Capítulo 12

 

 

 

 

 

EL fin de Semana del Sirope, festividad que se celebraba a mediados de abril, solía ser la celebración favorita de Emmy.

Llegaba gente a Maple Mountain desde muchos kilómetros de distancia para ir al desayuno de tortitas del sábado por la mañana, para ver cómo se hacían los caramelos de sirope o para comprar muebles de madera de arce.

Se abrían al público en aquellos días las explotaciones de sirope para que la gente pudiera ver todo el proceso y se invitaba a todo el mundo a cenar pollo y a bailar hasta altas horas de la madrugada.

Dependiendo de la Madre Naturaleza, todavía había nieve, las carreteras podían estar completamente despejadas o incluso podía estar ya entrada la primavera.

A Emmy se le antojó que el tiempo aquel año estaba siendo perfecto porque se había retirado un poco la nieve, dejando al descubierto las preciosas hojas de los árboles, y ya estaban saliendo las primeras flores, los días resultaban claros y frescos y las noches, más frías.

El cobertizo de su familia siempre había estado abierto durante aquel festival y Emmy recordaba que su madre solía tener un caldero con sidra hecha con sus propias manzanas y canela en el fuego para los visitantes.

Mientras tanto, su padre se encargaba de hervir el sirope, de explicar el procedimiento a los curiosos y de impedir que se quemaran. El trabajo de Emmy consistía a entregar a los niños las hojas de vivos colores rojizos que su padre había guardado y secado el otoño anterior.

Incluso después de la muerte de su padre, cuando su madre y ella se encargaban del proceso del sirope y no tenían tiempo para hacer ni caramelos ni crema ni azúcar de arce, que eran las especialidades de su madre, siempre habían mantenido cobertizo abierto.

Emmy se había mantenido fiel a aquellas tradiciones. Hasta ahora. La conducción que había pedido había llegado, pero no a tiempo de aumentar la producción antes del festival.

—¿Cuál te gusta más, Rudy? ¿Cuello vuelto o abierto? —le preguntó Emmy a su perro con dos camisas en la mano.

Rudy levantó la mirada, ladeó la cabeza y volvió su atención al peluche que estaba mordiendo.

—Ya —murmuró Emmy, metiendo ambas prendas en el armario.

Como su cobertizo no iba a estar abierto, se había ofrecido a ir a ayudar con la cena, pero no tenía que ir hasta las cuatro de la tarde y apenas eran las nueve de la mañana.

Tendría que estar en el bosque. La verdad era que hacía una hora que tendría que haber salido de casa, pero había estado demasiado ocupada dándole vueltas a la cabeza.

Llevaba media ahora sin saber si llamar a Jack porque no quería despertarlo. Llevaba días queriendo llamarlo, y la noche anterior había decidido que había llegado el momento, así que Emmy se dirigió al vestíbulo y marcó el número de su casa.

No había habido un solo día desde que Jack se había ido en el que no hubiera pensado en él o una noche en la que no lo hubiera echado de menos y en la que no se hubiera dicho que era inútil fingir que nada de su vida había cambiado.

Había intentado volver a su rutina, pero su vida ya no era la misma. Emmy no había querido que sucediera, ni siquiera se había dado cuenta hasta que no había sido demasiado tarde, pero, a causa de Jack, había empezado a soñar con cosas en las que no quería ni pensar, cosas como tener un marido, hijos y una vida lejos de la única que había conocido y que había luchado tanto por proteger.

La paz de su vida se había visto alterada y había desaparecido con Jack y Emmy no tenían idea de cómo hacerla volver.

Al oír el tercer timbre del teléfono, se dijo que iba a saltar el contestador y que era mejor así. Así, podría dejar su pregunta grabada y Jack le podría dar la respuesta de la misma manera.

—¿Sí? —contestó Jack, sin embargo.

—Hola —contestó Emmy, sentándose porque le fallaban las piernas.

—Emmy —dijo Jack quitándose la chaqueta de correr.

