Capítulo 5

 

 

 

 

 

A LA mañana siguiente, seguían sin luz.

La habitación de Jack estaba fría y el teléfono móvil se le había quedado sin batería. Además, tuvo que ponerse la misma ropa que llevaba desde el sábado por la mañana. La sensación de frustración con la que se levantó, sin embargo, se apaciguó momentáneamente cuando, al abrir la puerta del dormitorio, olió a café.

Jack descendió las escaleras guiándose por el delicioso aroma y, una vez en la cocina, comprobó que había algo al fuego, un guiso que también olía de maravilla.

Sin embargo, la mujer que lo miraba sentada frente a la puerta no parecía encantada de verlo sino, más bien, prudente.

Menos mal que parecía que Rudy sí se alegraba de verlo, tal y como demostró al levantarse e ir hacia él para que le hiciera caricias.

—¿Has dormido bien? —le preguntó Emmy.

—Mucho mejor de lo que esperaba —contestó Jack sinceramente.

Junto a la cocina había una habitación en la que se veía un ordenador sobre una mesa y desde la que salía la voz de un locutor de radio.

La atención de Jack estaba dividida entre lo que el locutor estaba diciendo y el hecho de que Emmy parecía una adolescente, con su cola de caballo y su vieja camiseta del equipo de fútbol local.

—La cama es maravillosa.

El cumplido hizo que Emmy sonriera levemente.

—El desayuno estará listo en diez minutos —anunció a continuación.

Al oír aquello, a Jack le entraron ganas de besarla porque realmente tenía un hambre de lobo. Decidiendo que sería mejor concentrarse en hacerle caricias a Rudy que en la boca de Emmy, le preguntó a su anfitriona si le importaría que subiera el volumen de la radio. Emmy, que estaba concentrada en el desayuno, le indicó que lo hiciera, así que Jack se acercó al aparato, escuchó lo que quería oír y volvió a bajar el volumen.

La mitad del estado estaba sin luz. Las autopistas estaban cerradas y la tormenta que había empezado el día anterior estaba justamente encima de ellos, así que no había probabilidad de que amainara hasta el día siguiente.

Jack volvió a sentirse frustrado, como cuando se había levantado. Las máquinas quitanieves comenzarían a despejar las autopistas más grandes al día siguiente, pero todavía pasarían un par de días más hasta que llegaran a Maple Mountain.

Jack se masajeó la nuca y se maldijo a sí mismo por no haberse ido el sábado, tal y como tenía previsto en un principio. Al instante, se dijo que no ganaba nada recriminándose lo que ya no tenía remedio y decidió que lo mejor que podía hacer en aquellos instantes era concentrarse en llenarse el estómago.

Jack se acercó a la ventana y comprobó que la nieve llegaba tan alto que ni siquiera veía dónde había dejado su coche el día anterior.

—¿Quieres café? —le preguntó Emmy.

—Sí, gracias —contestó Jack—. ¿Te importaría que llamara por teléfono? El móvil se me ha quedado sin batería.

Al ver que se giraba, Emmy volvió la atención a la cafetera, que acababa de terminar con el café, y se dijo que debía tratarlo como si fuera un huésped normal y corriente.

—Aunque no te hubieras quedado sin batería, no te habría servido de mucho porque aquí no hay cobertura. Es por las montañas, ¿sabes? —le dijo, sirviendo dos tazas de café.

Al recordar que Jack lo tomaba solo, le dejó su taza sobre la mesa y decidió ignorar el hecho de que nunca servía a los huéspedes en la cocina diciéndose que no había manera de calentar el comedor.

Aquella mañana había salido a encender el generador de emergencia y se había encontrado con que la batería que se necesitaba para ponerlo en marcha estaba muerta.

—No he intentado utilizar el teléfono todavía, así que no sé si funciona, pero puedes intentarlo tú.

Jack comprendió que lo que le estaba diciendo Emmy era que cabía la posibilidad de que también estuvieran sin teléfono, así que prefirió comprobarlo cuanto antes.

