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EL LEGÍTIMO LUGAR

Y ESA COSA ERA AJUSTAR EL SISTEMA DE ALARMA DE NUESTRA casa. Ahora que la posibilidad de que un vampiro irrumpiera en ella y flotara por encima de mi cama ya no era una engañosa fantasía de las mías sino una aterradora posibilidad real, tenía que desactivar la programación de «Suena con los delincuentes pero no hagas caso de los vampiros».

Corrí de vuelta a casa y saqué del cajón inferior de la cocina las cerraduras a prueba de vampiros. Jim me había advertido que estaría pendiente de si las colocaba o no, pero entre las luchas con vampiros y las vivencias románticas ElizabethBennetescas, simplemente no había encontrado tiempo para hacerlo. Al recordar que me había advertido que esa noche dormiría en la calle si la casa aún no estaba protegida contra los vampiros, recorrí todas las habitaciones para colocar las cerraduras de seguridad que solo las manos humanas pueden abrir. Esto es debido a que las manos humanas pueden apretar y tirar simultáneamente, mientras que los vampiros y los niños solo pueden hacer una de las dos cosas cada vez.

Quería olvidarme por completo de las fiestas de graduación, así que me quité la maltrecha escayola y me puse un vestido de satén fino. Me miré en el espejo, decidido; miré un autorretrato que había dibujado, decidido; miré el agua sucia de la pila de la cocina, donde se veía un ligero reflejo, decidido. Ya era hora de ir a ver a Edwart.

Llegué jadeando al otro lado de la valla que rodeaba su vecindario cercado y me di cuenta de que habría podido acceder a través de la entrada abierta. Decidí quitarme los zapatos de tacón; eran cómodos para caminar, pero quería que Edwart pensara que lo había pasado mal para llegar hasta él. También —¡huy!— me rasgué accidentalmente el vestido al trepar por encima de la puerta de la verja y —¡huy!— accidentalmente me despeiné con una mano.

Corrí por la calle de la parcela de Edwart en la oscuridad, imaginando que era una mujer que llevaba vasijas de terracota en equilibrio sobre la cabeza y corría hacia el pozo del agua, o que era una agraciada chica adolescente que huía de un grupo de vampiros que celebraban la noche más fantástica del instituto. Me habían sucedido mogollón de cosas en los últimos días. Había salido con un chico real que era un falso vampiro. Había salido con un vampiro real que tenía un acento falso. Había fingido mi propia muerte para ver si tendría un gran funeral, pero no tuve ningún tipo de funeral porque me entró una especie de tic en el ojo cuando estaba ahí tumbada y lo estropeó todo. Al fin había acabado con aquella serie de varios libros acerca de la chica bromista, Nancy Drew. También sucedió algo relacionado con hombres lobo, pero esa parte me la salté.

Mientras corría, todos aquellos acontecimientos se sucedían en mi mente en una especie de montaje de fotografías y vídeos con un estimulante rock como música de fondo. Añadí la imagen de mí misma recibiendo alguna clase de premio, porque tenía la sensación de que eso sucedería dentro de poco.

Giré en la calle de Edwart y decidí recorrer andando lo que quedaba de camino porque no quería llegar sin aliento. Me pregunté qué diría para explicar las manchas de sudor del vestido. ¿Me creería él si le decía que me había hecho pis? Mi pis tenía la extraña capacidad de acabar cerca de mis axilas.

Estaba justo delante de la casa de Edwart cuando, de repente, oí: «Decode», de Paramore. ¡El tono de mi móvil!

Lo abrí enseguida.

—¿Qué hay, sangre? —dije. Responder así era un hábito que había adquirido cuando creía que mi novio era un vampiro.

—Cuídate de no hablar hasta que yo te lo ordene.

Me quedé petrificada. ¡Era Josh! Dejé caer el teléfono. Lo recogí y lo dejé caer otra vez.

Me acerqué el teléfono a la oreja justo a tiempo de oírle decir:

—Bien, ahora di «Switchblade» o pulsa uno si estás allí ahora.

—Switchblade —susurré, mientras alzaba los ojos hacia la casa de vidrio de Edwart, presa del miedo. Solo podía haber una razón tras esa llamada: el secuestro. ¿Volvería a oír alguna vez la dulce melodía para triángulo de Edwart?

—Te lo advierto por última vez —continuó Josh.

—¡Basta! —chillé—. ¡No te tengo miedo!

—Tu vehículo no está asegurado —dijo él.

—¿Dónde está Edwart? ¡No le hagas daño! —Resbalando un poco, eché a correr por el sendero de vidrio.

—Para asegurar tu coche, por favor, pulsa uno o di «asegurar» después de la señal —dijo la voz de Josh.

Dejé de correr, repentinamente relajada. Era una grabación. De modo que es así como se ganan la vida los vampiros: usando sus voces imperiosas para pregrabar llamadas telefónicas.

