La vida de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) se extiende a lo largo de los reinados de los primeros Hausburgo: Carlos I (1517-1556), Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621). Cervantes conocerá el final del reinado del Emperador (“el rayo de la guerra”, como le califica nuestro escritor), los vaivenes del de Felipe II y alcanzará, en plena madurez intelectual y creativa, a buena parte del gobierno de Felipe III.
Nace el autor del Quijote el mismo año en que fallece uno de los grandes enemigos de Carlos V, Francisco I de Francia, y el año en que se produce la última gran batalla del emperador: la victoria en los campos de Mühlberg ante el príncipe elector Juan Federico de Sajonia. Tiziano ha retratado en magnífico y conocido cuadro (hoy en el museo del Prado) la imagen de Carlos V a caballo, lanza en ristre, solo, vencedor en Mühlberg.
Es el reinado de Carlos I de España y V de Alemania un tiempo de apertura hacia Europa y, también, hacia el mundo, tras el descubrimiento en 1492 de América. Es una etapa dinámica, agresiva y cosmopolita, fiel reflejo de la personalidad del propio Emperador, que no residió en el mismo lugar más de dos años seguidos. España se abre al exterior y recibe abundantes influjos ideológicos, políticos y culturales de todo tipo. Los contactos con Europa y la venida a España de gentes de los Países Bajos permiten introducir corrientes religiosas heterodoxas, como el luteranismo y, sobre todo, el erasmismo, muy influyente en la corte de Carlos V (Alfonso y Juan de Valdés) y que Cervantes conocerá probablemente a través de su maestro madrileño Juan López de Hoyos, en cuya biblioteca abundaban los títulos erasmistas.
En el campo cultural, España siente, como el resto de Europa, la fascinación por el mundo clásico, por los ideales humanísticos, el amor por la naturaleza, el interés por el ser humano como eje que vertebra el universo, pero sin desdeñar la tradición anterior propia, he aquí la gran originalidad española, pues “[…] nuestro Renacimiento y nuestro post-Renacimiento Barroco son una conjunción de lo medieval hispánico y de lo renacentista y barroco europeo. España no se vuelve de espaldas a lo medieval al llegar al siglo XVI […], sino que, sin cerrarse a los influjos del momento, continúa la tradición de la Edad Media” (Dámaso Alonso). En poesía, la corriente italianizante que viene desde tiempo atrás encuentra en Garcilaso de la Vega un artista genial, capaz de extraer del verso endecasílabo las mejores posibilidades. No desaparece sin embargo la poesía tradicional castellana (romances, poesía de cancionero, lírica popular), que será también cultivada por buena parte de los escritores del siglo XVI. En prosa, triunfan los libros de caballerías (Amadís de Gaula y toda su larga descendencia…) y, muy a finales del periodo de Carlos V, se publica un libro que, andando el tiempo, será considerado como el germen de la novela moderna: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, publicado en 1554, simultáneamente en Burgos, Medina del Campo, Amberes y Alcalá de Henares.
El reinado de Felipe II coincide con la época más agitada de la vida de Cervantes: viaje a Italia, servicios como soldado en el norte de África y en el Mediterráneo, cautiverio en Argel, reiteradas y nunca satisfechas solicitudes al rey de un puesto acorde con sus merecimientos, comisiones en Andalucía… Su peripecia vital le lleva a estar muy cerca de tres de los acontecimientos más importantes de este periodo: participa activa y heroicamente en la batalla de Lepanto donde la Santa Liga formada por España, el Papa Pío V y Venecia logró reunir una flota que, al mando de don Juan de Austria, derrotó a los otomanos el 7 de octubre de 1571, si bien los resultados últimos de esta batalla no fueron tan decisivos. En segundo lugar, sufre las consecuencias de la anexión de Portugal (1580) —el momento culminante de la hegemonía española en el mundo—. En efecto, la muerte del rey don Sebastián en la batalla de Alcazarquivir propició la incorporación de Portugal a España, pues al haber muerto el heredero, Felipe II, hijo de la reina Isabel de Portugal, hizo valer sus derechos sucesorios. A la vuelta del cautiverio, Cervantes, que llegó a ir a Lisboa para solicitar en la corte un puesto administrativo de cierto relieve, se percató de cómo el rey andaba más ocupado en los asuntos de Portugal que no en los de Castilla (y por tanto en resolver el cargo que pretendía el escritor); eso origina un sentimiento de rencor (Américo Castro lo denominó “odiosidad”) hacia Felipe II que se deja traslucir a través de obras como La Galatea, La Numancia y El trato de Argel. Y, finalmente, se halla entre bastidores de la armada mal recordada como La invencible (1588), pues un año antes se traslada a su domicilio en Sevilla tras haber sido nombrado comisario de abastos con el fin de proveer de bastimentos a la flota que se estaba preparando para conquistar Inglaterra. Como es sabido, Cervantes compuso dos canciones sobre tal evento.
Felipe II es un monarca que, frente a su padre, permanece habitualmente en el mismo lugar, queriendo gobernar todos sus reinos desde el monasterio de El Escorial; es un monarca que se postula como el abanderado de la contrarreforma católica tras la finalización del Concilio de Trento (1545-1563), de manera que la vida española de la época se encuentra profundamente mediatizada por lo religioso. Todo ello conlleva una cerrazón ideológica que hace perseguir cualquier foco de heterodoxia. Los índices inquisitoriales, cada vez más estrictos desde el de 1559, el decreto del mismo año prohibiendo seguir estudios universitarios fuera de España (a excepción de Bolonia, Roma, Nápoles y Coimbra) y los procesos contra el arzobispo Carranza (1558-1576) y fray Luis de León (1571-1576) son buenos ejemplos de esa presión ideológica y religiosa en la España de la segunda mitad del siglo XVI.
Al tiempo, Garcilaso de la Vega se ha convertido ya en un clásico merecedor de varias ediciones anotadas (El Brocense, 1574 y 1577; Fernando de Herrera, 1580); fray Luis de León y San Juan de la Cruz dan nuevos y magistrales matices a la poesía italianizante incorporando elementos novedosos que los convierten en la cima poética de esta época. Renace el romancero a través de la reformulación artística que desarrollan poetas como el propio Cervantes, Padilla, López Maldonado, y otros más jóvenes que, andando el tiempo, se convertirán en grandes escritores: Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora. Los sucesivos volúmenes publicados a partir de la Flor de varios romances nuevos y canciones (Huesca, 1589) darán cauce impreso a esta poesía. Absolutamente contemporánea es la Comedia Nueva, en la que se sintetizan varias tradiciones teatrales anteriores y se dará forma a una manera de hacer teatro que estará vigente mucho tiempo, con Lope de Vega como principal exponente a partir de 1590; Cervantes ha relatado gráficamente los inicios de esta manera de hacer teatro en el prólogo a su volumen de Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615). Asimismo, se va desarrollando y perfeccionando el lugar de la representación (los corrales de comedias) y todo lo que rodea al teatro (escenografías, compañías de representantes, tramoya, etc.). Los libros de caballerías siguen editándose, pero en formatos más pequeños y con muy pocos títulos nuevos. En realidad, son sustituidos en el gusto de los lectores por la novela pastoril, con abundantes títulos a partir de la década de los sesenta: La Diana (1559), de Jorge de Montemayor; El pastor de Fílida (1582), de Luis Gálvez de Montalvo; La Galatea (1585), de Cervantes, etc.
