—¡Malinda! ¡Malinda!
Amanda se dio vuelta del espejo cuando escuchó su sobrenombre. Su abuela no lo había usado en meses.
¿Era posible? ¿Se estaría mejorando Buelita?
La cara de Amanda se alegró. Vio a su abuela parada en la puerta de su recámara. —¿No te parece que es un lindo vestido? —se dio una vuelta en la punta de los pies descalzos como las modelos—. ¿Cómo me veo, Buelita?
Su abuela se puso las manos entrelazadas cerca de su corazón. —Muy linda, muy linda. Luces como una reina.
Amanda intentó fruncir el ceño. Una reina no era la imagen que quería. Quería ser una súper estrellar juvenil, una actriz glamorosa o una modelo de revista. Quería que al entrar a la fiesta de los Loyola el próximo sábado por la noche todos dijeran —¡Híjole! ¡Miren a Miranda Saldaña!
Volvió a verse en el espero grande que estaba recargado sobre la ventana de la recámara entre su cama y la de su hermanita. Amanda lo había comprado con su propio dinero el verano pasado porque las chicas populares de la escuela se vestían para impresionar. Cada mañana se paraba frente al espejo y se aseguraba de que su ropa llamara la atención de alguien.
De repente, todo lo que tenía en su clóset le parecía tan aburrido comparado con ese vestido negro sin mangas y tiras de satín rojo en el forro del escote en V.
Mamá tiene que estar loca como para querer donar este fabuloso vestido al Buen Samaritano, se dijo. ¡Eso sería como tirarlo a la basura! Por suerte, ¡yo me lo encontré!
Hacía treinta minutos que Amanda había encontrado el vestido tirado encima de una caja designada para la tienda de segunda. Lo metió al fondo de su mochila y después tapó la caja y la llevó al carro. Su madre se fue en el carro con la hermanita de Amanda para hacer algunos mandados y dejó a Amanda y a Buelita en casa. Una vez que abuela estuvo segura en su recámara viendo la telenovela, Amanda se escapó para probarse el tesoro secreto en su mochila.
Ahora mientras Amanda se volvía a ver en el espejo y se volteaba de lado a lado, se tuvo que tomar los hombros antes de que el vestido se le deslizara. También tuvo que darle otras tres vueltas al cinto de brillantes alrededor de su cintura.
¡Si sólo supiera cómo cortarlo para hacerlo de su tamaño!
—Recuerdo cuando hice este vestido —dijo Buelita. Sus zapatos cafés de piel rechinaron suavemente cuando entró a la recámara. Observó a Amanda de arriba a abajo, con una ceja canosa levemente alzada.
Ambas se pararon juntas en el reflejo del espejo. La cabeza de su abuela apenas llegaba a los hombros de Amanda. Su cabello canoso estaba despeinado y tenía pelos parados por todos lados. Su blusa gastada y los pantalones flojos de punto le quedaban mal, como si fueran de alguien más.
Amanda suspiró. ¿Dónde está la bella señora que iba al salón de belleza cada semana? ¿Dónde está mi “divertida Abuela” quien se ponía blusas coloridas y grandes sombreros de paja para las excursiones de la escuela? ¿Por qué Buelita se convirtió en una persona que no podía recordar cosas simples como qué día era hoy o lo que había desayunado?
—Ay, Alicia, le hice este vestido a tu hermana Mónica, no? —los dedos delgados de Buelita aún estaban fuertes cuando pellizcaron la tela sobre las caderas de Amanda—. Es demasiado grande para ti, Alicia.
Amanda contestó con fastidio. —Soy Amanda, Bue-lita. Alicia es mi mamá, ¿te acuerdas? —Se dejó jalar y empujar mientras su abuela intentaba que la cintura del vestido le quedara mejor—. ¿Ya se te olvidó? Me llamaste Malinda.
Esperaba que al pronunciar su apodo una vez más le ayudaría a su abuela recordar. Como primera nieta, todos en la familia decían “Amanda es muy linda, muy linda”. Una de las primeras palabras de Amanda había sido “malinda” y se había convertido en su apodo. La mayoría de la familia había dejado de usarlo, excepto Buelita. Había continuado usándolo de cariño, hasta que, como muchos otros nombres, empezó a olvidarlo en los últimos dos años.
