Capítulo 3

 

 

 

 

 

ES ésta la leña que quieres meter en el cobertizo? —oyó Emmy que Jack le preguntaba.

Le contestó que sí, que la metería después de haber encendido el fuego, y se recordó a sí misma que debía asegurarse de que los generadores tenían combustible por si acaso se iba la luz.

Emmy abrió la puerta del cobertizo, encendió la luz y las bombillas iluminaron el pequeño pero eficiente espacio. Al fondo, estaba el pequeño despacho que utilizaba para la administración de facturas y la impresión de etiquetas, cerca de la puerta, estaban las cajas con las latas de sirope llenas esperando a que vinieran a buscarlas y, en el centro de la sala, se encontraba la máquina en la que hervía el sirope.

—Deja la puerta abierta para que Rudy pueda entrar y salir, ¿de acuerdo? —le dijo a Jack, poniéndose unos guantes y acercándose al horno que calentaba la máquina.

Jack se acercó también con dos leños que había agarrado al entrar.

—¿Quieres que te meta la leña mientras tú te ocupas de esto? —se ofreció.

—No, no es necesario, ahora lo hago yo —contestó Emmy.

—No me importa.

—No hace falta, de verdad —insistió Emmy, poniéndose manos a la obra.

Al abrir la puertecilla del horno y echar los dos leños, sintió un intenso calor, pero también lo sentía en la nuca porque sabía que Jack la estaba mirando.

Aquella sensación la desconcertaba, así que echó un par de leños más al fuego y cerró la puerta del horno. A continuación, dejó los guantes sobre una silla y se dirigió a la espita que había al otro lado de la máquina. Un conducto de una pulgada de ancho llevaba el jarabe desde los árboles al tanque de almacenamiento.

Emmy abrió la espita y vio cómo el líquido caía desde el tanque a la superficie de la máquina.

Ahora que ya había puesto todo en marcha, tenía que hacer lo que tendría que haber hecho el día anterior.

El cobertizo no era muy grande, treinta pies por veinte, más o menos, pero Emmy no se había dado cuenta de lo pequeño que era hasta que se giró y se encontró con Jack y su imponente presencia, que parecía dominar toda la estancia.

—Debo ser honesta contigo —dijo con la intención de pedir disculpas cuanto antes—. Tenía la esperanza de que te hubieras ido cuando yo llegara, pero me alegro de que estés aquí. Ayer no te di las gracias por pedirme perdón —añadió al ver que Jack enarcaba las cejas—. Después de todo el tiempo que ha pasado, no tendrías por qué haber dicho nada. Así que gracias —concluyó—. Supongo que no habrá sido fácil para ti volver por aquí. Por eso quiero que sepas que aprecio el esfuerzo que has hecho. Te doy las gracias también por haberte ofrecido a devolverme el terreno. No puedo aceptarlo, pero es increíblemente generoso por tu parte habérmelo ofrecido. En cuanto a tu madre, dile que aprecio profundamente haberme enterado de que no estaba de acuerdo con lo que sucedió.

Lo cierto era que a Emmy nunca se lo había ocurrido que Ruth Travers no hubiera estado de acuerdo con lo que había hecho su marido. Desde sus doce años, había crecido dando por hecho que todos los Travers eran iguales, personas que habían hecho daño a su familia.

—Quiero que sepas que, para mi madre, una de las cosas más duras fue perder su amistad.

—Para mi madre también fue muy duro —contestó Jack—. Se pasó todo el viaje a Maine llorando—. Supongo que nadie de por aquí lo creería, pero mi madre quería mucho a sus amigas y lo pasó muy mal cuando sucedió lo que sucedió.

Para su hermana pequeña y para él también había sido muy duro porque ellos también habían perdido a sus amigos. A Liz, que era dos años mayor que Emmy, sus amigas no la habían pegado ni insultado, como a él, pero la habían excluido y marginado de sus juegos, haciéndola llorar todos los días.

Por supuesto, Jack no mencionó nada de aquello porque, por lo que le había contado Agnes la noche anterior, para Emmy había sido todavía peor.

—Dile que yo sí la creo —sonrió Emmy con bondad—. Lo que sucedió no fue culpa suya.

—Se sentirá muy aliviada cuando lo sepa.

