Capítulo 8

 

 

 

 

 

MIRA, Emmy, como no vamos a poder hacer sirope esta noche, creo que me voy a ir a casa. Está oscureciendo y no creas que las luces de la moto de nieve alumbran demasiado.

Emmy miró a su amigo, entristecida.

—Oh, Charlie —murmuró, limpiándose el sudor de la frente con la mano—. No me había dado cuenta de que fuera tan tarde.

—No te preocupes, cariño. Mañana, en cuanto amanezca, vuelvo.

—Ten cuidado.

—Siempre lo tengo.

—No, no es cierto —sonrió Emmy.

Jack no pudo oír lo que Charlie le contestaba, pero, a continuación, el anciano se giró hacia él y le dijo adiós con la mano.

Jack también le dijo adiós con la mano y vio cómo Charlie fruncía el ceño e iba hacia él. No habían hablado demasiado durante la tarde mientras trabajaban codo con codo, pero parecía que ahora Charlie tenía algo que decirle y Jack se preparó para lo peor.

—Me ha parecido que Emmy le decía antes a Joe que has venido con la intención de devolverle ese maldito terreno.

—Sí, así es —contestó Jack.

—¿Y por qué has venido tú en lugar de tu padre?

—Porque mi padre ha muerto.

Charlie asintió.

—Tú solías ayudar al padre de Emmy, ¿verdad?

Jack sonrió.

—Eso explica por qué eres tan bueno. Eres de gran ayuda, muchacho.

Jack sonrió, encantado, porque era consciente de que Charlie Moorehouse no era prolijo en cumplidos ni en sonrisas y a él le había dedicado un par de cada.

—Gracias, Charlie —le dijo sinceramente—. Nos vemos mañana por la mañana.

—Claro que sí. Te aseguro que aquí estaré. No debería haber vendido jamás mi casa porque, aunque es cierto que no se puede ser feliz trabajando todo el día, tampoco se puede serlo cuando no se tiene nada que hacer —contestó Charlie, despidiéndose, subiéndose bien el cuello de la cazadora y poniendo en marcha su moto de nieve.

Jack se quedó mirándolo, reflexionando sobre sus palabras, pero no tuvo mucho tiempo para hacerlo porque la temperatura había bajado drásticamente y había que terminar de retirar las ramas rotas y de reparar los conductos.

Lo primero que habían hecho había sido ir a ver cómo estaba el conducto principal y lo habían encontrado seriamente dañado. Mientras Charlie y Emmy lo arreglaban, Jack había seguido subiendo por la colina y había encontrado otra rotura.

No todos los árboles ni todos los conductos estaban dañados, pero sólo les había dado tiempo de comprobar y arreglar diez o doce árboles y Emmy tenía más de ciento cincuenta.

No era de extrañar que la pobre mujer estuviera abatida con la que se le venía encima. Aun así, no había protestado en ningún momento. Jack era consciente de que Emmy era una mujer increíblemente responsable.

También había resultado ser una mujer increíblemente justa. Jack todavía no se había recuperado de la sorpresa que le había ocasionado que Emmy se interpusiera, literalmente, entre Joe Sheldon y él para defenderlo como una leona.

Jack se quedó mirándola, mientras Emmy avanzaba de un árbol a otro comprobando que los conductos estuvieran bien. Apenas había parado desde aquella mañana, pero pronto tendría que hacerlo porque estaba oscureciendo.

Emmy calculaba que le quedaban unos quince minutos de luz, pero, si hubiera podido, se habría quedado toda la noche trabajando porque habían tardado tanto tiempo en arreglar el conducto general que apenas habían tenido tiempo para los demás.

Había estado tan ocupada durante todo el día que no se había dado cuenta de lo fatigada que estaba. La temperatura había bajado y estaba comenzando a tener frío. Por cómo Jack se había subido el forro polar hasta arriba, comprendió que él tenía frío también. Además, Jack llevaba todavía más horas trabajando que ella porque cuando Emmy se había levantado aquella mañana él ya estaba quitando nieve en el porche.

