Capítulo 39

 

 

 

 

 

NO FUE FÁCIL convencer al propietario del hotel para que me diera dos semanas libres. Sin embargo, mi obstinación y el hecho de que mi tío estuviera gravemente enfermo consiguieron que diera su brazo a torcer.

Me encontraba en el andén, igual que muchos años atrás, esperando el tren de la mañana a Kristianstad. El viento arrastraba hojas secas por las vías, un par de gorriones temerarios buscaban alimento. Las nubes que cubrían el cielo se abrían de vez en cuando y dejaban ver un poco de azul mientras el sol se esforzaba por ascender desde el horizonte.

Había enviado un telegrama a Lejongård diciendo que llegaría a última hora de la tarde y que no hacía falta que fueran a buscarme. Al fin y al cabo, en Kristianstad también había taxis.

Poco después llegó el tren. Subí, dejé la maleta en el portaequipajes y tomé asiento.

Durante el trayecto tendría tiempo suficiente para leer todas las cartas que me había escrito Agneta. Ese había sido mi plan inicial; quería ver si encontraba indicios de la enfermedad de Lennard. Sin embargo, en un primer momento no fui capaz de sacarlas. Tenía las manos heladas y me sentía como si fuese a abrir la puerta de una habitación en cuya oscuridad acechaba algo horrible.

No fue hasta mucho después de salir de Estocolmo cuando reuní el valor suficiente y abrí el primer sobre.

 

15 de noviembre de 1934

Querida Matilda:

Espero que estés bien. Ingmar me ha contado que os habéis visto en Estocolmo. Me ha tranquilizado mucho saber que has llegado bien y que estás buscando un empleo.

También me ha explicado que le has pedido un año de distanciamiento. Creo que es sensato, pero hazle llegar alguna noticia de vez en cuando, por favor. Se preocupa mucho por ti, como todos nosotros, yo incluida. No pasa una hora sin que lamente no habértelo contado todo. ¿Por qué no lo hice? En ocasiones desearía ser capaz de retroceder en el tiempo.

Después, sin embargo, comprendo que lo hice para protegerte. No quería destrozar la vida que conocías, no quería acabar con lo que para ti estaba grabado en piedra. Nunca conociste a otro padre que no fuera el hombre que marcó una parte de tu infancia. Sé que fue un buen mentor para ti.

Cuando tu madre y yo sellamos nuestro pacto en aquella época, me juré que no le restaría importancia al papel de Sigurd Wallin confesándote que tu padre era otro. Si Susanna y Sigurd no hubiesen fallecido antes de tiempo, tampoco habría sido necesario. Poco sospechaba yo que mi madre, aun desde la tumba, sería capaz de trastocar nuestra vida de esta forma.

Pero eso ya lo sabes y, además, ahora ya no importa. Me guardarás rencor porque eres una auténtica Lejongård. Mi hermano fue un hombre afable, pero también era capaz de mostrarse despiadado cuando lo trataban injustamente.

En fin. Ya falta poco para Navidad, así que nuestra santa Lucía cantará el día trece sobre el regreso de la luz, como cada año. Me parte el corazón saber que tu sitio en la mesa estará vacío. Pero debes saber que pensamos en ti todos los días. Tal vez en algún momento quieras regresar junto a nosotros. Me gustaría mucho. Estoy más que dispuesta a darte el lugar que te corresponde.

Te quiere,

Agneta

 

Leí una carta tras otra y mi imaginación fue componiendo un panorama terrible. El desastre no solo podía atribuirse a Von Rosen. Mucho antes de eso ya habían aparecido otros problemas. Agneta estaba desbordada por completo, el negocio se le escapaba de las manos.

Hubo un tiempo en que me habría alegrado leer eso, pero mi rabia se había enfriado un poco y, en realidad, sentí lástima por las personas que dependían de la finca.

Por fin llegué al último sobre.

 

14 de julio de 1937

Querida Matilda:

Esta es la última carta que te escribo. Después de no haberme respondido durante tres años y no haber dado ninguna señal de vida, comprendo que es inútil que siga intentándolo. Tal vez ni siquiera hayas leído mis anteriores mensajes.

