Capítulo 6

 

LA LLEVÓ a su habitación, no a la de ella. No encendió las luces. La besó y la abrazó tan fervorosamente que ella perdió cualquier vestigio de sensatez.

Desnudo estaba magnífico. Tenía las espaldas anchas, los abdominales marcados y los muslos prietos. Ella tragó saliva y presionó los labios contra aquel vello rizado del pecho mientras deslizaba una mano en busca de la esencia vibrante de su masculinidad.

Brad dijo algo entre gemidos y la tumbó sobre la cama. La miró al cuello antes de recorrer el resto de su cuerpo a besos. Su lengua se detuvo sobre los pezones, duros y excitados como llamas vacilantes. Lauren cerró las manos sobre su pelo negro cuando aquella lengua llegó hasta sus muslos entreabiertos, casi incapaz de aguantar aquella exquisita sensación.

–Mas, mucho más –se oyó rogar ella misma.

Cuando él se levantó, separándose de ella, el corazón de Lauren se paró un segundo. No tenía intención de marcharse, simplemente había ido a abrir el cajón de su mesilla. Si ella hubiese sido capaz de pensar con coherencia, al ver lo que él estaba haciendo, quizá hubiera recuperado el sentido, pero lo único que sentía era una necesidad muy urgente.

Recorrió sus anchos hombros con las manos cuando él volvió a echarse encima de ella. Se quedó sin aliento cuando lo notó dentro. No sintió que hubiese nada malo en todo aquello, todo lo contrario, aquello era correcto, completamente correcto. Perdió el sentido del tiempo y del espacio entre aquellos rítmicos movimientos, sin escuchar siquiera los gemidos que salían de su garganta cuando alcanzó la última cima.

 

 

Volvió a la realidad poco a poco, abriendo los ojos para encontrarse a Brad apoyado sobre su hombro mientras le sonreía.

–Ha sido fantástico –dijo él levantando una mano, retirando un mechón de la cara de Lauren y recorriendo con un dedo su mejilla–. Eres toda una revelación, lo sabes, ¿verdad? Tan fría y controlada en la superficie, ¡tan salvaje en el interior!

Lauren notó que tenía la boca seca.

–¿Qué hora es?

–Justo pasada la medianoche –contestó poniéndole una mano sobre el hombro cuando ella hizo un intento por levantarse–. Tranquila, no hay prisa. Aún tenemos toda la noche por delante.

–Mañana tienes que madrugar –le recordó ella–. Necesitarás tener la cabeza despejada para tratar los asuntos que tengas que tratar.

–Eso no me preocupa ahora –murmuró deslizando la mano hasta uno de sus pechos, poniéndolo duro simplemente con un mero roce–. Nunca tendré suficiente contigo, Lauren –le susurró.

Ella le respondió con un beso porque no podía hacer otra cosa, lo besó con desesperación.

Aquella vez fue colosal. Ella se estremeció entre sus brazos mientras él apoyaba la cabeza sobre su pecho. Lauren deseó permanecer así para siempre. Por supuesto era imposible. Tarde o temprano ella tendría que enfrentarse con el día a día. Hacer el amor con un hombre que había conocido hacía dos días no era nada de lo que enorgullecerse; pero hacerlo con el hombre que su hija llamaba papá era infinitamente peor.

–Realmente debo irme –dijo ella.

–Supongo –acordó Brad reticente–. Hubiese sido mejor al contrario, pero…

–Sí, pero los preservativos estaban aquí –terminó ella por él.

Brad frunció el ceño.

–No tenía nada planeado, ¡créeme!

–Ni se me había ocurrido –contestó ella–. Creo que usarlos es un buen hábito. Deja que me levante, por favor.

Brad se giró sobre sí mismo, quedándose boca arriba mirando al techo mientras ella se vestía. Lauren intentó dejar la mente en blanco todo lo que pudo. Una vez vestida, lo miró vacilando.

–Buenas noches.

Brad se sentó sobre la cama, su expresión era imposible de leer en aquella oscuridad; estiró un brazo.

–Creo que me merezco algo más que esto, ven aquí.

Lauren se acercó en contra de su voluntad, se quedó helada al notar el impacto de su beso. Hubiese sido mucho más fácil dejarse llevar y recostarse junto a él de nuevo. Haciendo un gran esfuerzo se alejó de él, obligándose a sonreír.

