Capítulo 6

SOPHIE tragó saliva. Estaba acostumbrada a que las cosas no siempre salieran bien a la hora de organizar una boda, pero Meg sonaba demasiado preocupada…

–¿Cuál es la buena noticia?

–Ya no tienes la reunión de las ocho de la mañana en Gold Coast.

–¿Qué? ¿A qué hora la tengo?

–Bueno, ésa es la mala noticia. No la han convocado a ninguna otra hora. Han cancelado la reserva.

–¿La han cancelado? ¡No puede ser!

–Lo siento, Sophie, de veras. Ha llamado una tal Annaliese diciendo que había alguien que quería reservar todo el lugar y no sólo la sala de fiestas, y que han pagado al contado, así que no les ha quedado más remedio que aceptar.

–Pero no pueden hacer eso –repitió ella–. Los llamaré. Annaliese es nueva allí. Probablemente haya confundido las fechas.

–Te deseo suerte, pero parecía muy segura de lo que decía. Espero que tengas razón.

–¿Algún problema? –preguntó Daniel.

–Espera un momento –dijo ella, alejándose de él–. Tengo que hacer una llamada urgente.

Él miró el reloj y frunció el ceño.

–Dijiste que tenías que tomar un avión.

–Lo siento –dijo ella–. No tardaré mucho.

Sophie tenía el corazón acelerado. Marcó el número de teléfono y esperó a que contestaran. Tropical Palms tenía que estar disponible. Alguien tenía que haber cometido un error. De otro modo…

–¡Philipe! –exclamó aliviada cuando por fin contestaron–. Me he enterado de que habéis cancelado mi reserva y he decidido que debía comprobarlo.

–Lo siento de veras. Si hubieses pagado la reserva. No hay nada que pueda hacer…

Ella sabía que la reserva no se haría firme hasta que no la pagara, pero Philipe le había dicho que no se preocupara y que podía pagarla cuando fuera a la reunión. Al menos podían haberla llamado para decirle que alguien quería reservar todo el lugar. Deberían haberla avisado.

–¿Problemas en el paraíso?

Ella apretó los dientes y deseó estar en su despacho para no tener que enfrentarse a un Daniel sonriente a la vez que intentaba contener las lágrimas. ¿Qué se suponía que iba a decirles a Jake y a Monica?

–Nada que no pueda manejar –dijo ella, y se dirigió hacia el carro.

–¿No? –preguntó él–. No he podido evitar escuchar la conversación. Tengo la sensación de que es algo más grave.

–Saldrá bien.

–Tiene que ver con la boda de Monica, ¿no es así? Has llamado al sitio donde la ibais a celebrar ¿verdad?

Ella negó con la cabeza, y respiró hondo. No podía llorar allí.

–Es un asunto mío. No tienes nada que ver en esto.

–¡Tiene que ver con mi hermana! –colocó la mano sobre su hombro y la volvió para que lo mirara–. ¿Qué ocurre? –él retiró la mano del hombro y le acarició la mejilla con el pulgar–. Estás llorando. ¿Tan mala ha sido la noticia?

Ella giró la cabeza.

–No estoy llorando –mintió con voz temblorosa. Respiró hondo y dijo–: Al parecer, Tropical Palms ha recibido una oferta mejor. Hemos perdido la reserva.

–Entonces, todo está arreglado. Celebraréis la boda aquí.

Ella pestañeó para contener las lágrimas.

–Espera. Eso no depende de ti.

–¿Tienes una idea mejor? ¿Otras opciones?

–Todavía no he mirado otras opciones.

–Acabo de solucionar tu problema.

–Todavía pueden cancelar la reserva que han hecho.

–¿Eso es lo que vas a decirle a Monica? ¿Qué estás esperando una cancelación cuando podría casarse aquí, en Kallista?

Ella lo miró y se preguntó si sería coincidencia que el mismo día que había conocido a Daniel Caruana se hubieran truncado los planes de boda de su hermana. Él estaba decidido a que la boda se celebrara allí. ¿Era posible que él estuviera detrás de la repentina reserva?

–Te dije dónde iba a celebrarse la boda antes de despegar para venir aquí.

