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Las noticias de los recién casados en Europa parecían tener alas, mientras, seguir las pistas sobre la desdichada y valiente María Inmaculada se convirtió en aliciente para ver transcurrir el tiempo. La marquesa no se despegaba de la llave, solo salía de su pecho cuando el marqués la requería y después regresaba a su custodia. La panza de María Teresa dio tremendo estirón justo cuando le faltaban dos meses para dar a luz. La luna de miel de Hugo y Úrsula se había extendido aún más que la suya, y eso, a pesar de que era resultado de sus propios actos, la hacía morir de dolor. Sabía que el viaje de Hugo no solo perseguía la finalidad del placer, que su padre lo había mandado a supervisar sus asuntos en España, a estrechar lazos con la nobleza, a buscar nuevos socios en el resto de Europa, a cerrar tratos comerciales de los que el marqués no podía ocuparse en persona por sus obligaciones en la isla. Y, si en algo era excelente Hugo, era en sorprender siempre a su benefactor por alcanzar un éxito mayor al esperado. Finalmente, cumplida la misión, el joven matrimonio regresaba en un vapor a la isla, donde también la mano certera del heredero y su visión para los negocios eran reclamadas.

Entre los achaques del embarazo y el tormento que representaba para María Teresa volver a colocarse frente a frente con Hugo Buenaventura, la fuente de agua se rompió dos meses antes de lo esperado, mientras él continuaba en altamar, de seguro cercano a las costas de la isla.

León estaba alterado, no podía disimular lo que aquella llegada prematura le ocasionaba, sus dudas, casi olvidadas se le colaron con fuerza, como una ola que se posesiona tierra adentro, arrasando con todo a su paso. María Teresa estaba abatida, tuvo exactamente la misma idea que su esposo, no quería despegar los labios ni para mencionarlo, si lo nombraba, se haría realidad. Recordó el ligero sangrado tras la primera vez que cohabitó con León y de pronto entendió que la pérdida podría estar relacionada con un embarazo, su ciclo menstrual había estado muy extraño desde esa ocasión, pero desapareció por completo cuando creyó haber quedado encinta.

Y contra todo pronóstico o maldición, a mediados de junio de 1857, María Teresa dio a luz a un varón fuerte y rozagante, en su palacete, lejos de su familia, bajo los cuidados de su suegra y una partera que apareció tras la apremiante necesidad. Un niño con los ojos oscuros como la noche, la piel sonrosada por el esfuerzo realizado para salir del canal vaginal y unos labios muy rojos, que se abrían para llorar a puro grito, con toda la fuerza que le permitían sus pequeños pulmones.

—Es un varón, gracias a Dios. Enorme y fuerte, a pesar de que el embarazo no llegó a su término, mira cómo se prende de mi dedo —dijo su suegra, su ilustrísima Suplicio Iturbide de Villavicencio, la condesa de Marmosa—. Pensé que por adelantarse vendría más débil, es la sangre de nuestra familia que corre por sus venas. Un nuevo León Villavicencio ha nacido.

—No, no se llamará León —indicó María Teresa con la poca fuerza que le quedaba.

—¡Pero si ya lo habían acordado! Cada primogénito de esta familia ha sido León Villavicencio, desde tiempos de los tatarabuelos de tu esposo.

—Déjala —exigió León dudando de ponerle su nombre con el corazón apretado y aliándose con su esposa en esa batalla contra su madre—. María Teresa puede escoger cómo llamar al primero, yo escogeré el del segundo y los siguientes. Quiero hacer feliz a mi esposa. Ya ha traído un varón saludable al mundo, estoy seguro que me dará muchos otros.

María Teresa ignoró las insinuaciones de su esposo, toda su energía estaba focalizada en el rollizo niño que la reclamaba entera, con hambre desmedida, la que intentó calmar colocándoselo en su pecho.

—¡Alto! —Se lo arrebató la condesa de sus brazos y se lo entregó a la nodriza, una mujer robusta de piel oscura con matiz azulado—. Ya tenemos un ama de leche para él.

—Por favor, no se lo lleven. Deseo amamantarlo —suplicó la nueva madre.

—Creo, querida, que ya hemos tolerado por demasiado tiempo tus caprichos. Tendrás mucho de qué ocuparte, como, por ejemplo, de cuidar a tu marido; de la crianza del primogénito me ocupo yo. Me lo agradecerás, no querrás dañar tu figura, una dama debe mantenerse a la altura que la clase exige.

—Vio con dolor cómo la esclava se llevaba a su hijo para alimentarlo. —No le era ajena esa costumbre, sabía que las pobres amas de cría alimentaban con su pecho a los hijos de sus amos, mientras sus criaturas eran consoladas con agua de arroz en el barracón; le dolió por su hijo y por el otro infeliz.

—Y bien, ¿cómo se llamará mi nieto? —indagó la señora impaciente—. ¿Llevará el nombre de alguno de los ilustres Morell?

—No, en mi familia, el nombre propio no se ha transmitido de padres a hijos.

—No hay muchos varones como para ello —la interrumpió sarcástica la condesa.

—Me refiero a mi bisabuelo, sus hijos y sus nietos, todos Morell y de nombre distinto. Quiero mantener la tradición, quiero que tenga un nombre que solo sea suyo.

—Eso está difícil si le pones un nombre cristiano.

—Me refiero dentro de la familia.

—Pensé que algunos de los Morell tenían como segundo nombre Buenaventura.

—Exacto, lamento pasarlo por alto.