En cierto modo puedo entenderlo. Hubo una época en la que me llevaba espantosamente mal con mis padres. También yo dejaba sus cartas sin abrir, y a veces deseaba poder romper todo vínculo con ellos. Sin embargo, nunca lo conseguí. Lejongård siempre me hizo volver, sobre todo después de la muerte de mi padre y de mi hermano.

Tu situación es diferente. Tuviste otra vida antes de Lejongård. Espero de verdad que te esté yendo bien y que hayas encontrado la felicidad.

Aunque me temo que solo escribo estas palabras para mí, quisiera informarte de lo que ha ocurrido aquí en los últimos tiempos.

Después de un comienzo de año algo movido, le dimos la bienvenida al verano con la fiesta del solsticio, como siempre, aunque por desgracia quedó algo empañada a causa de la inseguridad que nos afecta a todos.

Poco después, una tormenta ocasionó graves daños en la finca Ekberg. Ingmar estuvo ocupadísimo arreglando todos los destrozos. Poco a poco va saliendo adelante, y esperamos que, para la cacería de otoño a más tardar, pueda regresar con nosotros.

Los demás estamos bien, aunque últimamente la salud de Lennard ha empeorado. El hígado le da bastantes problemas, y eso que nunca ha bebido más alcohol de la cuenta. Los médicos creen que, si se cuida, todavía le quedan muchos años por delante, pero debemos ser cuidadosos para que su estado no tome el rumbo equivocado.

Sé que Magnus no es una de tus personas preferidas, pero desde que terminó los estudios está concentrado en labrarse una carrera como escritor. Ha publicado una novela por entregas en un periódico y está trabajando en otra.

Sabes que yo preferiría verlo seguir mis pasos, pero la finca no le interesa ni la mitad que su máquina de escribir, así que dejo que se salga con la suya. Sé que, si le exigiera que se hiciera cargo de Lejongård, solo lo alejaría más. Se parece mucho a mí y soy consciente de que a una persona como yo solo se la puede obligar a ocupar un lugar determinado si hay una catástrofe de por medio. Esperemos que algo así tarde mucho en suceder.

Bueno, no me has perdonado y es probable que nunca lo hagas. En mis anteriores cartas te he reiterado siempre lo mucho que lamento no haberte confesado la verdad desde el principio. Esta vez no lo haré, pero de todos modos tendré la desfachatez de pedirte algo. Si al final, en contra de todo pronóstico, lees esta carta, háznoslo saber. Por lo menos dile algo a Ingmar, o a alguien de la finca a quien le tengas cariño. Sé que con mi silencio no me he ganado el derecho a formar parte de tu vida, pero me gustaría mucho saber que te encuentras bien. Cuando tenga esa certeza, podré descansar.

Con todo mi afecto,

Agneta

 

Dejé la carta en mi regazo y estuve unos minutos mirando por la ventanilla. El bosque que atravesábamos se convirtió en un impenetrable muro de tonos verdes. Durante los últimos años había reprimido cualquier sentimiento relacionado con Lejongård, pero de pronto noté una punzada en el pecho. Se me saltaron las lágrimas. Agneta se había portado mal conmigo, pero, aun así, lo que explicaba en su carta me había afectado. Me conmovía su arrepentimiento y, de algún modo, me había impactado ver que se daba por vencida. Hacía mucho que intentaba mantenerla alejada de mí, pero entonces me pregunté si mi conducta no habría causado un mal mayor que la suya.

 

 

EN ESA ÉPOCA del año oscurecía temprano, así que Kristianstad estaba inmerso en el resplandor de las farolas cuando atravesé el vestíbulo de la estación. Al ver la pequeña puerta tras la que había vivido el viejo guarda, me invadió la extraña sensación de que regresaba a casa. Su joven sustituto ya me habría olvidado.

Salí de la estación y me dirigí a la parada de taxis. Busqué el coche de Agneta por si acaso, pero había acatado mi petición y no lo había enviado.

Me subí a un taxi y le di la dirección al conductor. Mientras cruzábamos la ciudad, recuperé muchos recuerdos. Volví a verme delante de la escuela, sentada con Ingmar en el coche mientras él intentaba acabar los deberes en el último momento. Me contemplé paseando por la calle con Birgitta cuando se suspendían las clases, y también yendo al cine los domingos con ella y otras chicas después de insistirle mucho a Agneta para que me dejara. Había pasado allí casi cuatro años de mi vida. Por mucho que hubiera intentado olvidarlo, seguía formando parte de mí.

