13

Los marqueses pasaron a darle las buenas noches a María Teresa y ella aprovechó para pedirles su bendición, como de seguro ya habían hecho sus hermanas. Solo hasta que se retiraron se dispuso a prepararse para dormir. Perla, con ayuda de otra esclava de servicio, comenzó a despojarla de sus vestiduras. Sus ojos habían dejado de lagrimar y los estornudos habían parado; ya no sabía si la idea de Perla para salvar la situación había sido lo más adecuado. Se había librado de cumplir con sus responsabilidades al menos ese día y había podido pensar, darle vueltas una y otra vez a su situación. Había decidido aceptar su destino.

El ritual del aseo comenzó, era necesario y requisito para volver a la cama lo más decente posible, era propio de una señorita abandonarse a los brazos de Morfeo limpia y bien cubierta, nunca se sabía lo que en la noche pudiera acontecer. Las palabras de don Hermenegildo, su último maestro de etiqueta y buenas costumbres, le vinieron a la cabeza hasta con su tono afectado: «Que tal si se incendia la casa y tienen que correr a guarecerse, que tal si invaden la villa los piratas y las jóvenes doncellas son secuestradas, o si una enfermedad nos sorprende mientras dormimos y es otro quien tiene que recibirnos en la mañana». Cuando quedó sumergida en la bañera prescindió de la otra esclava y solo se quedó con Perla.

—He estado pensando —murmuró— que, si casándome con León Villavicencio contribuyo a que Margarita sea feliz, debo hacerlo; ha sido una gran amiga para mí desde pequeña, no es justo que mi padre le retire la dote para el matrimonio, ella es tan alegre que en un convento se marchitaría. Margarita sueña con casarse y tener hijos, será una madre estupenda, es tan amorosa con todos.

—Así es la niña Margarita, por eso, su hermano, el señorito Hugo, también se sacrifica por ella.

—Eso no lo absuelve a él; aunque asegura que lo hizo por nosotras, no lo creo. Su conducta libertina no me permite considerar sus palabras, lo hace por el marquesado en primera instancia. Siempre he tenido fe en Hugo y últimamente estoy dudando, tal vez no he visto lo que en verdad oculta en su interior. Mi abuela se refirió a él como «aura turbia». ¿Consideras que me ha fallado el buen juicio?

—Se ha dejado engatusar por su gallardía —pensó en voz alta Perlita y de inmediato se retractó—: Dispense, amita, esta boca será mi perdición.

—Me sentiré peor si tus palabras son ciertas. ¿Estaré tan enceguecida por sus penetrantes ojos, sus exigentes labios, su porte, su rostro angelical?

—Ángel, pero como Lucifer, bello por fuera y demonio por dentro. Si le relatara lo que el deslenguado de Matías presume de su amo entre los esclavos... Creo que Matías lo admira tanto que sueña en coleccionar aventuras como el futuro marqués, las narra y parece que él mismo las estuviera viviendo.

—¿Y su señor no lo ha sorprendido hablando de más, no lo reprende por su indiscreción?

—Ese esclavo tiene muchas licencias, su amo le tiene dadas varias libertades, lo mira a los ojos, se ríen juntos.

—Casi como tú y como yo —le recordó con dulzura María Teresa.

—Usted es la mar de obsequiosa conmigo, pero jamás yo me tomaría tales atribuciones. ¡Faltaría más, yo igualándome a mi ama para hablarle como si su merced fuera mi igual! ¡Jamás!

—Claro, por supuesto —dijo reprimiendo una carcajada al ver que Perla no lo aceptaría.

—Una vez el señorito lo atrapó hablando a sus espaldas de sus amoríos.

—¿Y qué sucedió? —preguntó intrigada, no podía esperar a saber.

—Imagínese, lo miró con todas las intenciones de reñirle, lo nombró mientras negaba con la cabeza, y después sonrió y se fue con el pecho henchido como gallo fino que se pavonea en un corral. No pasó nada, ni una reprimenda como debe ser, se merecía unos latigazos por andar de bocón con las cosas del amo.

