Capítulo 7

 

 

 

 

 

JACK se quedó mirando mientras Emmy abría una de las cajas y sacaba uno de los libros de contabilidad de su padre.

Ya no insistía en que lo que le había contado su madre no era cierto y era obvio que la posibilidad de que fuera verdad la había dejado sin defensas.

Emmy lo miró y Jack se dio cuenta de que parecía más frágil que nunca.

—¿No te dio tu madre ningún nombre? —le preguntó, algo temerosa—. ¿No te dijo nada del niño?

—No, no me ha dicho nada, pero se lo puedo preguntar —contestó Jack—. Si quieres, la llamo en cuanto funcione el teléfono de nuevo.

Emmy tomó aire.

—Está bien.

Jack pensó que lo mejor que podía hacer era salir a quitar nieve hasta que el desayuno estuviera preparado y, luego, volver a salir y seguir quitando nieve.

Sin embargo, sabía que Emmy lo estaba pasando mal, así que no se movió de donde estaba. La bomba que le había soltado la noche anterior la había destrozado. Dado que había sido él quien la había lanzado, tenía que estar a su lado ahora.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó Emmy con voz trémula—. Solamente estoy… estoy intentando…

—¿Qué estás intentando? —la animó Jack, sabiendo que estaba pasando un mal rato—. Emmy, sé lo que es que tu padre se te caiga del pedestal. Sé que duele mucho y que te sientes traicionado porque una de las personas más importantes de tu vida no es como tú creías. Sólo hay dos posibilidades —añadió en tono comprensivo—. ¿Quieres aferrarte a la imagen que siempre has tenido de él o vas a abrirte a la posibilidad de que fuera de otra manera?

Emmy lo miró, confundida, y Jack comprendió que no lo sabía.

—Si lo que me dijiste ayer es cierto, mi padre tuvo tanta culpa de lo que pasó como el tuyo. Y, si mi padre fue el que empezó los problemas, todo lo que yo creía sobre mis padres y su relación es una mentira —recapacitó Emmy, bajando la mirada—. Y, si eso era mentira, su matrimonio no era tan maravilloso y estable como yo siempre he creído. Mi padre habría traicionado a mi madre, pero mi madre nunca dijo nada en contra de él.

—Supongo que lo hizo para protegerte —contestó Jack—. Probablemente, por eso lo harían los dos.

—Pues menuda ironía —sonrió Emmy con tristeza—. Yo siempre intenté protegerlos también y siempre me he sentido culpable por no poder impedir que mi padre bebiera o que mi madre enfermara.

Jack no podía soportar verla así, así que, sin pensar lo que hacía, alargó el brazo y le acarició la mejilla.

—No le has fallado a nadie, Emmy —le aseguró—. Seguramente, por ti, permanecieron juntos. A mí me parece que lo que hicieron tus padres fue lo mejor para que tú no sufrieras —la tranquilizó Jack, tomándola entre sus brazos.

Emmy ni se movió, se quedó mirando hacia abajo y dejó que Jack la abrazara, pero no hizo nada.

—Lo hicieron bien —continuó él—. Te han ahorrado años de sufrimiento y la tensión con la que crecen los niños cuya relación con sus progenitores no es buena —añadió, porque lo sabía por experiencia propia—. Piensa en eso cada vez que pienses en tu padre —concluyó, acariciándole la espalda.

Al hacerlo, sintió cómo Emmy tomaba aire y se dijo que era increíble lo menuda y vulnerable que era aquella mujer. Tampoco se podía creer el gran alivio que se apoderó de él cuando percibió que Emmy se movía un poquito hacia su cuerpo.

Emmy soltó la respiración y sintió que su ansiedad se reducía. En aquellos momentos, no sabía qué le importaba más, la sorprendente compasión de Jack o lo que sentía entre sus brazos.

No se había dado cuenta de que necesitaba el consuelo que Jack le ofrecía hasta que se había visto entre sus brazos, rodeada por su calor, que la envolvía y la calmaba.

No tenía mucho sentido que se encontrara tan a gusto entre los brazos del hombre que precisamente le había causado el mayor disgusto de su vida, pero el consuelo que sentía era tan real como la incertidumbre que todavía le martilleaba al fondo de la mente.

