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¿Acaso no se cansaba nunca?

No.

Era tan fuerte como el esnifado de la cocaína. Como el polvo recorriendo sus pulmones; y, después, su sangre, que conducía el mismo por las tangentes de todas sus venas, desde el corazón hasta el dedo gordo del pie. Era tan poco humilde como una perturbada mental que llevaba oculta más de diez años; y era, en cualquier caso, la pesadilla de Scott. Porque sabía que él pensaba en ella. Que nada de lo que empezó se había terminado. Que todavía perduraba en el más absoluto secreto, y que ellos eran legión y podían levantar el vuelo como cuando no esnifas bien el polvo y sale como una densa niebla de harina haciendo un pan sobre la mesa torcida.

Pero ella, lejos de estar así todo el tiempo, tenía cosas que hacer. Cosas que los muertos que conservaba veían a todas horas. Ellos y ellas, los cuales habían sido dados por desaparecidos y que nadie nunca reclamó, porque eran mendigos que la gente escupía con su saliva impregnada de odio.

Tenía que salir, como antaño, y recuperar su buena fe.

SOBERBIA había regresado.