Le tendió la mano.
Joder, le había dado la mano a un muerto, y sus ojos estaban a punto de salírsele de las órbitas. Además, su corazón estaba impacientado por salir a palpitar en la punta de la lengua.
El cuerpo desnudo de Alan se deslizó por el hueco abierto. Chorreando de sudor y agua de la lluvia. Tenía las heridas moradas, pero no infectadas. Se estremecía en cada movimiento, pero sentía cómo, en lugar de descoyuntarse, todo su cuerpo se recompusiera de nuevo. Y, cuando clavó su mirada en los ojos del enterrador, dijo:
—Ya estoy aquí de nuevo. —Y, saltando desde la fosa, como una rana, se dirigió hacia la oscuridad, que se acrecentaba en el cementerio hasta perderse en una figura difusa, amorfa e inquietante.
John se quedó sin el aliento del whisky.
Sentado. Esperando una respuesta mientras tiritaba de frío y de miedo.
Ahora, embriagado de miedo.