Jack quería que aquella sonrisa fuera también para él, quería que Emmy entendiera que tampoco había sido culpa suya, que no podría haber hecho absolutamente nada para evitar que su padre hiciera lo que hizo, pero Emmy había dejado ya de sonreír.

—Tengo que meter la leña —anunció, saliendo—. ¿Llevas un termo en el coche?

—¿Un termo? —se extrañó Jack.

—Sí, por si quieres llevarte café o cacao para el camino —contestó Emmy.

Jack se dio cuenta de que lo acababa de echar, pero con qué gracia y elegancia lo había hecho…

—La verdad es que me vendría bien tomarme un café, pero no tengo termo —contestó Jack.

Lo único que había estado abierto aquella mañana había sido la cafetería, pero Jack había decidido que no le apetecía entrar y tener que vérselas con los demás parroquianos.

—No te preocupes por eso, yo te dejo algo donde meterlo —contestó Emmy, evidentemente deseosa de que se fuera.

Para entonces, se había quitado el abrigo y Jack se fijó en que estaba muy delgada, y se preguntó cómo podría ella sola con la cantidad de trabajo que daba una plantación de arces, en la que siempre había que hacer algo y el trabajo físico era duro.

Era cierto que Emmy no estaba fuerte, pero tampoco se podía decir que tuviera un mal cuerpo. En realidad, tenía un cuerpo de lo más femenino y Jack sintió el mismo calor abrasador que se había apoderado de él el día anterior.

Emmy llevaba un jersey de cuello vuelto color rosa palo metido por dentro de unos pantalones oscuros. La lana marcaba sus pechos y dejaba al descubierto la silueta de una cintura fina y estrecha que Jack hubiera jurado que le cabía entre las manos.

La idea de tocar a aquella mujer hizo que tuviera que dejar de mirarla y decidiera que era mejor seguir considerándola aquella chiquilla que apenas llegaba a la máquina del sirope para removerlo con la gran cuchara de madera.

Entonces, recordó cómo Emmy solía seguir a su padre por todo el cobertizo, queriendo aprender lo que hacía, fijándose en todo.

Al recordar la maravillosa relación que tenía con él, Jack sintió un profundo dolor y se dirigió a la puerta. No quería ni imaginarse lo que tenía que haber sufrido Emmy al perderlo. Él lo había pasado mal al perder al suyo, con el que tampoco se había llevado demasiado bien, así que ella…

Ahora que tenía que esperar a que Emmy le preparara el café, no tenía excusa para impedirle que la ayudara a meter la leña, así que Jack se puso manos a la obra.

—No hace falta, de verdad —insistió Emmy, al verlo.

—Tampoco hacía falta que tú me prepararas café —contestó Jack.

—Ponte unos guantes —le indicó Emmy, acercándole un par.

A continuación, ella también se puso los suyos y en poco tiempo, entre los dos, habían metido la leña en el cobertizo y la habían introducido en el horno.

—Gracias —le agradeció Emmy.

—De nada —contestó Jack, quitándose la chaqueta porque había entrado en calor—. No harás esto tú sola, ¿no? —le preguntó mientras Emmy se recogía el pelo con una horquilla.

—No siempre.

«Menos mal», pensó Jack, dándose cuenta de que Rudy ladraba a lo lejos.

—Charlie Moorehouse me suele ayudar de vez en cuando —le contó Emmy.

—Yo creía que Charlie tenía su propia plantación.

—Sí, pero se jubiló y se la vendió a los Hanley hace unos años —contestó Emmy, refiriéndose a otra familia de la zona—. Le entraba la nostalgia cuando llega la temporada, así que le pedí que viniera a echarme una mano.

—A lo mejor ha llegado. Lo digo porque tu perro no para de ladrar.

—No, hoy no va a venir. Le ha dado un ataque de gota y no se puede ni calzar —contestó Emma se asomó para ver por qué ladraba Rudy.

Al ver de quién se trataba, la curiosidad se tornó prudencia.

—Es Joe —le dijo a Jack, girándose para ver cómo iba el café.

Jack maldijo en silencio. La última persona a la que le apetecía ver era a Joe Sheldon. Necesitaba estar un rato a solas con Emmy para obtener la información que necesitaba y poder irse tranquilamente.

—Tenemos que hablar de un par de cosas, Emmy.

Emma lo miró como si supiera a lo que se refería, y puso cara de paciencia.

