AGAPITO

A Agapito le gustaban las papitas. Los totopos, las papitas y las tostaditas. Le gustaban crujientes y saladas. Les ponía extra sal encima, y si el primer totopo no crujía lo suficiente, lo tiraba. Su mamá después encontraba bolsas llenas en la basura de la cocina, y después de gritar y regañar a Agapito por desperdiciar comida, escuchaba su excusa de que le gustaban los totopos crujientes y el que había comido de esa bolsa no lo estaba. Ella volvía a gritar porque era Agapito quien escogía los totopos y las papitas en el súper. Así fue que le enseñó a leer las fechas de vencimiento. Y fue que Agapito se percató de que las bolsas más frescas las ponían al fondo de los estantes de la tienda y que los totopos con las fechas más antiguas siempre pasaban al frente. Agapito se metió en problemas con el gerente del súper por sacar todas las bolsas de totopos para encontrar la más fresca. Ahí fue cuando Agapito aprendió que a los totopos no los organizaban los dependientes de la tienda sino los representantes de las fábricas de totopos y papitas. Ahí fue también cuando Agapito decidió que ya tenía una carrera. Agapito trabajaría para una fábrica de totopos y papitas rellenando los estantes del súper. Imagínate todas las muestras que probaría mientras conducía de un súper a otro. Así es que comió sus totopos, sus frescos y crujientes totopos tanto como pudo de todas las compañías que estaban en el estante para saber en cuál fábrica trabajaría. Para los once, Agapito ya era todo un experto en totopos y papitas. Totopos, papitas, tostaditas. Le gustaban crujientes y saladas. A los doce, el doctor le dijo a Agapito y a su mamá sobre la diabetes, y el doctor le entregó a Agapito una dieta en un papel que decía “NO PAPITAS”. Ahí fue cuando Agapito aprendió sobre las papitas horneadas, papitas bajas en grasa y papitas procesadas de manera artificial. No tenían sal, ni crujían, no tenían nada de lo que amaba. Así es que ahí fue cuando Agapito decidió que mejor trabajaría para una fábrica embotelladora de agua.