Ariana raramente se quejaba, pero aquella noche, cuando Grant llegó, ya estaba en la cama con su pijama premamá azul. Trataba de disimular su estado de ánimo riéndose. Pero Grant podía notar que detrás de su risa había un gran pesar.
Se lo habían pasado tan bien la noche anterior decorando la habitación de los niños que no se había parado a pensar en lo que estaba haciendo. Se preguntó si su exceso de celo habría puesto en peligro el buen desarrollo de su relación.
Pero no dijo nada. Se limitó a leerle unos capítulos del doctor Spock, le contó unos cuantos chistes y, finalmente, se dirigió a la cocina, donde abrió una lata de sopa de tomate, lo único que ella quería tomar.
Antes de que terminara de servir la sopa, el teléfono sonó y Ariana contestó desde la habitación.
Con la esperanza de animarla un poco puso unas servilletas rojas y unas velas en la bandeja.
Lentamente empujó la puerta con el pie para abrirla y entró.
–Todo va bien, mamá –dijo ella al teléfono–. No pasa nada. Es sólo que estoy cansada.
Era su madre y la mejor oportunidad para librarse de sus preocupaciones y decir la verdad.
–¿Se lo has dicho? –le preguntó.
Ella abrió mucho los ojos y negó frenéticamente con la cabeza.
–Las cosas van muy bien aquí, sí. ¿Navidad? No lo sé aún. Un beso para todos. Yo también te quiero mucho. Adiós.
Colgó el teléfono y se echó a llorar desconsoladamente.
Grant se apresuró a ir a su lado. Dejó la bandeja sobre la mesilla y, sin pensárselo más, la abrazó.
–Por favor, no llores –sus lágrimas le partían el corazón.
–¿Por qué no puedo decirle la verdad? Quería hacerlo y he sido incapaz.
Él le acarició la cabeza.
–Sólo tratas de no hacer daño a tu madre. Llegará un momento en que te des cuenta de que haces más daño mintiendo que diciendo la verdad. Quizás te has creado la imagen de la hija perfecta y tienes miedo a romperla.
–Lo único que yo quería era que mi familia estuviera orgullosa de mí –dijo entre gemidos.
–Y lo están –le retiró unos húmedos mechones de pelo de la cara–. Porque eres una mujer extraordinaria, y más de medio Boston puede atestiguarlo.
¿Cómo no se daba cuenta de lo especial que era? Cuidaba de los ancianos, daba su amistad a todo el vecindario y trabajaba como voluntaria. Todo eso sin mencionar su excelente trabajo en Wintersoft y la gran cantidad de amigos con la que contaba.
–Pero he cometido tantos errores. Benjy…
–Olvídate de ese impresentable.
Habría deseado que ese individuo no existiera, que no tuviera relación alguna con Ariana y sus bebés. Le habría gustado poder encargarse él de protegerla a ella y a sus hijos, de darles todo lo que necesitaban.
Alguien debía demostrar a aquella maravillosa mujer lo increíble que era.
Sin recapacitar más, tomó el rostro de ella entre las manos y la besó tiernamente en la boca.
Un dulce sabor lo deleitó, tal y como había esperado.
Ella suspiró ligeramente y le devolvió el beso.
La tierra se movió bajo sus pies, el universo entero comenzó a girar y sintió un deseo irrefrenable, no sólo de poseer su cuerpo, sino de tener todas aquellas cosas que le faltaban en la vida.
Cuando el beso finalizó, él se apartó sin sentirse satisfecho, pero consciente de que debía poner freno a aquella locura.
–Lo siento, Ariana –dijo de inmediato. Lo último que quería era hacer daño a aquella frágil criatura.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Pero las combatió con dignidad y respondió con firmeza.
–Sólo ha sido un beso –dijo, tratando de quitarle importancia.
