Otra historia acallada
Para trabajar en este nuevo tema investigué a través de Vietnam —Hanói, My Lai-4, Ciudad Ho—, posteriormente en Washington, Nueva York y Buenos Aires, donde el Centro de Militantes para la Democracia Argentina, Cemida, posee valiosa información sobre el agua dulce en Suramérica, la más abundante de la tierra.
¿Por qué el punto de partida para este trabajo fue Vietnam?
Porque parto de que nosotros somos una víctima directa de la invasión a aquel país.
Allí conté con la ayuda de estudiosos que hablan un español solvente pues durante la guerra, siendo muy jóvenes, fueron traídos a Cuba.
La historia es que Vietnam respondió a la invasión estadounidense con dos estrategias de defensa: la guerra de guerrillas y el suministro de toneladas, inicialmente de marihuana, a los soldados estadounidenses —como dicen los vietnamitas—, “para hacerlos caer en el vicio y minar el futuro del Imperio”.
Vietnam del Norte se encuentra en la zona de influencia de lo que se llamó El Triángulo de oro de la droga, vecino de Birmania (hoy Myanmar), Laos y Tailandia.
Y Vietnam significó matanzas aterradoras impulsadas por una mezcla de odio racial, miedo a las guerrillas y nubes de marihuana en las mentes de los soldados invasores.
La más conocida en el mundo fue la de My Lai-4, una aldea de cultivadores de arroz en el poblado Song May. Allí los estadounidenses asesinaron a quinientos cuatro bebés, niños, mujeres embarazadas y ancianos. Los hombres y una parte de las mujeres estaban en los frentes de guerra.
Desde luego, en My Lai-4 no quedó vivo un solo testigo.
No obstante, posteriormente Paul Meadlo, uno de los soldados, arrepentido, luego de enviar durante meses una confesión escrita a funcionarios del Gobierno en Washing-ton, a miembros claves en el Congreso y a diferentes medios de prensa, finalmente logró ser acogido por Walter Cronkite en su influyente programa de televisión de la CBS costa a costa, ante lo cual el Ejército ordenó una investigación exhaustiva —como las de Colombia— sobre lo que ya sabían.
El Comando de Investigación Criminal del Ejército llamó a declarar a los miembros de la Compañía Charlie que con detalles confesaron sus crímenes, cometidos entre otros factores por el estímulo de la marihuana cuyo humo aflora en cada recuerdo.
Pero únicamente declararon soldados y suboficiales, y solamente un teniente y un capitán. Los oficiales de alta graduación que impartían las órdenes no fueron siquiera mencionados.
La televisión emitió solo un par de las impresionantes gráficas de aquella matanza de marzo de 1968, tomadas por el fotógrafo militar Ronald L. Haeberle. Desde luego, fueron omitidas aquellas que, por ejemplo, muestran a un soldado con un bebé ensartado en la bayoneta de su fusil mientras aspira el porro de marihuana que sostiene en sus labios.
Tras las confesiones de los militares, nadie fue sancionado.
Luego, nuevamente, silencio.
Sin embargo, con posterioridad, el famoso periodista Seymour M. Hersh recogió los documentos con aquellas confesiones y publicó un libro: My Lai-4.
Años más tarde, durante el trabajo en el campo conseguí un ejemplar en Nueva York.
Hersh fue distinguido con el premio de periodismo Pulitzer 1970, el más importante de los Estados Unidos.
Bien: la invasión no se detenía y desde el regreso del primer contingente de relevo a los Estados Unidos, los excombatientes atrapados en el vicio comenzaron a buscar marihuana y alguien dijo que la encontrarían “en un país llamado Columbia”.
Efectivamente en la década de los años treinta, como a los Estados Unidos, fue importada a Colombia para obtener cáñamo, pero aquello no prosperó y ahora existían algunas cantidades en la sierra nevada de Santa Marta, que aparte de algunos delincuentes, nadie más consumía.
Enterados de aquello, en algunas universidades de los Estados Unidos los viciosos lograron contactos con estudiantes de Santa Marta y Barranquilla y les pidieron que la llevaran.
Para los estadounidenses la calidad resultó tan buena que la bautizaron Santa Marta Golden.
Posteriormente escuché durante horas a tres de aquellos exestudiantes en el Club Santa Marta. Contaron sus historias: gente de clase económica alta, conocida en esa región…
—El negocio era magnífico—, dijeron.
Ellos comenzaron por llevar dos maletas con yerba, cubierta con camisetas. Cero problemas en la aduana. Luego tres maletas. Más tarde cuatro…
El cuento se regó y pronto los estadounidenses empezaron a comprar aviones Douglas DC-3 y DC-4, que comenzaban a ser retirados de las aerolíneas comerciales, y se vinieron con sus aviones, sus pilotos y sus dólares.
Con cualquier falla, estos aviones —matrícula “N” de Estados Unidos—, eran abandonados, la marihuana rescatada y embarcada en otros similares.
Recuerdo haber visto abandonados, dos en el aeropuerto de Valledupar, dos en el de Santa Marta, uno en el de Riohacha y otro despanzurrado en pleno desierto de La Guajira luego de un aterrizaje forzado.
Fueron los estadounidenses quienes estimularon con su dinero el crecimiento de los cultivos y quienes crearon, organizaron e impulsaron el tráfico desde nuestro país.
Su contacto con personal de servicio en aeropuertos y hoteles, produjo el ingreso de esta clase social al narcotráfico: a partir de allí, los de arriba y los de abajo bailaron al son de los dólares que iban llegando en grandes cantidades.
Los de abajo:
Remember, Lucho Barranquilla, el Gavilán Mayor…
El primer parte de esta fase de la derrota en Vietnam fue declarado en 1969, a través de un festival de música rock en Woodstock.
Allí el mundo presenció cómo alrededor de medio millón de jóvenes estadounidenses se retorcían bajo el toque de la marihuana mientras balbuceaban, “haga el amor y no la guerra”.
Esta fase de la derrota fue registrada en el famoso documental Tres días de paz & música que vio una parte del mundo, tras el cual la crítica estadounidense conceptuó que gracias a la descomunal traba con marihuana que duró tres días y el amanecer del cuarto —15, 16, 17 y 18 de agosto— “Woodstock ha sido uno de los mejores festivales de música y arte de la historia de los Estados Unidos”.
Luego vino el parte de los vencidos en aquella Asamblea General de la OEA en Lima, en el año 2001, en la voz de Thomas McLarty, asesor del presidente Clinton.