El perro y la gata
Se llama Jesús María Villalobos, pero pocos conocen su nombre. Cuando lo llamé por teléfono, él mismo me dijo:
—¿Mi dirección? Cuando llegue a Cartagena pregunte dónde vive el Perro.
Y claro, en el aeropuerto le dije al chofer, “lléveme a la casa del Perro” y aquel me depositó en el barrio Manga frente a una casa con rejas altas y un gran candado. Más allá de las rejas una puerta abierta, una sala oscura, cortinas cerradas, cuadros, y muebles abullonados en paño, para climas fríos.
Silencio.
Tocamos varias veces.
—Por aquella ventana nos están observando—, dijo el fotógrafo.
Un minuto después salió un hombre:
—Sigan. Por aquí está el Perro.
El Perro es el oponente de La Gata… Bueno, de la señora doña Enilce del Rosario López Romero, alias la Gata…
—El desconocido que le diga Gata va a tener problemas con ella—, dijo el hombre que abrió la reja.
La dama es la madre del congresista Héctor Alfonso López, el Gato con Votos (había sacado “más de cien mil”). Ella es la dueña de Unicat, amiga del gobernador Libardo Simancas, alias Simancat, y entonces la número uno del juego de Chance en Bolívar —una rifa millonaria.
—La verdad es que el Perro y la Gata se toleraban, nada malo entre los dos, hasta que vino aquello de la piscina hace cosa de tres años.
—¿Lo de la piscina?
—Sí, hombre. Lo de la piscina fue público. Además, aquí cualquiera le cuenta cómo, pasadas las elecciones, mi señora Gata le dijo al gobernador Simancat —eso me lo cuenta una persona que iba en la misma nave y que estuvo en el lugar—, mañana a tal hora paso a recogerlo porque nos vamos de viaje.
Siete de la mañana. Se suben a una avioneta aquí en el aeropuerto Rafael Núñez y parten “hacia una zona de candela” en el sur de Bolívar. Se bajan del avión y van a una reunión con paramilitares.
El gobernador Simancat les dice: “Miren, hemos logrado el éxito, ustedes pueden tener la certeza de que cuando necesiten alguna clase de favores...”.
Pero cuando el tipo dice, favores, los bandidos le salen al paso:
—Un momento. ¿Cómo así que favores? Usted está muy equivocado: nosotros no le vamos a pedir favores. Usted va a hacer lo que nosotros le ordenemos y lo primero que tiene que hacer es adjudicarle el Chance a ella. Usted fue elegido gracias a nosotros...
Bueno, esa parte del cuento déjela ahí, porque hay un antecedente entre el Perro y el gobernador anterior —a la vez jefe político de Simancat, que como le digo, fue público. Él lo ha desmentido, pero eso, al tipo nadie se lo quita:
Resulta que durante su gobernación, él citó al Perro y a su grupo, y se reunieron en una casaquinta de Turbaco para negociar el precio para adjudicarles el Chance a espaldas de mi señora Enilce. La reunión se celebró dentro de la piscina: todo el mundo estaba allí en vestido de baño, de manera que nadie pudiera grabar, y según la gente del Perro, les dijeron:
—Bueno, señores, estamos dispuestos a adjudicarles el Chance, pero ustedes tienen que darnos, tres mil millones de pesos.
—¿Tres mil? No. —respondió el Perro— El negocio no da para tanto.
Y se armó un zafarrancho en el cual lo que más se escuchaba era la voz de alguien, diciendo,
—Quítenle el sombrero al Perro. ¡Que le quiten el sombrero al Perro!
Aquella tarde en su casa, frente a alguien a quien el Perro le ayudaba con cincuenta mil pesos en billetes de dos mil, y de su esposa y de sus guardaespaldas, le pregunté:
—El pleito que usted tuvo con “mi señora Enilce”, comienza con un gobernador que los invitó a usted y a su gente a una piscina...