–No quiero que te formes una idea equivocada… No era mi intención…
Miró su rostro entristecido y se sintió frustrado. Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo. Él no era la persona adecuada para ella, no podía ofrecerle lo que necesitaba. Ariana necesitaba a un hombre capaz de hacerla feliz.
Ariana forzó una sonrisa y puso un dedo sobre los labios de él.
–No hace falta que digas nada más. Lo entiendo.
Grant, sin embargo, se dio cuenta de que no entendía nada.
Con el beso aún vibrante en sus labios, Ariana no podía dejar de preguntarse por qué lo había hecho. Sabía que aquel gesto no había significado nada, pero tenía un origen, un motivo.
Seguramente, sólo había tratado de reconfortarla, de hacer que se sintiera querida. Una vez más, don Perfecto había hecho su papel de hombre agradable.
Sintió un cansancio repentino. No quería pensar ni hablar más.
Apartó la mano que neciamente había posado sobre su mejilla y se tumbó.
–Si no te importa, prefiero no tomarme la sopa y dormir.
Grant la miró preocupado.
–¿Estás bien?
Ella logró esbozar una leve sonrisa.
–Estoy cansada, eso es todo.
–De acuerdo. Recogeré esto y me marcharé a casa.
Con infinita ternura, la cubrió con la manta, rozando su rostro con los nudillos.
Tuvo la sensación de que iba a besarla por segunda vez, pero pronto vio que había sido una falsa apreciación. Ya le había dicho que no había sido su intención besarla. Y, a pesar de todo, allí estaba ella, deseando algo que jamás tendría.
Abrazó su vientre abultado y se acurrucó como pudo, con la vana esperanza de poder conciliar el sueño.
Colgó el teléfono y respiró aliviado. Los últimos diez minutos de conversación no habían sido fáciles, pero se alegraba de haber hablado claramente con su padre.
Después de ver el sufrimiento que estaba pasando Ariana por su falta de decisión a la hora de contar la verdad a su familia, había llegado a la conclusión de que la dilación no hacía sino empeorar las cosas.
Su padre se lo había tomado relativamente bien y Grant se sentía orgulloso consigo mismo por haberse enfrentado al problema con la entereza y valentía necesarias.
Se levantó y se dirigió a la ventana, desde la que se divisaba el puerto de Boston. El mar estaba picado y el viento era intenso. El cielo estaba gris, nublado.
Sin poder evitarlo, su pensamiento fue hacia Ariana. Estaba preocupado por ella. La noche anterior había cometido la estupidez de besarla. Se había pasado despierto gran parte de la noche sin dejar de preguntarse qué demonios le había sucedido.
Ariana confiaba ciegamente en él, a pesar de todas las experiencias negativas que había tenido con su ex.
Ella hacía que se sintiera un hombre de verdad, capaz de experimentar emociones que creía muertas.
Sabía que permanecer a su lado era un peligro real. El sentido común le decía que debía alejarse.
Pero también le había hecho la promesa de ocuparse de ella hasta que los gemelos nacieran, y siempre cumplía su palabra.
El intercomunicador sonó, sacándolo de su ensimismamiento.
Pero antes de que pudiera responder, la puerta de su despacho se abrió y entró un hombre que irradiaba ira.
–¿Es usted Lawson?
A Grant le desagradó el individuo de inmediato.
–Sí, soy yo. ¿Qué desea? –dijo Grant, levantándose de su asiento.
–Quiero que me deje en paz.
Grant levantó una ceja.
–¿Su nombre es?
–Benjamin Walburn. Mi jefa me está amenazando con retenerme el sueldo o despedirme a menos que usted deje de perseguirme.
Así que ése era el impresentable que había herido a Ariana y la había abandonado embarazada.
–Se olvida de que tiene una obligación para con sus hijos. La señorita Fitzpatrick sólo quiere que cumpla con ella.
–¿Mis hijos? –el individuo hizo un desagradable sonido de desprecio–. Déjeme que le diga que no tengo ninguna responsabilidad en su problema.