El reinado de Felipe III es, en buena medida, una etapa continuista en la que se culmina la lucha contra toda heterodoxia con la expulsión de los moriscos (1609) —episodio que aparece reflejado en la segunda parte del Quijote—, lo que ocasiona gravísimas repercusiones económicas y demográficas en la Corona de Aragón, sobre todo. Es una época, por otra parte, de cierto sosiego en lo militar, en la que se consiguen algunos tratados de paz (acuerdo con Inglaterra en 1604, tregua de los doce años [1609] en los Países Bajos; concierto con Francia para los matrimonios del delfín, Luis, con la infanta española Ana de Austria y del heredero de la Corona, Felipe, con Isabel de Borbón); y se inaugura una nueva manera de gobernar el estado a través de los privados, en este caso con el duque de Lerma.
La república literaria se hallaba, a las alturas de 1600, especialmente inquieta: la confrontación entre la vieja literatura y la nueva se encontraba en uno de sus momentos culminantes. Por un lado, géneros de larga tradición y éxito durante el siglo XVI se resistían a desaparecer ofreciendo todavía algunas obras singulares: la novela pastoril se orientaba por el camino de la erudición (La Arcadia de Lope de Vega, 1598) o se volvía, originalmente, a lo divino (Pastores de Belén, 1612); la novela de aventuras peregrinas ofrecía también nuevos enfoques y soluciones (El peregrino en su patria, 1604; Los trabajos de Persiles y Sigismunda, 1617). Géneros nuevos van conquistando progresivamente el mercado editorial, como la novela picaresca, cuyo primer gran hito después del Lazarillo, el Guzmán de Alfarache, se convierte en un verdadero “best seller”; la poesía se prepara para la gran revolución gongorina (el Polifemo, las Soledades) y Quevedo y Lope escriben magníficos poemarios… Y en este contexto, dos géneros, no nuevos y bien conocidos, sufren un giro copernicano: la novela corta, conocida y practicada en España a través de las traducciones de los modelos italianos, se transformará por completo en las manos de Cervantes y el teatro que, en manos de Lope de Vega, da respuesta a las exigencias del público de la época para proclamar, frente a toda la tradición dramática anterior, que:
[…] cuando he de escribir una comedia
encierro los preceptos con seis llaves;
saco a Terencio y Plauto de mi estudio
para que no me den voces, que suele
dar gritos la verdad en libros mudos.
Y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron,
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
Poesía, teatro, prosa: todos los cauces en que se expresaba la literatura por esas fechas se disponían a cambios profundos y de singular relevancia en la historia literaria española.
AÑO |
AUTOR-OBRA |
HECHOS HISTÓRICOS |
HECHOS CULTURALES |
1547 |
Miguel de Cervantes Saavedra es bautizado en Alcalá de Henares. |
Batalla de Mühlberg. |
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1548 |
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Nace Giordano Bruno. |
1549 |
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Carlos V separa los Países Bajos del Imperio. Los heredará el príncipe Felipe. |
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1551 |
Su familia se traslada a Valladolid. |
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1554 |
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El príncipe Felipe casa con María Tudor, reina de Inglaterra. |
El Lazarillo de Tormes. |
1555 |
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El Emperador cede la soberanía de los Países Bajos a su hijo Felipe. |
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1556 |
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Carlos V abdica: Felipe recibe los dominios españoles, italianos y americanos. |
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1557 |
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Francisco de Vitoria: De indis et iure belli. |
1558 |
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Carlos V cede a su hermano Fernando el imperio alemán. |
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1561 |
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Traslado de la corte de Toledo a Madrid. |
Nace Luis de Góngora. |
1562 |
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Nace Lope de Vega. |
1563 |
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Fin del Concilio de Trento, iniciado en 1545. |
Juan de Herrera comienza las obras de El Escorial. |
1565 |
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Muere Lope de Rueda. |
1566 |
Cervantes se traslada a Madrid. |
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1567 |
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El duque de Alba llega a Flandes para sofocar los levantamientos. |
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1568 |
Discípulo de López de Hoyos. |
Sublevación del príncipe de Orange. |
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1569 |
Viaja a Italia al servicio del cardenal Acquaviva. |
Juan de Austria dirige la represión contra los moriscos. |
Alonso de Ercilla: La Araucana. |
1570 |
Se alista en el ejército. |
Felipe II casa, por cuarta vez, con Ana de Austria. |
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1571 |
Es herido en el pecho y un brazo en la batalla de Lepanto. |
Victoria de la Santa Liga, al mando de J. de Austria, contra el imperio turco en la bahía de Lepanto. |
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1572 |
Continúa su vida militar en Nápoles. |
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Fray Luis de León es encarcelado. |
1575 |
De regreso a España es hecho prisionero, junto a su hermano Rodrigo, y conducido a Argel. |
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Se funda la Academia de Matemáticas. |
1576 |
Cervantes intenta escapar. |
Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos. |
Muere Tiziano. |
1577 |
Nuevo intento de fuga. |
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Nace Rubens. |
1578 |
Tercera tentativa de fuga. |
Muere Juan de Austria. |
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1579 |
Carta a Antonio Veneciano, que incluye un poema en octavas. |
Prisión de Antonio Pérez y la princesa de Éboli. |
Se construye en Madrid el primer teatro permanente. |
1580 |
Cuarto intento de fuga. |
Felipe II, rey de Portugal. |
Montaigne: Ensayos. |
1583 |
Empiezan a representarse algunas de sus comedias. |
Expedición a la isla Terceira, en la que interviene Lope de Vega. |
Fray Luis de León: De los nombres de Cristo y La perfecta casada. |
1584 |
Nace Isabel, de su relación con Ana Franca de Rojas. |
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Concluyen las obras de El Escorial. |
1585 |
Aparece La Galatea. |
Juicio de Antonio Pérez. |
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1586 |
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El Greco: El entierro del Conde de Orgaz. |
1587 |
Comisario Real de Abastos: deberá recaudar fondos para la Armada Invencible. |
Nace el futuro conde-duque de Olivares. |
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1588 |
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Desastre de La Invencible. |
Muere Fray Luis de Granada. |
1591 |
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Mueren Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. |
1595 |
Recaudador de impuestos. |
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1596 |
Soneto satírico al saqueo de Cádiz por los ingleses. |
