Si tuviéramos que evaluar a las personas no solo por su inteligencia y educación, por su trabajo y el poder que tienen, sino también por su bondad y coraje, su imaginación y sensibilidad, su amabilidad y generosidad, no existirían las clases. ¿Quién podría decir que un científico es superior a un portero con admirables cualidades como padre, o un funcionario con una inusual capacidad para obtener premios a un camionero excepcionalmente dotado para el cultivo de rosas?
MICHAEL YOUNG, El ascenso de la meritocracia