Como si hubiera presentido que lo estaba mirando, Jack levantó la cabeza y la miró. Cuando le hizo una señal, preguntándole si volvían hacia el cobertizo, Emmy asintió.

Nada más llegar, Emmy se asomó al tanque de almacenamiento y, por la expresión de su rostro, Jack supo que no había suficiente savia y que no merecía la pena encender el horno.

—Ya estaba empezando a hacer frío cuando hemos conseguido reparar el conducto principal —le recordó—. Venga —la animó, agarrándola de la mano.

También era posible que hubiera más roturas en los conductos secundarios y que por eso la savia no llegara, pero Jack decidió no mencionarlo. Seguramente, Emmy ya estaría pensando en ello.

—Vamos a casa. Tienes frío —le dijo.

Lo cierto era que Jack estaba encantado de no tener que pasarse toda la noche hirviendo sirope porque estaba exhausto y hambriento.

—Tú también debes de tener frío porque tienes la camisa y el jersey secándose junto a la chimenea —contestó Emmy.

—Enciende el fuego cuando lleguemos. Yo voy a sacar a Rudy para que haga sus cosas y a por más leña.

 

 

Emmy había decidido dejar de decirle a Jack todo el rato que no hacía falta que la ayudara porque se había dado cuenta de lo útil que era contar con alguien.

Era increíble cómo Jack se anticipaba a sus necesidades. Llevaba todo el día haciéndolo, y Emmy le estaba profundamente agradecida por ello.

Emmy había intentado cargar la batería del generador, pero no había podido y, como no podía comprar otra hasta que las máquinas hubieran retirado la nieve de la carretera, estaban a merced de las linternas, las lámparas de aceite y el fuego del salón.

Tras poner a calentar el guiso que había sacado del congelador aquella mañana, Emmy encendió la chimenea. Entre las dos fuentes de calor, la casa pronto se caldearía.

Estaba terminando de hacerlo, cuando oyó entrar a Jack.

—Rudy tenía el plato vacío, así que le he puesto la cena y, en cuanto ha visto la comida, ha metido el hocico y se ha puesto a mover el rabo como loco.

Emmy sonrió.

—No le gusta nada quedarse solo y encerrado en casa.

—¿Eso crees? A mí me parece que está encantado de quedarse solo en tu cama con sus juguetes —contestó Jack, colocándose en cuclillas a su lado—. ¿Qué tal estás?

De haber sido otra persona, Emmy habría contestado que estaba bien porque no le apetecía nada tener que admitir que estaba muerta de miedo ante la posibilidad de perder la producción de sirope, pero Jack era perfectamente consciente de que estaba preocupada.

—Estoy contenta de que no haya sido peor, y podría haberlo sido —contestó sinceramente—. Recuerdo la tormenta de 1998. Duró varios días. El granizo que cayó ni siquiera permitía adentrarse en el bosque para reparar los daños. Lo de hoy no ha sido nada comparado con aquello.

Jack le tomó las manos entre las suyas y la miró a los ojos.

—Entonces, vamos a cenar —le dijo—. ¿Te apetece que cenemos junto al fuego? Así no pasaremos frío —añadió, dándose cuenta de que Emmy tenía las manos heladas.

Al tocarla, Jack se percató de que la suavidad de su piel disparaba en él un apetito de otro tipo. Le resultaría muy fácil retomar lo que habían dejado a medias aquella mañana, pero, dado que los motivos que lo habían llevado a interrumpir el maravilloso beso no habían cambiado, Jack ignoró el deseo de su cuerpo y volvió a distanciarse de ella.

—Cuéntame por qué vendió Charlie su casa.

Mientras Emmy le narraba que Charlie había tenido que pasar por quirófano a causa de una rodilla unos años atrás y que, entonces, su hijo Mark y su esposa los habían convencido a su mujer y a él para que vendieran y se fueran a vivir con ellos, se trasladaron a la cocina, calentaron pan en el horno y, tras servir sendos platos, volvieron al salón a cenar.

