Capítulo 9

 

 

 

 

 

EN Maple Mountain, los cotilleos se extendían más rápido que el fuego. A pesar de que solamente la mitad de los teléfonos de la población funcionaban, a media tarde todo el mundo sabía que los Travers decían que Stan Larkin había tenido una aventura con una mujer con la que había tenido un hijo ilegítimo.

Mary, la mujer de Charlie, llegó a casa de Emmy en su moto de nieve y tocó tres veces la bocina, que era la señal que tenía convenida con su marido y con Emmy cuando estaban trabajando en el bosque.

Emmy oyó los pitidos y, dejando a Jack y a Charlie trabajando en un nuevo conducto, salió a recibir a Mary.

Charlie le había comentado que su mujer iba a llevarles algo de comer para la cena, algo que Mary solía hacer a menudo. El hecho de que hubiera tocado la bocina, cuando normalmente dejaba la comida en el cobertizo, quería decir que quería algo.

Emmy salió a recibirla con una gran sonrisa y la saludó con la mano mientras la mujer, vestida de azul pálido y con rizos canosos enmarcándole el óvalo de la cara, iba hacia ella.

—Buenas tardes, cariño —la saludó Mary—. Te he dejado guiso de pollo y bizcocho de manzana en la cocina y he cerrado la puerta para que Rudy no se lo coma —añadió.

—¿También has hecho bizcocho de manzana? Muchas gracias, Mary.

—Ya sabes que no tienes por qué dármelas —le contestó la mujer de Charlie—. Eh, Emmy, mira —añadió Mary un tanto preocupada—, esta mañana he ido a la tienda de Agnes a comprar azúcar moreno para el bizcocho y he oído algo allí que creo que deberías saber. Me gustaría contártelo yo antes de que otra persona te venga con el cuento —añadió en tono compungido—. Agnes nos ha contado a Claire y a mí que esta mañana Jack Travers ha ido a su tienda a utilizar el teléfono y que ella lo ha hecho pasar a la trastienda para que tuviera más intimidad. Al cabo de un rato, ha descolgado el auricular que tiene en la tienda para ver si había terminado y… bueno, por lo visto, Jack estaba hablando con su madre, que le estaba contando que tu padre… fue indiscreto —le explicó sin querer entrar en detalles—. Por lo visto, daba la sensación de que tú lo sabías porque Jack le estaba diciendo a su madre que tenías preguntas.

Emmy sintió que el corazón le daba un vuelco. Si Agnes le había contado a Claire McGraw, la cotilla más grande de los alrededores, lo que le había oído hablar a Jack con su madre, en aquellos momentos todo el pueblo debía de saberlo.

—¿Sabías algo de esa conversación? —le preguntó Mary, preocupada.

—Le dije a Jack que necesitaba más información —contestó Emmy—. Supongo que los rumores habrán corrido como la pólvora.

—Supongo que sí.

—Gracias, Mary —suspiró Emmy sinceramente.

La mujer de Charlie no le había hecho preguntas, no había emitido ningún tipo de juicio, ni le había ofrecido su opinión, ni estaba intentando averiguar cómo se sentía Emmy ante la posibilidad de tener un medio hermano.

Aquella mujer, que era un verdadero encanto y que no había dudado en darle las gracias cuando Emmy había contratado a su marido porque lo veía feliz, había ido a advertirla para que tuviera tiempo de reaccionar cuando se encontrara con almas menos caritativas.

Lo que Emmy no sabía era que el primer encuentro se iba a producir quince segundos después.

—¡Oh, Emmy! —exclamó alguien a sus espaldas.

Al girarse, Emmy comprobó con horror que se trataba de Bertie Buell. La mujer llegaba ataviada con su ropa de esquiar, bastones incluidos. No era extraño ver a Bertie por allí porque la vecina de Emmy, aunque vivía en el pueblo, solía salir a pasear a menudo por el bosque. Lo que era extraño era que lo hiciera a tanta velocidad.

—Me alegro de encontrarte aquí porque así no tendré que recorrerme todo el bosque buscándolo —exclamó fijándose en la mujer de Charlie—. Buenas tardes, Mary.

—Buenas tardes, Bertie.

—¿A quién te refieres? —le preguntó Emmy.

—Al hijo de Travers, por supuesto. ¿Dónde está?

—Trabajando en el bosque con Charlie —contestó Emmy.

—Supongo que estarás deseando que se vaya, pero estás esperando a que arregle los documentos del terreno para echarle. Me parece muy bien que lo pongas a trabajar a cambio de la manutención que le estás ofreciendo. Antes de que se vaya, le quiero decir un par de cosas. ¿Cómo se atreve a ir por ahí diciendo las cosas que dice? Se supone que ha venido a limpiar el nombre de su padre, pero lo que no me puedo creer es que lo vaya a hacer ensuciando el del tuyo. Solamente hay una cosa, peor que robar a un hombre, y es mancillar su apellido —se indignó Bertie—. Eso es calumniar.