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Nace René Descartes. |
1597 |
Sufre prisión en su etapa andaluza. |
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1598 |
Soneto al túmulo de Felipe II. |
Muere Felipe II. |
Lope de Vega: La Arcadia. |
1599 |
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Felipe III casa con Margarita de Austria. |
Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache. |
1600 |
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Orden de traslado de la corte de Valladolid. |
Nace Calderón de la Barca. |
1603 |
Se traslada a Valladolid. |
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1604 |
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Tratado de paz con Inglaterra. |
Segunda parte de Guzmán de Alfarache. |
1605 |
Primera parte del Quijote. |
Nace el futuro Felipe IV. |
Gregorio Fernández: Cristo de El Pardo. |
1606 |
Se establece de nuevo en Madrid. |
La corte vuelve a Madrid. |
Nace Rembrandt. |
1609 |
Ingresa en la congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar. |
Decreto de expulsión de los moriscos. |
Kepler: Tratado de astronomía. |
1611 |
Reediciones de La Galatea y la primera parte del Quijote. |
Muere la reina Margarita de Austria. |
Covarrubias: Tesoro de la lengua castellana o española. |
1613 |
Publica las Novelas Ejemplares. |
Comienza la Guerra de los Treinta Años. |
Luis de Góngora: Soledades. |
1614 |
Viaje del Parnaso. |
El príncipe Felipe casa con Isabel de Borbón. |
Muere El Greco. |
1615 |
Segunda parte del Quijote. Ocho comedias y ocho entremeses nuevos… |
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Harvey descubre la circulación de la sangre. |
1616 |
Muere en Madrid el 22 de abril. |
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Muere William Shakespeare. |
1617 |
Aparece póstumamente Los trabajos de Persiles y Sigismunda. |
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A pesar de que se puede hablar en el caso cervantino de toda una tradición de biografías sobre nuestro autor, desde la ya muy lejana de Gregorio Mayans, en el siglo XVIII, hasta la más cercana a nosotros de Jean Canavaggio, lo cierto es que todavía hoy la figura y personalidad de Miguel de Cervantes quedan un poco obscurecidas debido a la falta de documentos que iluminen, como en el caso de Lope o de Quevedo, momentos importantes del quehacer de nuestro escritor. En este sentido hay periodos amplios de la vida de Cervantes que hoy desconocemos o de los que quedan muy pocos datos para poder conocerlos con precisión.
Así, por ejemplo, el único retrato de Cervantes que nos ha llegado, dejando aparte supercherías y falsificaciones, es el que el propio autor incluye en el prólogo de las Novelas ejemplares:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies.
Retrato sí, pero literario y, además, de una persona ya anciana, pasados los sesenta y cinco años, en el que se destaca la parte biográfica más heroica (“Fue soldado muchos años y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria”); pero que deja fuera otras facetas de su peripecia vital.
Nace Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares en el mes de septiembre de 1547, acaso el día 29, festividad de San Miguel. En Alcalá residiría durante su infancia y primera juventud, aunque no se descarta una posible estancia en Andalucía, lugar en el que su familia paterna tenía ascendencia. En 1566 se encuentra en Madrid vinculado al Estudio de gramática de la Villa, dirigido por López de Hoyos, quien le denomina “caro y amado discípulo”. Se da a conocer entonces como poeta.
En 1569, por razones todavía no del todo claras, Cervantes marcha a Italia, donde residirá algunos años, decisivos para el futuro escritor: lecturas, conocimiento de la cultura italiana, etc. Como soldado participará en la batalla de Lepanto (1571), donde sufrirá graves heridas y en varias acciones en el norte de África. Es hecho prisionero en Argel, donde permanecerá cautivo cinco años (1575-1580).
A su vuelta, gracias a la intermediación de la Orden Trinitaria, no consigue, aunque los solicita, ningún trabajo acorde con los méritos que él considera haber contraído a lo largo de sus años al servicio del Rey de España. Esto le lleva, por un lado, a evolucionar ideológicamente hacia un escepticismo (también desengaño) de las cosas de España que tendrá su ejemplo más logrado en el soneto al túmulo sevillano a Felipe II (“[…] miró al soslayo, fuese y no hubo nada”); y, por otro, a solicitar un oficio en Indias, que tampoco consigue. Solo logra trabajos como recaudador de impuestos y abastecedor de la flota que le llevan a recorrer Andalucía entre 1587 y 1601. En esta época sufre de nuevo prisión y empiezan a gestarse las grandes creaciones cervantinas (el Quijote y las Novelas ejemplares), cuando ya están lejanas sus primeras tentativas literarias: La Numancia (h. 1583), El trato de Argel (h. 1583), La Galatea (1585).
Sus últimos años, a caballo entre Valladolid (1603-1606) y Madrid (1606-1616), siguiendo a la corte, revelan, por un lado, una complicada situación personal (cárcel en Valladolid, problemas económicos, etc.) y, por otro, una febril actividad literaria que le lleva a publicar antes de morir, el 22 de abril de 1616, dos novelas largas (primera y segunda parte del Quijote), una colección de novelas cortas (las Novelas ejemplares), un largo poema en tercetos (el Viaje del Parnaso) y un tomo con ocho comedias y ocho entremeses “nuevos, nunca representados”. Póstumamente aparecerá un libro de aventuras peregrinas: Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617).
Cervantes se apega al canon tradicional de la novela pastoril en La Galatea, que sigue el camino trazado por La Diana, de Jorge de Montemayor, donde una historia principal sirve de hilo conductor a otras que se suceden y entrelazan. En este caso, la historia de los amores de Galatea desempeña tal función y en ella confluyen las restantes. La Galatea supera a la obra de Montemayor pues elabora una estructura más compleja en la que las historias se entrelazan de tal manera que superan la estructura lineal de su modelo y añaden elementos procedentes de la novela bizantina también empleados por el autor en las Novelas ejemplares y en el Persiles: reconocimientos, equívocos, raptos, peregrinaciones, aventuras sorprendentes, etc. Tales elementos, junto con otros muchos, anticipan técnicas novelescas que Cervantes volverá a utilizar de manera magistral en el Quijote. Por todo ello, se ha definido a La Galatea como el “Primer laboratorio del arte de narrar cervantino” (Celina Sabor de Cortázar).
Con el Persiles, Cervantes intenta demostrar su pericia en el prestigioso género de la novela de aventuras peregrinas y, por tanto, equipararse a un escritor clásico. A ello dedicó gran esfuerzo (el Persiles es, en palabras de E. C. Riley, la obra a la que dedicó “más indagaciones y lecturas”), solo truncado por la muerte, que le sorprendió en la fase final de redacción. Se trata de una obra muy significativa dentro de la evolución del género en España, por cuanto que Cervantes entendió muy bien los problemas que traía consigo la hispanización y nacionalización de la novela bizantina realizadas por Lope de Vega (El peregrino en su patria, 1604), para lo cual lleva a cabo una síntesis capaz de mantener al mismo tiempo lo genérico de la tradición griega y las aportaciones españolizadoras de Lope, todo ello con el fin de “competir con Heliodoro”, el modelo de este tipo de narraciones.
