—Está destrozada. La violaron unos cuantos —aseguró un policía con un bigote fino sobre su labio cínico. Le señalaba ahí abajo.
—¿Hay algún testigo de esto?
Scott no sonreía ni para despeinarse.
—No.
—¿Entonces por qué asegura que ha sido violada por unos cuantos?
—Bueno... Eh… Yo… he visto su estado y me parece algo bestial cómo la han dejado. Si ha sido un único hombre, le habrá introducido una barra de metal, pero no hemos descubierto nada de eso.
—Buena reflexión —dijo el teniente; y con los labios húmedos por la lluvia que arrastraba desde antes hizo una extraña mueca como la de un graznido, o había gruñido como un perro o había tratado de decir algo más.
Pero no habló.
Se puso en cuclillas delante de la chica desnuda y con las piernas abiertas como dos puertas.