Emmy estaba pensando que debería preguntarle si tenía algo para lavar y secar o si quería ponerse un par de calcetines limpios de Charlie, pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de Jack, que estaba hablando con alguien para cambiar la hora de llegada de una empresa de mudanzas.

Jack estaba realizando la segunda llamada cuando Emmy terminaba de tostar nueces en la sartén y de colocarlas en un cuenco con pasas. En aquella ocasión, parecía que Jack hablaba con su casera.

Mientras Emmy ponía azúcar de caña en otro cuenco, crema en la salsera y estaban los huevos y las salchichas friéndose en la sartén, Jack llamaba a una mujer llamada Ruth que parecía ser su secretaria, lo que Emmy dedujo porque le pedía que cambiara de hora una reunión que tenía con su equipo.

También le pidió que le reservara una habitación en el hotel Ritz para reunirse con los miembros del proyecto Hilton Head la semana siguiente y que se asegurara de que se servía verdadero foie gras y champán Dom Perignon.

En aquellos momentos, estaba hablando con un hombre con el que, por lo visto, había quedado a la mañana siguiente para hablar de ciertos problemas que tenían con una inspección.

No era propio de Emmy escuchar las conversaciones ajenas, pero Jack estaba justo al lado de ella y era imposible no oírlo.

Todo lo que estaba escuchando no hacía sino confirmar lo que había pensado de él nada más verlo. Jack era un ejecutivo de alto nivel, tal y como demostraba el tono autoritario que empleaba, lo que demostraba que sabía exactamente lo que quería y cómo conseguirlo.

Con lo que Emmy no había contado era con el aparente respeto que inspiraba en las personas con las que estaba hablando. Parecía como si inmediatamente le pusieran con la persona con la que deseaba hablar y todo lo que pedía era aceptado al instante como si todo el mundo estuviera dispuesto a ayudarle en todo lo que pudiera.

Por experiencia personal, Emmy se había acostumbrado a que los que mandaban, o se creían que mandaban, se condujeran de modo autoritario e impaciente, pero Jack no era así en absoluto.

Jack trataba a las personas con respeto y con educación. Era consciente de que no iba a poder atender los asuntos que tenía pendientes para aquel día y los siguientes y había llamado para intentar arreglarlo todo, cambiar ciertas reuniones de fecha, enviar a otras a gente de su confianza y, tras ver que Emmy tenía un fax y después de haberle pedido permiso, indicarle a su ayudante que le enviara cuanto antes aquello de lo que solamente él podía ocuparse.

A Emmy no le hacía ninguna gracia que Jack fuera tan decidido. No le hacía ninguna gracia que fuera capaz de tenerlo todo bajo control con unas cuantas llamadas telefónicas. Y, sobre todo, no le hacía ninguna gracia tenerlo allí delante de ella, en su cocina, teniéndolo que ver constantemente y no pudiendo olvidar la ternura que había sentido cuando la había acariciado.

—¿Te vas a cambiar de casa? —le preguntó, sirviéndole un plato de gachas de avena.

—Lo estoy intentando —contestó Jack, fijándose en los huevos y las salchichas—. Me han trasladado a Boston. Menos mal que la mujer que me alquila la casa se va a encargar de recibir a los de la empresa de mudanzas, me va a hacer el favor de decirles que guarden y empaqueten lo que a mí no me ha dado tiempo y se va a encargar de todo.

—Si tenías tantas cosas entre manos, ¿por qué has venido?

—Porque era el único tiempo libre del que disponía. No sé cuándo voy a tener otro fin de semana libre, así que me pareció que era el momento oportuno para venir—. Además, ya había comprado el terreno y quería devolvértelo cuanto antes.

Emmy se dio cuenta de que ella solita había llevado la conversación hacia el asunto que menos le apetecía hablar, así que se giró dispuesta a cambiar de tema, pero se encontró con que Jack estaba más pendiente de la comida que de ella.