—¿Cuál has elegido?

—Déjala descansar, madre, no puede ni sostener los párpados. Más pronto de lo que imaginas, nos develará cómo llamará a nuestro hijo. Además, su familia vendrá a visitarla en la tarde, ya saben que el parto se adelantó y que todo ha salido bien, arden en deseos de conocer al nuevo integrante.

En la quinta de la Calzada del Cerro, el marqués había llegado a todo galope para escuchar de nuevo de la boca de su esposa el mensaje que le había enviado con un esclavo. Altagracia lo vio, su padre por las prisas no se percató que ella también se aproximaba para felicitarle.

—¡Un varón! —expresó riendo a carcajadas, con el pecho henchido de dicha—. ¡Ha sido varón! ¿Sabes lo que eso significa?

—Por supuesto, que te has atormentado en vano todos estos años, que no hay tal maldición sobre nuestra familia y que si solo tuve hijas fue porque Dios así lo dispuso.

—¿De esa maldición habla? ¿De la de María Inmaculada? —preguntó Altagracia que se les acercó con el gesto taciturno al escuchar lo que debatían.

—¿Cómo sabes tanto? —le preguntó la madre molesta por su intromisión.

—Mi padre habló del tema conmigo alguna vez.

—Es una tontería, esa maldición no existe. De lo contrario, Hugo no estaría con nosotros —sostuvo la marquesa.

—Hugo nació libre de la maldición porque su padre rechazó el marquesado —debatió Altagracia.

—Don Héctor no rechazó el marquesado, fue desheredado por enamorarse de quien no debía y por casarse sin la bendición de su abuelo —especificó la marquesa mientras su esposo las oía sin intervenir, aún deslumbrado por la noticia de su nieto.

Altagracia se quedó con la cara de piedra, un dato nuevo que su madre, presa de la ira, aportaba a sus investigaciones.

—Alguna explicación habrá para ello; lo cierto es que el hijo de María Teresa no significa nada, ella es una Morell, pero su hijo heredará la fortuna de los Villavicencio, no la de nuestro padre —expuso Altagracia tajante para volver a sembrar la duda y el martirio en la conciencia del marqués.

—¿Cómo osas entrometer tus narices en este asunto? Cada día me decepcionas más, eras la niña de mis ojos, mi orgullo, pero tu ambición te ha cegado. Los hombres a sus asuntos y las mujeres a los suyos —insistió la marquesa.

—Si fuera ambición, habría acatado la orden de mi padre cuando me pidió que sonsacara al heredero, antes de que el compromiso con Úrsula fuera sellado.

—Si no cumpliste con tu trabajo, ahora no reclames. Retírate, ¿no te das cuenta de que ese tema mortifica a tu padre? Pídele disculpas y marcha a tus habitaciones; en la tarde iremos a conocer a tu sobrino, espero que estés de mejor humor.

—Lo siento, padre.

Doña Prudencia, doña Alma y Margarita también bajaron a compartir la buena nueva, vieron el ambiente viciado, así que preocupadas indagaron por la parturienta y su retoño.

—¿Cómo están los dos? —preguntó doña Prudencia.

—Excelentes, según lo que me han dicho, en perfectas condiciones, tu nieta, la primera en ser madre, ha dado a luz como una guerrera. ¿No es formidable? —celebró la marquesa.

—Bueno, es más fácil un parto prematuro que a término, el bebé es más pequeño y menos robusto, eso ayuda —explicó doña Prudencia y el recuerdo de la visita del médico para comprobar la virginidad de su nieta, así como sus consejos para convencer a León de que aún era virgen, la hicieron abrir los ojos desmesuradamente. Quedó toda nerviosa e imploró por ayuda para alejar los malos pensamientos—. ¡Jesús misericordioso!

—¿Qué pasa, madre? Ha quedado pálida.

—Es que de pronto me entró la angustia por mi bisnieto. ¿Le afectará haber nacido antes?

—El médico ya lo ha revisado y está sano, es fuerte y grande. Tranquila.

—¿Qué dice el padre? —indagó recelosa doña Prudencia.

—Los Villavicencio están eufóricos de felicidad —le garantizó su hija.

—Gracias a Dios —murmuró displicente doña Prudencia.

—Madre, ¿lo dice con alivio o para darnos la enhorabuena? —inquirió su excelencia Lucrecia de la Concordia confundida.

—Un niño, los felicito. María Teresa ha de estar muy contenta, ha cumplido con su obligación de entregar un primogénito varón con el primer embarazo —dijo la señora mayor para alejar el recelo ante su preocupación y se santiguó.

—Es una buena noticia, debemos celebrarla —los animó la marquesa.

—Tal vez usted pueda disfrutar de lo mismo muy pronto, doña Alma —aportó doña Prudencia—. Los tórtolos están por llegar, a lo mejor Úrsula está de encargo.

—Nada me haría más feliz —manifestó la aludida.

—Me encantaría acompañarlos esta tarde a conocer al recién nacido —reveló Margarita.

—Hija, sé prudente, ahora irá solo la familia cercana. María Teresa y el bebé requieren muchos cuidados, no seamos fuente de agobio —murmuró doña Alma.

—De eso nada, ustedes también son familia y nos acompañarán —sentenció el marqués y a su esposa no le quedó más remedio que secundarlo—. A mi hija le encantará verlas. ¿Ya están los regalos preparados para mi primer nieto?

—Por supuesto, esposo mío, de eso me he ocupado ya. A esa criatura no le faltarán mimos.