—Ya te he dicho que muchas gracias por tu ofrecimiento, pero que no lo quiero.

Jack abrió la boca y la volvió a cerrar. No era el mejor momento para ponerse a discutir.

—No pienso irme hasta que hayamos hablado —le advirtió.

—Ya hemos hablado.

—Tú has hablado. Tú has dicho lo que tenías que decir, pero yo no he hecho más que empezar.

—Aparte del terreno, no tenemos nada más de lo que hablar.

—Te equivocas, tenemos muchas cosas más de las que hablar. Tenemos que hablar de ti.

Emmy lo miró, confusa. Evidentemente, no tenía ni idea de por qué Jack iba a querer hablar de ella, pero no le dio tiempo a preguntarle porque, en ese momento, entró Rudy precediendo a Joe.

—¿Todo bien, Emma? —preguntó el sheriff al ver a Jack.

—Todo bien, Joe —le aseguró Emma.

—¿Te está molestando?

—Ya te dije anoche que no he venido a causarle problemas —suspiró Jack, exasperado.

—Ya sé lo que me dijiste anoche, pero prefiero comprobarlo por mí mismo. Emma, ¿te está molestando? —insistió.

Por supuesto que Jack Travers la molestaba. Le molestaba su presencia porque le hacía sentir cosas que no quería sentir.

—Jack ha venido a hablar de… asuntos familiares —contestó Emmy—. Estábamos terminando.

—¿Quieres que me quede hasta que hayáis terminado?

Eso era lo último que Emmy quería.

—No, gracias, Joe. De verdad, estoy bien.

El sheriff miró a Jack como si no se acabara de creer las palabras de Emmy.

—Está empezando a hacer mucho frío, Travers, y no va a tardar en ponerse a nevar, así que será mejor que te vayas cuanto antes. Lo más probable es que la carretera se cierre, pero si te das prisa y te vas ahora mismo, podrás llegar a St. Johnsbury. No me gustaría tener que sacar tu coche de una zanja.

Obviamente, Joe no se preocupaba en absoluto por su seguridad, lo que quería era que se fuera de su jurisdicción.

—Lo tendré en cuenta —contestó Jack aunque tenía muy claro que no se iría hasta que hubiera terminado lo que había ido a hacer.

—Emma, si necesitas algo, llámame, ¿de acuerdo? —se despidió Joe, acariciando a Rudy.

—Muy bien. Gracias, Joe —contestó Emmy.

Jack se fijó en que Emmy sonreía y, por un segundo, se le pasó por la cabeza que entre Joe y Emmy había algo.

—Dale recuerdos a tu mujer de mi parte —se despidió Emmy, disipando las dudas de Jack.

—De tu parte —contestó Joe, abandonando el cobertizo y mirando de nuevo a Jack con cara de pocos amigos.

Una vez a solas, Jack se preguntó por qué darse cuenta de que Joe y ella no eran pareja le había producido tanto alivio. ¿Habría algún hombre en la vida de Emmy? Seguramente, no. De haberlo habido, el sheriff no habría ido corriendo a ver si estaba bien.

—¿Has salido con Joe? —le preguntó de repente.

—¿Con Joe? —se sorprendió Emmy—. ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, me ha parecido que tenía una actitud muy protectora contigo.

—No, nunca hemos salido juntos. Sólo somos amigos. Nunca he salido con ningún hombre del pueblo.

Sin darse cuenta, Emmy había contestado a la siguiente pregunta de Jack, que ahora sabía que sólo contaba con la ayuda ocasional de un hombre mayor. Así que todo lo demás lo tenía que hacer ella sola.

Aquella certeza hizo que él también sintiera ganas de protegerla.

—¿La Amber con la que está casado Joe es Amber McGraw?

—Sí. ¿Por qué?

—Por simple curiosidad —contestó Jack, pensando en aquella rubia animadora de los equipos de hockey y fútbol que había sido la protagonista de las fantasías de muchos chicos de por allí, incluido él—. ¿Cuánto tiempo llevan casados?

—Dos o tres años —contestó Emmy—. Amber fue a la universidad a Montpelier y estuvo viviendo allí unos años antes de volver, ejerciendo como profesora—. Era de tu curso, ¿no?

—No, yo era un año mayor que ella —contestó Jack, agachándose para acariciar a Rudy—, pero estuvimos saliendo un tiempo.

—¿Saliste con Amber?