El teatro cervantino presenta dos épocas bien definidas: los textos representados con éxito en la década de los ochenta del siglo XVI y los impresos, pero nunca representados, que se publican en 1615. De aquellos, en su mayoría perdidos, se conserva una magistral tragedia (La Numancia) y un texto que inaugura el subgénero de la comedia de cautivos en España (El trato de Argel). El teatro de la segunda época, incorporado en su totalidad al volumen mencionado de Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615), ofrece una meditada y sugerente reflexión, en la práctica, de la comedia nueva de Lope de Vega, que encuentra en La entretenida, El Rufián dichoso y Pedro de Urdemalas sus exponentes mejores. Por su parte, los entremeses cervantinos constituyen un hito de primer orden en la evolución de esta expresión dramática con títulos todavía hoy representados y unánimemente valorados (El retablo de las maravillas, La cueva de Salamanca, etc.).
Y entre esas creaciones, con luz propia, se yerguen las dos partes del Quijote (1605 y 1615). Esta obra, que con el tiempo ha llegado a ser considerada como la primera novela moderna o, al menos, como su germen (detrás está la idea de Ortega y Gasset de que “toda novela lleva dentro, como una íntima filigrana, el Quijote, de la misma manera que todo poema épico lleva, como el fruto el hueso, la Ilíada”), no deja de ser, en primer término, una parodia de los libros de caballerías con el objetivo explícito de “poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías” (Q., II, 74). Igual propósito había guiado la primera parte: “[…] llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más” (Q., I, pról.). Esta inicial parodia del mundo caballeresco da paso a una de las creaciones artísticas más deslumbrantes de la literatura occidental, en la que se ha querido ver el inicio de la novela moderna. Con ella, Cervantes anticipa elementos, técnicas, recursos, que luego repetirán hasta la saciedad novelistas más cercanos a nosotros: desde Galdós hasta Flaubert, pasando por Sterne, Faulkner, Proust, Camus, Kafka... Hasta tal punto que E. C. Riley ha podido afirmar que “toda prosa de ficción es una variación del Quijote”. Cervantes, a caballo entre los siglos XVI y XVII, recoge en el Quijote toda la producción literaria anterior: en él puede encontrarse desde la novela pastoril hasta la sentimental, pasando por la novela psicológica, la novela de aventuras peregrinas, la novela morisca, romances viejos, versos clásicos, epístolas en prosa, literatura popular desgranada en sentencias, cuentos, refranes... Toda esta literatura, leída ávida e inteligentemente por Cervantes, pasa el tamiz de este genial escritor a lo largo de las páginas del Quijote, de manera que en ellas da forma a un nuevo género, que no es ni prosa épica, ni novella al estilo italiano, ni libro de aventuras peregrinas, ni libro de caballerías... Es, sin duda, otra cosa, desde luego algo muy cercano a lo que conocemos como novela, la NOVELA con mayúsculas, abriendo el camino que luego siguieron los escritores ingleses y americanos del XVIII y, ya en el XIX, los españoles y franceses. Lo cierto es que por esas fechas de hacia 1600 Cervantes estaba creando un género nuevo, una nueva manera de hacer literatura. Nada más exacto que decir que hay un antes y un después de Cervantes en la historia de la literatura universal; en su Quijote encontramos el embrión de la novela moderna.
Con estas obras Cervantes consigue un importante prestigio y reconocimiento en la república literaria de la época y, también, un puesto de primer orden en la historia de la literatura española y universal, pues no en vano su Quijote es reconocido como el embrión de la novela moderna. Y descubre otras cosas importantes: la realidad cotidiana puede convertirse en literatura y esta, además, no tiene por qué pretender otra cosa más allá del entretenimiento.
He aquí, finalmente, su propia autobiografía literaria:
Yo corté con mi ingenio aquel vestido
con que al mundo la hermosa Galatea
salió para librarse del olvido.
Soy por quien La Confusa, nada fea,
pareció en los teatros admirable,
si esto a su fama es justo se le crea.
Yo, con estilo en parte razonable,
he compuesto Comedias que en su tiempo
tuvieron de lo grave y de lo afable.
Yo he dado en Don Quijote pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno,
en cualquiera sazón, en todo tiempo.
Yo he abierto en mis Novelas un camino
por do la lengua castellana puede
mostrar con propiedad un desatino.
Yo soy aquel que en la invención excede
a muchos; y al que falta en esta parte,
es fuerza que su fama falta quede.
Desde mis tiernos años amé el arte
dulce de la agradable poesía
y en ella procuré‚ siempre, agradarte.
Nunca voló la pluma humilde mía
por la región satírica: bajeza
que a infames premios y desgracias guía.
Yo el soneto compuse que así empieza,
por honra principal de mis escritos:
“Voto a Dios que me espanta esta grandeza”.
Yo he compuesto romances infinitos,
y el de Los celos es aquel que estimo,
entre otros que los tengo por malditos.
Por esto me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se aplique
árbol que me conceda algún arrimo.
Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique
para dar a la estampa al gran Persiles,
con que mi nombre y obras multiplique.
Yo, en pensamientos castos y sotiles,
dispuestos en sonetos de a docena,
he honrado tres sujetos fregoniles.
También, al par de Filis, mi Silena
resonó por las selvas, que escucharon
más de una y otra alegre cantilena,
y en dulces varias rimas se llevaron
mis esperanzas los ligeros vientos,
que en ellos y en la arena se sembraron. […]
(Viaje del Parnaso, IV, vv. 13-57)
4.1. LA NOVELA CORTA EN ESPAÑA
A partir de la segunda década del siglo XVII el mercado editorial español se inunda de colecciones de novelas cortas, generalmente enmarcadas, que constituyeron un éxito de primer orden. Dentro de la ficción en prosa del Siglo de Oro estas novelas cortas vinieron a sustituir en el gusto popular a los relatos pastoriles y bizantinos tan abundantes en la segunda mitad del siglo XVI y primeros años del XVII (Los siete libros de la Diana, de Jorge de Montemayor, 1559; Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Miguel de Cervantes, 1617, entre otros títulos).
Precisamente las Novelas ejemplares (1613) abrieron el camino a este género, que hasta entonces solo se había cultivado en España a través de traducciones de sus modelos, esto es, los libros italianos de relatos cortos: el Decamerón, traducido bajo el título de Las cien novellas de Juan Bocacio no menos de cinco veces a lo largo del siglo XVI; las Piaccevoli noti de Caravaggio traducidas con el título de Honesto y agradable entretenimiento de damas y galanes; las Novelle de Mateo Bandello, conocidas en España con el nombre de Historias trágicas ejemplares, sacadas del Bandello veronés (Salamanca, 1589 y reimpresiones en Madrid, 1596 y Valladolid, 1603), etc.