—Hay que hacerle unas pinzas en la espalda, cortarle un poco a las caderas, ¿no? —sonrió su abuela—. Mi’jita, no te pongas triste. Yo puedo arreglarte el vestido de tu hermana. —La tomó de los hombros y dobló la tela que sobraba, levantó el vestido e hizo que le quedara mejor, sosteniéndolo con fuerza contra el cuerpo de Amanda.
¡Amanda podía imaginarse el vestido rediseñado para ella! ¡Luciría fantástico!
Su abuela siempre había sido una buena costurera. Había cosido ropa para toda la familia. Hasta había hecho tres vestidos de novia para la madre de Amanda y sus dos hermanas, Tía Mónica y Tía Nance.
—¿Me puedes arreglar este vestido, Buelita? —le sonrió al reflejo de su abuela en el espejo—. Quiero usarlo en la fiesta del sábado.
Su abuela se paró detrás de Amanda, la tela del vestido aún estaba en sus manos. —Necesito unos alfileres. Saca la máquina de coser —dijo—. Bobina-encaje cierra temprano los sábados. Mis tijeras descosedoras dejan hoyitos.
Amanda se estremeció cuando una sensación de frío y malestar le recorrió la espalda. Las palabras de Buelita no tenían sentido. ¿Qué no habían dicho los doctores que la memoria de corto plazo sería las más afectada por la demencia?
Pero Buelita no debería haber olvidado cómo coser porque era algo que había hecho por tantos años. Hasta le había enseñado a Amanda cómo coser bastillas derechitas en la máquina, y cómo usar la aguja para poner botones y terminar las bastillas.
Amanda se soltó cuidadosamente de las manos de su abuela. —Voy a buscar unos alfileres, Buelita. Espérame aquí, ¿sí? —Se dio vuelta. Los pequeños ojos cafés de su abuela la miraron como los de una niña—. No te muevas, Buelita. Ya vengo, ¿está bien? —dio un suspiro cuando el vestido se le cayó. Lo tomó con las dos manos para sostenerlo.
Buelita se rio como una niñita. —No puedes ir a esa fiesta hasta que no te arregle el vestido, Malinda.
Amanda sonrió espontáneamente. —Te quiero, Buelita. Entró a la recámara de su abuela lo mejor que pudo con ese vestidote, pensando ¿qué le diré a Mamá? Para cuando salió, estaba convencida de que ya pensaría en algo.
—¿Me puedes ajustar el vestido con los alfileres, Buelita? —Amanda orgullosamente puso el cojinete en forma de tomate en las manos de su abuela.
—Voy a hacer que te quede. Veamos.
Amanda estaba de frente al espejo. ¡El vestido negro sería espectacular! ¿Cuándo fue la última vez que había estado tan emocionada? ¡Llevar este vestido para su primera fiesta de octavo año! ¡Ayudar a su abuela a hacer algo que le encantaba! Buelita se sentía fuerte, se estaba mejorando. ¡Había sido lindo escucharla decir “Malinda” hoy!
Pensamientos alegres bailaron en su mente mientras Buelita le ponía más y más alfileres.
Al final, Buelita terminó y dijo —Listo. —Salió de la recámara de Amanda con el cojinete vacío.
Amanda batalló para bajar el zipper del vestido y quitárselo por encima de la cabeza. Se sentía como un cojinete humano para cuando se vistió con la camiseta y los jeans. Levantó el vestido espinoso y fue a la recámara de su abuela.
Buelita estaba sentada en su cómoda silla de rayas frente a la televisión. El cojinete en forma de tomate había sido abandonado encima de la tele.
Amanda se decepcionó al ver que la máquina de coser en la esquina de la recámara todavía estaba cubierta con una sábana blanca. Simplemente le recordaría a Buelita que lo cosiera más tarde. —Aquí está mi vestido, Buelita. Te lo dejaré en la silla de la máquina de coser, ¿está bien? ¿Necesitas algo?
Buelita se inclinó hacia enfrente cuando la cara de un hombre apuesto cubrió la pantalla de la televisión. El hombre dijo —Te adoro, mi amor.
Amanda salió de la recámara de su abuela justo cuando una señora con las pestañas cargadas de rímel le prometía amor eterno.