–Será mejor que duermas algo. Tienes un día muy duro por delante.

–¿Cuál es el problema? –preguntó él suavemente–. Es lo que los dos queremos.

–Lo sé –buscó en su mente una respuesta adecuada–. Pero no es muy apropiado, nos conocemos tan solo hace dos días.

Su boca se curvó.

–Si hubiera dependido de mí, no hubiésemos esperado tanto –dijo mirándola fijamente–. ¿Te sentirías mejor si nos hubiéramos conocido hace más tiempo?

–Me sentiría mejor si no hubiera pasado.

–No querrás decir lo que acaba de pasar, ¿verdad? Te has dejado llevar tanto como yo.

–No me refiero a eso. He venido aquí a cuidar de tu hija.

–Supón que te despido, ¿cambiaría las cosas?

Ella sonrió sin ganas.

–Realmente no.

–Entonces deja de decir tonterías –tiró de ella, acercándosela. La besó con una ternura inesperada–. Si no llega a ser por Kerry, nunca nos hubiéramos conocido –murmuró.

Lauren hizo un esfuerzo por mantenerse en control.

–Se supone que lo que debo hacer es saciar las necesidades de Kerry, no las nuestras.

–No veo por qué no puedes hacer ambas cosas.

–¿Y arriesgarme a que ella se entere de lo que está pasando?

–Seremos cuidadosos –su tono era firme–. Kerry significa mucho para mí, pero no voy a dejar el papel que tú crees que yo debo hacer. Te deseo y, después de esta noche, no me queda duda de que tú también a mí –añadió poniendo un dedo sobre los labios de Lauren para evitar que hablase–. Eso es todo lo que voy a decir por el momento. Ya sabes cómo me siento. Ve y duerme un poco.

Lauren llegó hasta su habitación, cerró la puerta y se quedó apoyada contra ella tratando de organizar su cabeza. Aquella noche había sido maravillosa, no podía negarlo, pero tenía que haber sido capaz de controlarse ante algo que no había sido nada más que lujuria.

Pero la vocecita de su cabeza no paraba de repetir que para ella no había sido solamente eso. A ella le encantaba estar y hablar con él. Adoraba el brillo burlón de aquellos ojos azules y la sonrisa de su boca. Todo lo que ella podía hacer en aquel momento era esperar a ver lo que pasaba al día siguiente.

 

 

Cuando Lauren bajó a desayunar y supo que Brad ya se había ido, respiró aliviada. Le había dejado una nota diciendo que había una caja con dinero en su escritorio para cualquier cosa que necesitaran. La nota terminaba simplemente con su firma.

¿Qué esperaba? La noche anterior había sido la noche anterior. Seguro que Brad lo había pensado mejor y había cambiado su punto de vista.

Había amanecido lloviendo.

–Los caballos necesitarán hacer ejercicio aunque llueva –le dijo Lauren a Kerry–. Estoy segura de que en algún sitio habrá un par de gabardinas.

–Papá ha dicho que deberías descansar tu hombro.

–Mi hombro está bien –ciertamente el linimento había hecho efecto.

–Bueno, tendrás que ponerte la chaqueta de papá; te quedará enorme, pero servirá.

–Estupendo. Vamos a cambiarnos.

Cuando llegaron a los establos estaba cayendo una lluvia fina. No estaba Mick por ninguna parte. Salieron a montar y, aunque el tiempo no fue muy bueno, pasaron un buen rato.

–No lo haces tan mal, con un poco de práctica será suficiente –dijo la niña con condescendencia.

–Gracias. Espero montar todos los días. Supongo que lo echarás mucho de menos cuando estás en el internado.

–Siempre me llevo a Diamond. En el colegio hay establos para veinte caballos. Papá ha alquilado uno.

–¿De verdad que odias tanto la escuela como dijiste ayer? –se atrevió a preguntar Lauren. Vio una sonrisa reacia en los labios de su hija.

–Supongo que no es un sitio tan malo, pero preferiría quedarme aquí. Mi mejor amiga va a un colegio que está en Stratford. Ahora está de vacaciones con sus padres en Italia. Me encantaría ir a Venecia y montar en góndola.

–Tendrás que sugerírselo la próxima vez.

Había dejado de llover y había salido el sol cuando llegaron a los establos. Mick estaba pintado la valla.