—Nunca ha sido mi intención disgustarte —dijo Jack—. Supongo que te costará creerlo, pero te aseguro que no ha sido ése mi objetivo al venir aquí.

Emmy cerró los ojos e intentó dejar la mente en blanco. Era consciente de que debía decirle que ya lo sabía y dar un paso atrás para distanciarse de él, era consciente de que no debía creer con tanto anhelo lo que Jack le ofrecía, pero en aquellos momentos no la estaba atormentando con recuerdos, sino que la estaba haciendo sentir cosas que jamás había sentido de adulta, y lo único que Emmy quería era quedarse donde estaba y dejar que aquellas sensaciones la recorrieran como un bálsamo.

—Me crees, ¿verdad? ¿Me crees cuando te digo que no he venido aquí a darte un disgusto?

Emmy no contestó porque estaba intentando aprovechar todos y cada uno de los instantes de estar en brazos de Jack, arropada por su cuerpo.

—Oye, dime algo —insistió Jack, acariciándole la mejilla con el pulgar.

—Sí —murmuró Emmy por fin.

—¿Sí, qué?

—Sí, te creo.

—Gracias —murmuró Jack, besándola suavemente en la frente.

Emmy sintió que el corazón le daba un vuelco ante la repentina ternura de Jack. Sintiendo sus manos tomándole el rostro y el rastro de sus labios todavía cálidos sobre su piel, Emmy se podía imaginar lo que tendría que ser que aquel hombre la quisiera de verdad.

Pensar en que alguien pudiera quererla tanto se le hacía de lo más extraño, como todas las sensaciones que Jack le hacía tener.

Emmy deslizó una mano entre sus cuerpos y se agarró a su jersey. Por supuesto, esperaba que Jack se distanciara, pero no lo hizo. En lugar de dar un paso atrás, le besó la sien y, a continuación, le ladeó la cabeza y la besó en la boca.

Emmy sintió que el corazón se le aceleraba. En aquel beso detectó algo más que consuelo, algo que parecía una disculpa, algo que parecía decirle que sentía mucho haberla puesto en aquella situación pero que, ya que estaba en ella, se iba a quedar a su lado para ayudarla.

Aquello hizo que a Emmy se le encogiera el alma.

Jack la apretó con fuerza contra su cuerpo y Emmy sintió su torso contra su cuerpo y cómo el calor de su boca se apoderaba de todo su ser, y decidió que quería más.

Emmy le pasó los brazos por el cuello y Jack la oyó suspirar. ¿O habría sido él?

En cualquier caso, se estaba metiendo en un buen lío. Cuando la había tomado entre sus brazos, lo había hecho con la única idea de consolarla, pero se había visto arrebatado por la suavidad de su piel, por sus suspiros y por sus besos, que, de repente, se le antojaban la cosa más natural del mundo.

En aquellos momentos, sus pensamientos no tenían nada que ver con el consuelo, y mucho con el deseo que se había desatado en su bajo vientre.

Era obvio que Emmy también lo deseaba.

Darse cuenta de aquello lo sorprendió. Jack se dijo que debía tener cuidado porque, aunque aquella mujer estuviera deseosa de entregarse a él, lo que le parecía la mayor tentación a la que jamás se había visto expuesto, Emmy Larkin era fruta prohibida para él.

Con el corazón latiéndole aceleradamente, le tomó el rostro entre las manos por última vez y volvió a besarla. A continuación, apoyó su frente en la de Emmy e intentó recuperar el ritmo respiratorio normal.

Si se hubieran conocido en otras circunstancias, no habría parado porque Emmy era una mujer inteligente y bonita y lo que Jack quería era sentirla desnuda bajo su cuerpo, pero sabía que acostarse con ella sólo añadiría más complicaciones a una situación ya de por sí complicada.

—Emmy, me parece que me voy a ir antes de que cambie de opinión —comentó con voz ronca.

Emmy sintió que le temblaban las piernas y, sorprendida por cómo lo deseaba, sacudió la cabeza y lo miró a los ojos.

—¿Antes de que cambies de opinión sobre qué?

—Sobre comportarme como un caballero —contestó Jack, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Voy a empezar a quitar la nieve del camino que va al cobertizo —añadió Jack, decidiendo que, tal vez, se metiera la nieve que quitara del camino en los pantalones—. ¿Cuánto tiempo tengo hasta el desayuno?