—¿Y tú no desayunas? —le preguntó Jack, mirando el plato con ojos famélicos.

—Yo ya he desayunado —contestó Emmy, indicándole que se sentara.

Jack así lo hizo y comenzó a degustar la exquisita comida que Emmy le había preparado. A su vez, Emmy decidió que prefería dejarlo a solas, y se dirigió al salón a encender la chimenea.

—¿Te has comprado una casa independiente en Boston? —le preguntó desde allí.

Jack negó con la cabeza.

—No, un ático. No tengo tiempo para encargarme de una casa —añadió, llevándose un trozo de salchicha la boca.

—¿Te importa que te pregunte por qué te mudas a Boston?

—Voy a hacerme cargo de la oficina regional de allí. Construimos hoteles, edificios de oficinas y esas cosas.

—¿Por qué hablas en plural? ¿Tienes un socio?

—Tengo miles de socios. En realidad, son los accionistas de la empresa —le explicó Jack—. ¿Por qué no vienes a sentarte y me haces compañía?

Emmy negó con la cabeza.

—Tengo cosas que hacer. Lo que pasa es que me picaba la curiosidad y quería saber cómo habías llegado tan alto.

—Bueno, me pagué la universidad a base de becas y de trabajar en cualquier cosa —contestó Jack, encogiéndose de hombros—. Luego, tuve la suerte de entrar en un programa de doctorado en Harvard y, para terminar, me dejé los cuernos trabajando para la mejor empresa que encontré.

Emmy sintió un inmenso alivio al enterarse de que Jack se había pagado sus estudios. Siempre cabía la posibilidad de que su padre lo hubiera hecho con el dinero que les había arrebatado a ellos.

—Entonces, te pagaste tú los estudios.

—No me quedó más remedio. Mis padres no podían permitírselo.

—¿Y qué puesto tienes?

—Soy uno de los vicepresidentes —contestó Jack, más interesado en los huevos revueltos que en sus logros profesionales.

—Así que te mudas a Boston porque te han ascendido.

—Sí, es un escalón más.

—¿Para llegar adónde?

—A ser el presidente de la empresa o uno de ellos.

Emmy parpadeó incrédula. Aquel hombre tenía treinta y dos años, era vicepresidente de una de las constructoras más importantes del país, debía de tener un estilo de vida de lo más cosmopolita y, aun así, quería más.

Por lo visto, no estaba satisfecho con lo que ya tenía.

—¿Por qué? ¿Siempre has querido llegar a lo más alto?

Jack estaba sorprendido por la curiosidad de Emmy.

—Lo cierto es que me gusta mucho lo que hago, pero no, no siempre ha sido mi objetivo llegar a lo más alto.

—¿Entonces?

Jack se quedó mirándola, se levantó y se sirvió otra taza de café.

—Lo que me movió en un principio fue lo que sucedió entre nuestros padres —contestó Jack, sabiendo que al instante la curiosidad de Emmy se esfumaría—. Eso te pasa por preguntar —añadió al ver su cara de estupefacción.

—No entiendo qué tiene que ver lo que pasó entre nuestros padres para que tú quisieras convertirte en un hombre de negocios.

—Pues está bien claro —contestó Jack, volviendo a la mesa—. Recuerdo perfectamente la última vez que vine a tu casa. Estabas en el porche de delante con tu padre y me miradas como si creyeras que yo podía cambiar lo que estaba sucediendo, pero yo no podía hacer nada —le explicó Jack, preguntándose si Emmy se acordaría de aquella imagen que lo había perseguido durante años—. Me sentía fatal por no poder cambiar el discurrir de los acontecimientos, pero, cuando me fui, me prometí a mí mismo que me convertiría en un hombre con una sólida trayectoria profesional y que jamás trabajaría en la cantera como mi padre. No quería tener que estar mirando el dinero para poder llegar a final de mes. Lo que quería era que me sobrara el dinero por si en alguna ocasión un amigo tenía problemas y necesitaba ayuda poder acudir en su socorro y no tener que preocuparme de si me devolvía el dinero o no.