–¿Y?

–¿No te parece una coincidencia que de pronto me encuentre con que alguien ha reservado todo el lugar al mismo tiempo que tú tratas de convencerme para que la boda se celebre aquí?

Él se apoyó en el techo del carro.

–¿Crees que he sido yo?

–¿No? –preguntó ella alzando la barbilla.

–Y ¿cuándo se supone que podía haber hecho la reserva si he estado contigo todo el tiempo?

–No lo sé. Pero hiciste una llamada de teléfono justo antes de venir aquí.

–¿Y no se te ocurre ningún otro motivo para que pudiera hacer una llamada, como por ejemplo para informar de que nos esperaran con un carro en el helipuerto?

Sophie deseó que se la tragara la tierra.

–Lo siento. Pero ¿cómo iba a pensar otra cosa? Has estado decidido a celebrar la boda aquí desde que aceptaste que no había nada que pudieras hacer para evitar que se lleve a cabo.

–Sólo quiero lo mejor para Monica. Sospecho que tú también. Por eso, a lo mejor deberíamos trabajar juntos en esto.

–¿Qué quieres decir?

–Creo que cuando Monica llame desde Honolulú deberíamos hablar con ella los dos y averiguar qué es lo que realmente quiere hacer. Y quizá tranquilizarla diciéndole que hablo en serio cuando ofrezco que celebre la boda en Kallista.

–No veo cómo. Puede pasar un tiempo hasta que llame, teniendo en cuenta que cuando aterricen tendrán que pasar la aduana antes de ir al hotel. Probablemente, para entonces yo ya haya llegado a Brisbane.

–No te vayas. Quédate aquí en Kallista.

Sophie pestañeó al oír sus palabras. ¿Cómo iba a quedarse cuando lo que quería era dejar de estar en compañía de aquel hombre lo antes posible?

Pero ella quería que Jake y Monica fueran felices y puesto que le habían cancelado la reserva en Tropical Palms, ya no tenía que estar en Gold Coast a primera hora de la mañana.

Era lo último que deseaba, pero quizá debería retrasar su marcha un poco más. Tenía muchas cosas que decirle a Monica después de descubrir que su hermano apoyaba el matrimonio más de lo que ella había pensado, y así quizá Jake también se beneficiara al oírlo. Quizá era eso lo que todos necesitaban, una oportunidad para hablar las cosas y superar lo que hubiera pasado en el pasado. Después de todo, si iban a ser una familia tendrían que aprender a comunicarse entre ellos.

Y después de la llamada quizá todavía hubiera un vuelo con el que poder llegar a Brisbane esa noche.

Ojalá que pudiera regresar a casa. Podían pasar horas esperando a la llamada de Monica. Y cuanto más tiempo estuviera en compañía de Daniel Caruana, más confusa se sentiría. No era algo a lo que estuviera acostumbrada y no acababa de disfrutarlo.

Estaba acostumbrada a tener el control. Su madre le había enseñado que una mujer no necesitaba a un hombre para ser valorada y que a veces estaría mucho mejor sin tener uno. Aunque sabía que la opinión de su madre era consecuencia de un fracaso matrimonial y de un par de relaciones posteriores poco satisfactorias, su experiencia con los hombres sólo había reforzado el consejo de su madre.

Lo que había sido de gran ayuda para su trabajo. Ella era capaz de mantenerse distante y ofrecer la boda más romántica del mundo sin que se le humedecieran los ojos. Era una mujer práctica y poco sentimental. Más bien racional.

Hasta entonces.

Hasta que conoció a Daniel Caruana.

Sin duda, era mejor que se fuera.

Daniel se fijó en la indecisión que reflejaba su mirada. Ella se mordía el labio inferior y parecía joven y vulnerable. La brisa movía algunos mechones de su cabello y él experimentó el deseo de besarla otra vez.

Le gustaba su sabor. Y no podía imaginar cómo sería que ella lo mordisqueara a él.

No estaba dispuesto a dejarla marchar antes de descubrirlo.

–¿De qué tienes miedo? –preguntó él, acercándose a ella–. ¿Por qué te resulta tan difícil tomar una decisión?

