EMMY no se había enterado de que Jack se hubiera levantado de la cama, pero ahora que bajaba las escaleras en dirección a la cocina lo estaba oyendo hablar con Rudy. Jack le estaba preguntando al aprendiz de cazador qué hubiera hecho con el pobre animalito que estaba persiguiendo fuera si lo hubiera consentido atrapar.
Emmy no pudo evitar sonreír ante la conversación, lo que la ayudó a que la zozobra que había sentido al encontrar la cama vacía se evaporara.
No tenía ni idea de cuándo se iba a ir, no tenía ni idea de cuándo iba a tener que lidiar con la sensación de pérdida, pero no estaba dispuesta a amargarse el tiempo que le quedaba a su lado.
De momento, Jack seguía allí y eso era lo único que importaba. Los recuerdos de las horas que había pasado en sus brazos hicieron que se le acelerara el corazón. Al entrar en la cocina, encontró a Jack en cuclillas y a Rudy sentado frente a él, completamente pendiente de la galleta que Jack tenía en la mano y moviendo el rabito sin parar.
Desde luego, Jack y Rudy se habían hecho grandes amigos.
Al oírla entrar, Jack la miró y se puso en pie. Al instante, a Emmy se le borró la sonrisa del rostro, pues era evidente que Jack se había afeitado y se había duchado.
—Buenos días —le dijo, acercándose a ella y acariciándole el pelo.
—Buenos días —contestó Emmy, cerrando los ojos.
Jack la besó con pasión, alterando su ritmo cardíaco y su respiración y recordándole el calor que habían generado en la ducha la noche anterior antes de volver a la cama. Aunque entre sus brazos se sentía deseada, salvada y protegida, Emmy sabía que, mientras Jack la miraba a los ojos, estaba aguantando la respiración.
Parecía como si Jack estuviera intentando memorizar su rostro o decidiendo qué decir. Una sensación de terrible pérdida se apoderó de Emmy por completo.
Se iba.
—Voy a preparar el desayuno —anunció porque no quería oírlo y, sonriendo con valentía, se dirigió a la cafetera.
Obviamente, Jack tendría que desayunar antes de irse y ella necesitaba desesperadamente hacer algo, así que se acercó a un armario, sacó harina y levadura y, de repente, se acordó del café y sacó también los filtros.
Jack la observó incómodo. Si no la hubiera estado observando atentamente, incluso lo hubiera engañado. Cualquier observador poco entrenado habría creído que Emmy simplemente se estaba dando prisa en preparar el desayuno para ponerse a trabajar cuanto antes.
Sin embargo, Jack se percató de que había algo más. Emmy estaba nerviosa y estaba intentando disimularlo.
Jack también estaba nervioso.
Había ido a Maple Mountain con la intención de hacerse cargo de aquel asunto pendiente entre sus familias hacía tanto tiempo, y había creído que sería algo fácil y que podría irse pronto, pero todavía no había terminado lo que había ido a hacer.
La propiedad que quería devolverle a Emmy todavía seguía a su nombre y no podía irse así. Además, por otra parte, Emmy tenía un montón de trabajo y no iba a poder ella sola con todo.
Charlie le había dicho que entre los dos tardarían un par de semanas en reparar y en poner en funcionamiento de nuevo todos los conductos dañados, y eso sin contar que, además, tendrían que hacer sirope por las noches.
Jack tenía intención de decirle la noche anterior a Emmy que se iba a ir, pero eso había sido antes de que la necesidad de Emmy de que la abrazara se hubiera convertido en su prioridad y el pensamiento racional se hubiera evaporado de su mente.
También había sido su intención insistir para que aceptara el terreno, pero lo último que había querido había sido irse dejándola enfadada con él, así que no había mencionado nada al respecto.
Jack se dijo que no podía retrasarlo más, así que agarró a Emmy de los hombros y la giró hacia él, fijándose en el aire de vulnerabilidad que siempre lo había emocionado.
—Emmy, me tengo que ir dentro de un rato, pero voy a volver —le dijo, acariciándole el pelo.
No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer, pero lo había dicho de verdad. La misma sensación de responsabilidad que le había hecho volver allí para devolver el terreno le hacía ahora imposible irse dejándola con tanto trabajo. Emmy había perdido parte de la producción y, cuanto más tardara en reparar los conductos, más perdería.
—No podré volver antes del fin de semana, pero dile a Charlie que yo me ocupo de las ramas grandes.
—¿Vas a volver? —se sorprendió Emmy con una gran sonrisa.