—¿Y qué tantas aventuras ha tenido el futuro marqués?

—Niña, yo cuando escucho de esos barullos me vuelvo sorda y abandono el lugar antes de envilecer mis orejas.

—Pues para la próxima agudiza el oído, quiero saberlo todo del señor a partir de ahora; es más, tienes que sonsacarle a Matías la información.

—¡Su merced! ¿Está segura de lo que me está pidiendo? Si su madre me escucha repetir las palabras de ese esclavo, ni cien latigazos serán suficientes; me vendería.

—Tomaremos las precauciones, ya te prometí que sobre mi cadáver dejaré que te toquen nuevamente.

—Niña, no prometa lo que no puede cumplir. ¿No recuerda que también es propiedad del amo?

—Necesito saber si Hugo está enamorado de mí como proclama. Averigua con Matías sus sentimientos, indaga si ama o ha amado a otra, si ha entregado su corazón.

—No albergue ilusiones, ya la veo y creo que está perdiendo la cabeza. ¡Su padre está ciego, debería apresurar el matrimonio, sacarla de la casaquinta y de la influencia de ese demonio con cara de ángel.

—Busca la información para mí.

—Después de todas sus conquistas, yo no me arriesgaría en confiarle mi alma al señorito Hugo; no lo haga, niña. Él solo está encaprichado, su padre le frenó sus aspiraciones a desposarla y, como ninguna mujer se le ha negado, solo quiere tenerla, por eso su corazón está desbocado y su angustia se le escapa por los ojos, es el deseo.

—Eres tan joven y hablas como si tuvieras mil años, no seas tan prejuiciosa.

—Solo quiero evitarle un disgusto.

—No hagas más de mi conciencia. ¡Sal de aquí! ¡Te he dado una orden!

—Pero tengo que ayudarla a salir del baño.

—Deseo terminar de prepararme sola.

—No demore en la bañera, su madre advirtió que su aseo de esta noche sería de Jesús, María y José, y usted se ha mojado hasta el cabello. Cerraré la ventana para que no se enfríe. Todo por culpa de ese Satanás que la tiene fascinada.

—¿Y tú por qué lo desprecias?

—No lo odio, pero escucho los pavoneos de Matías en el patio y es suficiente para saber que no le conviene.

—No me contraríes más. Ahora déjame. Haz lo que te ordeno.

Y antes que la ira abandonara su cuerpo se arrepintió de descargar su furia contra Perla, quiso retractarse y pedirle disculpas, pero nunca lo había hecho con alguien de clase inferior a ella, aunque deseaba expresarlo, no pudo, un nudo de palabras se quedó atorando el paso de sus palabras. Perla era su esclava y la vida las ponía en situaciones que se lo recordaban constantemente. Las reprimendas de su madre le martillaron en la memoria: «Tratas a esa esclava con demasiadas consideraciones, terminará por olvidar su lugar y tendremos que recordárselo de la peor manera. Te la he dado para que te sirva, ya está adiestrada, no la eches a perder».

No se dio cuenta cuando el agua perdió la temperatura y las yemas de sus dedos, de las manos y los pies, se arrugaron, sus incesantes pensamientos sobre Hugo y sobre el desencuentro con Perla la fueron abandonando con lentitud hasta que sus párpados pesados se adormilaron. Descendió un poco en el agua, dormida, hasta que esta le rozó peligrosamente la barbilla. Las velas se fueron consumiendo hasta que la última se apagó. María Teresa descendió un tanto más, el agua cubría sus labios y parte de sus mejillas. La enorme bañera de hierro forjado ni siquiera estaba llena, la tela que le cubría las rodillas dobladas permanecía seca, pero el efecto sedante de los medicamentos hizo que se durmiera con la cabeza recostada hacia atrás. A punto de descender más y ahogarse, una mano la hizo despertar y la ayudó a incorporarse.