Ella lo miró y se sorprendió al ver que él se movía y colocaba los brazos para atraparla contra el vehículo.

–Por nada. Tendría que llamar a Meg al despacho para que se ocupe de algunas cosas. Y cambiar mi reserva de vuelo, aunque no sé a qué hora podré marcharme.

–¿Eso es todo lo que te preocupa?

Ella miró de un lado a otro, buscando la manera de escapar de entre sus brazos.

¿No se daba cuenta? Era demasiado tarde para escapar.

–¿O quizá lo que te preocupa es que te vuelva a besar? ¿Eso es lo que te da miedo? ¿Por eso estás desesperada por marcharte, porque temes que repita lo de antes?

–¿Qué? No, ¿por qué iba a preocuparme tal cosa? Nunca se me ocurrió algo así.

–¿Nunca? –murmuró él, acercándose una pizca–. Me has ofendido, señorita Turner. ¿Nunca pensaste en la posibilidad de finalizar lo que empezamos?

–Yo nunca… –negó con la cabeza, pero no tenía sentido intentar negarlo. Tenía la vista posada en sus labios, y respiraba de manera agitada–. No irías…

No tuvo oportunidad para terminar la frase. Él la besó en la boca y sintió una mezcla de duda y deseo.

Le sorprendía pensar que una hermana de Fletcher pudiera saber tan bien. Esperaba que hubiera cierto sabor a corrupción, a podredumbre, y sin embargo, sus labios sabían a fruta dulce.

Él no la abrazó y el único punto de contacto entre sus cuerpos eran los labios, sin embargo, la conexión fue muy fuerte. No era un beso apasionado, ni de deseo no correspondido, sino un beso tierno, dulce y necesario.

–¿Por qué has hecho eso? –susurró ella, y bajó la vista como si tuviera miedo de mirarlo a los ojos.

–Me parecía una buena idea quitárnoslo del medio.

–Ah.

–Porque ahora sé que la primera vez no fue un error.

Ella lo miró boquiabierta y él se rió para no besarla de nuevo. No era el momento, ni el lugar. El sol brillaba con fuerza y él necesitaba una cerveza y una ducha fría.

–Mira, ha sido un día muy largo. Es probable que Monica no llame hasta dentro de un par de horas. ¿Qué tal si nos damos un baño mientras esperamos? A mí me vendría bien.

Él frunció el ceño.

–¿He dicho que vaya a quedarme?

–¿No te vas a quedar?

Ella miró hacia el helicóptero.

–Supongo que podría quedarme, hasta que llamen. Peor no he traído nada conmigo. No pensaba darme un baño.

–No pasa nada –dijo él, agarrando la llave del carro–. Estoy seguro de que podremos encontrar algo medianamente decente.

La casa era de madera y cristal, estaba en lo alto de una colina y tenía una vista espectacular. A un lado, el océano salpicado de islas y, al otro la espectacular y extensa costa de la península.

–Es preciosa –dijo Sophie mientras él la ayudaba a salir del coche–. No sé cómo puedes soportar marcharte de aquí.

Él puso una amplia sonrisa.

–Me alegro de que pienses así.

Ella se alejó una poco y fingió estar interesada en la vista. No había captado el mensaje que, sin duda, contenían sus palabras.

¿Y por qué había dejado que la besara? Estaba planificando la boda de su hermana y se suponía que era una profesional y debía comportarse de forma distante.

Dejar que la besara no había sido un gesto distante. Pero cómo iba a ser distante si él la miraba de esa manera, provocando que se le acelerara el corazón. ¿Cómo iba a pensar con claridad si lo que deseaba era que la besara de nuevo?

¿Sólo se conocían desde esa misma mañana? Era imposible que el hombre que la había besado con tanta ternura fuera el hombre arrogante que había conocido en el despacho. Aunque allí también había estado a punto de besarla, provocando que estuviera a punto de derretirse antes de encontrar la fuerza de voluntad para apartarlo.

Pero ¿lo había apartado cuando había ido a besarla por segunda vez? No. Su cuerpo se había tensado con anticipación. Y lo único que había pensado era que no estaba dispuesta a detenerlo.