Jack no la había visto sonreír así jamás. Aquella sonrisa le iluminaba el rostro.
—Boston está más cerca que Nueva York —le dijo Jack, pensando en las cuatro horas de trayecto que los separaban—. Sólo podré quedarme un par de días —le advirtió sin embargo.
A Emmy no le importaba que sólo pudiera quedarse un par de días, lo que importaba era que iba a volver.
—Fenomenal —contestó, intentando no hacerse ilusiones—. Menos mal que no me tengo que despedir de ti para siempre ahora mismo.
Despedirse para siempre.
Jack sintió una punzada de dolor en el corazón ante la frase.
—No —murmuró, besándola—. De momento, sólo tenemos que despedirnos hasta dentro de unos días.
Charlie se apenó mucho al enterarse de que Jack se iba, pero se alegró casi tanto como Emmy al saber que tenía intención de volver a ayudarlos.
Así se lo hizo saber a su amigo Amos, que se lo contó a Smiley, el cartero, que se lo comentó a Claire, la cotilla mayor del reino, que se encargó de que todo el mundo se enterara.
Emmy sospechaba que ése era el motivo por el que Agnes no le quitaba la mirada de encima cuando una semana después entró en su tienda a hacer la compra.
La mujer la miraba llena de curiosidad, observando todo lo que compraba, y parecía que quisiera preguntarle algo pero que no se atreviera a hacerlo porque había otra clienta.
Nada más y nada menos que Bertie, que no sabía si llevarse ciruelas pasas o en lata.
—¿Cuántos acres tienes en funcionamiento ahora mismo? —le preguntó por fin Agnes.
—Sólo ocho —contestó Emmy, más interesada en las lechugas y en los tomates en aquellos momentos que en el sirope—. He oído que los Henley y los Bruner ya han arreglado todo y están a pleno rendimiento.
—Sí, menos mal porque el festival está cerca y necesitamos sirope para los turistas. En cualquier caso, ellos tienen un montón de hijos que los ayudan y tú estás sola. Claro que, en breve, tú también vas a tener ayuda, ¿no?
Agnes lo había dicho con cierto retintín, pero Emmy la ignoró. De momento, no contestó, se limitó a tomar una bolsa de patatas y otra de manzanas, una lechuga y un par de kilos de tomates y a dejarlo todo sobre el mostrador.
Para entonces, Bertie había decidido que quería ciruelas en lata.
—¿Tú crees que va a venir o que lo dijo para quedar bien? —le preguntó su desagradable vecina, sacándose un billete del bolsillo.
Desde luego, aquella mujer no tenía ningún tacto.
—Esta misma mañana he hablado con él y me ha dicho que venía —contestó Emmy, muy tranquila.
Efectivamente, Jack había llamado antes de las siete y le había dicho que llegaría a media mañana. Por eso Emmy había bajado a hacer la compra y no estaba ayudando a Charlie en el bosque.
—Si ha dicho que viene, vendrá.
—Por cómo lo dices, parece que no te importa que esté por aquí —comentó Agnes.
—No, no me importa. Jack es un hombre encantador —contestó Emmy, preguntándose si preparar espaguetis con salsa boloñesa o ternera a la jardinera.
—¿Y cuánto tiempo se va a quedar?
—Un par de días —contestó Emmy—. El lunes por la mañana tiene que estar en Hilton Head. No, el martes. El lunes tiene que ir a Providence.
—Desde luego, ese chico ha llegado muy alto —comentó Agnes, comenzando a cobrarle a Bertie, que había llegado antes—. Ya me di cuenta cuando lo vi aparecer con ese maravilloso coche. Quién lo iba a haber dicho cuando se fue de aquí hace quince años. Creo que me he equivocado con él.
Aquella confesión por parte de Agnes estaba cargada de prudencia, pero, teniendo en cuenta que su cambio de opinión se había producido en un par de semanas, a Emmy le pareció de lo más elocuente porque la gente de por allí tardaba mucho tiempo en cambiar de parecer.
Por lo visto, a Bertie le iba a llevar mucho más tiempo.
—Yo sigo creyendo que es imperdonable que haya dicho lo que ha dicho sobre el padre de Emmy después de tanto tiempo. No quiero ni imaginarme cómo debe de estar a la pobre —le dijo Bertie a Agnes, ignorando por completo a Emmy—. Si ha venido a ayudar, me imagino que es porque se siente culpable por lo que ha hecho, además de por lo que hizo su padre en su momento. Yo creo que se lo debe a Emmy.