Emmy se quedó mirando a Jack en silencio. Desde luego, aquel hombre era completamente impredecible. No estaba muy segura de lo que esperaba que le contestara, pero desde luego no estaba preparada para oír que a Jack también le había afectado profundamente durante toda su vida el episodio entre sus padres.

En cualquier caso, Emmy estaba profundamente emocionada, pero no sabía por qué lo estaba más, si por que Jack hubiera hecho girar toda su vida alrededor de aquel episodio o por que se acordara de ella.

—Yo también me acuerdo de aquel día —contestó por fin—. Viniste a casa a devolverle algo mi padre.

—Las llaves de su furgoneta.

—Le dijiste que lo sentías mucho.

En aquella ocasión, su padre le había dicho que se quedara dentro de casa, pero ella sabía que era Jack quien había llamado a la puerta y había salido corriendo. Su padre la había agarrado de la mano.

Emma suponía que le hubiera gustado poder hablar con Jack a solas para preguntarle por qué su padre le había hecho tanto daño al suyo o por qué ya no quería ser su amigo.

Lo cierto era que después de tanto tiempo ya no se acordaba exactamente, pero, después de que su padre le dijera a Jack que él también lo sentía mucho, Jack la había mirado y se había ido.

Había sido entonces cuando Emmy había decidido que no quería volver a sentirse jamás así y ahora le parecía de lo más irónico que a Jack le hubiera ocurrido algo parecido.

En aquel entonces, para ella Jack era casi un hombre, pero sólo contaba diecisiete años y estaba pasando por su tormento personal por culpa de su padre.

—Creo que a mi padre le hubiera encantado lo que acabas de decir —comento Emmy—. Te dejo que termines de desayunar.

—Sí —murmuró Jack con aspecto de haberse quitado un gran peso de encima—. Por cierto, el desayuno está increíble. Gracias.

—De nada —murmuró Emmy, desapareciendo.

Una vez a solas, Jack se dijo que, aunque no quería hacerse ilusiones, parecía que Emmy estaba comenzando a mirarlo con otros ojos.

 

 

Emmy encendió el fuego de la chimenea mientras Jack terminaba de desayunar y fregaba los platos. A continuación, Jack llamó a su secretaria para darle el número de fax de Emmy y, casi al instante, la máquina comenzó a recibir el fax que le enviaban.

—Emmy, ¿tienes más papel? El fax que me están mandando es muy largo —le pidió al cabo de un rato.

Emmy acudió a su pequeña oficina, sacó un rollo de uno de los cajones y lo colocó.

—Como ahora la casa rural está cerrada, no lo utilizo mucho. Por eso no me he dado cuenta de que le faltaba papel —le explicó.

—¿Cuántos años lleva tu casa abierta como casa rural?

Emmy se quedó pensativa.

—En total, unos once. Tardamos aproximadamente un año en preparar los baños y las habitaciones de arriba y hace cinco años redecoré toda la casa. Es increíble lo que se puede hacer con un poco de pintura y telas nuevas.

«Y un montón de lectura, investigación y trabajo», pensó Jack.

No hacía falta ser muy inteligente para dilucidar qué todos los beneficios que Emmy obtenía del sirope los había reinvertido en la casa. Jack no tenía ni idea de cuánto ganaría con el sirope, pero calculaba que entre las dos cosas podía sacar entre cinco mil y diez mil dólares al año.

—Supongo que así fue como tus padres consiguieron sobreponerse.

—¿Cómo?

—Siempre me he preguntado cómo habrían hecho para sustituir los ingresos perdidos después de lo que sucedió.

Emmy se dijo que no tenía por qué hablar de aquel asunto, que podía dejarlo pasar, podía irse hacer otra cosa y dejar que Jack pensara lo que le diera la gana, pero Jack había demostrado que era un hombre honrado y sincero, así que Emmy decidió que merecía saber la verdad.