—Esa conversa de lo del gobernador anterior y otros asuntos, lo dejamos para después porque no es conveniente para mí en el momento. Yo no quisiera que eso siguiera adelante.
—Es que en Cartagena todo el mundo habla de aquello en la piscina de Turbaco.
—Este... Sí existió la piscina y sí estuvimos allá. Hasta ahí llego yo.
—Allí se hablaba de tres mil millones de pesos, ¿verdad?
—Hablemos de otras cosas porque en cualquier momento todo el país colombiano puede llegar a saber esa vaina… ¡No joda!
—Mire: a mí me gusta un disco que se llama Sangre maleva y como dice el cantante, yo no soy delator. Hay muchas otras cosas de qué hablar sobre el Chance...
Según Semana, “El concesionario más grande del Chance en Cartagena acusa al gobernador anterior, Luis Daniel Vargas (Simancat) y al gerente de la Lotería de Bolívar, de pedir tres mil millones de pesos para renovar un contrato con el departamento. El caso pasó a la Fiscalía”.
El rollo
No sobra repetir que todo este rollo comenzó a salir a la luz pública cuando se acercaba el momento de adjudicar la licitación del Chance por parte del departamento de Bolívar y “mi señora Gata” se presentaba como competidora del Perro.
¿Qué sucedió? Que cambiaron al funcionario de la lotería de Bolívar que es quien tiene que manejar el tema de la adjudicación y vino un segundo que la ejecutó, llevándose por delante aspectos legales y órdenes que había recibido de la Procuraduría para que le prorrogara el contrato al Perro. Pero, claro, se lo otorgaron “a mi señora Gata”.
Pero el asunto se enredó porque el Perro puso una tutela, y la tutela lo favoreció en la primera instancia. La Gata apeló y fueron a segunda instancia. Y la segunda instancia favoreció nuevamente al Perro. La Gata siguió dando la pelea y el asunto llegó a la Corte Constitucional. Pero en la Corte ¡Qué problema! alguien se robó el proyecto de ponencia del fallo. Fueron a mirar y,
—Áajooo, qué vaina. El proyecto favorece nuevamente al Perro.
Total, como la señora Enilce no se pudo pasar por la faja a la justicia, se vio obligada a pactar con su oponente.
Lo cierto fue que después de la única pelea de verdad entre perros y gatos que ha habido en este país, los dos comían en el mismo plato, no se sabía en qué proporciones, pero comían uno al lado del otro porque, como salida al pleito, ella hizo a nuestro Can, socio de Unicat... Pero ahora el Perro no continuó siendo el más grande. Ya no era el número uno. El Uno era ella.
—Jesús María, pero usted finalmente pactó con “mi” señora Gata y ella lo hizo a usted socio de Unicat...
—No quiero hablar más de eso —responde él—. No quiero que haya ninguna ofensa para ninguno de mis compañeros de Inverapuestas, ni para alguien de Unicat. Yo siempre he estado en contacto con ella y somos muy buenos amigos. Esto no es como dice la gente. No. Esto no es ninguna trifulca de perros y gatos. No señor.
Mi gente
Casa con dos salas y dos comedores, muchos televisores. Casa de mesas generosas donde come gente con hambre que golpea en su puerta.
—Los domingos —dice su mujer— yo cierro la puerta y viene la gente y empieza a llamar allá afuera: ‘Perrooo...’, y como él no sabe estar sin atender a su gente, les abre y luego comparte su comida... Yo me he tenido que acostumbrar a eso… Pero para mí la vida es muy difícil—, dice Diana, una mujer joven y además, hermosa, y además, educada.
Él recuerda:
—Resulta que como hace muchos, muchos años, el Chance no pagaba impuestos ni nada, me hice muy amigo del hambre y de la pobreza de mi tierra y compartía con la gente, y eso me llevó a la popularidad y hasta me llevaron a ser concejal de la ciudad de Cartagena. Yo reconozco que cada quien tiene su don.
