PARALIZADA DE MIEDO, ME ESFORCÉ POR RECORDAR LAS REGLAS pugilísticas que había aprendido en las clases de cardio kick boxing: 1. ¡Adelante, chicas! 2. ¡Dadle caña! 3. ¡Vamos, señoras, diez repeticiones más!
Ninguna de esas reglas funcionaría. Los dientes de Josh estaban a diez centímetros de mi garganta, y era solo cuestión de tiempo que la distancia se redujera a la mitad, y entonces sus dientes estarían a solo cinco centímetros de distancia. Luego a tres, a dos, a uno, a medio... a un cuarto... a un octavo... a un dieciseisavo... De repente, recordé la aporía de Zenón de Elea: Siempre y cuando Josh continuara avanzando hacia mi garganta en mitades de integrales, jamás podría llegar hasta ella.
Sin embargo, no se movió hacia mí en mitades de integrales; lo hizo de una sola arremetida. Abandonando toda lógica, me decidí por mi entrenamiento de krav maga, así que levanté un banco que tenía a la izquierda y se lo arrojé. Se hizo pedazos al impactar. Por supuesto. Todos los bancos de vidrio tradicionales de Oregon habían sido recientemente reemplazados por bancos de vidrio de seguridad. Pensando con rapidez, me acuclillé y di un gran salto para intimidar a Josh con mi entrenamiento de combate. Pero Josh no se retiró. Al contrario, adoptó la postura Guerrero Uno. ¡Esa era mi idea! Mi única idea.
Bueno, pensé, siempre podría usar esos nunchakos que llevo encima. Los saqué de dentro de los calcetines y empecé a hacerlos girar por encima de mi cabeza. Me pregunté si podrían girar tanto que me elevaran del suelo, pero antes de que me diera tiempo de plantearme hacia dónde volaría, Josh me golpeó con fuerza en el estómago.
Caí de espaldas contra una lápida. ¡Gracias a Dios que no estoy en un estudio de ballet lleno de espejos!, pensé aliviada. Entonces oí el sonido más dulce que pudiera imaginar: un «miau» gutural. En ese momento supe que estaba muerta. Ese sonido, el único que quería oír, me llamaba para que acudiera al único paraíso al que quería ir: el paraíso de los gatos.
Al abrir los ojos vi un gato negro que se frotaba suavemente contra mis piernas. No importaba, estaba viva. No es de extrañar que creyera que era un ángel; su manera de ronronear me recordó la manera de murmurar de Edwart.
Fue entonces cuando decidí luchar de verdad. Salté hacia arriba para patear el trasero a Josh. Pero a media patada me entró una especie de vergüenza, así que el movimiento acabó siendo algo más parecido a un tímido toque con la punta del pie. Sus nalgas se sacudieron, indemnes, y me lanzaron de espaldas dentro de la sepultura vacía de la que él había salido.
Yo estaba mirando el cielo nocturno, aturdida, cuando la cabeza de Josh me tapó la vista de la luna. Avanzó con rapidez como para atacar y luego se detuvo. ¿Acaso el golpe de mi pie le había enviado la señal equivocada? Se irguió y permaneció de pie al borde de la fosa, mirándome. Por primera vez reparé en lo alto que era. De hecho, desde donde yo estaba sentada, parecía muy, muy alto. Me gustan los tíos altos. Las dos cosas que me atraen de un hombre son su altura y si es o no un vampiro. La casi totalidad de mis enamoramientos han sido por lo uno o lo otro. Un tío, de hecho, era ambas cosas, alto y vampiro, pero resultó ser gay.
—¡Muere! —gruñó.
—¡Socorro! —grité yo.
—¡Chissst! —chistaron todos los de la sepultura de al lado.
—Lo siento —dijimos a la vez. Me sacó de la fosa y continuamos luchando en silencio.
Peleamos durante un rato, a veces olvidando cuál de nosotros era el ser humano y cuál el vampiro. En un momento dado, él llevaba mi vestido y yo su capa. Estaba a punto de morder, pero entonces, por un segundo, creí ver algo redimible detrás de aquellos ojos rojos, aquella capa y aquella cara empalidecida con polvo blanco.
—¿Tú eres el chico que lee Romeo y Julieta cada día, a la hora del almuerzo? —pregunté de repente.
—No, Belle. ¡Jopé, tía! Yo me siento a la mesa con todos mis hermanos y hermanas, detrás de ti y de tus amigas.
Recordé la situación de las mesas en la cafetería: la mesa de Edwart, la mesa de los deportistas, la de los populares (mi mesa), la de los aficionados al arte, la de los vampiros. Él debía de sentarse junto a esta última.
Al ver que me sentaba y abría un anuario para acabar de aclarar el asunto, Josh continuó hablando.
—¿Recuerdas aquel primer día, en la cafetería, cuando ambos intentamos coger el requesón al mismo tiempo? ¿Y que luego los dos intentamos pasar de largo como si en realidad quisiéramos servirnos patatas fritas, pero en realidad solo estábamos esperando a que el otro se marchara para poder servirnos requesón? ¿O el segundo día, cuando evité que un coche te diera un golpe en el aparcamiento del colegio?