Al oír aquel comentario, Agnes miró a Emmy con cara de culpabilidad. Si no hubiera sido por ella, nadie habría sabido del desliz de su padre.
—Supongo que, en cierta medida, puede ser así —dijo, entregándole a Bertie el total de su compra—. Es posible que, en un principio, volviera porque se sentía mal, pero yo creo que ahora vuelve porque, tal y como ha dicho Emmy, es un hombre encantador —añadió, defendiendo a Emmy.
—Pues yo insisto en que se lo debe —contestó Bertie.
—Yo no he dicho que no se lo deba —dijo Agnes.
—No me debe nada —intervino Emmy—. Vuelve para ayudarme porque… somos amigos —improvisó—. A Charlie no le debe nada y también lo va a ayudar a él.
—Claro que sí —sonrió Agnes.
En aquel momento, entró una de las hijas de los McNeff con la lista de la compra de su casa.
—¿Y qué le vas a preparar de cena? —quiso saber Agnes.
Bertie perdió interés en la conversación y, tras despedirse de malos modos, se encaminó hacia la puerta y abandonó la tienda.
—Todavía no lo sé —contestó Emmy sinceramente, decidiendo que se iba a llevar ajo en polvo por si acaso se decidía, al final, a preparar la ternera.
Lo cierto era que nunca se le había pasado por la cabeza que Jack le debiera nada, como tampoco se le había ocurrido nunca que se sintiera culpable de que todo el mundo se hubiera enterado de lo de su padre, que, al final, había resultado ser cierto.
Así lo había descubierto Emmy hacía tres noches, cuando estando sola en el cobertizo, hirviendo sirope, había decidido buscar al escondite en el que su padre tenía el licor. Había encontrado un tablón de madera en el suelo que se movía y, debajo, una botella medio vacía y un documento en el que renunciaba a sus derechos sobre un bebé apellidado Jones.
Emmy no había sabido qué sentir al leer la copia de aquel documento con la firma de su padre, y ahora tampoco sabía qué sentir ante la posibilidad de que Jack volviera porque se sintiera obligado a hacerlo.
A pesar de que luchó contra ello, la idea de que Jack volviera por razones completamente diferentes a las que ella tenía para querer que volviera, prendió en su cerebro y no se quiso ir.
A Jack no le venía nada bien irse aquel fin de semana de Boston porque no había parado en toda la semana y no había tenido tiempo siquiera de sacar sus cosas de las cajas de la empresa de mudanzas.
En un golpe de suerte, había encontrado la caja en la que estaban las sábanas y las toallas, pero todavía no había encontrado el edredón ni la mitad de sus trajes.
Aquella mañana, se había levantado a las tres y media y a las cuatro ya salía por la puerta, preguntándose qué tal le estaría yendo a Emmy, consciente de que cuando se había ido las cosas no iban extremadamente bien.
Lo cierto era que llevaba toda la semana pensando en ella, sobre todo por las noches, lo que le impedía dormir y lo llenaba de deseo.
Poco después de las ocho de la mañana, llegó a su casa y, en cuanto la vio abrir la puerta y recibirlo con una gran sonrisa, todo el cansancio de la semana se evaporó.
Rudy también salió a recibirlo, pero, en cuanto Jack le hubo hecho un par de caricias, se puso a correr por la nieve y se olvidó de él.
Emmy le indicó que pasara, y Jack se fijó en que parecía cansada y lo achacó a que debía de estar trabajando día y noche sin parar.
Jack quiso tomarla entre sus brazos, algo con lo que había soñado durante todo el viaje, pero Emmy dio un paso atrás para invitarlo a entrar.
—¿Qué tal la reunión de ayer? —le preguntó.
—Fenomenal. La decoradora de interiores se viene con nosotros —contestó Jack, quitándose la cazadora—. El equipo de electricistas también está contratado. Si todo sigue así de bien, el proyecto podría estar terminado antes de lo previsto —añadió Jack, entrando en la cocina y sintiéndose como en casa.
El horno desprendía un olor maravilloso y había dos termos sobre la encimera. Sobre la mesa, Jack vio un documento oficial, pero desde donde estaba no podía saber exactamente de qué se trataba.
—¿Y Charlie?
—Se ha marchado hace un rato —contestó Emmy—. Ayer nos quedamos trabajando hasta muy tarde y el hombre estaba cansado —añadió, deseando que sus defensas no la hubieran hecho apartarse de Jack con tanta rapidez.
