—Oh, Dios. ¿Qué es esto? —gritó una mujer que paseaba junto a su novio agarrada de su brazo. Miró al suelo y empezó a chillar ante la atenta mirada de él, como si no la comprendiera.
—¿Qué sucede, Annie?
—¡¡¡Mira el suelo!!! —Estaba dando extraños saltitos en el aire, y parecía que de pronto se elevaría hasta la luna en uno de esos saltos frenéticos. Su corazón se había caído al suelo junto a donde señalaba con su dedo rimbombante por la facilidad que le temblaba.
En las escaleras de acceso a la puerta del James Memorial Chapel —una capilla con grandes ventanales, con una puerta doble y majestuosa—, había un charco oscuro que desprendía un olor empalagoso fácilmente reconocible.
—No se ve nada.
—¡Es sangre!
El chico de cabello anillado se agachó al charco oscuro que la poca luz de la farola distante le permitía ver y tocó con sus dedos el líquido sedoso.
—Joder. ¡¡¡Es sangre!!!
Y Annie se desmayó cayéndose de espaldas en un golpe carnoso y seco a la vez.