Si no hubiera visto en la pantalla del teléfono que la llamada procedía de Vermont, habría dejado que saltara el contestador automático, pero a aquellas alturas tenía muy claro que no se iba a poder olvidar jamás de Emmy.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó Emmy—. No te quiero entretener, sólo te quería preguntar el nombre de la persona y la agencia inmobiliaria que te ayudó a comprar el terreno.

Él también había estado pensando en aquel terreno aquella mañana. De hecho, también había estado pensando en Emmy. Bueno, no había dejado de pensar en ella ni un solo día.

—No necesitas a esa persona para recuperar la tierra —contestó, preguntándose qué la habría llevado a cambiar de opinión por fin—. Con que yo te entregue la escritura de cesión está todo listo.

«Si me das tu nombre completo de una vez, claro», añadió mentalmente.

—No es para eso. Quiero vender mi casa, la tierra, el cobertizo. Todo. Eres la única persona a la que conozco que se ha valido de los servicios de un agente inmobiliario porque la gente por aquí no vende su propiedad, la pasa a su familia.

Jack, que estaba yendo en aquellos momentos hacia el baño en busca de una toalla, se paró en seco.

—¿Lo quieres vender todo?

—Sí, cuanto antes.

En los quince días que hacía que no la había visto, había levantado el teléfono varias veces para llamarla y todas las veces había colgado, diciéndose que no hacía falta que se preocupara por ella porque, si había sobrevivido todos aquellos años sin él, estaría bien.

Ahora se recriminó por no haberla llamado porque era obvio que Emmy no estaba bien en absoluto. Jack era consciente de lo emocionalmente vinculada que estaba a su casa y a su tierra, y también sabía que no conocía otra vida que no fuera la que siempre había llevado en Maple Mountain.

—¿Por qué quieres venderlo todo? ¿Acaso te ha ido muy mal? Si necesitas dinero…

—No, no es por eso.

—¿Entonces?

Emmy no contestó.

—Emmy…

—Es por lo que me dijiste antes de irte —contestó por fin—. Me dijiste que no debería enterrarme aquí en vida —añadió, intentando reírse para quitarle hierro a sus palabras—. No me había dado cuenta hasta que te fuiste que ya lo había hecho.

Jack todavía no había tenido tiempo de comenzar a asimilar lo que se le había hecho evidente aquella mañana mientras corría, pero ya lo asimilaría en el trayecto en coche hasta Maple Mountain.

—Mira, Emmy, tenemos que hablar. Tengo que pasarme por el despacho un par de horas, pero estaré en tu casa, como muy tarde, a las seis.

—No hace falta que vengas. Lo único que necesito es que me des el nombre de tu agente inmobiliario.

Jack ignoró su protesta.

—Supongo que para esa hora ya habrás terminado en el bosque, ¿no?

—Jack…

—Emmy, voy a ir, ¿de acuerdo? ¿Dónde vas a estar a las seis?

—En el centro comunitario —contestó Emmy—. Este fin de semana es el Festival del Sirope y me he comprometido a echar una mano sirviendo la cena esta noche.

 

 

A Jack se le había olvidado la cantidad de gente que acudía a aquellas celebraciones, pero se acordó perfectamente cuando le costó un buen rato poder aparcar el coche.

Cuando por fin consiguió hacerlo, entró en el centro comunitario, donde había gente a la que conocía de toda la vida y gente a la que no había visto nunca.

Una vez dentro, buscó a Emmy con la mirada, pero no la encontró. Mientras rastreaba el comedor, se dio cuenta de que mucha gente lo miraba y de que muchas conversaciones se paraban.

Entonces, de repente, oyó una voz familiar y vio a Charlie llamándolo con la mano. En aquel momento, pasó Hanna Talbot delante de él.

—¿Has vuelto para el festival? —le preguntó la recepcionista del motel mucho más amablemente que la última vez que se habían visto.

—Sí —contestó Jack, decidiendo que era la excusa perfecta.

Tras acercarse a la mesa de Charlie para saludarlo a él y a su mujer, siguió buscando a Emmy. Había varias mujeres sirviendo la cena, pero no la veía.

—Acaba de entrar en la cocina —le dijo Bertie Buell.