Se moría por que la abrazara, por que la dijera que no tenía motivos para preocuparse porque había vuelto porque quería volver.
Al girarse con los termos, Emmy se dio cuenta de que Jack estaba mirando el documento que había sobre la mesa. Lo había dejado ella adrede para enseñárselo.
—Lo encontré en el cobertizo —le explicó Emmy, agarrando el documento escrito en papel de cebolla y que había estado doblado tantos años en un sobre amarillento.
Emmy se lo entregó, y Jack comprobó que se trataba de los papeles de adopción de un bebé. Aquello explicaba por qué Emmy parecía nerviosa. Ahora sabía que la infidelidad de su padre era cierta y que la relación de sus padres no era lo que ella siempre había creído. Además, sabía que en algún lugar tenía una hermanastra que su padre había entregado en adopción.
—¿Quieres buscarla?
—No lo sé. Creo que sí. Sí, la verdad es que sí —contestó Emmy—, pero no sé cuál es su situación.
—¿A qué te refieres?
—A lo mejor, no sabe que es adoptada.
—Entonces, habla primero con sus padres adoptivos —sugirió Jack—. ¿Quieres que te ayude a encontrarlos?
—¿Harías eso por mí? —exclamó Emmy, enarcando las cejas.
—Por supuesto —contestó Jack, como si no diera crédito a lo que le había preguntado—. Tengo varios amigos abogados. Puedo hablar con ellos cuando vuelva a Boston.
—No tengo dinero para pagar a un abogado.
—Pero yo, sí. Deja que yo me ocupe de esto, ¿de acuerdo? Es lo mínimo que puedo hacer.
Emmy se sentía inmensamente agradecida, se giró y guardó el documento en su sobre.
—No hace falta que hagas nada por mí, Jack. Ya estás haciendo más que suficiente al volver a ayudarme. Sabes que no tenías por qué hacerlo.
—Y tú sabes perfectamente que no podía dejarte con todo este trabajo —contestó Jack, acariciándole el hombro.
—¿Por qué no?
Jack se quedó mirándola, extrañado, como si la respuesta le pareciera obvia.
—Porque sé que te cuesta mucho aceptar ayuda.
No era propio de Emmy confrontar a nadie y ponerlo entre la espada y la pared, pero se había enamorado de Jack y necesitaba saber que lo que él sentía por ella no era obligación.
—Necesito saber por qué no puedes hacerlo.
Jack frunció el ceño y retiró la mano.
—¿Has vuelto porque te sentías obligado a hacerlo? ¿Has vuelto porque te sientes culpable por lo que sucedió entre nuestros padres? —insistió Emmy.
Jack no contestó.
—Sé que cuando viniste al principio fue porque te sentías responsable, sé que te sientes mal por lo que ha pasado con mi familia, pero no quiero que vengas porque te sientas culpable —le dijo, mirando el sobre que tenía entre las manos—. Tengo la sensación de que ése fue precisamente el motivo por el que mi padre nunca se fue, debía de sentirse obligado y culpable hacia su mujer y hacia su hija. Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que su tendencia a beber era probablemente la manera de anestesiarse y de no pensar en el lío que había provocado. Sigo creyendo, sin embargo, que su muerte fue un accidente, pero creo que era un hombre atormentado que bebía para olvidar y que estaba borracho cuando se mató —continuó, cruzándose de brazos ante el silencio de Jack—. Supongo que jamás los oí discutir porque, simplemente, no hablaban —añadió—. En aquella época, yo era muy pequeña e ingenua y no me di cuenta de que eran infelices —concluyó mirándolo a los ojos—. No quiero que te sientas obligado ni culpable conmigo. De verdad espero que no sea eso lo que te ha traído aquí.
«Y, por favor, dime por qué has venido y adónde vamos, si es que vamos juntos a algún sitio», pensó Emmy continuación.
Jack desvió la mirada y Emmy sintió un profundo dolor.
Jack no podía mentirle. Era imposible negar que sentía cierta obligación y cierta responsabilidad hacia ella. Así había sido desde que la había vuelto a ver. No podía negar la sensación de querer protegerla que tenía siempre que estaba con ella o el deseo físico que jamás había sentido por otra mujer y que, a lo mejor, le estaba nublando la razón.
Considerando que en aquellos momentos tendría que estar en Providence cerrando un negocio, todo podía ser.
—Ya te he dicho por qué he venido —contestó.