—Sí, es cierto que cojea un poco, pero se mueve como un hombre fuerte —comentó Jack, dando buena cuenta de su sopa de pescado.

Mientras observaba cómo Jack acariciaba a Rudy, Emmy se sentó en el sofá y le pasó a Jack el pan.

—La cojera es por la gota. La cadera que tenía mal era la del otro lado —le explicó Emmy, alargando el brazo para tomar de la mesa su taza.

Al hacerlo, Jack se quedó observando su perfil y se dijo que era fácil quedarse mirando a aquella mujer. También era fácil escucharla y estar en su compañía.

—¿Ah, sí?

—Sí, se operó porque se cayó de una escalera mientras recogía manzanas. No se hizo nada, pero su mujer le insistió en lo mal que lo pasaría si no pudiera moverse a su antojo y, al final, tras mucho pensárselo, accedió a operarse. Ahora dice que tendría que haberlo hecho diez años antes —sonrió Emmy.

—¿Y por qué no lo hizo?

—¿Y tú me lo preguntas? ¿Has olvidado que la gente de por aquí no confía en los avances del siglo XXI?

Aquello hizo reír a Jack.

—Tú no eres así —comentó.

—No me importa que la gente que se aloja en mi casa piense que soy típica de campo, pero no me gusta que la gente con la que hago negocios lo crea, así que intento modernizarme.

Jack pensó en el fax, en el ordenador y en la conexión a Internet. Desde luego, lo había conseguido.

—Toma —le dijo Emmy, dándole más pan.

Aceptándolo distraído, Jack pensó que él jamás la tildaría de «típica de campo», y siguió cenando.

Emmy se preguntó qué palabras utilizaría Jack para describirla, pero no preguntó porque, teniendo en cuenta dónde vivía, seguro que frecuentaba mujeres cosmopolitas y sofisticadas, y las comparaciones siempre son odiosas.

Emmy comprobó que Jack cenaba con apetito, así que, cuando se terminó el plato, se lo rellenó y le llevó una buena taza de chocolate caliente.

—Gracias —le dijo ella con una taza también entre las manos.

—¿Por qué? —contestó él.

—Por todo lo que has hecho hoy. No sé qué habríamos hecho Charlie y yo sin tu ayuda —sonrió Emmy.

—Menos —contestó Jack, encogiéndose de hombros.

—Lo digo en serio —insistió Emmy.

—No es para tanto…

—Por si no te has dado cuenta, te estoy dando las gracias —comentó Emmy—. Jack, me alegro de que estés aquí. De verdad, muchas gracias.

¡Se alegraba de su presencia!

Jack le apartó un mechón de pelo de la cara y la miró a los ojos. Sabía que, si quisiera, podría besarla.

—Yo también me alegro de haber venido —contestó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no besarla.

Para evitar hacerlo, se le ocurrió que la única manera era tomarla de los hombros y dejarla caer contra su pecho. Emmy lo dejó hacer, y Jack la abrazó por detrás y disfrutó al sentir cómo se relajaba.

—De nada —le dijo—. Y gracias a ti también.

—¿Por qué? —dijo Emmy.

—Por lo que le has dicho a Joe.

—Ah.

Jack sentía unas tremendas ganas de besarla, pero era consciente de que, si lo hacía, lo más seguro era que no pudiera parar, y no quería complicar las cosas entre ellos.

Si la hacía sufrir, sería culpa suya y sólo suya. Antes, el sufrimiento de Emmy era culpa de su padre, pero Jack sabía que se iría en cuanto la carretera lo permitiera y no quería aprovecharse de ella.

Emmy ya había sufrido suficiente por culpa de su familia.

—¿Estás cómoda? —le preguntó.

—Mucho —suspiró Emmy.

—Bien —suspiró Jack, contentándose con abrazarla.

