El cajón del escritorio estaba abierto mostrando una lengua sucia. Dentro del mismo había papeles y fotografías, pero Scott esa noche había puesto sobre la superficie otra vez el expediente de SOBERBIA. Le dolía especialmente la cabeza y, mientras observaba aquellas fotografías y aquellos documentos, se escuchaba una y otra vez, como si su otro yo hablase en alto dentro de su cabeza.
«Oh, Scott, sabe lo de la madre de tu hija. Sabe lo de tu hija. Sabe demasiado. ¿Quién le dice todas esas cosas? ¿Quién es en realidad Alan? Oh, sí, Scott, quizás no sea el mismo tipo que tiraron de un tercer piso. Quizás sea un doble que ha aprovechado esta oportunidad de volverte loco, quién sabe, y se hace pasar por SOBERBIA, pero... Oh, Scott, vuelves al principio de la tabla de la partida de ajedrez, qué pena...»
En el lado izquierdo de todo el expediente había puesto una fotografía de su hija Stella, con el cabello lacio, rubio como las candelas, y unos ojos penetrantes que habían traspasado el foco del objetivo de la cámara. Estaba sonriendo y algo rígida por la postura. Esa fotografía se la hizo una semana antes de que la... mataran desviadamente. Scott sintió la humedad de las lágrimas en sus ojos; y la furia en su corazón, bombeando veneno por sus venas.
Puso su mano izquierda sobre la foto y lloró desconsoladamente, mientras que con la mano derecha apretó la fotografía del que había sido SOBERBIA, una mujer de extraña indumentaria.
Y fuera, el cielo lloró junto a él.