Aristóteles cerró su alforja, descolgó el manto de la pared y cogió de un clavo la llave de la puerta. Echó entonces una ojeada por la casa y dijo, como para sí:
—Me parece que no olvido nada.
—Entonces, estás listo para partir —observó Calístenes.
—Sí. He decidido volver a Atenas, en vista de que la situación parece haberse tranquilizado.
—¿Sabes ya adónde ir?
—Demades ya se ha preocupado de eso y me ha encontrado un edificio lo bastante grande por la zona del Licabeto, con un pórtico cubierto, al estilo de Mieza, donde podré fundar mi escuela. Hay espacio suficiente para albergar una biblioteca y las colecciones de ciencias naturales; además, habrá una sección dedicada a las investigaciones sobre música. He hecho transportar todos los materiales al puerto y ahora no me queda sino embarcarme.
—Y me dejas solo en mi investigación.
—Todo lo contrario. En Atenas podré recoger más información que en Macedonia. Ahora, aquí, todo lo que podía saber lo he aprendido ya.
—¿Es decir?
—Siéntate. —Aristóteles sacó de una gaveta algunas hojas repletas de anotaciones—. Lo único seguro, por el momento, es que la muerte de Filipo ha causado un trastorno tal que ha provocado un cúmulo enorme de habladurías, chismorreos, calumnias, insinuaciones, como si una gruesa piedra cae en el fondo de un estanque cenagoso. Hay que esperar a que la ciénaga se asiente y el agua se vuelva cristalina para ver claro.
»Lo que hizo Pausanias habría tenido origen, cosa que cabía ya imaginarse, en una turbia historia de amores masculinos, los más peligrosos. En pocas palabras, es la siguiente: Pausanias es un buen muchacho, muy hábil en el uso de las armas, y consigue entrar a formar parte de la guardia personal de Filipo. El rey se fija en él por su prestancia y le hace su amante. Entretanto, Átalo le presenta a la hija, la pobre Eurídice, por la que el soberano se siente fuertemente atraído.
»Loco de celos, Pausanias le monta una escena a Átalo que, sin embargo, en aquel momento, no le da excesiva importancia; es más, parece tomárselo con calma y, para demostrar su buena disposición de ánimo, invita al jovenzuelo a cenar tras una partida de caza en la montaña.
»El lugar está aislado y apartado; el vino corre copiosamente y todos están más bien achispados y excitados. En ese punto Átalo se levanta, se va y deja a Pausanias en manos de sus guardas de caza, los cuales le desnudan y le violan durante una noche entera de todos los modos que la fantasía más desenfrenada les sugiere. Luego le abandonan más muerto que vivo. Pausanias, fuera de sí por el ultraje sufrido, pide venganza a Filipo, pero éste, como es evidente, no puede enfrentarse a su futuro suegro, por quien, por otra parte, siente una gran estima. Entonces lo que el jovenzuelo querría es matar a Átalo, pero ya no es posible: el soberano le ha confiado el mando, conjuntamente con Parmenio, del cuerpo de expedición que se dispone a partir hacia Asia. Entonces vuelve su ira contra el único blanco que queda: Filipo. Y le da muerte.
Aristóteles dejó caer la mano izquierda sobre el legajo de hojas con un sordo ruido, como si hubiera querido acompañar con aquel gesto el sentido de su conclusión.
Calístenes se quedó mirando sus ojillos grises, que brillaban con una expresión indefinible, entre amistosa e irónica.
—No acabo de ver claro si te lo crees o sólo finges creerlo.
—No conviene infravalorar el impulso pasional que supone siempre una fuerte motivación en el comportamiento humano, especialmente en el de un individuo carente de equilibrio como un asesino. Además, la complejidad de la historia es tal que hasta podría ser verdadera.
—Podría...
—Sí, podría. Hay, en efecto, varias cosas que no cuadran. En primer lugar, sobre los amores masculinos de Filipo han corrido muchos chismorreos, pero nadie ha podido contar jamás nada de cierto fuera de unos pocos hechos totalmente episódicos. Tampoco en esta ocasión. Y en cualquier caso, ¿te imaginas a un hombre como él eligiendo de entre la guardia personal a un histérico desequilibrado?
»En segundo lugar, si las cosas hubieran sucedido de veras así, ¿por qué habría esperado tanto el ofendido antes de poner en práctica su venganza y por qué lo habría hecho de un modo tan peligroso? En tercer lugar, ¿quién es el testigo fundamental de toda esta historia? Átalo, pero da la casualidad de que está muerto. Asesinado.
—¿Por tanto?
—Por tanto la cosa más probable es que el inductor del crimen se haya inventado una complicada historia en el fondo plausible, consciente de que, de todas formas, estando muerto, no puede ni aprobarla ni desmentirla.
—Se va a tientas en la oscuridad, en resumidas cuentas.
—Tal vez. Pero algo comienza a adquirir perfiles más definidos.
—¿El qué?
—La personalidad del inductor, y el tipo de ambiente que puede haber dado origen a una historia de este tipo. Ahora toma estos apuntes, yo tengo una copia en mi alforja de viaje, y haz buen uso de ellos. Yo proseguiré la indagación desde otro observatorio.
—El hecho —replicó Calístenes— es que puede que no haya tiempo para llevar a cabo mis pesquisas. Alejandro está completamente absorbido por la expedición a Asia y me ha pedido que vaya con él. Escribiré la historia de su empresa.
Aristóteles asintió y cerró los ojos.
—Eso significa que se ha desentendido de su pasado, con todo lo que para él ha significado, para correr hacia el futuro, es decir, básicamente, hacia lo desconocido.
Tomó la alforja, se echó el manto sobre los hombros y salió al camino. El Sol comenzaba a ascender por el horizonte y hacía descollar en lontananza las desnudas cimas del monte Kisos, allende el cual se hallaba el vasto llano de Macedonia con su capital y más allá el solitario retiro de Mieza.
—Es extraño —observó acercándose al carro que le esperaba para llevarle a puerto—. No ha habido tiempo para verse.
—Pero él te sigue recordando y tal vez un día, antes de partir, venga a hacerte una visita.
—No creo —dijo el filósofo como meditabundo—. Ahora se siente atraído por sus ansias de aventura como una mariposa por la llama de una vela. Cuando sienta de veras el deseo de verme, será demasiado tarde para volver atrás. En cualquier caso, haré que te den mi dirección en Atenas, así podrás escribirme cuando lo desees. Considero que Alejandro hará todo lo posible por mantener abiertos los contactos con la ciudad. Adiós Calístenes, cuídate.
Calístenes le abrazó y, mientras se alejaba de él, un momento antes de subir al carro, le pareció ver, por primera vez desde que le conocía, un relámpago de emoción en sus ojillos grises.