 

 

Emmy le concedió veinte minutos, veinte minutos que se pasó, por una parte, deseando que Jack no hubiera hecho lo que había hecho y, por otra, diciéndose que debería estar agradecida por lo que había hecho.

Emmy no tenía mucha experiencia con los hombres. No íntimamente, en cualquier caso. Tenía amigos, por supuesto, amigos mayores y amigos jóvenes e incluso dos amigos con los que había salido en el colegio.

Rob Higgins la había invitado a varios bailes y la había enseñado a besar mientras que T.J. McGraw la había llevado al baile de graduación, pero no se había atrevido más que a agarrarla de la mano.

Actualmente, aquellos chicos se habían convertido en hombres y ambos estaban casados con mujeres a las que Emmy conocía porque también habían ido a su colegio y con las que compartía recetas de cocina y proyectos del comité comunitario.

La única relación adulta que había tenido había sido con un profesor que se había alojado en la casa rural cuatro veranos atrás.

Jeremy Barton se había quedado por allí desde junio hasta septiembre porque tenía que escribir una disertación que se iba a publicar en una revista universitaria y que, por lo visto, iba a asegurarle la inmortalidad profesional.

Era joven, inteligente y el mayor seductor que Emmy había conocido jamás, lo que le tendría que haber dado la primera pista para no creerse nada de lo que le dijera, especialmente aquello que le había dicho una noche de verano de que se había enamorado completamente de ella y de Vermont.

Mirándolo desde la distancia, Emmy suponía que su única excusa para haberse dejado seducir tan fácilmente era que no tenía la sofisticación suficiente como para saber cuándo tenía delante a la versión humana de un gato arrabalero.

Lo que le había dicho a Jack era cierto. En Maple Mountain, los hombres tenían o dieciocho u ochenta años, así que su experiencia con veintitrés años era muy limitada. Por supuesto, había conocido a otros hombres de la ciudad que iban a la casa rural en busca de paz, pero Jeremy le había prodigado unos cumplidos y unas atenciones a los que no estaba acostumbrada y, aunque no le había abierto su corazón en lo que a su familia se refería, como había hecho con Jack, se había sentido a gusto a su lado.

Jeremy se había ido en la fecha fijada y no había vuelto nunca.

Jack también se iría.

Por desgracia, tener la certeza de que Jack se iría en breve no hacía nada para aliviar el deseo que sentía por él y, además, tenía la sensación de que Jack estaba realmente preocupado por ella.

Sí, Jack se iba a ir en breve, así que no tenía por qué preocuparse tanto de por qué se sentía tan atraída por él.

Lo que tenía que hacer era salir a ayudarlo.

 

 

A la una del mediodía, las estalactitas de hielo que colgaban del tejado del cobertizo estaban empezando a deshacerse. Aquel paisaje completamente nevado siempre hacía pensar a Emmy en un mundo mágico.

Cuando era pequeña, le parecía que aquel bosque estaba encantado, le parecía un lugar mágico, el lugar perfecto para que habitaran seres como gnomos y elfos, ninfas y hadas.

Solía jugar a que los reflejos diamantinos que la luz del sol arrancaba al hielo eran espíritus del bosque y pedía un deseo antes de que desaparecieran.

Ahora, mirando el sol reflejado en la capa de hielo que cubría el cobertizo, Emmy no era capaz de ver aquella magia por ninguna parte.

A uno de los árboles que estaba más cerca del cobertizo se le había roto una rama y parecía que había otros en las inmediaciones que también habían sufrido daños.

—¿Qué pasa? —le preguntó Jack a sus espaldas.

Entre los dos, habían quitado toda la nieve del camino, de la puerta y de las ventanas del cobertizo y estaban listos para empezar con la operación del sirope de nuevo.

En cuanto el fuego estuviera encendido, claro.

Lo único que les faltaba era la savia.

—He vuelto a ir a mirar el tanque y no hay nada —contestó Emmy.

Jack se dio cuenta de que estaba preocupada aunque intentara disimularlo. La había visto mirar los árboles mientras retiraban la nieve y sabía que había algunos conductos todavía enterrados.

—A lo mejor el hielo les está impidiendo calentarse y por eso no sueltan la savia —sugirió Jack.

