Capítulo 2

 

 

 

 

 

DESDE luego, Maple Mountain no era un destino de vacaciones y, en opinión de Jack, incluso tenía suerte de figurar en los mapas porque, excepto por los tres festivales de temporada que los vecinos organizaban para recaudar fondos para las arcas municipales, la mayoría de los turistas simplemente pasaban de largo.

Aquellos que decidían pasar la noche, podían hacerlo en la única casa rural de la zona, que no solía estar abierta en invierno, o en la posada que había en la calle principal, que permanecía abierta única y exclusivamente para que el operario de la máquina quitanieves tuviera un sitio en el que dormir.

Como no tenía más opciones, Jack decidió hospedarse en la posada, un edificio minúsculo de ocho habitaciones que daban a una campa cubierta de nieve.

La recepcionista resultó ser Hanna Talbot, una chica un poco mayor que Jack a la que apenas recordaba, pero cuya familia era dueña del motel desde hacía varias generaciones.

Aunque las llaves de las ocho habitaciones colgaban en el tablero que tenía detrás y el aparcamiento estaba completamente vacío, cuando Jack le pidió habitación, tuvo la incómoda sensación de que por un momento Hanna dudaba si dársela.

Era obvio que se acordaba de su familia.

Jack estaba bastante incómodo porque una de las cosas que menos le gustaba en el mundo era verse obligado a quedarse en un sitio en el que no le apetecía estar en realidad.

Jack decidió que lo mejor era no hablar mucho, así que le entregó a la recepcionista su carné de identidad y su tarjeta de crédito y esperó en silencio.

—Esta noche hay una cena comunitaria, así que la cafetería de Dora está cerrada —le dijo Hanna—. Supongo que querrás que te traiga algo de cenar de allí.

Lo que debía de suponer, más bien, era que Jack no sería bien recibido en una cena comunitaria y Jack se encontró bastante molesto por la evidente actitud de rechazo que aquella mujer mostraba hacia él cuando apenas lo conocía.

—No, gracias, ya cenaré algo yo por ahí —contestó—. ¿La hamburguesería está abierta?

—No, está cerrada en invierno, como casi todo por aquí.

—¿Y la tienda? ¿Hasta qué hora abre? —quiso saber Jack.

—Hasta dentro de aproximadamente cinco minutos.

—Una última cosa, ¿conoces a Emmy Larkin?

—Por supuesto —contestó Hanna, mirándolo con curiosidad.

—¿Y no sabrás por casualidad su nombre completo?

El que un Travers preguntara por una Larkin, hizo que la curiosidad de Hanna se tornara desconfianza.

—¿Para qué lo quieres saber?

—Porque le quiero llevar una cosa.

—Pues pregúntaselo a ella.

Jack recogió el recibo de la tarjeta de crédito, asintió y se lo metió en el bolsillo convencido de que no iba a obtener ninguna información.

—Sí, eso haré. Gracias.

—Ahora estará haciendo sirope, así que no creo que te pueda atender.

—No pensaba ir ahora, sino mañana.

—No la vas a encontrar en casa porque mañana es domingo y viene a misa de once.

—Gracias —contestó Jack, desconociendo si Hanna lo hacía para desanimarlo a que fuera a ver a Emmy o para ayudarlo de verdad.

—Tienes que dejar la habitación antes de las doce.

—Muy bien —se despidió Jack, saliendo de nuevo a la calle.

Eran las seis de la tarde de un sábado, estaba oscureciendo y no había absolutamente nadie en la calle. Todas las tiendas de la calle principal estaban cerradas y la única luz que quedaba era la de la tienda de ultramarinos.

Jack apretó el paso para llegar a tiempo y poder comprar algo para cenar y desayunar en la habitación del motel. Con un poco de suerte, también podría averiguar el nombre completo de Emmy.

Al entrar en la tienda de ultramarinos, comprobó que el lugar había cambiado poco. Seguía oliendo como siempre, a una mezcla de mosto y de leña de la estufa que había en el centro de la estancia.

La propietaria, Agnes Waters, tampoco había cambiado mucho. Ahora tenía el pelo canoso en lugar de castaño y más arrugas alrededor de los ojos que cuando él jugaba al fútbol con su hijo pequeño, pero sus ojos color almendra seguían siendo tan intensos e inteligentes como siempre.

Nada más verlo, lo miró con desaprobación.

Al instante, Jack sintió que se ponía a la defensiva como un gato con el lomo erizado. Lo cierto era que se había concentrado tanto en adquirir el terreno fuente de la disputa con la familia Larkin para devolverlo cuanto antes, que no había pensado en lo que iba a sentir cuando tuviera que volver a ver a las personas que se lo habían hecho pasar tan mal quince años atrás.