Ante la puerta de Edwart, mi dedo índice estaba demasiado tembloroso para pulsar el timbre; sí, otra reserva respecto al amor del uno por el otro, producto de la inseguridad, estaba impidiéndome hacer lo inevitable. ¿Y si su vida fuera mejor sin mí? ¿Y si durante las últimas cuatro horas había encontrado a alguien que hubiera leído más novelas de Jane Austen que yo? ¿Y si había encontrado a alguien que tuviera menos falsas ilusiones? Apoyé la cabeza en la pared, derrotada, y por accidente hice sonar el timbre.

Edwart abrió la puerta.

—¡Belle! —gritó.

—¡Edwart! —grité.

—¡Belle!

—¡Edwart!

—¡Belle!

—¡Edwart!

Reparé en que había ajo sobre el marco de la puerta. Edwart tenía una estaca en una mano y una camiseta Team Jacob en la otra.

—¿Te ha mordido? —preguntó con nerviosismo.

—No —respondí, mientras avanzaba hacia él—. Estoy bien.

—¡Ufff! —exclamó. Dejó la camiseta y la estaca—. ¡Porque eso sí que habría sido un rollo!

—No te preocupes. Si Josh lo intenta alguna vez, lo morderé yo primero y lo convertiré en chica.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos. En el primer momento, me sentí aliviada al comprobar que al mirarlo aún se me aceleraba el corazón. En el segundo momento, me pregunté, angustiada, si los latidos se desacelerarían alguna vez, o si sufriría un ataque cardíaco después de tanto correr. En el tercer momento, contemplé su cuerpo flaco como un espárrago y su sonriente cara pecosa. No pude evitar devolverle una amplia sonrisa. Mientras estuviera con Edwart, no volvería a perder un pulso de pulgares.

—Bueno, ¿y qué hay de nuevo? —preguntó.

Le di la respuesta habitual.

—No mucho. Solo que he salido de la fiesta de graduación de los vampiros para venir a verte.

—Belle, lamento muchísimo haberte abandonado en el cementerio. Pretendía tomar algunas clases de kárate y luego regresar a por ti... pero después de la lección de ética me di cuenta de que el kárate comienza y acaba con una reverencia. Es una disciplina que solo debe usarse para la autodefensa, e incluso en ese caso como último recurso. Así que subí a la montaña del Muerto y recogí el androide...

—¿El que se cae y vuelve a levantarse?

—¡Sí, ese mismo! —Me sonrió, maravillado—. Lo recuerdas.

—Por supuesto, Edwart. Ese fue el día en que me di cuenta de que podía amarte aunque dedicaras todo tu tiempo a crear un inútil androide invendible.

—Ya no es exactamente inútil.

Se apartó a un lado para dejarme ver el androide, que estaba detrás de él. Tenía el mismo aspecto de imitación de cuerpo humano anatómicamente perfecto de antes, pero había algo distinto.

—Observa esto. —Edwart lo encendió. Los ojos proyectaron una brillante luz roja.

—Vampiro, a once kilómetros de distancia —dijo, con la voz de Jeff Goldblum. («Fue el primer robot que ganó un premio de la Academia», explicó Edwart, con admiración.) El androide levantó uno de sus brazos robóticos. Unido a él llevaba un arma parecida a un arpón.

—Es un misil rastreador de frío —dijo Edwart, sonriendo con expresión traviesa—. Lo llamo «picador de carne de vampiro».

—¡Impresionante! —murmuré—. ¿Por qué no lo usaste?

Se miró los pies.

—Me dijeron que estabas con Josh, y... no quería hacerle daño si...

—¿Por qué? ¿Por qué no ibas a querer protegerme de un espantoso, espantoso vampiro?

Me miró con una sonrisa triste y alegres ojos cansados.

—¿Te habría gustado que hiciera volar en pedacitos a todos los vampiros cuando aún estabas saliendo con uno? ¿No habrías preferido que esperara pacientemente a que regresaras, por mucho que tardaras en hacerlo, para que pudiéramos hacerlos volar en pedacitos los dos juntos?

—Bueno... —comencé a decir, pero entonces decidí que aquella declaración era demasiado complicada para corregirla—. También yo lo siento, Edwart.

Posó una mano sobre el botón de LANZAMIENTO del androide.

—¿Lo hacemos? —dijo, y tendió juguetonamente una mano para coger la mía.

—¡Edwart!

—¿Qué?

Me crucé de brazos en señal de desaprobación.

—¡Oh...! ¿Pensabas... pensabas que realmente iba a... piensas que mataría? ¿Qué mataría vampiros? —Rió inquieto. Yo también reí. Tuve que admitir que algún día resultaría ser una trastada muy buena.

Edwart apartó un poco la cara de mí, pero movió los ojos de modo que pudiera verme en la periferia de su campo visual.

—¿Puedo... mostrarte un juego de vídeo que he creado? —preguntó con voz queda.

—Sí, claro. ¡Es muy guay que seas creador de videojuegos! ¿Está relacionado conmigo?

—Bueno —dijo, mientras se daba la vuelta hacia su Wii. Me di cuenta de que mi inteligente deducción era realmente inteligente. ¡Por supuesto que estaba relacionado conmigo!

