudiste hacerle eso a Stefano…? ¿A mí?
–¿Y ahora qué importancia tiene? ¡A ti no te importó avergonzarlo dejándole una nota, una nota que ni siquiera eras capaz de escribir! ¡Y me culpas a mí!
–Yo no quería hacerle daño –susurró Allegra.
–Sí. Es posible que no pudieras admitirlo, pero sí querías hacerle daño. Querías hacerle el mismo daño que él te había hecho a ti diciéndote que no te amaba. Yo sólo te ayudé a hacer lo que querías.
–No…
Aunque fuera cruel el modo en que lo decía su madre, ella oyó la verdad. Lo sabía…
No le extrañaba que Stefano no quisiera amarla. Ella lo había tratado muy mal.
Era verdad que él la había herido, pero ella tenía que perdonarlo, y él tenía que perdonarla.
Sólo entonces podrían seguir adelante. Sólo entonces el amor, el maravilloso y doloroso amor, podría ser suficiente.
–Gracias, por mostrarme todo con tanta claridad –dijo Allegra–. No volveremos a vernos.
–Bien –respondió Isabel con indiferencia.
–Siento pena por ti –dijo Allegra cuando estaba al lado de la puerta de entrada.
Isabel la miró sin comprender.
–No puedes ser feliz –agregó Allegra a modo de explicación.
Por un momento la cara de Isabel pareció quedarse sin su máscara, y mostrar un gesto desolado. Pero pronto recuperó la compostura, y se encogió de hombros con indiferencia.
–Adiós, mamá –dijo Allegra al marcharse.
Durante todo el viaje de regreso a L’Aquila Allegra pensó en todo aquello.
El pasado no estaba olvidado hasta que no estaba perdonado, reflexionó. Pero no era fácil perdonar, lo mismo que amar.
Cerró los ojos, preparándose para la temida y añorada confrontación.
Allegra volvió en taxi a la mansión desde la estación.
Sintió que volvía a casa.
Su hogar estaba donde estuviera Stefano. Pero no sabía cuándo volvería él…
No obstante, ella podía esperar, y, si era necesario, ir a buscarlo. Necesitaba confrontarse con el pasado. Y repararlo.
Bianca la saludó con un abrazo cuando el taxi llegó a la mansión, y hasta Lucio fue a su encuentro y le tocó la mano, sonriéndole tímidamente.
Cuando estuvieron en la cocina tomando un café, Allegra le explicó a Bianca lo que le había dicho Speri.
–Hay psiquiatras y terapeutas en la región que pueden ocuparse de Lucio, en L’Aquila, y un terapeuta especializado en duelos –sonrió Allegra y apretó la mano de Bianca–. No será fácil, pero lo ayudarán.
Bianca asintió.
–Jamás esperé que fuera fácil. Pero me alegro de que finalmente podamos hacer algo. Gracias.
Allegra sonrió y miró a Lucio jugar en el suelo con su concentración habitual. Y supo que no sería fácil.
Bianca no sabía nada de Stefano, pero aseguraba que volvería.
Stefano no había llamado por teléfono ni había escrito. No había vuelto a casa, y ella no sabía qué estaría haciendo.
Allegra pasó los días con Lucio en la villa dedicando parte de las jornadas para ir a ver a los terapeutas a L’Aquila con Bianca y Lucio.
Lucio hablaba, poco, pero Allegra era optimista. Se curaría.
Una semana más tarde de su viaje a Milán Allegra decidió irse nuevamente. Lucio la necesitaba menos, puesto que veía a un psiquiatra con regularidad y había vuelto a ir al jardín de infancia.
Aunque no le gustaba la idea de irse de la villa y dejar a Lucio, sabía que el niño podría tolerar su ausencia, y ella necesitaba encontrar a Stefano.
Tenía dos formas de contacto. Iría primero a su casa de Roma… Y si no se comunicaría por su dirección de correo electrónico.
Cuando su maleta estaba a medias, ella oyó el ruido de la puerta. Levantó la mirada, y de pronto vio a Stefano con cara de amargura diciendo:
–Así que huyes otra vez…