Abajo, el mar azul golpeaba suavemente contra la arena blanca de una cala protegida del mar abierto por unas rocas. Era un lugar privado y muy apetecible. Para llegar a la cala había que bajar por unas largas escaleras, pero Sophie ya podía sentir el agua fría sobre su cuerpo ardiente.

Pero, ¿realmente conseguiría enfriárselo? Se mordió el labio inferior al pensar en las implicaciones. ¿Sería buena idea ponerse un bañador prestado y compartir un baño con un hombre que ya la distraía demasiado estando vestido? Cerró los ojos para tratar de borrar las imágenes que habían invadido su cabeza y en las que Daniel aparecía en bañador. «¡Oh, no!». Bañarse era mala idea.

–Creo que puedo pasar sin baño –dijo ella buscando una excusa–. Mis zapatos de tacón no sobrevivirían a esa escalera. Pero tú puedes ir –levantó la vista y vio que él la estaba mirando y se sonrojó.

–No me gustaría que se te estropearan los zapatos –dijo él con una media sonrisa–. ¿Por qué no te bañas en la piscina, como pensaba hacer yo? Supongo que tus zapatos aguantarán algunos metros más.

Daniel se volvió hacia la casa y Sophie lo siguió despacio, sintiéndose más tonta que nunca. Por supuesto que una casa como aquélla debía tener una piscina en algún lugar.

La puerta de madera se abrió antes de que llegaran a ella y una mujer de mediana edad y vestida con un delantal salió a recibirlos. Sophie se fijó en su cálida mirada.

–¡Señor Caruana! Debería haberme dicho que iba a traer una invitada –comentó ella mientras entraban en el espacioso recibidor–. Habría preparado algo más especial para la cena.

–Estoy seguro de que lo que tenías pensado, Millie, estará delicioso como siempre. Y no me cabe duda de que la señorita Turner pronto se convertirá en una fan de su cocina –se volvió hacia Sophie–. Millie solía llevar un café en Cairns, hasta que un día entré a comer y le hice una oferta que no fue capaz de rechazar.

En ese momento sonó su teléfono y Millie le agarró la chaqueta mientras él se excusaba y miraba quién era.

–Es cierto –dijo Millie con una amplia sonrisa–. Y así, hice las maletas y me vine a vivir a una isla tropical paradisíaca. Si me permite, le diré que éste puede convencer a cualquiera. Así que tenga cuidado, señorita Turner, si sabe lo que es bueno para usted.

–Millie –dijo Daniel guardando el teléfono–, no vayas por ahí contando mis secretos.

–Gracias por el consejo –le dijo Sophie a Millie–. No estoy segura de que vaya a quedarme para la cena, pero sin duda aprenderé todos los trucos que pueda.

Millie puso cara de decepción y Daniel intervino en la conversación.

–Por supuesto que la señorita Turner se quedará a cenar –anunció–. Y, entretanto, me preguntaba si podrías mostrarle la habitación de invitados y conseguirle un bañador. Yo iré enseguida. Tengo que hacer un par de llamadas –sonrió–. Pero ten cuidado no se vaya a dañar los tacones.

–Por supuesto. Tengo el bañador perfecto para usted. Venga –Millie subió una pequeña escalera y avanzó por un pasillo–. ¿Qué pasa con los tacones? –preguntó mirando hacia atrás por encima del hombro.

–Estaba bromeando a mi costa –admitió Sophie–. Creía que tendría que bajar hasta la cala para darme un baño y puse a mis zapatos como excusa. No me di cuenta de que habría piscina –no admitió que intentaba evitar bañarse con Daniel, pero si él estaba hablando por teléfono a lo mejor podría darse un baño rápido.

Millie sonrió.

–Tiene don de gentes. Hay un camino para llegar a la playa, y es preciosa. Dígale a Daniel que la lleve, pero sí, mejor cuando vaya con zapatos planos.

Sophie sonrió para darle las gracias. Por mucho que la playa fuera un lugar especial, estaba segura de que no estaría allí el tiempo suficiente para ir a verla.