—Mi niña el agua está helada, se resfriará aún más —le dijo Perla asustada, le colocó una manta sobre la espalda y procedió a iluminar la estancia.

—Me quedé dormida. ¡Bendito Dios que regresaste!

—¡Por todos los santos! Casi me toca encontrarla tiesa y con la cara azul a la siguiente mañana. ¿Cómo se le ocurre dormirse en la bañera?

—No lo sé, no me di cuenta, el agua caliente era relajante y después quedé privada. ¿Por qué regresaste después de lo mal que te traté? No te merezco, te brindo mi amistad y a la mínima frustración me desquito contigo.

—Tenía que cumplir con mi obligación y dejarla lista para dormir, es mi trabajo, es para lo que me preparó su merced la marquesa.

—Pensé que habías tenido una especie de intuición, que estábamos conectadas de alguna forma. Entonces, me ha salvado la previsión y la rectitud de mi madre.

—Usted y yo no podemos ser amigas, olvide ya esa idea y por favor ni se le ocurra decirlo a alguien más, me perjudicaría; su madre es capaz de retirarme de su servicio, no quiero que me manden a uno de los ingenios, los esclavos allá son muy... —Ni siquiera se atrevió a decirlo, también sería una ofensa para sus amos el quejarse de la suerte de los esclavos.

—Sé que son desdichados, quisiera ser más fuerte e impedirlo. Si te sirve de algo quiero que sepas que no soy indiferente y que estoy de tu lado. También quiero darte las gracias por volver.

—¿Aún desea que interrogue a Matías? —preguntó la esclava comenzando a ceder, María Teresa no podía disimular el afecto que le tenía y eso la hacía flaquear.

—Si decides ayudarme, no te lo impondré, no volveré a aprovecharme de ser tu dueña para meterte en problemas.

—Su merced... Me abruman sus consideraciones.

—¿Qué dices? —preguntó y comenzó a toser. Perla le acercó un pañuelo, mientras se ocupaba de acomodar el lugar.

—Tantas horas en el agua harán que mañana tampoco pueda abandonar sus aposentos y ahora no tendrá que fingir ni infligirse un mal a sí misma.

—Pues tendré que amanecer bien, no puedo seguir recluida con esta enfermedad que nos inventamos y terminó por volverse cierta. No puedo estar otro día sin verlo, aunque sea con el rabillo del ojo. Por eso odio mentir, es indigno faltar a la verdad. Me reconforta saber que solo lo he hecho en una ocasión, pero me cuidaré de no repetir, sé que una mentirilla inocente termina por ocasionar un mal mayor.

—Tan inocente no fue. Movilizó a todos en la casa, preocupó a sus padres, incluso al niño Hugo. Ya me han advertido de alejarme de las pasiones que no traen nada bueno al alma. ¡Dios me libre de quedar en medio de esta tempestad! No la ayudaré de nuevo, dispénseme, pero no está bien, usted se va a casar.

—¿De qué estás hablando?

—De su boda con el señor León Villavicencio.

—Eso no, antes. Acabas de mencionar que él también se preocupó por mí.

—En la escalera, me abordó sobre su estado de salud, estaba verdaderamente acongojado y sus ojos no podían disimular que el fuego consumía su corazón. Parecía desesperado.

—¿Crees que me ama en verdad?

—Niña, no se ilusione. Piense en su matrimonio, en lo feliz que será con León.

—Y no faltaré a mis votos una vez jurados, pero si tengo la oportunidad de que mi padre recapacite, de que impida esa boda, lo haré. Úrsula tampoco desea casarse ni con él ni con nadie. Si Hugo me ama tal vez ese sentimiento lo impulse a luchar por mi mano.

—Que lo último que desea ese demonio es su mano, no lo entiende —resaltó la esclavita.

Y ni las advertencias de su esclava desconfiada del amor le borraron la sonrisa, solo interrumpida en ocasiones por la tos, con la que se fue a dormir a su cálido lecho.