—No comenzamos a aceptar huéspedes hasta después de la muerte de mi padre —le explicó—. Hasta entonces, lo que hizo para conseguir el dinero que faltaba fue aceptar todo tipo de trabajos por los alrededores.

Su padre siempre había aceptado trabajillos durante el verano, tanto para ayudar a algún vecino como para tener un dinero extra que poder gastar, por ejemplo, de vacaciones, pero, tras perder el terreno, los trabajillos se convirtieron en algo fundamental y las vacaciones se terminaron.

—Cuando murió, mi madre decidió abrir la casa rural —concluyó.

Jack se quedó en silencio.

—¿Cómo murió? —preguntó por fin.

Emmy hubiera preferido que no le hiciera aquella pregunta, pero el día anterior Jack había insistido en que tenía la sensación de que los habitantes de por allí culpaban a su padre de algo más aparte de lo del terreno.

—Después de perder el terreno, mi padre comenzó a beber —contestó Emmy, recordando que mucha gente decía que no era culpa suya y recordando lo melancólico y distante que su padre se ponía cuando no estaba sobrio—. Conocía bien las carreteras de por aquí, sabía perfectamente lo peligrosas que eran cuando helaba y lo fácil que era perder el control del coche. Había bebido demasiado aquella tarde, se salió de la carretera junto al puente de Sawyer’s Creek y se dio contra un árbol —añadió, cruzándose de brazos—. Algunos dijeron que estaba tan deprimido después de lo tu padre, que lo hizo adrede.

Jack se quedó helado.

—¿Creen que se suicidó?

—Sí, supongo que algunos todavía lo creen —contestó Emmy con dolor—. Yo nunca lo he creído porque sé que mi padre nos quería mucho y que jamás nos hubiera dejado solas —añadió mirando las páginas del fax que iban cayendo en la bandeja.

Jack ni siquiera se estaba enterando de la llegada de los papeles. Se sentía como si le hubieran dado un fuerte puñetazo en la boca del estómago que lo hubiera dejado sin respiración.

Lo que Emmy lse acababa de decir era que culpaban a su padre por haber causado de manera indirecta la muerte de Stan Larkin.

Jack no quería ni imaginar lo que debía de haber sido su vida hasta aquel momento de perder a su padre con quince años.

—¿Y tu madre?

—Murió tres años después. Mi padre era el centro de su vida —contestó Emmy sin quitarle el ojo de encima a la máquina—. Después de la muerte de mi padre, mi madre se quedó sin ganas de vivir —añadió, encogiéndose de hombros—. Se animó cuando Dora le sugirió que convirtiera nuestra casa en una casa rural. Vendimos lo que pudimos para hacer las obras, incluidas las herramientas y las escopetas de mi padre. También vendimos a Chaps —añadió Emmy, refiriéndose a su adorada yegua—, pero mamá siempre tenía un resfriado o la gripe o algo. Por eso rechacé la beca y me quede aquí, porque sabía que mi madre sería incapaz de llevar la casa rural y la extracción de sirope ella sola. Un invierno, cayó enferma con neumonía y no tuvo fuerzas para sobreponerse.

Jack recordaba perfectamente a Cara Larkin, una mujer tan menuda y delgada como su hija. La diferencia entre ellas era que Emmy, aunque tenía aspecto frágil, tenía una fuerza innegable tanto mental como física mientras que su madre era realmente frágil.

Mientras Emmy recogía las páginas del informe que Jack estaba esperando y las organizaba metódicamente, Jack pensó en que su madre le había cargado a la espalda mucha más carga de la que ella quería admitir.

De repente, Jack se dio cuenta de que estaba furioso. Sí, estaba furioso con la gente del pueblo por culpar a quien no debía, furioso con la madre de Emmy por no haber luchado por su hija, furioso con su padre por haber dejado a su familia en una situación delicada.

No le cabía la menor duda de que los habitantes de Maple Mountain culparían a su padre también de la enfermedad Cara, así que Ed Travers era culpable de dos muertes y de haber dejado a Emmy sola.