Era consciente de que Emmy quería más, pero él no estaba preparado para contestar a sus preguntas. No se había parado a considerar lo que su vuelta podía significar para ella. El sólo había considerado volver para ayudarla con el sirope y poner el terreno a su nombre.
—Lo de contratar a un abogado para que te ayude a encontrar a tu hermanastra lo he dicho en serio —continuó, cambiando de tema—. ¿Te has enterado de algo más que pudiera sernos de ayuda?
—No —contestó Emmy, permitiendo el cambio de asunto.
Obviamente, Jack había vuelto porque se sentía obligado y culpable. No lo había negado, así que era evidente que se sentía mal por todo lo que había ocurrido y le tenía lástima. Se preocupaba por ella porque le inspiraba compasión, lo que significaba que no sentía en absoluto lo que ella sentía por él.
—No he tenido tiempo.
—¿Y qué vas a hacer?
Emmy suponía que Jack se refería a que si iba a intentar localizar también a la madre de su hermanastra, pero Emmy no podía pensar en aquellos momentos porque estaba intentando controlar el dolor que le producía sospechar que, además de sentirse obligado hacia ella, Jack sentía compasión por ella.
¿Acaso habría hecho el amor con ella por eso?
Con Jack, Emmy jamás se había dejado llevar por el instinto de supervivencia, pero ahora era lo único que le quedaba.
—Haré lo que siempre hago: salir adelante. Esta temporada de sirope está casi perdida, pero saldré adelante —añadió, disimulando sus sentimientos con una sonrisa—. Mientras tanto, no pierdas el tiempo conmigo, Jack. Estoy bien, de verdad. En realidad, me parezco bastante a ti. Eres la única persona que conozco que lo único que quiere es trabajar. Parece que tú lo único que necesitas es tu trabajo. A ver si yo no lo olvido tampoco.
Jack no supo qué decir. Sentía casi físicamente cómo Emmy se había distanciado de él. El fenómeno se le antojaba desconcertante a pesar de que podría haberse sentido aliviado porque ahora podía volver a su vida sin sentir que tuviera ninguna responsabilidad hacia ella.
Emmy le acababa de liberar de aquella carga al decirle que no le debía nada y que los problemas entre sus familias estaban resueltos.
Jack nunca había tenido intención de que su relación se complicara y no lo habría hecho si hubiera mantenido las manitas quietas, pero en algún momento se había sentido completamente atraído por el espíritu de Emmy, por su amabilidad, por lo bien que se sentía teniéndola entre sus brazos, y eso lo había llevado a perder de vista su objetivo inicial.
Aquel objetivo había sido presentar sus disculpas y devolver el terreno. Por eso había vuelto a Maple Mountain dos semanas atrás. Aun así, en aquellos momentos, hacerse cargo de aquella parte de la situación que estaba sin resolver se le antojaba de nula importancia.
No estaba seguro si era su ego o su corazón lo que se sentía herido, ni siquiera estaba totalmente seguro de por qué se estaba sintiendo así, pero estaba seguro de que había llegado el momento de dar un paso atrás y reagruparse.
—¿Quieres que me vaya? —le preguntó a Emmy, sintiéndose perdido.
—Puede que sea lo mejor —contestó Emmy con voz trémula.
Como si no fuera eso exactamente lo que Jack esperara oír, una de las comisuras de sus labios hizo una mueca de disgusto antes de que asintiera.
Y así fue cómo la esperanza que Emmy nunca se hubiera debido permitir tener se evaporó, así de rápido.
—Si quieres, como Charlie no está, me quedo ayudándote hasta que anochezca.
Emmy negó con la cabeza. Necesitaba que se fuera cuanto antes, y Jack pareció comprenderlo así.
—Prométeme una cosa —le dijo Jack.
Emmy tragó saliva.
—Dime.
—Prométeme que te vas a cuidar.
—Sólo si tú me prometes lo mismo.
—Trato hecho —dijo Jack, acariciándole la mejilla.
—Trato hecho —repitió Emmy, poniéndose de puntillas y besándole en la mejilla en un intento de hacerse la valiente.
—Hazte un favor a ti misma, Emmy —se despidió Jack—. Sé que amas este lugar, pero, por favor, no te entierres aquí en vida, ¿de acuerdo?
Y, sin esperar respuesta, se giró, se arrodilló frente a Rudy, le hizo unas caricias y se dirigió a la puerta.
Emmy se quedó mirándolo mientras se ponía la cazadora, abría la puerta y la cerraba lentamente. Con aquel sonido en sus oídos, escuchó cómo se ponía en marcha el motor de su coche y se alejaba.