Con muy pocas excepciones (el Patrañuelo, de Timoneda; algunos cuentos incorporados en El Scholástico de Cristóbal de Villalón y algunas novelas intercaladas en el Guzmán de Alfarache…), las colecciones de novela corta se publican a partir de 1620: Cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina (1624, pero privilegio de impresión y aprobaciones de 1621); Novelas a Marcia Leonarda, de Lope (1621-1624); Sucesos y prodigios de amor, de Juan Pérez de Montalbán (1624); Tardes entretenidas, de Alonso del Castillo Solórzano (1625), etc.
A esas alturas de siglo (1620, 1630…) nadie pone reparos ya a este género, pero los inicios no fueron tan fáciles y las críticas arreciaron: por un lado era un género nuevo, esto es, sin preceptiva y, por otro, llevaba consigo un barniz de inmoralidad que le venía de sus precedentes italianos, lo cual motivó los ataques de censores y moralistas, como el siguiente, que define así las novelas cortas:
Libros llenos de lascivia y torpeza y que, aunque inventados por medio de hombres viciosos, más bien parece que salieron de los senos del infierno.
(Fray Joseph de Jesús María, Primera parte
de las excelencias de la virtud de la castidad […]
Alcalá de Henares, Viuda de Juan Gracián, 1601)
Esto es probablemente lo que explica la insistencia de Cervantes en repetir (en el título y en otros lugares) que sus novelas son ejemplares, cuando en realidad, desde el punto de vista moral, dejan mucho que desear.
Cervantes abrió el camino para el triunfo de este género y a su zaga siguieron los demás escritores. El cambio de fortuna de la novela corta en España se puede ejemplificar muy bien con la actitud de Lope frente a ella, pues, si bien en 1621 se atreve a publicar una novela (Las fortunas de Diana) en el volumen misceláneo La Filomena, con otras diversas rimas, prosas y versos de Lope de Vega Carpio (Madrid, en casa de la viuda de Alonso Martín, 1621) y dice tener preparadas varias más, unos años antes, en 1602 se expresaba en términos muy duros y contrarios:
Ni es bien escribir por términos tan inauditos que a nadie pareciesen inteligibles; pues si acaso las cosas son oscuras, los que no han estudiado maldicen el libro, porque quisieran que todo estuviera lleno de cuentos y novelas, cosa indigna de hombres de letras; pues no es justo que sus libros anden entre mecánicos e ignorantes, que cuando no es para enseñar, no se ha de escribir para los que no pudieron aprender.
(Dedicatoria a don Juan de Arguijo en las Rimas
[Sevilla, 1602/1604])
4.2. CERVANTES ANTE LA NOVELA CORTA
Cuando en 1612 Cervantes entrega a la imprenta un volumen de doce novelas cortas bajo el título general de Novelas ejemplares, no era este el trabajo experimental e ingenuo de un recién llegado a la literatura, sino que es el fruto de lo que el autor venía trabajando desde bastante tiempo atrás y seguirá cultivando aun después.
En este sentido, las Novelas ejemplares son un trabajo experimental, por novedoso, en el contexto literario de la época, en la medida en que nadie por esas fechas estaba haciendo algo parecido; pero no improvisado, antes al contrario: en buena medida es consecuencia de la reflexión que Cervantes viene llevando a cabo, casi desde el principio de su producción literaria, sobre el género de la novela corta, probablemente leído y asimilado en Italia durante su larga estancia en ese país y, después, a través de otras muchas lecturas.
En efecto, ya en La Galatea (1585) encontramos este tipo de narraciones. El libro se apega al canon tradicional de la novela pastoril, en el camino trazado por la Diana de Montemayor, donde una historia principal sirve de hilo conductor a otras que se suceden y entrelazan. En este caso, la historia de los amores de Galatea desempeña tal función y en ella confluyen las restantes: la trágica narración en las riberas del Betis; la historia de los dos amigos, Timbrio y Silerio, enamorados de Nísida; la historia de los hermanos gemelos (Teolinda y Leonarda, por un lado, Artidoro y Galercio, por otro); la narración de Rosaura y Grisaldo, etc. Algunas de estas narraciones pueden ser consideradas novelas cortas al estilo italiano, como la ya mencionada novela de los dos amigos, Timbrio y Silerio, ambos enamorados de Nísida: los dos sacrifican sus propias preferencias por el otro y al fin logran resolver el caso mediante la intervención de una hermana de aquella, Blanca, que pasa a ser el amor de Silerio, mientras que Nísida se une a Timbrio. El argumento procede de la novela octava de la jornada décima del Decamerón de Boccaccio. El italiano la sitúa en la Grecia de la antigüedad; los protagonistas son Tito y Gisippo, por una parte, y Sofronia y su hermana Fulvia, por otra. En cambio Cervantes sitúa los hechos en Jérez y Nápoles y en su época; los protagonistas son audaces y valerosos, hay abordajes, cautivos… La narración se muestra más objetiva en el original de Boccaccio, mientras que Timbrio y Silerio la cuentan de forma mucho más personal en sus casos y se utiliza el ambiente pastoril para la resolución final y feliz de la trama.
Asimismo, como se sabe, la primera noticia que se tiene de Rinconete y Cortadillo, la tercera de las Novelas ejemplares, la proporciona Don Quijote, cuando tras pasar varios capítulos en la venta de Palomeque se describe con detalle la maleta en que se hallaba El curioso impertinente, leída poco antes, no sin un evidente guiño al lector:
El ventero se llegó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la maleta donde halló la Novela del Curioso impertinente y que pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos, que pues él no sabía leer, no los quería. El cura se lo agradeció y, abriéndolos luego, vio que al principio de lo escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, por donde entendió ser alguna novela y coligió que, pues la del Curioso impertinente había sido buena, que también lo sería aquella, pues podría ser fuesen todas de un mesmo autor; y, así, la guardó, con prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad.
Con comodidad también la pudo leer en fechas no lejanas otro hombre de religión, el Cardenal Arzobispo de Sevilla Don Fernando Niño de Guevara, a través de la miscelánea que le compiló Francisco Porras de la Cámara y que incluía también La tía fingida (novela muchas veces atribuida a Cervantes) y el Celoso extremeño.
Estas versiones, con singulares e importantes variaciones con respecto a los textos de 1613, permanecieron incógnitas en la Biblioteca Colombina hasta que Isidoro Bosarte, secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, las encontró allí en 1788 y dio noticia de ellas al publicarlas de seguido en el Gabinete de Lectura Española. Gracias a Bosarte se pueden utilizar hoy, pues el manuscrito compilado por Porras de la Cámara desapareció de manera definitiva en 1823.
Guiño cervantino al lector al anunciar otras obras suyas, sí; pero también, muestra palpable del gusto de Cervantes por el género de la narración corta, que, como se ha visto antes, comienza con las novelas intercaladas en la Galatea, se mantiene sin duda a lo largo de esos años que permanece alejado, al menos de cara al público, de la literatura y reaparece también a través de las novelas intercaladas de los dos Quijotes.