—A lo mejor —murmuró Emmy—. Tengo que ir a sacar a Rudy —añadió.

Juntos avanzaron hasta la casa principal. Desde que se habían besado, una silenciosa prudencia se había instalado entre ellos.

Por el rabillo del ojo, Emmy vio cómo Jack se agachaba y tomaba un puñado de nieve con la mano.

—Se me había olvidado lo que era una tormenta de verdad —comentó Jack.

—Pero en la ciudad también nieva, ¿no?

—Sí, pero no así. Además, no dura nada. La quitan rápidamente con las máquinas y lo que queda se mezcla con la suciedad y se queda gris en muy poco tiempo.

—¿Y en Central Park?

—Allí dura algo más —contestó Jack, levantando la vista y mirando entre las ramas de los árboles—. En cualquier caso, no hay ningún lugar en la ciudad tan tranquilo como éste.

Era cierto que había una serenidad especial en el bosque, un silencio profundo que hacía que todos los sentidos estuvieran alerta. Sobre todo, después de una nevada. El frío parecía más frío y los ojos eran capaces de captar movimientos que en otros momentos le hubieran pasado desapercibidos… una ardilla saltando de una rama a otra, un copo de nieve cayendo silencioso…

Emmy se preguntó si Jack echaría de menos Maple Mountain. Hasta entonces, no se le había ocurrido que pudiera tener recuerdos agradables de aquel lugar.

—Aquí siempre es así —le recordó—. Incluso en verano.

Jack asintió.

—¿Te gustaba vivir aquí? —le preguntó de repente.

Jack sonrió.

—Nací aquí.

—¿Eso es que sí o que no?

Jack se encogió de hombros.

—Recuerdo que había cosas que me gustaban mucho. Por ejemplo, ir al viejo molino, montar a caballo o ir a nadar al lago.

—¿Y la serenidad de aquí? ¿Echas de menos la tranquilidad?

Jack se quedó pensativo.

—A veces, sí, pero creo que ahora me volvería loco con tanta tranquilidad porque me gusta la energía de la ciudad —contestó—. Me gusta estar en el meollo, rodeado de restaurantes y de aeropuertos, allí donde se cuecen las cosas importantes.

A Emmy también le gustaría, estaba segura, pero nunca había vivido en ningún otro lugar, así que había dejado de imaginarse cómo sería a los dieciocho años.

Emmy se dio cuenta en aquel momento de que estaba llegando hasta ellos el ronroneo del motor de una moto de nieve. Efectivamente, cuando salieron de los árboles, comprobaron que había dos motos de nieve acercándose.

Aunque los pilotos llevaban cascos que no permitían que se les viera la cara, a Emmy no le costó nada reconocerlos.

A juzgar por cómo apretaba las mandíbulas, Jack había reconocido, por lo menos, a uno de ellos.

—Estupendo —murmuró al ver que una de las motos llevaba dibujado el escudo del sheriff del condado.

En cuanto los vieron, fueron hacia ellos y apagaron los motores. Joe fue el primero en desmontar y en quitarse el casco.

—Creía que te habías ido —le espetó a Jack—. ¿Todo bien por aquí? —añadió, mirando a Emmy.

—Sí, todo estupendamente —lo tranquilizó Emmy—. Jack se ha quedado en casa porque se puso a nevar antes de que le diera tiempo de irse. ¿Todo el mundo está bien? Espero que nadie haya sufrido ningún daño irreparable —añadió, sinceramente preocupada.

—Todavía no me ha dado tiempo de pasarme por casa de todo el mundo, pero parece que todo el mundo está bien —contestó Joe.

—Me alegro —dijo Emmy, sonriendo—. Hola, Charlie —añadió, dirigiéndose al otro conductor.

Charlie Moorehouse se quitó el casco dejando a la vista su pelo canoso y su barba blanca, que se dejaba crecer todos los años para hacer de Santa Claus en la fiesta comunitaria.

—¿Qué tal el pie? —le preguntó Emmy.

—Mejor —contestó Charlie—. Me he podido calzar.

—Charlie me ha dicho que te llamó ayer por la mañana —comentó Joe—. Le tendrías que haber dicho que este tipo seguía por aquí. Podríamos haber encontrado la manera de llevarlo al motel.