—Buenas noches, señora Waters —saludó con educación.

—Hola, Jack. Hacía mucho tiempo que no venías por aquí —lo saludó la mujer, cruzándose de brazos.

—Sí —contestó Jack, intentando mantener la calma para impedir que el rencor se apoderara de él—. Ya sé que está usted a punto de cerrar, así que me daré deprisa.

—¿Cómo te ganas la vida? —le preguntó la señora Waters a bocajarro.

—¿Cómo? —se sorprendió Jack.

—¿A qué te dedicas profesionalmente?

—A la promoción inmobiliaria.

—¡Lo sabía!

—¿Perdón?

—En cuanto me enteré de que habías comprado el terreno de al lado de casa de Emmy, supe que ibas a construir, pero, para que lo sepas, ya te puedes ir olvidando de esa idea, Jack Travers, porque aquí no queremos urbanizaciones. El ayuntamiento no lo va a permitir.

—Le aseguro que no tengo intención de construir por aquí —contestó Jack—. Simplemente, me voy a comprar unas cuantas cosas para cenar y me voy, ¿de acuerdo?

La señora Waters lo miró confusa mientras Jack agarraba una bolsa de patatas fritas y se dirigía a la parte trasera de la tienda en busca de algo más.

A Jack le hubiera apetecido soltarle que se podía meter sus temores y sus habladurías donde le cupieran, pero sabía que aquélla no era la mejor manera de conseguir la información que quería, así que, cuando volvió a la parte delantera de la tienda para que la señora Waters le cobrara, se mostró amable.

—¿Sabe dónde podría encontrar a un notario y una fotocopiadora?

—En la biblioteca hay fotocopiadora —contestó la mujer, ignorando la otra pregunta—. Si no vas a construir nada, ¿por qué has comprado el terreno de los Larkin?

—No lo he comprado para hacer negocio —le aseguró Jack, entregándole un cepillo de dientes y una maquinilla de afeitar—. Lo he comprado por motivos personales.

—¿Vas a construir apartamentos?

—No, no voy a construir nada, ya se lo he dicho —repitió Jack, añadiendo un paquete de galletas danesas y un refresco—. Por cierto, ¿sabe cuál es el nombre completo de Emmy Larkin?

—¿Para qué quieres saber eso? Será mejor que no le causes ningún problema. Esa chica ya ha sufrido bastante como para que ahora vengas tú a complicarle la vida. Perdió a…

—Sí, ya me ha dicho que sus padres han muerto —la interrumpió Jack—. Me ha apenado mucho enterarme.

Agnes Waters lo miró como diciéndole que realmente debía estar apenado porque por culpa de su padre habían muerto los de Emmy. Era la misma sensación que había tenido cuando se había ido de casa de los Larkin.

—¿Qué tal le va? —preguntó mientras la propietaria de la tienda le hacía la cuenta.

Jack se sentía como hacía quince años, cuando todo el mundo le había dado la espalda por lo que había hecho su padre.

—¿Le va bien con el sirope de arce? —insistió.

—Le va tan bien como a todos los demás —contestó Agnes—. Además, tiene una casa rural. Trabaja mucho.

—¿Emmy tiene una casa rural?

—Sí, la tiene abierta durante el verano y el otoño. Rechazó una beca para estudiar arquitectura cuando su madre se puso enferma y se quedó con ella para ayudarla con la casa rural. La ha reconstruido y la ha decorado ella.

En aquel momento, la caja registradora dio el total de la cuenta.

—Son diez con ochenta —anunció Agnes mientras otro cliente entraba en la tienda.

Jack pensó en quedarse porque aquella mujer era una mina de información, pero, al girarse para ver quién había entrado, cambió de idea.

—Ya sé que estás a punto de cerrar, pero le he prometido a Amber que le llevaría un refresco y me acabo de acordar —se disculpó el recién llegado nada más entrar.

Acto seguido, miró al otro cliente y, al reconocerlo, se le borró la sonrisa del rostro.

Se trataba, ni más ni menos que de Joe Sheldon, que a juzgar por su uniforme, era ahora el sheriff del lugar.

¡Ironías de la vida!

A Jack le pareció que Joe maldecía en voz baja. La última vez que se habían visto, el entonces sheriff había estado a punto de detener a Jack por partirle la mandíbula a Joe.

El actual sheriff se llevó la mano a la boca y se acarició la cicatriz que tenía en el lado izquierdo. Por lo visto, él también recordaba su último encuentro.