Las imágenes me siguieron al salir de la ciudad hacia la oscuridad.

Por suerte, el taxista estaba callado y concentrado en la carretera. Desde los campos se arrastraba una niebla que pendía como un velo blanco ante los faros. De vez en cuando se veían relucir los ojos de un animal que enseguida desaparecían en la negrura.

Una media hora después, vi la casa señorial a lo lejos. Al principio solo era una mancha de luz, pero luego nos acercamos más.

—¿Quiere que la lleve hasta la puerta? —preguntó el taxista cuando llegamos a la verja.

Yo conocía ese camino tan bien como la calle de mi casa en Estocolmo.

—Sí, por favor —respondí, y al pasar vi el pilar de la verja por la ventanilla.

—Es un caserón precioso —comentó el hombre cuando dimos la vuelta a la rotonda—. ¿Es usted de la familia?

—No. Vengo solo de visita.

¿Acababa de contestar con un no? En realidad sí era de la familia, pero la situación resultaba complicada y no era asunto del taxista.

Después de pagar, me apeé del coche y saqué mi maleta antes de que el hombre se adelantara.

—¡Buen viaje de regreso! —exclamé, cerré el portaequipajes y di un paso atrás.

Cuando vi que las luces rojas desaparecían en la oscuridad, pensé que podría haberle pedido el número de teléfono para que volviera a recogerme dentro de dos semanas .

Me tomé un momento para asimilar la visión de todas las ventanas iluminadas y después subí los escalones. Justo entonces se abrió la puerta. Era Rika, a la que casi no reconocí porque la delicada muchacha se había convertido en una bella mujer.

—¡Bienvenida, señorita Matilda! —exclamó—. La señora la está esperando.

—Gracias —dije, y le di el abrigo.

La seguí sin soltar la maleta.

Agneta me recibió en el antiguo salón de fumadores, que habían transformado hacía tiempo en una especie de sala de audiencias. Al entrar en él todavía se percibía el aroma del humo que lo había impregnado durante décadas, pero pasado un rato, ya no se notaba.

Sabía por qué a Agneta le gustaba esa habitación. El olor persistente del humo estaba vinculado al recuerdo de su padre. Que me recibiera precisamente allí tenía un significado importante.

Una niña perdida regresaba a casa, o, por lo menos, eso pensaba ella.

A mí, en cambio, esa idea me provocaba malestar.

—Buenas noches, Agneta. —Intenté que mi voz sonara firme e impersonal para ocultar la tormenta emocional que arreciaba en mi interior: ira y turbación, recuerdos agridulces, nerviosismo y, aunque no quisiera admitirlo, también un leve asomo de alegría.

—Qué contenta estoy de que hayas venido —repuso ella con una sonrisa discreta.

—No me quedaré mucho tiempo —advertí—. Mi jefe solo me ha dado dos semanas libres y, sobre todo, estoy aquí por Lennard.

La condesa asintió.

—Puedo entenderlo. Aun así, me alegro de volver a verte. Eres un poco de luz en la oscuridad.

A sus palabras les siguió un silencio incómodo. Sabía que estaba esperando un gesto por mi parte, una señal de que entre nosotras era posible la reconciliación. Sin embargo, no pensaba ofrecérselo por mucho que su vida se hubiera vuelto sombría.

—Tu antigua habitación te está esperando —dijo al cabo de un momento—. Cuando estés lista, te pondré al corriente de todo lo que ha ocurrido.

—¿Podemos esperar hasta mañana? —sugerí, aunque me moría por enterarme de qué había sido de Ingmar, por qué había abandonado a su familia y se había marchado a Noruega—. Querría deshacer la maleta y ver a Lennard.

—Desde luego —dijo Agneta, y vi que en sus ojos empezaban a brillar unas lágrimas.

Por unos instantes estuve tentada de abrazarla, pero la vieja ira que aún hervía en mí me lo impidió. No se merecía que la consolara.

—Iré a decirle que has llegado. Tal vez podáis charlar un rato en el salón.

—Eso estaría muy bien, gracias —repuse con el mismo tono de voz que usaba cuando me dirigía a los empleados del hotel.

Después di media vuelta y subí a mi habitación.