Lo cierto era que aquella mujer siempre estaba indignada, era su naturaleza y era capaz de indignarse por cualquier cosa, ya que lo veía todo negro o blanco; para ella no existían los grises.

—Jack no ha venido a mancillar el hombre de nadie —le aseguró Emmy—. Calumnia es cuando alguien dice algo que no es verdad sobre otro.

—¿Me estás diciendo que crees lo que dice?

—No creo que se lo haya inventado —contestó Emmy—. Y su madre, tampoco.

Ruth Travers le había dicho a Jack que le dijera a Emmy que sentía mucho no tener más información, pero que lo único que sabía era que la mujer con la que había tenido una aventura su padre era una joven viuda que vivía en West Pond y que se había ido a vivir a Montpelier poco antes de que naciera el bebé.

Por los libros de contabilidad de su padre, Emmy había comprobado que, efectivamente, Stan Larkin había tenido varios trabajos por aquella zona y que, de repente, transcurrido un tiempo, había dejado de ir por allí.

Desde luego, iba a tener que volver a mirar los libros, pero, de momento, tenía que vérselas con la mujer que tenía delante y que la estaba mirando como si se hubiera vuelto loca.

—Vaya, Emmy Larkin, jamás hubiera pensado que ibas a defender a un Travers y, lo que es todavía peor, a un Travers que va por ahí hablando mal de tu padre.

—Mi padre era un buen hombre —le aseguró Emmy—. Jack también lo es.

—Devolverle a una persona lo que nunca se le debió arrebatar no convierte al que lo devuelve en una buena persona. Además, no te olvides lo que le hizo a Joe —insistió Bertie—. Una buena persona no va por ahí metiéndose en peleas.

Aquella mujer no tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero se creía en posesión de la verdad. Una pena. Desde luego, haría mucho mejor en meterse en sus asuntos que en la vida de los demás.

—Fue sólo una pelea y harías bien en preguntarle a Joe por qué le pegó Jack —contestó Emmy.

Emmy dudaba mucho de que Joe fuera a ser capaz de admitir lo que pasó aquel día en el vestuario. Seguramente, diría que no lo recordaba o que ya no tenía importancia, pero Emmy estaba segura de que ya no seguiría diciendo que Jack había sido el malo de la película.

Bertie abrió la boca con la clara intención de recordar otras transgresiones cometidas por Jack, estaba segura de que tenía que haber más, pero en aquel momento no las recordaba, así que suspiró, exasperada.

—¿Y la otra mujer? —preguntó, cambiando de víctima.

Emmy se dio cuenta de que estaba hablando de nuevo de su padre. Durante muchos años, se había mordido la lengua y no había dicho nada sobre lo mucho que le molestaba que todo el mundo se metiera en su vida y opinara sobre lo que había sucedido, pero Jack había vuelto a Maple Mountain para arreglar las cosas, se había enfrentado a la hostilidad, y eso era exactamente lo que ella iba a hacer también.

—Mira, Bertie, todo esto no es asunto tuyo —le dijo—. Mi padre lleva muchos años muerto, así que dejemos que descanse en paz. En cuanto a Jack y a su padre, llevamos muchos años hablando mal de ellos y creo que también ha llegado el momento de que les dejemos descansar en paz —añadió, cruzándose de brazos—. Por favor.

Emmy era consciente de que ni Bertie ni muchos otros vecinos de Maple Mountain iban a soltar la presa así de fácilmente, sabía que iba a haber especulaciones sobre la supuesta aventura de su padre, sobre la relación de sus padres y sobre cómo Emmy se había pasado al enemigo.

Al ver frustrados sus motivos para haber ido hasta allí desde el pueblo, Bertie se despidió malhumorada y se fue por donde había llegado.

—Ya sé que no te gusta nada que hablen de ti, Emmy, pero no vas a poder impedirlo —le dijo Mary, poniéndole la mano en el brazo—. Es cierto que todo el mundo se va a poner a especular, pero normalmente son más amables con los muertos que con los vivos. Además, mientras hablen de tu padre dejarán a otros en paz.

Aquello hizo sonreír a Emmy.

—Mi madre solía decir lo mismo —recordó.

—Tenlo presente —sonrió Mary.

—Mary, ¿tú habías oído alguna vez que mi padre tuviera una aventura?

—No.

—¿Y crees que es posible?