Hablaba como alguien de hacía mucho, mucho tiempo, como del colegio. ¡Era tan encantador! Sus frases eran muy largas, advertí; podría huir de él con facilidad. De hecho, habría podido huir en cualquier momento, pero algo me retenía allí, incluso cuando Joshua se volvió para chillar hacia la oscuridad.
—¡Vicky! —gritó—. ¿Qué tal va el vídeo?
—¡Lo tengo todo grabado! —dijo una vampira menuda que salió corriendo de detrás de una lápida.
Llevaba una cámara de vídeo. Me di cuenta de que era maligna porque tenía el cabello pelirrojo y ondulado, una sonrisa misteriosa, y llevaba puesto una especie de poncho de piel peludo.
—Sabía que esto ocuparía un lugar espectacular en nuestro vídeo casero. —Josh hizo un gesto hacia el cementerio—. ¿Te gustaría ser una estrella de cine? —me preguntó en un tono amenazador.
Antes de que pudiera responder, Vicky corrió a arreglarme el pelo y a colocarme colmillos autoadhesivos en la boca.
—¿Qué película? —pregunté, incrédula. Yo no había firmado ninguna cesión. Mis películas de lucha tenían registrados los derechos.
—¡Se titula «Un día en la vida de Josh y Vicky»! —dijo Vicky—. Empezamos a grabar esta mañana cuando nos despertamos y hemos continuado durante todo el día. Ha sido realmente divertido, en especial cuando grabé a Josh haciendo los deberes.
Yo hice un vídeo casero una vez, justo antes de marcharme de Phoenix para siempre. Me vestí y bailé con el traje de ballet que solía ponerme cuando empezaba a andar. A mamá le encantó.
—Tengo una idea —dijo Vicky—. Belle, ¿por qué no dices algo para grabarlo? ¿Qué te parece «¡Ha sido fantástico conoceros, Josh y Vicky! ¡Gracias por no haberme comido!»?
Vicky alzó la cámara. Yo miré de un vampiro al otro. Tragué saliva, y también un bicho. Me sentía como si me fallaran las rodillas.
—Los recuerdos son muy importantes, ¿no te parece? —dijo Vicky.
Solté mi frase con rapidez para disimular mi mala pronunciación de la palabra extranjera «ha». Sé que se pronuncia como «a» o como «ah», pero siempre me olvido de cuál de las dos es la buena.
—¡Ahora besaos! —susurró Vicky. La cámara continuaba grabando.
Josh cerró los ojos y frunció los labios. Se inclinó hacia delante. Apenas unos minutos antes quería matarme, cosa que creo que era justa, porque yo quería perforarle una axila. Aun así, algunos de sus afilados dientes asomaban por los labios fruncidos, y yo estaba recelosa. ¿Qué sucedería si mi actuación era mala?
Entonces recordé que soy una actriz fantástica. Cerré los ojos y me incliné. Nos besamos. Pero no sentí nada, porque a esas alturas todo formaba parte de un día de trabajo. Se me ocurrió que besarse era la parte menos productiva del cortejo humano, y tampoco resultaba muy higiénica. Hasta ese punto me había insensibilizado la actuación.
—¡Bien, fantástico! —dijo Vicky, mientras apagaba la cámara—. Os veré mañana por la mañana para «¡El día siguiente en la vida de Josh y Vicky!» —gritó, y desapareció dentro de una sepultura cercana.
Sí, decidí. Es maligna.
Los labios me sangraban un poco, así que me los limpié enseguida. ¿Qué diría a mi padre? Decidí que le diría que me los mordisqueé para que se me pusieran rojos, como solía hacer antes de ser lo bastante mayor para pintármelos con carmín. Josh me miraba con ojos hambrientos.
—¡Tío, llueve un montón por aquí! —dije para romper el silencio—. Como un mogollón. Bueno... eh... ¿tenemos que seguir peleando o qué?
Josh se abalanzó sobre mí y volvió a pegar sus labios a los míos. Al principio me resistí un poco, para que pareciera que yo era ese tipo de chica —el tipo de chica a quien no gustan los vampiros—, pero luego él me besó con lengua. ¡Fue muy raro! Ya había oído hablar de eso antes, pero nada habría podido prepararme para una sensación tan extraña. Aun después de que me quitara la nariz de la axila, continué sintiendo una leve sensación de hormigueo.
—Bueno, ¿te pongo en un aprieto si te pregunto qué somos? —me apresuré a preguntar. No es que me importara si éramos esto o aquello. Solo quería saber, ya sabes...
—En absoluto. Ahora somos pareja.
Hummm. Me pregunté cómo iba a expresar eso en Facebook. Tendría que cambiar mi «estado» de antes: «Liada con un vampiro». Pero entonces me di cuenta de que eso encajaba muy bien en el nuevo escenario.
—¿Quieres ir conmigo a la fiesta de graduación de los vampiros, esta noche? —preguntó Josh.
Recordé mi última fiesta de graduación: las absurdas fotos de antes del fiesta, el horrible vestido rosado, la discoteca hortera adonde fuimos a bailar, los disparos de pistola, las llamadas al 911, la cobertura de los medios de comunicación nacionales y la penosa banda de reporteros.