 

 

Cuando Charlie llegó a la mañana siguiente una hora después de que hubiera amanecido, Emmy ya tenía preparado un termo de café y otro de chocolate y varios sándwiches de atún en la mochila.

Emmy se había levantado más temprano de lo normal, nerviosa por empezar cuanto antes. Las ganas de estar con Jack también la habían animado a levantarse de la cama.

La noche anterior había estado a punto de dormirse entre sus brazos. Sin duda, así lo habría hecho si, al final, Jack no hubiera tenido la fuerza de voluntad como para ponerse en pie, fregar los platos y llevarla a la puerta de su habitación.

Le había ofrecido la tranquilidad de sus brazos, pero no había hecho amago alguno de volverla a besar.

Emmy tenía un montón de cosas en la cabeza aquella mañana como para ponerse a preguntarse qué le sucedía a aquel hombre, y tampoco quería preguntarse qué le sucedía a ella, que dejaba que la besara y la abrazara con tanta facilidad.

Así que se limitó a aceptar lo que estaba sucediendo como un regalo e intentó convencerse de que lo que sentía por Jack era simple gratitud por su ayuda.

—Vamos —le dijo Jack, agarrando la mochila.

Emmy asintió y, tras despedirse de Rudy, salió al porche. Allí estaba esperándolos Charlie.

—Vaya, gracias —sonrió Jack, encantado al ver que el hombre le había llevado un par de guantes de trabajo y unos pantalones de esquiar.

Charlie asintió.

—Antes de que me olvide. Es importante. Joe se ha pasado por mi casa esta mañana y me ha dicho que te diga que Joanna, la chica que trabaja en la oficina de correos, es notario. Por lo visto, se ha enterado de que necesitabas uno. También me ha dicho que te diga que, si necesitas un teléfono para atender tu trabajo, el de la tienda de ultramarinos funciona. También quería que supieras que la carretera no estará despejada hasta mañana o pasado mañana.

Jack no sabía cómo tomarse aquello exactamente. Era obvio que sus preguntas en el motel y en la tienda sobre un notario habían llegado a oídos de Joe. Dado que sabía que quería devolverle el terreno a Emmy, había deducido evidentemente que el documento de cesión tenía que ser hecho ante notario.

Jack entendía perfectamente que Joe quisiera ayudarlo en aquel trámite por el bien de Emmy, pero el hecho de que el sheriff considerara también su trabajo y le hubiera hecho llegar que había un teléfono que funcionaba en el pueblo parecía señal de que le estaba ofreciendo una tregua.

Jack se alegraba porque, desde que había vuelto a ver a su antiguo compañero de equipo de fútbol, había resurgido algo entre ellos que era mejor arreglar cuanto antes.

—Gracias, Charlie —contestó mirando a Emmy, que evitó su mirada.

Jack suponía que Emmy estaría pensando que, ahora que Charlie había sacado el tema del notario, Jack volvería a la carga con el asunto del terreno, pero no iba a ser así porque él no tenía intención de mencionarlo siquiera ya que Emmy ya tenía bastantes quebraderos de cabeza en aquel momento.

Y él, también.

—¿Te importaría prestarme tu moto?

—Las llaves están puestas.

—Gracias. Voy a ir a llamar por teléfono a la tienda. No creo que tarde mucho —le dijo a Emmy—. ¿Necesitas algo?

—Leche y pan —contestó Emmy, intentando no pensar en que Charlie también había dicho que la carretera podría estar en uso al día siguiente.

 

 

Jack no tenían idea de cómo se las iban arreglar para tener la carretera despejada de nieve para el día siguiente, y estaba diciéndose que tendría que preguntar a qué distancia estaban las máquinas y quitándose la nieve de las botas cuando se abrió la puerta de la tienda y salió una mujer joven a la que no reconoció.

—Dale recuerdos de mi parte a tu marido —oyó que Agnes Waters le decía.

—De tu parte —se despidió la joven con una sonrisa.