—Sí, durante unos meses —contestó Jack, aliviado de que el perro dejara que lo acariciara.

—No me extraña que Joe te tenga manía. Además de haberle marcado la cara dándole una paliza, saliste con su mujer —bromeó Emmy.

—Eso fue en el colegio —contestó Jack muy seco—. Entonces, no era su mujer y, además, no le di una paliza, sólo fue un puñetazo.

—Sí, pero casi le partes la mandíbula.

—Eso fue porque dijo que mi padre era un bastardo —contestó Jack, apretando los dientes.

—A mí me habían dicho que estabas muy enfadado porque el entrenador te había dejado en el banquillo y que la pagaste con Joe.

—Pues te han informado mal. Es cierto que estaba enfadado porque no me habían sacado a jugar. El entrenador lo hizo para fastidiar a mi padre. Yo lo único que quería era largarme del vestuario, pero Joe se puso en medio y no me dejaba salir. Por lo visto, nadie recuerda lo que me dijo. En cualquier caso, qué más da, ¿no? Yo era hijo de quien era y, como ya habían condenado a mi padre, nos habían condenado a todos con él.

Emmy dudó.

—¿Y las demás peleas?

Jack frunció el ceño.

—¿Qué peleas? Sólo me pegué con Joe.

—A mí me habían dicho que te habías pegado con más gente —contestó Emmy.

—Pues no es así. La única persona a la que he pegado en mi vida ha sido a tu sheriff.

Emmy se dijo que Jack no tenía motivos para mentir sobre aquel asunto después de tantos años.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad —murmuró Jack.

Emmy sintió que sus convicciones se iban abajo. Por lo visto, Jack había pegado a Joe por defender a su padre. Sabía que Jack no estaba de acuerdo con lo que su padre había hecho y, aunque odiaba a Ed Travers por lo sucedido, entendía perfectamente que Jack lo hubiera defendido porque sabía lo que era la lealtad hacia la familia en la adolescencia.

Si era cierto que Joe había dicho que su padre era un bastardo, se tenía bien merecido el puñetazo que había recibido.

Incómoda con las dudas que las palabras de Jack habían hecho nacer en su cabeza, intentó concentrarse en el sirope, que ya estaba hirviendo, llenando la estancia con su agradable y dulce aroma.

Hacían falta cuarenta galones de jarabe para hacer un galón de sirope. Emmy tenía doscientos galones de jarabe esperando y todavía tenía que enlatar el sirope que había preparado la noche anterior.

Emmy se fijó en el termómetro que tenía fuera, junto a la ventana, para poder verlo desde dentro. Al ver la temperatura, se quedó anonadada. Tal y como había dicho Joe, las temperaturas habían bajado muchísimo. Estaban a bajo cero. Eso quería decir que el jarabe no tardaría en dejar de circular desde los árboles al tanque. Si es que no se había parado ya el suministro.

—Joe tiene razón —dijo, yendo hacia la cafetera—. Va a caer una buena y deberías irte cuanto antes. El café ya va a estar.

Lo cierto era que el primer interesado en salir de allí era él porque tenía contratada una mudanza a las ocho de la mañana y no quería verse atrapado por una tormenta.

—Contéstame a una cosa.

—Dime —dijo Emmy, llenando un contenedor de agua caliente.

—¿Aparte de habernos quedado con vuestro terreno, de qué más se nos echa la culpa?

Emmy se quedó helada un instante.

—No tengo ni idea de lo que me hablas.

—Yo creo que sabes perfectamente a lo que me refiero —insistió Jack, intentando controlarse.

Había comprobado cómo se había exagerado la única agresión que había cometido en su vida y ahora no le cabía la menor duda de que habrían hecho lo mismo con el comportamiento de su padre.

—¿Qué les ocurrió a tus padres, Emmy?

Emmy dudó, tomó aire y cerró el grifo.

—Mi padre se mató en un accidente y mi madre enfermó —contestó, dejando el contenedor en el fregadero y secándose las manos con un trapo—. ¿Cómo quieres el café? Aquí no tengo leche fresca, pero sí en polvo.

Era obvio que Emmy no quería hablar de Atan y de Cara.

—Lo tomo solo —contestó Jack.

Jack decidió que no podía insistir en un tema tan delicado. Además, era imposible que culparan a su padre de un accidente y de una enfermedad.