Así, en el primer Quijote se inserta una serie de historias y episodios marginales completamente ajenos a la trama central, algunos de los cuales pueden ser considerados plenamente como novelas cortas: la historia de Grisóstomo y la pastora Marcela (caps. 9 y ss.), la novela de El curioso impertinente (caps. 30-35), la historia del capitán cautivo (caps. 39-41), la de los amores cruzados entre Dorotea, Luscinda, Cardenio y don Fernando; la historia de los amores del mozo de mulas con doña Clara, la hija de oidor y sobrina del capitán cautivo (cap. 43); y la de Leandra y Vicente de la Rosa (cap. 51), que conocemos a través del relato del cabrero Eugenio.
En la segunda parte, ahora ya sí plenamente imbricadas en la acción principal de las aventuras de Don Quijote y Sancho, se encuentran las siguientes: las bodas de Camacho el Rico (caps. 19-21), los aldeanos que rebuznan (caps. 25-27), el relato de doña Rodríguez (caps. 48, 52, 56, 66), la historia de la hija de Diego de la Llana y el hermano de esta (cap. 49), la de Claudia Jerónima (cap. 60) y la de Ana Félix, la hija del morisco Ricote (caps. 54, 63 y 65).
Incluso en el Persiles, la obra póstuma, todavía aparece algún elemento de novela corta, no tanto desde la práctica sino, algo que Cervantes ya había hecho en otras ocasiones (v.g. en los capítulos vigésimo segundo y cuadragésimo séptimo de la primera parte del Quijote y en el tercero y cuadragésimo cuarto de la segunda), desde la reflexión teórica sobre cómo deben ser las novelas. Así, es posible encontrar afirmaciones tan interesantes como la siguiente, muy útil, además, para entender el arte cervantino de las Novelas ejemplares: “La salsa de los cuentos es la propiedad del lenguaje en cualquiera cosa que se diga” (Persiles, lib. III, cap. 7).
Sin duda, el género de la novela corta debió de gustar especialmente a Cervantes; de ahí la práctica constante a lo largo de toda su carrera literaria, desde el principio hasta sus últimos trabajos; de ahí el elevado número de narraciones de ese tipo que escribió, la variedad de ellas y la bondad de muchas. Todo ello lleva a poder afirmar que Cervantes, con palabras de Agustín González de Amezúa, es el “creador de la novela corta española”.
4.3. CERVANTES ANTE LAS Novelas ejemplares
Pocas cosas señala Cervantes sobre sus Novelas ejemplares. El prólogo que las antecede es profundamente ambiguo en lo que se refiere a la ejemplaridad de la novelas, como también en lo que tiene que ver con su estructura (“[…] de estas novelas que te ofrezco, en ningún modo podrás hacer pepitoria, porque no tienen pies, ni cabeza, ni entrañas, ni cosa que les pareza […]”). Es inequívoca, en cambio, la rotundidad con que expresa su orgullo de iniciador del género en España (“[…] yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana […]”) y, asimismo el objetivo final que persigue con estas doce novelas, que no es otro que el del entretenimiento; no es un texto pensado para enseñar, para formar (aun deleitando, con el precepto horaciano por detrás), sino para entretener, para ocupar el tiempo de ocio, esas “horas […] de recreación, donde el afligido espíritu descanse”, lo cual supone una concepción radicalmente nueva y moderna de la literatura de ficción, la misma que subyace en el Quijote.
En otro lugar, el Viaje del Parnaso, el autor ofrece un interesante juicio sobre su propósito al escribir el volumen de 1613: “Yo he abierto en mis Novelas un camino / por do la lengua castellana puede / mostrar con propiedad un desatino” (VP, IV, vv. 25-27). Este texto puede entenderse mejor con estos otros versos también del mismo poema:
Palpable vi ... Mas no sé si lo escriba,
que a las cosas que tienen de imposibles
siempre mi pluma se ha mostrado esquiva;
las que tienen vislumbre de posibles,
de dulces, de suaves y de ciertas,
explican mis borrones apacibles.
Nunca a disparidad abre las puertas
mi corto ingenio y hállalas contino
de par en par la consonancia abiertas.
¿Cómo pueda agradar un desatino,
si no es que de propósito se hace,
mostrándole el donaire su camino?
Que entonces la mentira satisface
cuando verdad parece y está escrita
con gracia que al discreto y simple aplace.
(Viaje al Parnaso, VI, 49-63)
Mostrar con propiedad un desatino. He aquí la clave del arte cervantino de la novela corta: ofrecer un disparate, algo aparentemente equivocado o desconcertado, pero que pueda pasar por verdadero, esto es, verosímil: no se trata de ofrecer hechos reales, sino verosímiles, o lo que es lo mismo, acciones que, no habiendo sucedido, den la impresión de que sí pudieran haber tenido lugar. Ese disparate se plantea conscientemente y lo importante es introducir toda una serie de elementos (“mostrándole el donaire su camino”) que permitan convertir el disparate en algo verosímil, pues así “[…]la mentira satisface / cuando verdad parece”. Para ello es necesario hacerlo con propiedad, “con gracia”, esto es, como dice un personaje del Persiles, “La salsa de los cuentos es la propiedad del lenguaje en cualquiera cosa que se diga” (lib. III, cap. 7).
En efecto, por un lado, las doce novelas cortas cervantinas no son sino doce desatinos: una gitana que enamora a un caballero de la corte al que convence para abandonar familia y amigos y convertirse en gitano; una fregona que es ilustre y que no friega en el mesón; un licenciado que se cree de vidrio; dos perros que hablan; una española que, además, es inglesa en un momento en que las dos naciones eran enemigas irreconciliables; una pareja de pícaros que ni siquiera pueden robar porque se dan cuenta de que la libertad para manejar los naipes y “cortar bolsas” que Madrid, Toledo, las ventas y el camino les proporcionaban no existe en Sevilla; más aún, quedan asombrados de la existencia de una especie de mafia que impone sus normas y condiciones: “Yo pensé —dijo Cortado— que el hurtar era oficio libre, horro de pecho y alcabala y que si se paga, es por junto, dando por fiadores a la garganta y a las espaldas”. Es necesario pasar por la aduana de Monipodio, “padre”, “maestro” y “amparo” de los ladrones de Sevilla. etc. Y en todas y cada una de ellas, Cervantes despliega un arsenal de recursos para conseguir hacer creer al lector que esos desatinos podrían haber sucedido. Pero con estos doce desatinos se estaban sentando las bases de una nueva manera de concebir la literatura en la que la enseñanza, el mensaje moral quedaba relegado a un plano muy secundario. Así lo expresa con rotundidad en el prólogo, que hay que leer en paralelo con el del primer Quijote. Ambos van dirigidos a un mismo lector, ocioso, que encuentra en estas obras no una lección, no enseñanza, sino mero placer y deleite; lo que se insinúa en el primer Quijote por medio del adjetivo con el que se califica al lector, desocupado, se afirma con rotundidad en el prólogo de las Novelas ejemplares al comparar la lectura del libro con la sensación que produce el paseo por una alameda, se acude a una fuente o se cultiva un jardín. Se trata, por tanto, de un libro que establece unos principios básicos novedosos: cómo se concibe la literatura, su función, a quién va dirigida. Las Ejemplares, en definitiva son verdadera y señera obra maestra que no ha de entenderse al margen del Quijote, sino conjunta y complementariamente con aquel en la creación de la moderna literatura de entretenimiento.