—Gracias —contestó Jack, yendo hacia allí y encontrándose con Emmy en el camino.

Al verlo, Emmy le entregó la bandeja que llevaba a una chica que también estaba ayudando y se acercó a él. Consciente de que todo el mundo los miraba, Jack no la tocó, aunque se moría por hacerlo.

¡Cuánto la había echado de menos!

—¿Puedes salir?

—Sí, me voy a poner el abrigo —contestó Emmy.

A continuación, Jack la acompañó al guardarropa, donde Emmy se puso el abrigo a toda velocidad. Por lo visto, estaba tan ansiosa como él por salir de allí.

—No era necesario que vinieras hasta aquí, Jack, de verdad —insistió Emmy en cuanto estuvieron a solas fuera.

—Habría venido tarde o temprano. ¿Qué quieres que hagamos? ¿Tienes que volver a entrar o quieres que nos vayamos a casa?

—Tengo que volver a entrar para ayudar, así que lo mejor será que demos un paseo —contestó Emmy.

Jack se metió las manos en los bolsillos y juntos se encaminaron a la pradera que separaba el centro comunitario del viejo molino.

—¿Me vas a contar qué pasa? —le preguntó.

—Ya te lo dije por teléfono: quiero venderlo todo.

—No lo dices en serio, ¿verdad?

—Nunca he hablado tan en serio —contestó Emmy sin dudar.

Emmy hubiera preferido de verdad que Jack no hubiera ido porque verlo le había hecho retroceder en los mínimos avances que había creído hacer en su misión de olvidarse de él.

—No quiero seguir viviendo aquí. Siempre he creído que tenía que mantener intacta lo que mis padres me habían entregado. Creo que de alguna manera creía que los traicionaría si no seguía viviendo en nuestra casa y embotellando sirope con nuestro nombre. Todo lo que tengo es lo que ellos me dejaron y nunca he querido nada más, pero vivir sola no es lo que quiero, no quiero pasarme sola el resto de mi vida —insistió—. Quiero salir de aquí y construirme una vida, así que, por favor, no intentes convencerme para que me quede.

—Muy bien, no voy a intentar convencerte —contestó Jack—, pero sí me gustaría que te lo pensaras bien. No creo que vender tu propiedad sea una buena idea a no ser que… me la vendas a mí.

—¿Cómo? —se sorprendió Emmy.

—Sí, así, podré guardártela. Sé que hablas en serio cuando dices que quieres irte de aquí y ver mundo, y te entiendo perfectamente, pero ¿y si te arrepientes algún día? Si me vendes tu casa a mí, me la podrás comprar de nuevo cuando quieras o podrás venir cuando te apetezca.

Jack estaba convencido de que, tarde o temprano, Emmy echaría de menos su hogar. Seguro que no echaría de menos el trabajo duro o las preocupaciones, pero sí echaría de menos su casa, su tierra y Maple Mountain.

Exactamente igual que le ocurría a él porque, a pesar de los malos recuerdos, haber pasado allí unos días le había hecho apreciar aquel lugar único en el que había nacido y se había criado y le había hecho decidir que le sentaría bien volver al campo de vez en cuando y trabajar la tierra con las manos.

—¿Te vas a venir a vivir aquí? —le preguntó Emmy.

—No puedo —contestó Jack, consciente de que echaría terriblemente de menos la ciudad—. Tienes la opción de vendérmela a mí o de conservarla y prestársela a Charlie y a su mujer. Seguro que están encantados de venirse a vivir aquí.

Mientras caminaban en la oscuridad, Emmy estudió los rasgos de su noble perfil. La oferta de Jack de comprar su tierra para guardársela había sido increíblemente amable por su parte, increíblemente generosa, pero eso no la asombraba porque sabía que Jack Travers era un hombre amable y generoso.

—Lo cierto es que me encantaría que Charlie y Mary vivieran en mi casa —contestó Emmy sinceramente—, pero necesito el dinero para establecerme en otro lugar y comenzar una nueva vida.

—¿Adónde te quieres ir? ¿Qué quieres hacer?