Más tarde, mientras la familia almorzaba, a Amanda le preocupaba que Buelita dijera algo sobre el vestido. Pero su abuela comió la mitad de su sándwich en silencio y se tomó su café. La hermanita de Amanda les platicó de las bobadas que estaba haciendo con sus amigas de enseguida. Su mamá medio escuchaba mientras comía su almuerzo y abría sobres que habían llegado en el correo.
Justo cuando Amanda terminaba de comer, Lily y Jennifer llamaron. Invitaron a Amanda al centro comercial. Hablaron toda la tarde sobre la fiesta de los Loyola, mientras entraban y salían de las distintas tiendas: de los chicos que estarían allí, quién estaba invitado, quién no; cuáles atuendos se verían bien y cuáles no.
Amanda estuvo a punto de contarle su plan a sus amigas, pero no quería arruinar la sorpresa del vestido. En vez de eso se compró unos aretes largos decorados con tres líneas de piedras rojas colgando de los alambres negros. Con la compra sólo le quedaron dos monedas de veinticinco centavos y tres de cinco en la cartera.
Era casi la hora de la cena cuando Amanda regresó feliz a casa. Cuando entró por la puerta trasera, inmediatamente sintió que ¡pasaba algo terrible!
No había nada cocinándose en la estufa. Su mamá estaba sentada sola en la sala, el vestido negro estaba encima de la mesa enfrente de ella. Estaba al revés, y varias de las costuras estaban rotas. Su mamá estaba sentada allí, con los hombros caídos, sus dedos acariciando la tela.
Amanda contuvo la respiración. ¿Se metería en problemas por haberse quedado con el vestido? ¿Qué si la castigaban y al final no podía ir a la fiesta?
Su mamá volteó y la vio. —Ay, Amanda, ya llegaste.
Se quedó de pie; las piernas le temblaban mientras esperaba la ira de su madre.
Pero mamá no parecía estar enojada. Sus ojos cafés estaban redondos con una tristeza profunda. Su voz sonaba callada y tranquila. —¿Qué tal estuvo el centro comercial?
—Mamá, ¿están bien? ¿Le pasó algo a Buelita?
Su mamá suspiró. —No, Buelita está bien. Aún está durmiendo. Es que … —se detuvo y suspiró otra vez—. Es que la encontré cosiendo esta tarde. Usó un corta costuras en mi viejo vestido. Me dijo que lo estaba haciendo para mí. Que el vestido de Mónica se me vería lindo a mí.
Los dedos se Amanda apretaron con fuerza la agarradera de su bolsa. Se acercó más a la mesa pero no podía hablar. ¿Qué diría?
—¿Por qué habría sacado tu abuela este vestido de la caja de donaciones? ¿Y por qué creería que era el vestido de Mónica? Ella me lo hizo a mí hace años para una fiesta de Navidad. —Mamá movió la cabeza—. Creo que está empeorando, Amanda. Se enojó mucho cuando le quité el vestido. —Pasó la mano sobre la tela negra—. Buelita dijo que tenía que terminar el vestido para la fiesta del sábado. No tiene sentido. Buelita está empeorando.
—¡Ay, Mamá! —Amanda se dejó caer en la silla más cercana—. No es culpa de Buelita. Puso su bolsa y la bolsa con las joyas en la mesa—. Fui yo quien sacó el vestido. Buelita me vio probándomelo. Dijo que me lo arreglaría a mi medida.
Tragó saliva y juntó las manos para que no le temblaran. —Lo siento, Mamá, pero si hubieras visto a Buelita esta mañana. Hoy me llamó Malinda. Después me ajustó el vestido con alfileres en la espalda y en los lados como lo hacía antes cuando me medía para los vestidos de la cuaresma. Pensé que, que si hacía algo que solía hacer, como coser, le ayudaría a recordar otras cosas también. Lo siento, Mamá. Por favor, no te enojes con Buelita. —Clavó la mirada en las costuras deshechas del vestido negro. Suspiró, lista para aceptar el castigo de su mamá por haber actuado de manera egoísta—. Fue mi culpa, no la de ella.
La mano fría de Mamá le envolvió la muñeca. La apretó suavemente. —Gracias por decirme la verdad, Malinda. Estaba tan molesta por lo que dijo tu abuela que ni siquiera pensé en lo que estaba haciendo. Se veía contenta mientras descosía el vestido y hablaba sobre cómo arreglarlo. —Se enderezó en la silla y le dio una mirada seria a Amanda—. Pero falta que hablemos sobre el hecho de que este vestido no es apropiado para una niña de catorce años. ¿En todo caso, adónde pensabas ir con él puesto?