–He pensado que podríamos ir a Stratford a comer y quizá luego darnos una vuelta en barco –dijo Lauren casualmente–. ¿Te apetece?

–Supongo –dijo Kerry con desgana.

De vuelta en la casa, Lauren se cambio de ropa y se dirigió al estudio. El escritorio tenía tres cajones a cada lado. Encontró la caja del dinero en el primero de la izquierda. Sacó lo que ella consideró suficiente.

Al final, el día había resultado mucho mejor de lo que en un principio Lauren se había imaginado. Incluso Kerry admitió, cuando regresaban a la casa, que se había divertido mucho. La atmósfera entre ellas mejoró considerablemente a partir de entonces.

Sobre las nueve y media de la noche, cuando Kerry acababa de irse a la cama, el teléfono empezó a sonar. Brad no perdió el tiempo en preámbulos.

–Pensé que estarías en la cama si te llamaba después de aterrizar, ¿cómo va todo?

–Muy bien –Lauren estaba un tanto sorprendida por la llamada–. Kerry está arriba, voy a llamarla.

–No hay tiempo. Empezaremos a descender en cualquier momento. De todos modos, es contigo con quien quiero hablar –hizo una pausa–. Sobre lo de anoche…

–No tienes por qué preocuparte –como veía venir lo que iba a decir, lo interrumpió rápidamente–, para mí no significó más de lo que significó para ti.

La línea telefónica se cortó antes de que Brad pudiera contestar aunque Lauren sabía perfectamente lo que él iba a decir. Probablemente se había dado cuenta de que aquella relación era insostenible. Ella era consciente de que lo terminaría superando, había cosas más importantes en su vida en aquel momento.

 

 

La actitud de Kerry siguió mejorando según iban pasando los días. Montaban a caballo todas las mañanas. Se bañaban en la piscina siempre que lo permitía el tiempo, jugaban al tenis y hacían excursiones.

Una tarde lluviosa, Lauren le sugirió con mucho tacto a Kerry que le enseñara fotos familiares. Al cabo de un rato, la niña apareció con un grueso álbum de fotos con tapas de cuero. Lauren pudo ver el crecimiento de su hija año tras año. Cuando era un precioso bebé, en su primer día de colegio, en distintas ocasiones junto a Claire y también junto a Brad.

–Son maravillosas –comentó Lauren–. Es estupendo tener un álbum como este. Tu madre –aún le costaba mucho pronunciar aquella palabra– hizo un fantástico trabajo cuando recopiló estas fotos.

–Ella era buena en todo –dijo la niña con orgullo–. Papá me ha dicho que tocas el piano. Estoy segura de que no lo tocas ni la mitad de bien que mi madre.

–Probablemente no –dijo cerrando el álbum–. He oído que tú también lo tocas.

–Hace mucho que no lo hago –comentó bruscamente–. Voy a subir esto.

Un paso hacia delante, dos hacia atrás, pensó Lauren quedándose sola.

 

 

Para el sábado el hombre del tiempo había anunciado una ola de calor. Lauren y Kerry estaban tomando el sol en la piscina cuando Brad apareció totalmente por sorpresa. Kerry se tiró a sus brazos.

–¿Qué habéis estado haciendo todo este tiempo sin mí?

–¡Miles de cosas! –contestó Kerry–. Lauren me llevó de compras y ha renovado toda mi ropa. Entramos en todas las tiendas.

–Necesitaba muchísimas cosas –dijo Lauren.

–No hace falta que me deis explicaciones –apuntó Brad sencillamente.

Lauren, para librarse de su intensa mirada, se agachó a por una crema. Mantener sus sentimientos a raya iba a ser una de las cosas más difíciles que iba a hacer en su vida. Estaba deseando que dejase de mirarla, podía sentir aquellos ojos quemándole la piel. Afortunadamente, Kerry estaba muy ocupada examinándose la picadura de un insecto que tenía en la pierna.

Brad se quitó el albornoz que llevaba puesto, dio un par de pasos y se tiró de cabeza a la piscina. Lauren se lo quedó mirando. Le hubiera encantado acercarse, besarlo, sentir su boca sobre ella y su cuerpo duro contra el suyo.

Después de hacer unos veinte largos, Brad salió de la piscina, se puso su albornoz y se sentó en una tumbona al lado de Lauren.

–Los lagartos sí que saben vivir –murmuró él estirándose.