—No me atrevo a contestarte a eso, pero lo que sí te digo es que, si crees que tienes razones para perdonar lo que sucedió entre tu familia y la de los Travers, yo también los perdonaré. Sobre todo, al joven que te está ayudando —contestó Mary, señalando en dirección al bosque y consultando el reloj—. Charlie me ha dicho esta mañana que va a tener que ayudarlo a quitar la nieve que ha cubierto su coche, porque se tendrá que ir en breve. Lo ha dicho como si tal cosa, pero conozco bien a mi marido y sé que no le hace gracia que se vaya.

 

 

El recordatorio de que Jack iba a irse en breve, dejó a Emmy cabizbaja. Al llegar junto a Charlie y a Jack, que estaban trabajando juntos arreglando un conducto, Jack se fijó en que Emmy parecía preocupada, y corrió a su lado.

—¿Qué ocurre?

«Que no quiero que te vayas», pensó Emmy.

—Esta mañana, Agnes te ha oído hablar con tu madre por teléfono.

—Dios mío —se lamentó Jack—. Lo siento mucho, Emmy. Te aseguro que no he hablado alto.

—No te preocupes, no ha sido porque estuvieras hablando alto, sino porque ha descolgado el otro auricular, pero no importa, ¿sabes? Ahora que todo el mundo lo sabe y que la reputación de mi padre ha quedado dañada, no hay motivo para ocultar todo lo demás.

—¿A qué te refieres?

—Le he contado a Mary lo que tú me habías contado —contestó Emmy con una extraña calma—. Le he contado que ése fue el motivo por el que mi padre le pidió dinero prestado al tuyo y le he contado que tus padres jamás comentaron nada de lo ocurrido. Además, le he hecho ver que nunca nadie tuvo en cuenta que tu padre también tenía que mantener a su familia. Quiero que sepas que me sigue sin parecer bien la actuación de tu padre porque la tierra de mi padre valía mucho más, pero, si todo eso es cierto, tus padres protegieron a los míos cuando, por lo menos, podrían haber intentado defenderse. Si los habitantes de Maple Mountain van a hablar, por lo menos, que tengan las dos versiones de la historia.

—Jack, ¿podrías ayudarme un momento? —lo llamó Charlie.

Jack se quedó parado, como si quisiera decirle algo a Emmy pero hubiera decidido que aquél no era el momento ni el lugar.

—Voy a ver qué quiere.

—Quiere tu compañía —sonrió Emmy con tristeza.

 

 

Emmy esperó durante toda la tarde a que Jack le dijera cuándo se iba a ir. Debía de estar deseando salir de allí, pero no había dicho nada todavía. Tampoco lo dijo cuando Charlie se fue al atardecer o mientras encendían el horno para hervir el poco sirope que había llegado al tanque de almacenamiento.

Emmy comentó que Charlie le había mencionado que el hijo de un vecino se dedicaba a quitar la nieve de los caminos de entrada a las casas, creyendo que le estaba poniendo la situación en bandeja para que se fuera, pero Jack se limitó a decir que lo iba a llamar para que lo ayudara a desbloquear el camino de entrada de casa de Emmy y a desenterrar su coche.

—Charlie me ha dicho que vive cerca de su casa y que va a ir hablar con él mañana por la mañana cuando venga para acá, para decirle si se puede pasar —comentó Jack—. Ya le he dicho que le pago yo. Ya sé que te parece una extravagancia pagar a alguien para que haga un trabajo que podríamos hacer nosotros, pero nosotros vamos a tener mucho que hacer en el cobertizo. Si no surge ninguna sorpresa desagradable, tendríamos que terminar lo que hemos recogido mañana por la noche.

Emmy tardó unos segundos en asimilar lo que Jack acababa de decir. Así que Jack no se iba a ir al día siguiente.

—Por cierto, Emmy, muchas gracias por lo que has hecho hoy —le dijo Jack, calentándose las manos en el radiador.

Junto a ellos, el vapor empezaba a subir y a llenar el aire de humedad y del aroma dulce del sirope.

—Quiero que se sepa la verdad —contestó Emmy—. En cualquier caso, tengo la impresión por lo que me has contado de tu padre que tu relación con él era… difícil, pero, de todas maneras, siento mucho que lo perdieras.

Jack parecía haberse quedado sin palabras. Estaba allí de pie, por el ceño fruncido, mirándola a los ojos, y alargó el brazo y le acarició el rostro.

—Gracias —murmuró, retirando la mano.

Al hacerlo, Emmy se sintió profundamente decepcionada y, para disimular, sonrió levemente y se puso a sacar latas vacías para llenarlas de sirope.

Jack se quedó observándola y pensó seriamente en ir tras ella, pero, como no estaba muy seguro de lo que haría al llegar a su lado, se quedó donde estaba y le preguntó si quería que bajara a la mañana siguiente a la tienda a comprar una batería para el generador.