Grant se tensó.
–¿Qué es lo que insinúa?
–No insinúo nada. Le estoy diciendo claramente que Ariana se acostaba con media docena de tipos al mismo tiempo. ¿Lo entiende?
Grant sintió como si le hubiera propinado un puñetazo en el estómago. Conocía demasiado bien a Ariana como para dudar de ella ni un segundo. Sabía que sus únicas mentiras se debían al temor a hacer daño a otros.
Conteniendo la ira, Grant se aproximó a Walburn con firmeza, empujándolo hacia la puerta sin necesidad de tocarlo.
–Creo que es hora de que se marche de aquí.
–¿Qué le pasa, Lawson? ¿Está furioso porque está demasiado gorda y demasiado embarazada para que le sirva de algo?
Un impulso primario lo poseyó y, sin tener tiempo de recapacitar, propinó al indeseable un puñetazo que lo lanzó contra la pared.
Hecho aquello, con total calma y cortesía, sacó un pañuelo de papel y se lo tendió al petulante individuo para que se limpiara la sangre del labio partido.
–Cuando salga, tenga cuidado de no mancharme la moqueta.
–¡Lo voy a denunciar!
–¡Fuera de aquí!
El tipo salió apresuradamente del despacho, indiscutiblemente atemorizado.
Grant se quedó en mitad de la habitación, recuperando el aliento.
Luego organizó mecánicamente su mesa, recogió sus cosas y salió, con la esperanza de no encontrarse a nadie de camino al coche.
Por suerte, a la única persona que vio y a lo lejos fue a Emily Winters, quien lo saludó agitando la mano antes de entrar en el despacho de su padre.
Emily notó que Lawson tenía un aspecto un tanto desaliñado, poco característico en él, y cayó en la cuenta de que salía mucho antes de la hora.
Pero dado que era un trabajador inmejorable, que dedicaba gran parte de su tiempo a la empresa, podía, sin duda, abandonar antes la oficina cuando quisiera.
Abrió la puerta del despacho de su padre y se lo encontró con Jack Devon. El joven vicepresidente de uno de los departamentos se levantó de inmediato al verla aparecer.
–Emily.
–Hola, Jack –ella asintió fríamente y se volvió hacia su padre–. ¿Interrumpo algo?
–No, claro que no. Estaba invitando a Jack a la cena que he organizado.
Emily no pudo evitar sentir ciertos celos. Últimamente, su padre trataba a Jack Devon como si fuera su hijo favorito. Sabía que la quería con locura, pero a veces pensaba que habría preferido tener un hijo que una hija.
–Tú vas a venir, ¿verdad, Emily?
–Por supuesto.
–Bien. Estoy ansioso por conocer a Stephen.
A Emily le dio un vuelco el corazón. En el instante en que Lloyd Winters conociera a Stephen, se daría cuenta de que no era ni siquiera un posible candidato a marido.
–La verdad es que Stephen y yo hemos quedado en no vernos una temporada, así que no vendrá. Me acompañará Marco Valenti.
Marco Valenti había estado persiguiéndola para que tuvieran una cita desde hacía meses. Era el momento de decirle que sí.
Jack se estiró en su asiento y esbozó un gesto de desagrado.
–¿Marco Valenti?
–¿Perdona? –Emily parpadeó sorprendida ante la negativa reacción de Jack–. ¿Hay algún problema?
–No, por supuesto que no. Sólo que Valenti no parece tu tipo.
–Jack, Emily sabe juzgar muy bien a la gente –dijo Lloyd y sonrió a su hija–. Estoy ansioso por conocer a ese Valenti. Seguro que es alguien muy especial.
Emily se sintió inmediatamente culpable. Odiaba mentir a su padre rodeándose de falsos novios. Pero mientras quedara un solo soltero libre en Wintersoft no tendría más remedio que hacerlo para mantenerse a salvo de las ansias que tenía Lloyd Winters de casarla.