–Siempre es agradable cuando el señor Caruana trae amigos a casa –dijo Millie mientras le mostraba el camino–. Yo le digo que no es normal que un hombre esté solo en una casa tan grande como ésta. Siempre le digo que algún día tendrá que sentar la cabeza.

La casa era enorme y tenía una vista estupenda desde todos los ángulos. Una vista que se complementaba con una piscina que se fundía con el horizonte al borde de la terraza.

Pero las palabras de Millie resonaron en la cabeza de Sophie mientras la seguía hasta la habitación de invitados. El ama de llaves creía que ella era la última novia de Daniel.

–No somos amigos. No de esa manera. Estoy esperando a que Monica llame desde Honolulú. Estoy organizando su boda.

–¿Monica va a casarse? –preguntó asombrada–. ¡Nunca lo imaginé! Es una gran noticia. ¿Quién es el afortunado?

–Mi hermano, Jake.

Millie puso una amplia sonrisa.

–Entonces, eres mucho más que una amiga. Eres casi familia –se volvió hacia el armario–. Veamos, hay un bañador aquí que te quedará perfecto. ¿Dónde está?

–¿De quién es toda esta ropa? –preguntó ella, mirando a su alrededor y preguntándose por qué la habitación de invitados tenía una cama alta y un armario lleno de ropa.

–En realidad, es ropa de repuesto. Por si Monica viene con amigas.

Sophie se percató de que Monica empleaba la habitación algunas veces. Había fotos suyas sobre la cómoda. Una en bañador en la playa. La otra con el uniforme del colegio.

Había otra foto, pero Sophie no reconocía quién era. Una chica guapa con brillo en la mirada y cabello rubio lanzaba un beso a la cámara.

–Ah, aquí está –dijo Millie–. Pruébate éste. Tiene un pareo a juego. Te daré una toalla.

Sophie se volvió y sonrió al ver la prenda de color zafiro y dorado que había sobre la cama.

–Gracias, Millie, es precioso. Por cierto, ¿sabes quién es esta mujer? ¿Una amiga de Monica? Creo que no la he conocido, aunque sí he conocido a las chicas que van a ser sus damas de honor.

Millie se acercó, le quitó la foto de las manos y pasó un paño que llevaba en el bolsillo para quitarle el polvo al cristal.

–Al parecer era una buena amiga de Daniel. Murió en trágicas circunstancias. Daniel no soporta tener la fotografía en un lugar visible, pero tampoco quiere guardarla así que la esconde aquí, ya que apenas entra. Era guapa, ¿verdad? A veces me pregunto si…

La mujer se quedó en silencio y Sophie no pudo evitar preguntar.

–¿Qué es lo que te preguntas?

Millie suspiró.

–Sólo si lo que sucedió entonces fue lo que hizo que Daniel no quisiera implicarse emocionalmente con nadie más. Al parecer iban en serio –pasó el paño por la estantería antes de dejar la foto–. Bueno, será mejor que te dé la toalla.

Sophie se sentó en el borde de la cama y agarró la ropa que la mujer le había dado. Entonces, miró la foto de la chica sonriente, la foto de una mujer tan especial que Daniel no soportaba verla más.

¿Habría sido Daniel el que tomó esa fotografía? Su mirada llena de brillo y el beso que lanzaba ¿irían dirigidos a él?

Él debía de haberla querido muchísimo.

Por algún inexplicable motivo, ella no quería pensar en ello demasiado. Era difícil imaginar a Daniel queriendo a alguien. Parecía un hombre enojado e implacable, y si tenía corazón debía tenerlo en un lugar tan profundo que posiblemente ya estuviera atrofiado. Incluso el amor que sentía por su hermana parecía más propio de un perro guardián que de un hermano.

Sophie agarró el bikini y se dirigió al baño. Un baño era lo que necesitaba. Y puesto que Daniel estaba ocupado en el teléfono, tendría la piscina para ella sola. Cuando él llegara, diría que ya se había bañado suficiente y se cubriría con el pareo.

Además, Millie estaba allí. ¿De qué diablos tenía que preocuparse?