—Había oído que andabas por aquí, Travers —lo saludó con voz grave.

—Me acaba de decir que no va a construir en el terreno que ha comprado —intervino Agnes, metiendo la compra de Jack en una bolsa—. Pero me ha preguntado por Emmy.

Joe dio un paso al frente sin dejar de mirar a Jack. Desde luego, el que muchos años atrás había sido uno de sus mejores amigos y compañero de equipo de fútbol americano se había convertido en un hombre muy fuerte con el que Jack no quería tener que vérselas.

En aquel entonces, se pegaba con unos y otros porque se sentía obligado a defender el apellido de su familia. Ahora, aunque salía a correr varios kilómetros todos los días e iba al gimnasio cuatro mañanas por semana, ganaba las batallas con determinación, ambición e intención.

—¿Qué quieres de ella?

Jack no quería problemas, pero tampoco tenía intención de ir por ahí contestando a las preguntas de todo el mundo.

—Ese asunto es entre Emmy y yo.

—No si le causas a ella o a cualquier otra persona de por aquí cualquier problema —le advirtió Joe—. Si lo haces, responderás ante mí.

Jack pagó a la señora Waters y agarró su bolsa de papel. No tenía ninguna intención de alimentar viejos rencores.

—No he venido con intención de causarle problemas a nadie —contestó sinceramente—. Ni a Emmy ni a nadie.

—Entonces, ¿a qué has venido?

—A arreglar las cosas —contestó Jack con aplomo, saliendo de la tienda.

—¿Cómo? —le preguntó el sheriff.

—Eso es entre Emmy y yo —repitió Jack, cerrando la puerta.

Por supuesto, no había olvidado lo estrecha y protectora que era la mentalidad de pueblo de por allí. En Maple Mountain los pecados de un padre les podían amargar la vida a todos sus hijos. Era obvio que los de por allí no habían olvidado que él había defendido a su progenitor, pero Jack no estaba dispuesto a vérselas con nadie que no fuera un Larkin.

Jack apretó los dientes y se dirigió a su incómoda y oscura habitación de motel. Lo bueno era que allí nadie le hacía preguntas indiscretas, y lo malo, que todavía no había conseguido averiguar el nombre completo de Emmy, lo que lo ponía de mal humor.

 

 

Emmy sabía que Jack no se había ido de Maple Mountain porque Agnes la había llamado el día anterior por la noche para decírselo. La había pillado llenando latas de sirope y, como aquélla era una tarea que no se debía interrumpir bajo ningún concepto, le había dejado un mensaje en el contestador.

No le había devuelto la llamada, pero le había dado las gracias aquella mañana después de misa, cuando la esposa del pastor, que Dios la bendijera, la había rescatado de la propietaria de la tienda, que, obviamente, se había acercado a ella para cotillear sobre Jack Travers.

Emmy sabía por experiencia propia que cuanto menos contara de algo que la preocupaba, menos se preocupaban los demás por ella y menos se metían en su vida. También había aprendido que la vida era menos complicada cuando uno no dejaba que todos los demás interfirieran en ella.

Actualmente, intentaba concentrarse en el presente y no mirar nunca hacia atrás. Mientras conducía su vieja furgoneta, sólo pensaba en llegar a casa y en ponerse a hervir sirope cuanto antes porque ya era la una de la tarde.

La mujer del pastor le había pedido un favor, lo que la había retrasado y ahora, al ver el coche negro que había junto al sicómoro de nuevo y a Jack junto a él, supo que iba a volver a retrasarse.

Desde luego, Jack no parecía de los que se daban por vencidos fácilmente. Al enterarse de que se había quedado a dormir en Maple Mountain, Emmy había intuido que se presentaría en su casa, pero había rezado para que la encontrara vacía y se fuera.

Sin saber a ciencia cierta si se sentía amenazada por su insistencia o aliviada por ella, Emmy pasó a su lado y metió la furgoneta en el garaje.

Emmy se había pasado toda la noche anterior pensando en lo que Jack le había dicho de devolverle el terreno y había sido lo primero que se le había pasado por la cabeza nada más despertarse aquella mañana.

Una parte de ella, la parte que se sentía desagradable e incómoda por haberlo dejado allí plantado la tarde anterior, había considerado parar en el motel para pedirle disculpas por su comportamiento, porque se sentía fatal por haberlo tratado así.

Lo cierto era que, después de haber considerado con objetividad lo mucho que le tenía que haber costado a Jack volver, después de haberse dado cuenta del valor, la integridad y la honradez que hacían falta para hacer algo así, se había sentido todavía peor.

