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De la muerte.

Esta vez no se había traído a la muerte a su guarida. A su escondite, donde perduró tantos años aquella maldad posesiva. Esta vez no estaba delante de ella, y eso ya lo había estado pensando hasta la saciedad durante largas horas. Muchas. Muchas horas y, esta vez, no había más música que el silencio de la muerte, si es que a aquello se le podía llamar silencio.

Porque susurraba en sus sienes.