—Ten cuidado de no resbalar en tu estado.

Jack la saludó con un movimiento de cabeza y se quedó observándola mientras se alejaba, pensando que, por lo visto, la mujer de Joe también estaba embarazada. Interesante aquella pequeña explosión demográfica que se estaba produciendo en Maple Mountain.

—Haz el favor de entrar, que no tengo ninguna intención de calentar el pueblo entero —lo reprendió la propietaria de la tienda en tono afectuoso.

—Buenos días, señora Waters —contestó Jack, entrando y cerrando la puerta.

Agnes estaba al otro extremo del mostrador, guardando unas cajas, y había otras dos mujeres mirando cosas en la nevera de los productos perecederos.

Jack reparó en que allí no se había ido la luz aunque Agnes estaba vendiendo velas y lámparas de aceite a los vecinos que no habían tenido tanta suerte.

—Buenos días, Jack —contestó la propietaria, dejando de sonreír al ver de quién se trataba—. Joe me ha dicho que a lo mejor te pasabas —añadió.

Jack se percató de que no lo estaba tratando de manera tan desagradable como la primera vez. Por supuesto, el cambio de actitud se debía a que Joe había estado allí y le había contado el motivo de su visita a Maple Mountain.

—Tengo entendido que tu teléfono funciona.

—Así es.

—¿Te importa que lo utilice? Puedes poner el gasto en la cuenta de mi tarjeta telefónica.

Las dos mujeres que había junto a la nevera, una mayor que le sonaba vagamente familiar y otra más joven que seguramente era su hija, lo estaban mirando y cuchicheando.

—Muy bien —contestó Agnes—. El tendido telefónico del norte del pueblo siempre se va a cuando caen tormentas de granizo, no sé que le pasa —añadió en tono amistoso guiándole hacia el teléfono—. Lo que sí sé es que la compañía de teléfonos no va a venir a arreglarlo hasta que hayan quitado la nieve de la carretera.

—¿Y sabes cuándo va a ser eso?

—Joe me ha dicho que la máquina llegará esta noche —contestó Agnes, guiándolo a la trastienda—. Aquí podrás hablar más tranquilo porque en la parte delantera no deja de entrar y de salir gente —añadió al tiempo que sonaba de nuevo el móvil que había sobre la puerta de la calle y que anunciaba que había llegado un nuevo cliente.

—Gracias —contestó Jack—. Cuando veas a Joe, dale las gracias de mi parte también.

—Así lo haré —contestó Agnes, saliendo a atender.

A continuación, Jack cerró la puerta y llamó a su nueva oficina, donde le informaron que la tormenta había llegado a Boston y que la oficina de Nueva York había tenido que cerrar el día anterior por la tarde.

Dado que no había sido él el único afectado por la climatología, resultó mucho más fácil reprogramar la agenda. Al hacerlo, le quedaba una semana, la siguiente, terrorífica, pero estaba acostumbrado.

A continuación, llamó a su antigua casera para asegurarse de que la mudanza había salido bien, pero la mujer le informó de que el tiempo había hecho imposible llevarla a cabo en la fecha prevista y que la empresa iba a realizarla ese mismo día.

Aquello lo obligó a llamar a su secretaria de nuevo para coordinar los detalles con la empresa de mudanzas y su nuevo casero.

Jack estaba ansioso por volver a la plantación, así que llamó a su madre, pero fue breve.

—Hola, mamá —la saludó—. Sí, estoy bien. Sigo en Maple Mountain, ya te contaré. Simplemente, necesito saber una cosa importante. ¿Quién era la mujer con la que Stan Larkin tuvo una aventura?

Consciente de que lo podían oír desde fuera, Jack se había alejado todo lo que había podido de la puerta y estaba hablando en voz baja. Jamás se le pasó por la cabeza que Agnes había descolgado el teléfono que tenía junto a la caja registradora para ver si había terminado de hablar y que en aquellos momentos estaba escuchando todo lo que su madre le estaba diciendo.