Ni siquiera le había dado las gracias por disculparse.

Sin embargo, otra parte de ella, la más protectora, había rezado para que se hubiera cansado de esperarla y se hubiera ido.

Por eso, probablemente, no le había importado demasiado el retraso.

Emmy se bajó de la furgoneta y miró al cielo. Aunque se suponía que no iba a comenzar a nevar hasta aquella noche, estaban comenzando a caer copos.

Al fijarse en Jack, vio que iba igual vestido que el día anterior, con una chaqueta gris oscuro que marcaba sus increíbles hombros, un jersey de cuello vuelto también gris pero más clarito y unos vaqueros desgastados que se ajustaba a sus caderas y a sus fuertes piernas.

Sin embargo, se había afeitado.

—Acompáñame al cobertizo —le dijo—. Tengo que encender la chimenea y recoger más leña. Podemos hablar mientras tanto.

A continuación, se sacó un gorro rosa del bolsillo del abrigo y se la puso. Jack la siguió, fascinado por cómo su coleta se movía de un lado a otro de su cabeza y sin poder evitar fijarse también en sus maravillosas curvas.

Jack dio gracias porque Emmy parecía más receptiva que el día anterior y se fijó en que la furgoneta que conducía parecía la que tenía su padre hacía quince años.

—¿Todo bien esta mañana?

—Sí —contestó Emmy—. ¿Por qué?

—Creía que, como estás en plena temporada de sirope, estarías hirviendo jarabe como una loca.

—La mujer del pastor me ha pedido que le hiciera una evaluación para restaurar la iglesia, he estado un rato charlando con ella y me he retrasado —contestó Emmy, avanzando hacia la casa principal en lugar de hacia el cobertizo.

Lo cierto era que Emmy estaba encantada con el favor que le había pedido la esposa del pastor porque no había en el mundo nada que le gustara más que poder recuperar algo en malas condiciones y darle nueva vida.

Estudiar el edificio de la iglesia, que tenía ciento veinte años de antigüedad, y comenzar a cavilar cómo repararlo, la emocionaba.

—Creía que habías rechazado la beca.

Emmy se paró en seco y se giró hacia él.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Agnes me lo dijo ayer. Me dijo que querías estudiar Arquitectura, pero que tuviste que rechazar la beca para quedarte ayudando a tu madre con la casa rural.

—Sí, así fue, rechacé la beca —admitió Emmy, comenzando a andar de nuevo.

—Entonces, ¿dónde has aprendido a restaurar iglesias?

—En el mismo sitio en el que he aprendido a reparar muros y molduras. Me encargué de restaurar la biblioteca y para ello compré libros y me documenté en Internet. Así fue como llegué hasta una restauradora de Montpelier. Estuve una primavera entera trabajando con ella y me lancé a restaurar la biblioteca con su ayuda. Ella venía una vez a la semana para ver qué tal iba todo, pero yo era la que tomaba las decisiones —le explicó Emmy, abriendo la puerta trasera para dejar salir al perro, que no miró a Jack con cara de muchos amigos—. No pasa nada, Rudy. Jack se viene con nosotros.

Al instante, el animal lo ignoró y se concentró en correr bajo los copos de nieve en dirección al cobertizo.

—Una cosa: tu furgoneta no será la misma que tu padre me solía dejar para recoger leña, ¿verdad? —le preguntó Jack, recordando que aquella furgoneta era verde oscuro y ésta era azul.

—No, no es la misma —contestó Emmy con voz trémula—. Aquélla terminó siniestro total.

—¿Qué ocurrió?

—Tuvimos un accidente con ella —contestó Emmy—. ¡Rudy, por aquí! —añadió, dando por terminada una conversación que Jack creía intrascendental.

Acto seguido, apretó el paso en dirección al cobertizo y Jack la imitó porque estaba empezando a nevar con más fuerza y él lo único que quería era averiguar unos cuantos detalles y marcharse de allí antes de que estallara la tormenta de nieve.

Necesitaba su nombre completo para cambiar la escritura de cesión del terreno. No le iba a dar tiempo de hacerlo allí, pero podría mandárselo por correo más adelante. Además, Jack tenía intención de preguntarle cómo se las había apañado con las responsabilidades que había heredado y, por supuesto, quería saber qué había ocurrido cuando su familia se había ido, porque tenía la desagradable sensación de que culpaban a los Travers de algo más de lo que él sabía.

Sin embargo, primero tenía intención de dejar hablar a Emmy porque, a juzgar por cómo lo había invitado a acompañarla, era evidente que tenía algo que decirle.