—Ahora tengo seis hijos varones y todos se llaman Jesús María. La diferencia es que son con distintas compañeras mías. Yo tuve trece hijos con once compañeras. Han muerto cuatro y están vivos nueve…
—Bueno, pues continuando con la política, te cuento que una vez me dijeron que fuera candidato a la Alcaldía de Cartagena y yo les dije: Sí. Sí, porque es mejor un Perro de alcalde que un alcalde perro.
La Ciénaga
Él siempre había vivido en la zona Suroriental, donde vive la población que ha ido rellenando la Ciénaga de la Virgen, o sea, de la avenida Pedro Romero hacia abajo, y nunca había dejado el sector donde mantenía una relación permanente con su gente. Si bien desde el punto de vista económico podría vivir en el mejor lugar de Cartagena, en Castillo Grande, en Boca Grande, en Manga, y podría tener un palacio porque cuenta con los recursos suficientes para eso, prefiere buscar sus raíces.
Hoy vive en medio de cuadros, muchos cuadros, diferentes retratos suyos al óleo, cortinas, balda quinos, visillos, estores, sillas, poltronas, sillones, asientos, escaños, taburetes, sillines, bancos, fruteros, porcelanas, aderezos, ornamentos, lozas, cerámicas, velas, lamparillas, veladoras, vírgenes, santos, justos, mártires, apóstoles, beatos...
—Desde hace tres años estoy en Manga, —explica— pero siempre había habitado en los barrios de bajamar con mi gente, la gente pobre, la gente perrata. Pero entonces con esta que es la última señora, tengo dos niños y ella quería que ellos cambiaran de rumbo. Y vi que ella adivinó algo que yo no había adivinado en todo el tiempo: que aquí no se habla de droga, ni de maldades. Es que todos los otros hijos se educaron pero con errores y estos dos últimos están creciendo con una calidad excelente.
Evocación
A partir de estos temas va regresando en su vida hasta los comienzos, con aquella evocación que le aflora con una sonrisa, a medida que clava los ojos en el techo y va soltando con voz áspera:
—Mi papá era pescador. Se mochó una mano y se sacó un ojo porque pescaba con dinamita. Por eso salió para Barranquilla a curarse el ojo y la mano y nos quedamos allá un tiempo. Barranquilla es una ciudad muy viva, una ciudad muy ágil para nosotros que éramos bastante, bastante campesinos, pero entonces consideramos regresar a Cartagena donde la gente es más suave, más calmada.
—Nos quedamos aquí. Yo tenía de diez para once años y llegué al mercado público, a Getsemaní... A mí no se me olvida mi niñez en el mercado. No olvido que no pude estudiar ni aprender a leer ni a escribir, pero luché bastante y hoy eso me está sirviendo a los sesenta y siete años que tengo.
—Estando muy joven me dediqué a andar de bandolero, de fiesta en fiesta, trabajando con ruletas, dados, tableros y algunas veces tenía oportunidad de trabajar en unos juegos, así como de trampa: ese jueguito, “que viene la bola”, “que se va la bola”, “la bola”… “Coja la bola”... “¿Dónde está la bola?”.
—Recorrí casi todo el departamento y a los quince años regresé ya con bastante claridad sobre los juegos. Con ellos aprendí los números, me sentí con muy buena capacidad, muy formal, y entonces ya era jefe de cualquier cinco, o diez, o doce compañeros. O de pronto hasta más. Gente muy capacitada para todo lo que fuera trabajo, siempre buscándole un poquito más a la maldad que a la bondad.
—En ese momento había aprendido con mis amigos, con mis profesores, con mis jefes, conseguía grupos pero yo tenía que poner la platica para hacer los negocios y ellos me consideraban como jefe.
El Chance
—Al Chance llegué a los diecinueve años, con varios de experiencia. A esa edad ya me daban pena ciertas cosas de la vida, errores que uno comete. Entonces vi que mi parte honesta, seria y de respeto, era montar ese juego: algo serio. Algo con mucho dinero. En ese entonces funcionaban algunos jueguitos de señoras en el mercado. Ellas vendían sus rifas. Rifaban plata, pero después tenían problemas para pagar.