—¡Claro que sí! —dije.
—Fantástico, porque ya te he sacado una entrada.
—¡Ay, espera! —dije, al recordar de repente al muchacho que pocos minutos antes se había marchado agitando los brazos—. Puede que ya haya quedado para ir con alguien...
—¿Otro vampiro?
—No. Pensaba que lo era, pero no.
Al recordar a Edwart, me sentí enfadada y un poco tonta. Debería haber sabido que no era un vampiro. No cumplía los tres criterios reveladores del vampirismo: hablar de manera anticuada, ser pomposo y tener la piel centelleante.
—Bueno, la verdad es que no importa —dijo Josh—. Los vampiros tenemos una fiesta de graduación distinta; la celebramos en invierno en lugar de hacerlo en primavera. Casualmente, en una época de lo más inconveniente para tomar fotos de exteriores. —Hizo una mueca burlona—. Distinta pero igual, y una mierda.
Sacudí la cabeza, compasiva. Nunca me había dado cuenta de que ser vampiro te hacía diferente, pero no resultaba agradable, al estilo doctor Seuss, con una estrella pegada en el vientre.
Nos sentamos a hacernos caricias delante de una tumba.
—Josh, ¿cómo te convertiste en vampiro?
—Luché contra Drácula. Y casi lo maté, pero me sentí mal cuando me dijo que yo era su único amigo, y que por eso me había tenido encerrado en las mazmorras durante cinco años. Me mordió justo cuando me daba la vuelta para regresar a mi mazmorra. ¡Qué marrullero! Pero es muy leal una vez lo conoces, después de algunos siglos.
—¿Tú conoces a Drácula? —le pregunté a gritos—. ¡Eso es muy guay!
Imaginé qué haría si alguna vez conocía a Drácula. Probablemente diría: «Soy Belle Goose, chica de vampiros», y él se inclinaría para morderme los pies.
—Bueno, Belle —dijo Josh—, soy un tipo superguay.
—¿Cómo era Drácula?
—Colmilludo. Tipo murciélago.
¡Uau! Salir con Josh me ofrecería toda clase de oportunidades. Tal vez también conocía al monstruo del pantano.
—Te llevaré a casa antes de ir a la fiesta de graduación —dijo Josh, mientras se ponía en pie y se sacudía la capa—. Es probable que quieras maquillarte o algo así. Lavarte la cara unas cuantas veces.
Me sonrojé. No me había dado cuenta de que mi tentador olor a sangre procedía de los poros de mi nariz.
Nos cogimos de la mano y fuimos paseando hasta la salida. La mano de Josh estaba fría, pero no era ese sudor frío y húmedo al que yo estaba acostumbrada. Edwart, pensé dejando escapar un suspiro. Edwart, Edwart. ¿De qué me sonaba ese nombre?
—Espera aquí, preciosa —dijo Josh, cuando estuvimos al otro lado de la puerta del cementerio—. Acercaré el coche.
Al cabo de unos minutos se detenía suavemente junto al bordillo.
—Sube —dijo con ferocidad.
Vale, pensé. Eso ha sido un poco grosero. Pero no dije nada, no en ese momento, ni tampoco cuando bajó de un salto, me vendó los ojos y me ató los brazos.
—Es por tu propio bien, torpe.
Me resultó difícil discutir eso, en especial cuando estaba cayendo dentro del coche.
Me abrochó el cinturón de seguridad. Pocos minutos después me sorprendió sentir que el coche se movía muy lenta y responsablemente bajo el control de Josh. Pero, por otro lado, llevaba conduciendo desde que se inventaron los coches.
Nos detuvimos.
—El plan es el siguiente: ve arriba para asearte y librarte de ese olor humano —dijo Josh. Yo continuaba con los ojos vendados, pero supuse que estábamos en mi casa, o en alguna otra que tenía un «arriba»—. Yo iré a hablar con tu padre para tranquilizarlo.
Me quitó la venda de los ojos. Yo avancé hacia la puerta de mi casa con paso tambaleante, pero él me detuvo al vuelo y puso su capa en el suelo para que yo caminara por encima y no me ensuciara los zapatos con el pavimento. Le di las gracias y pisé con cuidado el forro de satén rojo. Él levantó con rapidez las esquinas para envolverme como si la capa fuera un saco, y me transportó hasta la puerta.
—¿Qué harías sin mí, Belle? —preguntó, mientras me insertaba un dispositivo de seguimiento en una oreja.
Su comportamiento era inusitado, pero yo no había salido nunca con un vampiro. Además, ¿quién podía reprochar a Josh que fuera posesivo? Yo era especial; una chica que algún día aparecería en un programa de entrevistas, diciendo: «Sí, Diana, mi infancia fue difícil».
Me encogí de hombros y busqué la llave dentro del bolso, pero resultó no ser necesaria. Josh fundió una zona de la puerta para abrirle un agujero, y me lanzó a través de él.
—¡Deprisa, deprisa! —chilló—. ¡Tenemos que ir a una fiesta de graduación vampírica!