—¿Y te llamas Emití o Emma? —le preguntó, cambiando él también de tema.

Podía ser también Emmaline o Emmanuel. Jack tenía un amigo a cuya esposa todo el mundo llamaba Sara y resultaba que se llamaba Saratoga, así que…

—No te das por vencido fácilmente, ¿eh?

—No, la verdad es que no —admitió Jack.

—Ya te he dicho que…

—Sí, ya me has dicho que no quieres el terreno. ¿Por qué?

—Porque soy muy feliz con lo que tengo.

—Nadie es completamente feliz, Emmy.

—Eso depende de lo que sea importante para ti. Si siempre quieres más de lo que tienes, nunca serás feliz. Si lo que tienes es lo único que quieres, eres feliz.

Jack no conocía absolutamente a nadie que estuviera completamente de acuerdo con lo que tenía en la vida, pero, de alguna manera, le pareció que la filosofía de Emmy tenía mucho sentido.

—¿Me estás diciendo que eres completamente feliz siempre?

—Decir siempre es mucho decir, pero soy feliz a ratos.

A continuación, dejó el trapo en su sitio y fue a por el termo.

—Ser feliz a ratos no es lo mismo que ser completamente feliz.

—Depende de cómo lo mires. Yo soy completamente feliz a ratos. En cualquier caso, soy muy feliz sin ese terreno.

—¿Te has parado a considerar lo que podría significar tenerlo?

—¿Te has parado a considerar que lo que te he dicho iba en serio?

—¿Siempre eres tan testaruda?

—No, a veces soy peor.

—Emmy, ese terreno te pertenece por derecho. Si lo añades a la tierra que ya tienes, tu finca valdrá mucho más de lo que vale ahora.

—Solamente hablas de una cifra en un papel.

—Es una inversión. No es solamente una cifra en un papel. Podrías hacer más sirope.

—Mira, ese terreno sólo me ocasionaría gastos. ahora mismo no tengo dinero ni para comprar la máquina de osmosis inversa que necesito, así que no puedo ni pensar en instalar en los árboles de ese terreno los conductos necesarios para recoger el jarabe ni en comprar el equipo que necesitaría para trabajarlo. Además, aunque tuviera el dinero, no tendría tiempo para hacer todo ese trabajo. Por no hablar de los impuestos que tendría que pagar si acepto la tierra, claro.

Jack se dio cuenta de que Emmy había estado pensando en el asunto.

—¿Qué es una máquina de osmosis inversa? —le preguntó.

—Es una máquina que extrae el agua del jarabe antes de que llegue al evaporador. Hay algunas, las más nuevas, que reducen el tiempo que el jarabe tiene que estar hirviendo en casi un setenta y cinco por ciento.

—Podrías alquilarle la tierra a alguien que también se dedique al sirope —sugirió Jack—. Así, podrías pagar los impuestos y comprar la máquina.

—Edna Farber tiene una mula exactamente igual que tú —comentó Emmy al cabo un rato.

—¿Perdón?

—Tú sí que eres testarudo. Eres obstinado —le dijo Emmy, mirándolo anonadada—. Ni siquiera me escuchas. ¿Es que no entiendes cuando una persona te dice que no quiere algo?

Jack no se podía creer que lo acabara de comparar con una mula.

—Si no lo quieres, véndelo.

—Véndelo tú. Yo no quiero complicaciones.

Además de no querer complicaciones, Emmy no quería nada, ningún dinero que procediera de aquel terreno. Aquellos diez acres situados al norte de su casa no le daban buena vibración. Su pérdida no había ocasionado más que dolor.

Le hubiera gustado poder decírselo a Jack, pero ¿para qué? ¡Si no la escuchaba!

Jack frunció el ceño y se preguntó cómo una mujer con aire tan angelical podía resultar tan difícil.

Además, se le estaban acabando los argumentos para convencerla. Tenía que darse prisa, antes de que Emmy encontrara la forma de echarlo. Seguro que de un momento a otro se acordaría del café.

En aquel instante, Jack se dio cuenta de que al chisporrotear de los leños en el horno se había unido otro ruido.

Emmy también debía de haberse percatado. El ruido era cada vez más intenso. Ahora se oía sobre el tejado y contra los muros del cobertizo.

Con la esperanza de que no fuera lo que ella creía, Emmy se acercó a la ventana.