—Entonces yo me puse más activo, me puse más señor, más cumplido, más respetuoso y comencé a tener prestigio. Cuando me ganaban el Chance por las noches… A las cinco de la mañana yo iba hasta la casa del triunfador:
—Fulano, ¿cómo estás tú?
—Bien. Te gané.
—A eso vine: a traerte tu plata.
Yo ya tenía un prestigio muy bravo. Les decía:
—Me ganastes.
—¿Cuánto?
—Me ganastes, ¡tanto!... O,
—Me ganastes quinientas barras. Toma tu plata.
—Esa gente le contaba a todo el mundo que yo había madrugado a pagarles. Así, yo iba creciendo.
—Ahora pienso volver al comienzo, porque yo no sé leer ni sé escribir, tengo unos cuantos años, mi último hijo tiene seis...
—Anteriormente me ganaba quince pesos, cincuenta pesos y era feliz. Ahora no me alcanza para ayudarle a mi gente y para mis gastos. Eso vale mucha plata cada día. Claro, yo tengo la manera de trabajarla y la consigo. Todavía me siento con ánimo y con seguridad y con fe, y todos los dueños de apuestas del país que me conocen, me han dado ladito en Barranquilla, en Sincelejo, en Santa Marta. En Bogotá tengo licencia, pero no voy a otro lado porque si abandono Cartagena pierdo la plaza.
—¿Por qué le dicen el Perro?
—Porque cuando estaba niño, en el mercado público de Cartagena habíamos como quince pelaitos entre los trece y los catorce años: éramos unidos. Éramos una patota de muchachos que andábamos metidos por todas partes y a mí me decían, “Tú eres muy perro”. Hacía un negocito con cebollas, o con esto o con aquello, y los demás:
—Tú eres avispado, tú eres bien perro.
El Perro es una especie de rey protector de un sector de la pobresía, por decirlo de alguna manera, que es la gente que lo rodea y que trabaja con él en el juego del Chance. Y, además, dice que es católico practicante. Y generoso. Y enamorado. Y sagaz. En una palabra, Un perro viejo.
Diana, su mujer:
—El Perro le paga la universidad a todos los sobrinos, gente humilde: sobrinos de segundo grado, de tercer grado. Familia grande.
—A los trabajadores y a sus familias los ayuda a todos.
—Jesús María se acuesta a las dos, tres de la mañana y se levanta a las cinco. Lee en el periódico lo poco que sabe leer. A veces cuando no entiende algo me llama para que le explique.
—Luego levanta a los niños, los lleva al colegio, se va para misa, luego va a Unicat, después a Inverapuestas y regresa a la casa a eso de la una. Escasamente almuerza y regresa a trabajar porque a las dos de la tarde juega una lotería.
—Vuelve a casa a las tres y media y aquí atiende gente: ayudas, favores. A las cinco o seis de la tarde se está recostando y descansa. A las nueve de la noche se va a trabajar nuevamente, hasta la madrugada.
—Mire una cosa: el Perro no se cansa nunca. Tiene fortaleza y ganas de vivir.
En el año 2010 parecieron acabarse los dolores de cabeza porque Enilce del Rosario López Romero, alias la Gata, fue llamada por un juzgado penal a responder por un asesinato cometido por paramilitares, ordenado por ella.
El país la vio entonces a través de la televisión respondiéndole al juzgado en voz alta cuando fue citada con su filiación completa:
—El bandido tiene alias. ¡Yo nunca he tenido alias!
No obstante, en el año 2011 fue condenada a treinta y siete años y medio de cárcel, pero la justicia dictaminó que podía pagar la condena en su propia casa.
La prensa local, dos años después:
“El Tribunal Superior de Bogotá ratificó la home care (?) en su palacete del barrio Altos de Riomar en Barranquilla”.