TRAYECTORIA

Miro afuera. Escucho el leve ruido de los que no pueden esperar para que sea la medianoche. Y me digo, no vayas. Pero cada Año Nuevo, el ruido de los fuegos artificiales abre de golpe una puerta y regresa el miedo. Recuerdo la noche cuando Sergio y yo caminamos por el barrio donde vivía cuando tenía dieciséis años.

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La calle Perez nos era familiar a Pedro y a mí. Esa noche la calle parecía aún más amigable porque nuestros vecinos, sus familiares y varios compadres se habían reunido en los porches, las aceras y las curvas enfrente de sus casas, encendiendo fuegos artificiales, abriendo latas de cerveza y gritando Feliz Año Nuevo como si fuera un viejo amigo.

Sergio y yo estábamos tratando de mostrarnos seguros mientras caminábamos por la calle. Esperábamos que Nikki, le güerita que vivía en la misteriosa casa de la esquina, hubiera invitado a su carismática prima a celebrar el día festivo. El año pasado, Sergio y yo recién éramos estudiantes de primer año. Nos sentíamos incómodos con chicas como Nikki y su prima, Pamela. Este año, ya teníamos licencias de conducir, sabíamos cómo funcionaba la preparatoria y cómo hablarle a las mujeres —bueno, eso pensábamos.

—No la riegues, Rubén —me dijo Sergio cuando salimos de su jardín y cruzamos la calle—. Siempre usas palabras sofisticadas. Nikki dice que la haces sentir tonta.

—No quiero impresionar a Nikki —dije—. Tú te puedes quedar con Nikki. Yo quiero conversar con Pamela.

—¿Conversar? Bueno, ninguna mujer quiere que le hables como un diccionario, Rubén, así es que actúa normal, ¿de acuerdo?

—Soy normal. No soy yo el que les digo a las chicas que sé bailar como Michael Jackson.

—¡Yo sí! —exclamó Sergio y allí en la acera, se detuvo e intentó hacer el paso del moonwalk más soso que jamás había visto. Miré hacia arriba con fastidio. Le hice adiós y seguí caminando. Después de dos pasitos de caminata lunar, se rió y corrió a alcanzarme.

Eso fue lo que sucedió esa noche —los dos molestándonos mutuamente, gastándonos bromas como hacen los mejores amigos. Paramos para reírnos de un niñito que intentaba prender su luz de bengala. Cada vez que su papá se acercaba para encender la varilla con el encendedor, la mano del niñito temblaba más. Cuando por fin se encendió y las chispas plateadas bailaron alrededor de sus dedos, el niño tiró la cosa a la calle.

Sergio silbó y la levantó rápidamente. La agitó sobre su cabeza, y luego ayudó al niñito para que tomara la varilla con cuidado. Se rió y giró en sus talones y el niño y yo sonreímos con las boberías de Sergio.

De repente, paquetes enteros de fuegos artificiales explotaron como ametralladoras. Los cohetes botellas chisporrotearon en el cielo lleno de humo. Como flechas, los colores brillaban de cada dirección.

Ruidosas olas de fuegos artificiales subrayaban los gritos —¡Feliz Año Nuevo! Happy New Year! ¡Feliz Año Nuevo! —haciendo eco por todo el barrio.

Sergio dijo —¡Ay, no! ¡Nos perdimos la oportunidad de besar a las chicas a la medianoche!!

—¡Todo porque te pusiste a jugar con las bengalas! —le dije, el ruido del barullo de la medianoche a nuestro alrededor era casi ensordecedor. Aun así me uní a la locura —¡Feliz Año Nuevo! ¡Feliz Año Nuevo! —Todavía me digo a mí mismo que escuché un disparo en el silencio durante el desgarro de los fuegos artificiales.

¿Me agarró Sergio o yo a él? Aún no lo sé, pero forcejeamos juntos brazo sobre brazo, su cuerpo era como un peso no esperado contra mi pecho y mis hombros.

Pensé que estaba jugando. Y después su vida se deslizó entre mis dedos con la sangre oscura y tibia. La persona que disparó al aire para celebrar un nuevo año no tenía idea de lo que había hecho.

Todo se empañó en ese momento.

La sirena de la ambulancia llorando por todo el barrio …

La mamá de Sergio jalando su cuerpo de mis brazos con gritos que hacían eco de los míos …

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Después mi hijo de diez años me jala del brazo. —Papá, por favor, ¿por qué no puedo ir a la casa de Mike esta noche? Su papá le compró fuegos artificiales para tronarlos.

Miro a mi hijo, lo nombré Sergio. Quiero decirle por qué. Quiero explicarle cómo es que las balas caen del cielo la noche del Año Nuevo disfrazadas con el ruido de los fuegos artificiales.

Le digo que no, como lo hago cada noche de Año Nuevo. Desde ese momento me doy cuenta de que mi amigo Sergio estaba muerto en mis brazos, y la trayectoria es un principio aprendido.

Para continuar con la vigilia, encierro a Sergio y a sus hermanas en la casa, donde puedo continuar vigilando, protegiéndolos de cualquier golpe, silbido o bala perdida.