Y, por otro, son un prodigio en el uso y variedad de los registros lingüísticos: lenguaje de germanía, recursos propios de los diálogos humanísticos, lenguaje cortesano, estudiantil, comediesco… Una de las novelas puede servir de ejemplo: Rinconete y Cortadillo. En ella, el primer encuentro de Rincón y Cortado se manifiesta a través del uso hipócrita de los tratamientos (“—¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre y para adónde bueno camina? […] Mi tierra, señor caballero —respondió el preguntado—, no la sé, ni para dónde camino, tampoco”. Su contacto con la cofradía de Monipodio se dificulta precisamente por el lenguaje:
—Díganme, señores galanes: ¿voacedes son de mala entrada o no?
—No entendemos esa razón, señor galán —respondió Rincón.
—¿Que no entrevan, señores murcios? —respondió el otro.
—Ni somos de Teba ni de Murcia —dijo Cortado—. Si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios.
—¿No lo entienden? —dijo el mozo—. Pues yo se lo daré a entender y a beber, con una cuchara de plata; quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones.
El lenguaje se convierte también en recurso de comicidad a través, por ejemplo, de las abundantes prevaricaciones lingüísticas que cometen los personajes, o cuando le oímos sentenciar a Monipodio: “Digo que sola esa razón me convence, me obliga, me persuade y me fuerza a que desde luego asentéis por cofrades mayores y que se os sobrelleve el año de noviciado”; pero también es una forma de protección de los delincuentes, pues manejando habitualmente palabras como cuatrero, ansia, rosnos y primer desconcierto y tantas otras, solo ellos se entienden, de ahí las dificultades iniciales de los nuevos cofrades Rincón y Cortado. Y adquiere finalmente una importancia sustancial, pues en el seno de una sociedad que les constriñe, que les ahoga, Rincón y Cortado encuentran en el lenguaje una manera de situarse por encima de los demás: lo que les distingue es su capacidad para dominar el lenguaje y utilizarlo apropiadamente, cosa que no pueden hacer los demás. Por eso Monipodio, que no sabe leer, le da a leer a Rinconete un librillo de memoria (con el célebre memorial) y, por eso también, el narrador concluye: “Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento y tenía un buen natural y, como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje y dábale gran risa pensar en los vocablos que había oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad”. Por eso, en fin, la novela se acaba convirtiendo —las palabras son de Antonio Rey Hazas— “en una reflexión metanovelesca sobre el poder del lenguaje, pues muestra la superioridad de quienes lo dominan sobre los que lo manejan con impericia”.
Variedad de registros lingüísticos, sí, pero también genéricos. Si, en una ocasión, Menéndez Pelayo afirmó del Quijote que “de cualquier modo que se le considere, es un mundo poético completo, encierra episódicamente, y subordinados al grupo inmortal que le sirve de centro, todos los tipos de la anterior producción novelesca, de suerte que con él solo podría adivinarse y restaurarse toda la literatura de imaginación anterior a él, porque Cervantes se la asimiló e incorporó toda en su obra”, algo similar se podría decir de las Novelas ejemplares, donde es posible encontrar, sabiamente mezclados e incorporados, buena parte de los géneros que la ficción literaria de la época ofrecía a un escritor.
En este sentido, La gitanilla es una singular mistura de elementos teatrales, pastoriles, caballerescos y cortesanos, todo ello desarrollado en ambiente gitanesco. El amante liberal incorpora elementos de novela bizantina y de los relatos de cautivos. Rinconete y Cortadillo es un relato a caballo entre la picaresca —sutilmente interpretada— y el teatro (un entremés de figuras). La española inglesa es una novela bizantina. El licenciado Vidriera puede considerarse como una contranovela picaresca a la que se añaden elementos de relato folclórico, de las fábulas milesias y de la literatura de la locura. La fuerza de la sangre mezcla elementos de novelle italiana y comedia. El celoso extremeño constituye una novela muy compleja en la que se fusionan la tradición del chiste y la facecia, por un lado, pero, también, rasgos de novelle y de teatro. La ilustre fregona reúne elementos de novela picaresa —muy idealizada— y bizantina. Las dos doncellas incorpora aspectos de novelle italiana, caballerescos y de las cuestiones de amor. La señora Cornelia, de difícil adscripción genérica, puede situarse en la tradición de la novelle italiana. En El casamiento engañoso Cervantes noveliza una facecia de tradición italiana. Finalmente, el Coloquio de los perros es una magistral combinación de novela picaresca, fábulas milesias y relatos lucianescos.
Con todos estos ingredientes Cervantes consigue crear una de las obras más audaces, novedosas y modernas de la prosa de ficción aurisecular.
Un enemigo de Cervantes ante las NE
Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo; y así sale al principio desta segunda parte de sus hazañas este, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra y más humilde que el que segundó en sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas [...]
Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes y, por los años, tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan y por ello está tan falto de amigos que, cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, había de ahijarlos, como él dice, al preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda, por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir tantos vayan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura y ¡plegue a Dios aun deje, ahora que se ha acogido a la iglesia y sagrado!; conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas: no nos canse.
(Alonso Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, Tarragona, 1614, prólogo, ed. de Luis Gómez Canseco, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 195 y 197-9)
Cervantes como modelo de la novela corta en España
[...] y aunque en España también se intenta, por no dejar de intentarlo todo, también hay libros de novelas, de ellas traducidas de italianos y de ellas propias, en que no faltó gracia y estilo a Miguel de Cervantes.
(Lope de Vega, La Filomena [...] (“Las fortunas de Diana”),
Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1621, f. 58v.-59,
ed. de Francisco Rico, Madrid, Alianza Editorial, 1968, p. 28)
Cervantes convertido en modelo de la novela corta española
Pareceme, señores, que después que murió nuestro español Boccaccio, quiero decir Miguel de Cervantes, ejecutor acérrimo de la expulsión de andantes aventuras...
