Homenajes y agradecimientos

 

 

 

Todo libro encierra, además de una historia ficticia, una historia real, que sucede durante el tiempo de su escritura. Mientras escribía estas páginas, murió mi sobrina, Francisca Ruiz Obligado, y mi amigo del alma, Julio Gómez Carrillo. La tristeza y su recuerdo querido sobrevuelan muchos de estos cuentos. Sirvan estas historias como un pequeño homenaje.

 

Quiero agradecer los intercambios que cubrieron mis baches de información. A Ricardo de la Fuente López, nuestra correspondencia sobre la sangre, a Weselina Oliveira, sus traducciones al polaco, a mi tía, María Luz Obligado de Zoltowski, las historias familiares y el compartir conmigo las notas de mi abuela, Lucía Nazar Anchorena, sobre aquel primer viaje en avión a Londres. A Celeste Miranda, sus lecciones de origami. A Martín Obligado, su explicación sencilla de algunos principios complejos de la Física y el título del libro. Sus ideas desde la perspectiva de la ciencia me hacen pensar, una vez más, que todos los conocimientos conducen a Roma. Un reconocimiento especial para José Luis Lejárraga, que me permitió el uso adulterado de su apellido. A Javier Siedlecki, Isabel González, Nuria Sierra, Mariana Grekoff, Lola López Mondéjar, Viviana Paletta y Carola Aikin, su lectura atenta y sus consejos.

La escritura de este libro fue itinerante. Conté con la hospitalidad de Pilar González Bernaldo y Eric Mesguich en Berchéres Le Maingot, Francia, donde escribí algunos de estos cuentos. En la casa de Raúl Navarro, en «La Alameda», Soria, los organicé y, por fin, en «Casa Juste», Lousada, Portugal, terminé de estructurarlos; la calma y la belleza del jardín de Ana Osório Guedes y Fernando Riba D’Ave Guedes fueron el mejor espacio para esta tarea.

Quiero agradecer a mis editores, Juan Casamayor y Encarnación Molina, que me permitan investigar en los límites del cuento sin presión alguna, sé bien cuánto vale esta libertad.

Por fin, mi gratitud a todos los que me soportaron en los momentos bajos y, más aún, a los que no me tomaron en serio cuando me sentía un genio. Y, como siempre, a Roco, Camila y Julieta, sine quibus non.