Emmy le dijo que en la tienda de los Waters no vendían la batería que necesitaba y que había que ir a St. Johnsbury o comprarla por catálogo y que se lo mandaran por mensajería.

Jack recordó entonces que era muy normal que la gente de Maple Mountain comprara artículos por catálogo y aquello desembocó en una conversación que le permitió obtener la distancia mental que necesitaba en aquellos momentos.

A Emmy se le daba muy bien salirse por la tangente. La defensa que había hecho de Jack el día anterior había sido realmente sorprendente. El hecho de que les hubiera explicado a los demás por qué el padre de Jack había hecho lo que había hecho era algo que Jack jamás habría esperado, pero cuando le había dicho que sentía mucho la muerte de su padre… aquello significaba para Jack más de lo que Emmy podía suponer.

Precisamente porque significaba mucho para él, no había querido tocarla y se había distanciado de ella. Aquel sentimiento profundo y peligroso fue lo que hizo que, realizando un gran esfuerzo, no la tomara entre sus brazos unas horas después, cuando, tras terminar con el sirope, se fueron juntos a casa para degustar la maravillosa cena que la mujer de Charlie les había llevado.

Un rato después, cuando Emmy lo miró, cansada pero sonriente, y le deseó las buenas noches al pie de la escalera, también fue el miedo a complicar la situación lo que le permitió a Jack contenerse.

También lo ayudó a evitar la tentación a la mañana siguiente, cuando Emmy lo recibió en la cocina con una gran sonrisa.

Mientras se servía una taza de café y le servía otra a ella, Jack se dio cuenta de que no tocarla requería de toda su atención. ¿Cómo era posible que no hacer algo requiriera tanta concentración y energía?

Emmy pensó que Jack parecía no tener ninguna prisa por irse. Incluso cuando Charlie llegó después de desayunar y dijo que había visto la máquina quitanieves en la carretera, lo que quería decir que el camino que llevaba de Maple Mountain a la autopista ya estaba abierto, Jack pareció única y exclusivamente interesado en ponerse a trabajar en el bosque.

Emmy tenía miedo de hacerse falsas ilusiones en cuanto al motivo que lo mantenía allí. No tenía sentido. Sin embargo, le agradecía profundamente su ayuda y su sólida presencia.

No quería ni pensar en lo que estaba empezando a sentir por él y, mientras avanzaban juntos por la nieve, se dijo que no tenía importancia. Emmy era consciente de que Jack amaba su trabajo y le gustaba vivir en la ciudad.

Él mismo había dicho que tanta tranquilidad acabaría volviéndolo loco. Además, había trabajado muy duro para llegar donde había llegado, y la emoción y la adrenalina de su trabajo le resultaba tan atractiva a él como la necesidad de estabilidad lo era para ella.

Emmy era una mujer pragmática. Siempre lo había sido. Siempre lo sería. Por tanto, no tenía sentido enamorarse de él y, mucho menos, imaginarse su vida juntos.

El problema era que, resultara práctico o no, ya estaba medio enamorada de él. Jamás había estado enamorada antes de verdad, pero sabía que lo estaba de Jack porque en su compañía se sentía muy a gusto y le parecía que podían hablar de todo, compartirlo todo.

Aquella mañana, mientras trabajaban codo con codo, disfrutó mientras Jack le contaba los pormenores de los edificios que su compañía estaba construyendo en Hilton Head, y lo vio emocionarse como un niño al hablar de las fuentes y de las praderas de césped.

También le gustó mucho que le preguntara qué era lo que a ella le parecía más importante en una habitación de invitados y cómo su opinión parecía importarle de verdad.

Y, sobre todo, disfrutó de la preocupación que mostraba por Charlie, que le había contado lo infeliz que era viviendo en casa de su hijo y de su nuera.

Lo que a Emmy ya no le hacía ninguna gracia era el vacío que amenazaba con instalarse en su interior cuando Jack se fuera.

O tal vez fuera que, cuando se asomó a la siguiente colina y vio la nieve sin quitar y todas las ramas de los árboles rotas, Emmy sintió que el corazón se le caía a los pies.

Estaba anocheciendo ya, Charlie se acababa de ir y Jack estaba arreglando un conducto un poco más abajo.

Pronto estarían solamente Charlie y ella para hacer todo el trabajo e iba a ser muy duro. Emmy se dijo que no debía pensar en ello y que debía hacer lo que siempre hacía, es decir, seguir adelante y trabajar duro si no quería perder la producción.

«No hay tiempo que perder», se dijo, retirando la nieve con la pala en busca de uno de los conductos.