—Vale, pues esta eres tú —dijo señalando a una poco halagüeña chica animada por computadora.

—Pero tiene el pelo castaño —dije.

—Tú tienes el pelo castaño. ¿O no?

—Castaño con reflejos pelirrojos —le corregí. ¡Jolines!

Señaló a un musculoso guerrero.

—Este, obviamente, soy yo. ¡Y este es Josh! —Señaló un champiñón que había al pie de la pantalla—. ¡Luchemos contra él, Belle!

Estaba impacientándome un poco. ¿Íbamos a tener que esperar cuatro libros y cuatro mil páginas para que sucediera algo?

—¿Y qué quieres hacer ahora? —pregunté.

—Jugar con los videojuegos.

—¿Durante cuánto rato quieres jugar con los videojuegos?

—Un buen rato. Quiero jugar contigo a todos los videojuegos.

—¿Y después de eso?

—Bueno, si queda tiempo, realmente deberíamos trabajar en el sitio web de nuestro club, pero lo entenderé si te sientes cansada después de todos estos videojuegos. Tenemos dos armarios llenos.

Me tumbé en el sofá, exhausta. El problema que tienen los chicos inteligentes es que nunca toman ellos la iniciativa.

Y entonces, con la rapidez de un destello, sucedió. Tras un rechinante deslizamiento veloz por el sofá de plástico, Edwart ya estaba a mi lado. Me rodeó rápidamente con sus brazos y me atrajo hacia su huesudo pecho.

Sus manos cogieron las mías como si fueran mandos de videojuegos. Pulsó hacia abajo mi dedo índice izquierdo. Lancé una patada baja. Pulsó hacia abajo mi meñique izquierdo. Salté. Pulsó hacia abajo mi pulgar derecho. Me detuve en medio del aire. Me movió la muñeca en sentido rotatorio mientras pulsaba hacia abajo mi dedo corazón derecho. Me acuclillé y disparé una bola de fuego con las manos. ¡Aquello empezaba a ser divertido!

—¡Te amo más —le solté, de repente— que todo lo que hay en la galaxia combinado en un potente y delicioso chicle!

—Eso parece definitivamente bastante —dijo Edwart. Me miró en silencio durante un momento—. Este juego demuestra lo que siento.

Miramos las figuras de Belle y de Edwart de la pantalla del televisor. Estaban el uno junto al otro, moviéndose arriba y abajo con ligereza, diciendo «¡Yiiiihah!» de vez en cuando. Igualito que nosotros, pensé.

Lentamente, Edwart comenzó a reseguirme la columna vertebral con los dedos, dibujando formas invisibles sobre mi espalda. Me volví hacia él y reseguí su mano con los dedos, dibujando un pavo invisible.

—¿Qué estoy dibujando? —preguntó Edwart, pasados unos minutos.

—Un ordenador.

Edwart suspiró y posó suavemente los labios sobre mi pelo.

—Me conoces demasiado bien —murmuró.

Imaginé qué pensarían los chicos de mi colegio de Phoenix si me vieran en ese momento. Probablemente pensarían: «¿Belle se ha marchado de Phoenix? ¡Ya me parecía que faltaba alguien de mi grupo del proyecto de historia!».

Empezamos a darnos besos de mariposa, que es cuando rozas la piel de la otra persona con las pestañas. Yo iba a respetar el deseo de Edwart de esperar y él iba a respetar mi deseo por las criaturas aladas.

—¡Ahhh, calambre en la pierna calambre en la pierna! —gritó Edwart, de repente.

—¡Ay, Dios mío, cuánto lo siento! ¿He hecho algo mal? —pregunté, preocupada por si aquello estaba volviéndose demasiado intenso para él.

—No, solo necesito estirarla; vale, ya está mejor.

Levanté el rostro hacia el de Edwart para empezar a darle besos de mariposa otra vez. Él inclinó la cara hacia la mía, agitando las pestañas suavemente contra las mías, y luego contra mi mejilla y mis labios. La coordinación pestaña-ojo de Edwart era un desastre, así que me quedé muy quieta para ayudarlo. Sujetó mi cara entre las manos para apuntar mejor. Luego, muy despacio, inclinó mi cara hacia la suya. Yo dejé de batir las pestañas. Nos miramos fijamente durante un rato muy largo. Mis ojos empezaron a ponerse un poco bizcos y vi tres narices a la vez. Él me apartó el pelo que se había pegado a la manteca de cacao que llevaba en los labios y entrelazó los dedos en mi cabello rojizo con reflejos castaños como una diadema de dedos. Acercó con ternura mis labios a los suyos y sentí que su aliento me hacía cosquillas en los diminutos folículos capilares que toda mujer normal tiene en el labio superior.

—¡Ahhhh, calambre en el pie calambre en el pie! —chilló.

—¿Por qué pasa esto?

—Ya está... ¡Ay...! Ahora ya está.

Nos miramos el uno al otro y reímos un poco porque, oye, las relaciones requieren trabajo y comunicación.

Y mira por dónde, Edwart posó sus fríos labios sobre mi cuello por primera vez.