—Estoy bien aquí.

—Me importa bien poco tu comodidad, Travers. Estaba pensando en lo incómodo que tiene que resultar para Emmy aguantarte y darte de comer. Después de lo que tu padre le hizo a su familia, no tendría que verse en esta situación.

—Joe, por favor —le advirtió Emmy.

Los tres hombres la miraron, sorprendidos porque no era propio de Emmy hablar así.

—Jack ha venido a pedirme perdón por lo que hizo su padre y a devolverme el terreno que su padre vendió —les explicó.

Tampoco era propio de ella compartir con los demás sus asuntos privados, pero no le parecía que Jack mereciera la animosidad de Joe.

—Jack no es su padre, no es Ed Travers, así que por favor deja de tratarlo como si lo fuera.

El sheriff frunció el ceño.

—El señor Jack Travers y yo tenemos nuestros propios asuntos pendientes, Emmy.

—Tú y yo sólo tenemos un asunto pendiente. Estás enfadado porque te pegué —intervino Jack.

—Puedes estar seguro de ello.

—Me parece que ya va siendo hora de que se te pase el enfado, ¿no crees? Eso fue cuando teníamos quince años.

—Me da igual cuándo fuera, Travers. Yo contigo no quiero nada.

Por cómo apretaba la mandíbula, Emmy se dio cuenta de que Jack estaba comenzando a cansarse de la actitud de Joe, y no era de extrañar, porque el sheriff se estaba comportando como un verdadero adolescente.

Los dos eran altos y fuertes y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder, así que Emmy se puso en medio.

—¿Por qué te pegó, Joe? —le preguntó al sheriff.

—Lo sabes perfectamente —murmuró el aludido—. Todo el mundo lo sabe.

—¿Ah, sí?

—Emmy, no hace falta que hagas esto —dijo Jack, poniéndole la mano en el hombro.

—Sí, sí hace falta —insistió Emmy—. La imagen que tiene de ti no es justa. Joe, ¿qué es lo que todo el mundo sabe?

Por cómo se lo había preguntado, el sheriff se dio cuenta de que Emmy ya no se creía la vieja y manoseada versión que había circulado por Maple Mountain durante años, lo que hizo que dejara escapar el aire de los pulmones con un profundo suspiro.

Sin embargo, el orgullo le impidió contestar, momento que Charlie aprovechó para mediar en la conversación.

—¿No estás haciendo sirope? Hemos parado en casa de los Bruner de camino aquí. Tom se ha pasado toda la mañana quitando cubos de hielo, pero lleva haciendo sirope desde mediodía.

Al oír aquellas palabras, Emmy comprendió que sus peores temores se habían hecho realidad. Los conductos por los que bajaba la savia desde los arces hasta el tanque de almacenamiento del cobertizo debían de haber quedado obstruidos por las ramas que se habían quebrado con el peso de la nieve.

—Se han debido de romper los conductos —murmuró.

Al instante, sintió la mano de Jack en la espalda, animándola.

—Eso quiere decir que tenemos cosas que hacer —dijo Jack.

—Pongámonos manos a la obra —añadió Charlie.

—¿Te quedas? —le preguntó Jack.

—Por supuesto —contestó el anciano—. He venido a ayudar a Emmy a hacer sirope, pero, si hay conductos obstruidos o rotos, no podemos hacer sirope, así que hay que localizar esos conductos cuanto antes.

—Voy a sacar a Rudy y ahora vengo —sonrió Jack.

—El tendido telefónico no funciona desde casa del doctor Reid —comentó Joe, poniéndose el casco—. Me tengo que ir a ver qué tal están los demás.

Por su tono de voz, escéptico y dolido, Emmy comprendió que el sheriff la tenía por una traidora.

Si hubiera estado dispuesto a conversar, Emmy le habría dicho que le importaba muy poco lo que hubiera hecho de adolescente porque comprendía perfectamente que un chico de diecisiete años metiera la pata, pero también había llegado el momento de poner fin a las habladurías sobre Jack Travers.

Sin embargo, en aquellos momentos estaba más preocupada preguntándose por qué había defendido como lo había hecho al hombre que se suponía que debía odiar.

Lo había hecho sin pensárselo dos veces y eso tampoco era propio de ella.