—Quiero estudiar arquitectura —contestó Emmy—. Las mejores escuelas están en Nueva York, pero no sé si a Rudy le gustaría demasiado la gran ciudad.

—¿Y Boston? —le sugirió Jack—. Fue en Boston donde te concedieron la beca, ¿no?

—Sí —contestó Emmy.

Ella también lo había pensado. De hecho, había sido su primera opción, pero Jack vivía en Boston.

—Si te vienes a vivir a Boston, nos podríamos ver con más facilidad —añadió Jack—. No me importa desplazarme para verte, pero lo cierto es que resultaría más fácil si, por lo menos, viviéramos en el mismo estado.

Al oír sus palabras, Emmy se paró en seco. Aunque estaba intentando con todas sus fuerzas evitarla, la burbuja de esperanza se había apoderado de ella por completo y ni siquiera le permitía hablar.

—Un amigo mío me dijo una vez que, aunque es cierto que no se puede ser feliz trabajando todo el día, tampoco se puede serlo cuando no se tiene nada que hacer —le dijo Jack, mirándola los ojos.

Emmy sonrió al reconocer las palabras de Charlie.

Jack le acarició el pelo.

—Ya sé que no quieres que me sienta obligado hacia ti, ni responsable ni culpable, pero así es como me siento. No por nuestros padres —le explicó Jack—. Me siento así hacia ti porque creo que esos sentimientos son parte del amor que una persona siente por otra. No sé si lo estoy haciendo muy bien, pero lo que quiero que entiendas es que quiero algo más en la vida aparte de trabajar —añadió, acariciándole la mejilla.

Emmy se había quedado tan quieta que cualquiera hubiera podido pensar que se había quedado helada en mitad de la nieve.

—Quiero estar contigo, Emmy. La verdad es que te necesito —admitió Jack—. Tú sabes que también necesitas más de lo que tienes. Yo creo que lo que vivimos juntos fue maravilloso —continuó—. Si estás dispuesta a darme otra oportunidad, tal vez entre los dos podamos poner equilibrio en nuestras vidas. Yo creo que podría salir bien… —murmuró—… siempre y cuando tú me quieras también, claro.

Emmy sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Pues no acababa de decir Jack que la quería?

—Yo también creo que puede salir bien porque yo ya te quiero —contestó, sonriendo.

Emmy lo amaba también. El pensamiento se le antojaba increíble. Jack la tomó de la cintura y se apretó contra su cuerpo. Aquello era tan increíble como el hecho de que hubiera tenido que volver a Maple Mountain para encontrar la parte de sí mismo que ni siquiera era consciente de que le faltara.

—Te quiero —murmuró, acercándose a ella.

—Yo también te quiero —contestó Emmy, pasándole los brazos por el cuello y besándolo.

Fue aquel un beso lleno de ilusiones, de promesas y de esperanzas. Un rato después, todavía besándose, se dieron cuenta de que llegaba un coche porque sintieron las luces sobre sus cuerpos.

Al girarse, Emmy comprobó que se trataba de Agnes.

—Va a ser interesante volver a entrar —sonrió Jack.

—No hace falta. En realidad, cuando has llegado yo acababa de terminar mi turno —sonrió Emmy.

—Genial —dijo Jack, besándola de nuevo—. Por cierto, Emmy, ¿te importaría decirme de una vez cuál es tu nombre completo?

Emmy se encogió de hombros.

—Me llamo Emily.

—¿Emily a secas?

—Sí.

—Me gusta —sonrió Jack—. Aunque más me gustará algún día que te conviertas en Emily Larkin Travers. Si tú quieres, claro.

Emmy sintió que el corazón le estallaba de felicidad.

Aquel hombre la había hecho soñar, desear y, por fin, olvidar el pasado. No se le ocurría que hubiera nada más sanador para que su pasado que unir sus apellidos, pero Emmy prefería pensar en el futuro, en aquel futuro al lado de Jack, y así se lo hizo saber, besándolo y diciéndole que no le costaría nada acostumbrarse a su nuevo nombre.