Amanda habló bien bajito. —A la fiesta de los Loyola.
—Ajá, ésa es la fiesta de la que Buelita estaba hablando. Ahora tiene sentido. —Asintió—. Bueno, tengo que empezar a hacer la cena. Lleva este vestido a mi clóset por ahora. Después hablaremos de tu fiesta. —Se levantó y caminó hacia la cocina.
Amanda jaló el vestido por la mesa y lo estrujó como si fueran trapos viejos. Probablemente había perdido toda oportunidad de ir a la fiesta. Agarró su bolsa y los caros aretes que ya no le quedaban a ninguno de los atuendos que tenía en su clóset y subió dando tropezones por las escaleras. Colgó el vestido en una de las esquinas más profundas del clóset. Entró en su recámara. Por suerte su hermanita no estaba allí para estar de entrometida.
Amanda se dejó caer en la cama y miró el techo justo cuando las lágrimas le quemaron los ojos. Se las limpió tan pronto como salieron. ¿Estaba llorando por ella misma o por Buelita? ¡Cuánto deseaba no haber sacado ese estúpido vestido!
A Amanda le tomó unos momentos darse cuenta que su abuela estaba gritando —¡Malinda! Malinda, ven aquí.
Amanda se sentó y se limpió las mejillas. Se bajó de la cama y caminó a la recámara de su abuela. —¿Necesitas algo, Buelita?
Su abuela estaba tratando de levantar la tapadera de un baúl grande de madera cerca de la máquina de coser. —No puedo abrir esto. Ayúdame.
Amanda se arrodilló a su lado. —Tienes que apretar este botón primero, Buelita. —Empujó el candado de metal y luego abrió la tapa—. ¿Ves?
Habían pasado años desde que Amanda había visto el contenido de ese baúl de madera donde su abuela guardaba los sobrantes de tela. Varios colores, patrones y brillantes colores sólidos estaban amontonados adentro—. ¿Qué buscas, Buelita?
—¿Sabes cómo coser? —Buelita se agachó y sacó un pedazo de tela amarilla con flores rosas—. Es lindo, ¿verdad? —Lo agitó enfrente de Amanda. Lo dejó caer y sacó otro retazo de tela rojo brillante con estrellitas.
Los ojos de Amanda se agrandaron. —Yo recuerdo esa tela, Buelita. Me enseñaste a coser una falda con ella. ¿Te acuerdas cuando hice la falda para una obra de teatro en la escuela? —Le sonrió a su abuela—. ¿Te acuerdas?
La anciana miró a Amanda y le regaló una pequeña sonrisa. —Hicimos la falda juntas. Tú hiciste las puntadas chuecas, Malinda. Yo las tuve que arreglar.
Amanda volvió a asomarse en el baúl. Dejó caer la mano entre las telas y disfrutó de la sensación de las distintas texturas en sus dedos. Sintió algo frío y suave, y con cuidado jaló una tela del fondo del montón. Era una tela guinda con pequeños diamantes negros y brillantes. —Buelita, ¿está tela es linda, no? —Y luego pensó, esto se vería bien suave con mis nuevos aretes.
Extendió la tela sobre su regazo y miró hacia arriba a su abuela. —Buelita, ¿crees que podamos hacer otra falda juntas?
La anciana miró a Amanda con detenimiento como si tratara de encontrar la respuesta correcta. Por fin dijo —Bobbins and Lace (Bobinas y Encaje) cierra temprano los sábados.
Amanda de pronto recordó y entendió las palabras de su abuela.
Amanda le dijo —La tienda de telas estará abierta mañana domingo, también. ¿Qué tienes que comprar, Buelita?
—Un patrón, hilo nuevo y un zíper. —Su abuela habló como si supiera exactamente lo que quería—. Podemos hacerte una falda para la fiesta.
La feliz voz de Buelita hizo sonreír a Amanda. No importaba si llevaba la falda a la fiesta de los Loyola, o si iba a la fiesta o no. El coser juntas le daría una forma de mantenerse conectada a su querida Buelita aunque desaparecieran otros recuerdos.
Amanda dejó afuera la tela para la falda y alcanzó otro retazo. —Hay tantos cortes de tela aquí, Buelita. ¿Qué podemos hacer con ésta?