–¿Cuánto tiempo te vas a quedar en casa? –preguntó Kerry.

–Estoy libre hasta la reunión del comité el lunes al mediodía –dijo suavemente–. ¿Te apetece pasar un par de días en la ciudad?

La niña se puso de pie de un salto, abriendo mucho los ojos.

–¿De verdad?

–No es algo con lo que bromearía. Por supuesto, también incluyo a Lauren. No voy a dejarte sola por Londres. Durante el día podéis hacer lo que queráis y por la noche estaremos juntos, si queréis podemos ir a ver un musical.

–¡Estupendo! Y podremos hacer más compras –contestó Kerry entusiasmada. No le importaba en absoluto la idea de estar todo el día junto a Lauren.

Brad hizo una mueca divertida y miró a Lauren.

–Asumo que no te importa acompañarnos.

–En absoluto, es una idea muy buena –no tuvo más remedio que decir. Si se negaba, Kerry no se lo perdonaría–. ¿Dónde vamos a alojarnos?

–Mi apartamento solamente tiene dos habitaciones, tendremos que ir a un hotel.

–Nosotras podemos compartir cuarto –dijo Kerry–. A mí no me importa.

Lauren sonrió a la niña.

–A mí tampoco.

–Entonces, ya está. Nos marcharemos el lunes por la mañana –dijo Brad volviéndose a recostar en la tumbona y cerrando los ojos.

Lauren hizo todo lo que pudo para relajarse, pero le resultó imposible. Brad estaba demasiado cerca. El calor que sentía no tenía nada que ver con el sol, lo deseaba tanto que casi no podía soportarlo.

Kerry se levantó y se tiró al agua. Lauren iba a hacer lo mismo cuando Brad se dirigió a ella.

–Tenemos que hablar.

–¿Sobre qué?

–Ya sabes sobre qué –dijo levantándose levemente, apoyándose sobre un codo y mirándola fijamente–. Creo que malinterpretaste lo que quise decirte por teléfono. Por mi parte, lo que pasó entre nosotros es algo muy serio. Al día siguiente no pude pensar en otra cosa –dijo con rudeza–. Ahora mismo, estoy luchando con el diablo para mantener las manos quietas. ¡Tienes un cuerpo maravilloso!

–Gracias –se oyó decir ella.

–Eres perfecta para mí, en todos los sentidos –dijo sonriendo y mirándola con ternura.

–Por favor –murmuró–, Kerry…

–No está mirando –murmuró–. Estoy de acuerdo en que este no es el lugar ni el momento oportuno. Puedo esperar hasta más tarde.

Ella se había equivocado sobre sus intenciones, no había perdido interés. Pero no importaba, ella no iba a permitir que aquello continuase.

Con el señor de la casa de vuelta, la cena se sirvió a las siete y media. Después, Brad sugirió dar un paseo. Kerry dijo que tenía cosas más importantes que hacer, Lauren, un tanto reticente, tuvo que acceder. No sabía cómo le iba a decir todo lo que tenía que decirle.

Lo que ella quería hacer no tenía nada que ver con lo que tenía que hacer. Brad representaba todo lo que buscaba en un hombre, pero tenía que pensar en Kerry.

–Parece que tu relación con Kerry ha mejorado mucho –comentó Brad caminando con las manos en los bolsillos.

–Sí, opino lo mismo. Nos gustan las mismas cosas –hizo una pausa y miró de reojo la cara de perfil de Brad–. No me has dicho qué tal tu viaje.

Se encogió de hombros.

–Bien, pero había esperado volver antes –dijo señalando un banco situado estratégicamente para contemplar el paisaje–. ¿Por qué no nos sentamos aquí un momento?

Lauren se sentó, le daba igual estar caminando o estar sentada, tendría que hablar con él igualmente.

–Creo que deberíamos dejar las cosas claras entre nosotros –dijo ella sin preámbulos–. Lo que ocurrió la otra noche fue un error y no tengo ninguna intención de repetirlo. Si necesitas a una mujer en tu cama, vete a buscarla a otro sitio. Yo…

–Tú eres más que eso –dijo él bruscamente levantando la cabeza–. ¡Mucho más! –añadió tapándose la cara con las manos–. No me he sentido así por una mujer desde que murió Claire –dijo con la voz rota–. Nunca pensé que podría sucederme de nuevo. Quiero que te cases conmigo, Lauren.