(Tirso de Molina, Cigarrales de Toledo, 1621,
ed. de Luis Vázquez Fernández, Madrid, Castalia, 1996, p. 236)
Sobre la ejemplaridad de las NE
Desviemos, en consecuencia, los problemas de la ejemplaridad de estas novelitas al campo neutro de la eutrapelia. Con tal maniobra relucen con más luz aún aquellas palabras “yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana”, que el propio Cervantes se encarga de recuadrar en forma categórica y rotunda: “Me doy a entender y es así”. Esta taxativa afirmación de originalidad y prioridad no es ni más ni menos que una nueva declaración de la libertad del artista. Él no tiene modelos literarios, ni los ha querido buscar, inmenso himno de liberación artística que Cervantes comenzó a modular con do de pecho en el Quijote de 1605. Suponer que después de 1605 podría imitar a otros artistas sería suponer un retraso intelectual equivalente a la anulación homicida del artista liberado […] En este nuevo terreno creo que podemos y debemos, replantear el problema de la ejemplaridad de estas novelas. Son ejemplares, evidentemente, porque pueden servir de ejemplo y modelo a las nuevas generaciones artísticas españolas […] Lope tuvo que reconocer la ejemplaridad de las novelas cervantinas, por más a regañadientes que lo hiciese, en el sentido de que el único modelo a seguir en España, el único que puede recordar y citar [al comienzo de las Novelas a Marcia Leonarda], es Miguel de Cervantes y sus Novelas ejemplares. Para escribir novelas cortas había que modelarse en las de Cervantes, que en este sentido eran ejemplares. Detrás de Cervantes, en España, no había nada. Y esto lo sabía muy bien el manco sano, como lo demuestra cada línea del prólogo que él puso a sus novelitas.
(Juan Bautista Avalle-Arce, prólogo a su edición de las
Novelas ejemplares, Madrid, Castalia, 1987, 3.ª ed., vol. I, pp. 16-18)
El marco (implícito) de las NE
Un lector se daría cuenta de las vinculaciones temáticas o argumentales, otro fijaría su atención en las relaciones constructivas, este vería cómo se reiteran determinados procedimientos técnicos o estilísticos, ese detendría su atención en diversos elementos de la poética común, aquel captaría el carácter medular del Coloquio, el de más acá anotaría la ironía que preside buena parte de estos relatos, el de más allá se interesaría por la actitud crítica o por la nivelación literaria de lo social, el último, en fin, establecería nexos variados de afinidad y diversidad que aúnan las más dispares novelas… Pero, de esta o de otra manera, en cualquier caso, mezclando o separando criterios, observaría relaciones íntimas entre las novelas: de uno u otro tipo, con mayor o menor finura; pero los vería.
Porque ahí radica la extraordinaria intuición cervantina, ahí su impar concepción novelesca y su portentosa maestría técnica y expresiva: en el hecho de haber sido capaz de concebir y realizar un marco implícito y, en consecuencia, nuevo, diferente por completo a los de sus contemporáneos, radicalmente innovador, actual, que lleva derecho a la novela moderna, hacia nuestros días, en la medida en que los doce relatos configuran un todo coherente, uniforme y cohesionado, al mismo tiempo que mantienen independiente la peculiaridad de cada uno de ellos. Cervantes, además, y es lo más sorprendente, sabía muy bien lo que estaba haciendo. Por eso advierte previamente a sus lectores: “si bien lo miras […], así de todas juntas como de cada una de por sí”. Solo él podía haber hecho una cosa así; solo él lo hizo. No es de extrañar que sus coetáneos, Tirso a la cabeza, no le entendieran bien. Habían de pasar muchos años para poder comprender tan magno, audaz e innovador avance de la teoría y de la práctica novelescas.
(Antonio Rey Hazas, “Novelas ejemplares”,
Anthony Close et alii, Cervantes, Alcalá de Henares,
Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 209)
Literatura y realidad en las NE
La narrativa cervantina —representada por “libros” como el Quijote, pero también por “novelas” como La gitanilla— lleva a la ficción un debate epistemológico de alta repercusión en el pensamiento de la época: el que afronta el problema de la naturaleza de la realidad y el de las relaciones de la literatura con la realidad. Para un hombre del Renacimiento, al filo ya del Barroco, la realidad es poliédrica, perspectivista e interpretable, y los viejos géneros trazados por la perspectiva clasicista no resultaban ya aptos para dar cuenta de ella. Frente al “las cosas son” de la literatura precedente, Cervantes pone en pie la literatura de “las cosas parecen”. Toda narración de un hecho —histórico o ficticio— no podrá ser otra cosa que la elección de una lectura —entre otras muchas posibles— para tal hecho, porque cualquier suceso admite tantas lecturas como espectadores. Lo que equivale a afirmar que, desde el punto de vista del discurso, no existen hechos, sino interpretaciones; y las varias interpretaciones de un mismo hecho —sin dejar de reflejar el hecho— podrán incluso contradecirse. En última instancia, la narrativa de Cervantes está novelizando el problema de la incapacidad de cualquier discurso para dar cuenta, exacta e imparcial, de una realidad viva, a la vez que pone en evidencia el carácter problemático de la realidad.
(Javier Blasco, “Estudio preliminar” a Miguel de Cervantes,
Novelas ejemplares, ed. de Jorge García López,
Barcelona, Crítica, 2001, p. xxxix)
En ediciones de obras completas
—SCHEVILL, R. y BONILLA, A., Madrid, Impr. B. Rodríguez-Gráficas reunidas, 1914-41. NE: Gráficas Reunidas, I-1922, II-1923, III-1925.
—SEVILLA, F. y REY, A., Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1993-1995, 3 vols. NE: vol. II.
———, Madrid, Alianza Editorial, 1996-1999. NE en vols.: 6 [La gitanilla. El amante liberal], 7 [Rinconete y Cortadillo], 8 [La española inglesa. El licenciado Vidriera. La fuerza de la sangre], 9 [El celoso extremeño], 10 [La ilustre fregona. Las dos doncellas. La señora Cornelia] y 11 [El casamiento engañoso. El coloquio de los perros].
—VALBUENA PRAT, A., México, Aguilar, 1995, 1.ª reimpresión, 2 vols. NE: vol. II.
—YNDURÁIN, D., Madrid, Turner, 1993, 4 vols. NE : vol. III.
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Las Novelas ejemplares se publicaron en Madrid, en la imprenta de Juan de la Cuesta durante el otoño de 1613. Sin llegar a constituir un “best seller”, lo cierto es que ha sido una obra reeditada en numerosísimas ocasiones, desde los días cervantinos hasta hoy mismo. El texto que reproduzco a continuación pretende, de acuerdo con los criterios de esta colección, ofrecer una lectura fiable del texto de 1613, sin variantes, convenientemente modernizado de acuerdo con las normas actuales de puntuación y acentuación, pero respetando aquellos elementos característicos del español de principios del siglo XVII (vacilaciones, formas verbales, usos lingüísticos peculiares, etc.), para lo cual he tenido en cuenta la fecunda tradición editorial de las Novelas (véase el apartado Ediciones de la Bibliografía). La anotación es esencial y básica, con el propósito de aclarar palabras, frases y expresiones que pudieran plantear problemas al lector.
Quiero dejar constancia de la colaboración de Álvaro Cimas Hernando para llevar a cabo este trabajo.