Jack no podía hacer nada para cambiar lo que la gente pensaba de su familia y lo cierto era que le importaba muy poco. En aquellos momentos, lo único importante era la mujer que tenía ante sí.

A pesar de que estaba furioso, se sentía tremendamente mal por ella, por lo que había perdido y, sin embargo, sabía que Emmy no quería su compasión.

Así que agarró el fax que ella le estaba entregando y se dio cuenta de que Emmy había hablado en un tono de voz que no reflejaba ninguna emoción. Obviamente, estaba intentando controlarse.

—¿Tienes más familia?

—Que yo sepa, no. Mi padre era hijo único y mi madre sólo tenía una hermana que vivía en Ohio. Mis abuelos se fueron a vivir con ella hace mucho.

—¿Cuánto?

—Hace más de veinte años —contestó Emmy, encogiéndose de hombros—. Ellos no viajan mucho y a mí no me es fácil ausentarme de aquí, pero siempre les mando sirope —sonrió levemente.

Jack no podía quitarse de la cabeza que Emmy hubiera tenido que vender a su yegua.

—Quiero que sepas que no creo que mucha gente hubiera elegido quedarse aquí y soportar todo lo que tú has soportado.

—Aquí tengo mi hogar —contestó Emmy—. Es todo lo que tengo.

—¿Y tus sueños?

—Ya te dije ayer que tengo todo lo que quiero.

—¿Y no quieres casarte y formar una familia?

—Sí, me encantaría, pero te recuerdo que estamos en Maple Mountain y que los únicos solteros de por aquí tienen dieciocho u ochenta años.

En aquel momento, sonó el teléfono. Resultó que era Charlie, y Emmy estuvo un rato hablando con él.

Jack se dio cuenta de que Emmy no mencionaba su presencia y, aunque no sabía si lo hacía para no preocupar a su amigo o porque prefería olvidarse de su compañía, se sintió agradecido porque lo último que necesitaban era que todo el pueblo supiera que estaba en casa de Emmy para que los rumores se desataran.

Jack dejó a Emmy a solas para que hablara tranquila y se fue a la cocina a leer el informe que acababa de recibir.

Emmy terminó de hablar con Charlie y colgó el teléfono. Nada más hacerlo, se dio cuenta de que sentía un terrible vacío en el estómago.

No era una sensación desconocida. Era el vacío que se había abierto cuando su padre había comenzado a cambiar, el vacío que se había agrandado cuando había muerto, aquel vacío que se había hecho enorme cuando su madre había muerto también.

Emmy había aprendido a vivir con él hasta que, con el tiempo, había desaparecido. La única razón por la que había hecho acto de presencia de nuevo era por el hombre que estaba sentado en la mesa de su cocina.

Si no hubiera sido por Jack, nada le habría recordado que lo que tenía a su alrededor era la suma de su vida.

Emmy no solía pensar en que estaba sola. Siempre se decía que vivía con Rudy, al que adoraba, y, además, tenía vecinos, pero era cierto que aquellas personas tenían sus propias vidas mientras que ella no tenía marido ni hijos, nadie que la quisiera, no tenía a un hombre que la abrazara.

Lo cierto era que podría haber pasado perfectamente sin que Jack Travers le recordara todo aquello. Desde que había aparecido, la había forzado a recordar todo aquello que ella se había esforzado tanto en olvidar.

Emmy consultó el termómetro y comprobó que con la temperatura que tenían era imposible que el jarabe no se hubiera congelado, así que aquel día no iba a poder hacer sirope.

Decidiendo que lo mejor que podía hacer era mantenerse ocupada, se dirigió al salón y, tras añadir más leña al fuego, se concentró en restaurar la maravillosa chimenea de madera.

A la una, había terminado de lijarla y había preparado sándwiches de queso y sopa y, a las tres, había terminado por completo de restaurarla y tenía tantas preguntas que le iba a estallar la cabeza.

Sobre todo, porque sabía que la única persona que le podía dar respuestas era Jack.