Poco después de las doce del mediodía del sábado, Ariana estaba ante la puerta del apartamento de Grant tratando de tomar una decisión. Había ido hasta allí sin previo aviso con la intención de sorprenderlo con un regalo. Pero en aquel instante, temía entrometerse en su privacidad.
Sin embargo, se sentía en deuda con él y quería devolverle sus favores como mejor podía hacerlo.
Finalmente, se decidió a llamar al timbre y, en cuestión de segundos, Grant abrió la puerta vestido con unos pantalones de chándal blancos y con una toalla alrededor del cuello, con el torso descubierto y unas gotas de agua refrescando su piel. Ariana casi tira al suelo la cesta repleta de comida casera y flores frescas. ¡Y ella pensaba que estaba guapo con traje! Pues sin él estaba sensacional.
–Hola. ¿Es un mal momento?
Él sonrió claramente complacido por su visita y tomó la cesta que ella llevaba en la mano para librarla del peso.
–No, por supuesto que no. Acabo de volver del gimnasio y me preparaba para salir a comer algo. Pasa, pasa –miró la cesta intrigado–. ¿Qué es esto?
–Una muestra de agradecimiento –Ariana lo siguió al interior de la casa.
Como se había imaginado, el apartamento era lujoso, perfecto. Demasiado perfecto, demasiado blanco, demasiado impersonal. Parecía más una oficina que una casa. No había libros, ni objetos que aludieran a sus aficiones o gustos. Ariana observó la cocina al llegar hasta ella. No había ni una cafetera eléctrica, ni una taza en el fregadero. Nada hablaba de la personalidad del inquilino.
Sintió pena.
Grant dejó la cesta sobre la encimera que separaba la cocina del salón. No parecía darse cuenta del interés de Ariana por su casa, más pendiente del olor que desprendía lo que hubiera en el interior de aquella misteriosa cesta.
–¿Qué hay aquí dentro?
–Una receta de mi madre: guiso de pollo con banana. No lo encontrarás en ningún restaurante. También he traído ensalada y pan recién hecho.
Para evitar mirar su pecho fornido, Ariana se entretuvo en sacar los recipientes de la comida.
–Si ya habías hecho planes, puedes meter todo esto en la nevera y calentarlo en otro momento.
–¿Estás loca? Yo como fuera porque no me gusta cocinar, pero si me dan una oportunidad como ésta no la desprecio, eso te lo aseguro –se frotó las manos–. Te unirás a mí, ¿verdad?
–Por supuesto. Los gemelos siempre tienen hambre.
Sacó un pequeño tiesto con flores. Había seguido su instinto y le había comprado una planta en el último momento.
Grant parpadeó sorprendido.
–¡No me extraña que pesara tanto! ¿Qué más tienes ahí dentro?
–Una tarta de chocolate –respondió ella y sonrió al ver su cara de placer.
Las coloridas flores resaltaban sobre el blanco impoluto de la cocina.
Él se dio la vuelta para sacar platos del armario y Ariana deseó que no lo hubiera hecho. Su espalda era tan interesante como su torso. La musculatura se marcaba como esculpida sobre sus anchos hombros. Dos líneas dibujaban su perfecta espalda hasta desembocar en unas caderas estrechas de glúteos turgentes.
¡Tenía que ponerse la camisa y cuanto antes!
Se dio media vuelta y se entretuvo en buscar algo para evitar que su mente siguiera vagando de un lado a otro.
Sólo podía culpar a su revuelto sistema hormonal de tan inapropiadas reacciones corporales.
Grant se volvió hacia ella y le tendió los platos.
–¿Te importa ir colocando las cosas mientras yo me pongo una camisa?
–No, claro que no.
Grant tardó menos de un minuto en ponerse un polo. Pero luego se quedó un rato pensativo en su dormitorio. Le intrigaba el motivo que había impulsado a Ariana a tomarse tantas molestias y tenía que reconocer que le había agradado mucho la sorpresa. No sabía exactamente por qué le parecía tan dulce y cálida, sólo sabía que no había conocido antes a nadie como ella.
Cuando regresó al salón, ya estaba puesta la mesa.
–De verdad que no tenías ningún motivo para tomarte tantas molestias –dijo él, encantado de que lo hubiera hecho.
–Tampoco tú tenías por qué ayudar a Roger con lo de la carta.
Al comprender que aquél era el único motivo de su visita sintió cierta decepción.
–Las flores han sido todo un detalle. Quedan muy bien. Este apartamento necesita un toque de color.
Ariana miró de un lado a otro.
–Si quieres, te puedo ayudar a darle un poco de vida –dijo ella, mientras se sentaban a la mesa y empezaban a comer.
Su oferta no lo sorprendió. Ya había comprendido que Ariana necesitaba ayudar a los demás para sentirse bien, tanto como necesitaba rodearse de colores brillantes.
–Estoy abierto a sugerencias. La verdad es que cuando me trasladé aquí, el piso ya estaba decorado –parte de la felicidad del momento se esfumó al recordar aquellos momentos difíciles–. Por aquel entonces me daba igual el aspecto que tuviera la casa.
–Puedo comprar algunas plantas para el balcón –dijo Ariana –. De hecho tengo un enorme tiesto que necesito dividir en dos porque ya no me caben.
El comentario de Ariana hizo que recobrara el buen humor.
–Ariana, ya has hecho más de la cuenta para compensarme. Incluso esta comida excede lo necesario.
–Me encanta cocinar para mis amigos.
¿Su amigo? ¿Lo consideraba como parte de tan exclusivo grupo? La verdad era que la idea de serlo cada vez le parecía más sugerente.
–¿Es que cocinas para Roger y toda la asociación de octogenarios de la ciudad? –preguntó Grant con intención de hacer un chiste.
–Hoy no. Eso lo hago los lunes por la noche.
Grant se quedó anonadado.
–¿Lo dices en serio?
–Me encanta ayudar a los demás.
–Sí, lo he notado. Pero estás embarazada.
–¿De verdad? No me había fijado –dijo ella, mientras se miraba con gesto de sorpresa el vientre abultado.
Él se rió y la señaló con el tenedor.
–Muy bien, veo que como abogado tuyo voy a tener que obligarte a reducir tu actividad. No debes pasarte.
–Eso de mandarme a todas horas, ¿es parte de tu trabajo?
–Por supuesto.
–Bien. Tendrás que seguirme para controlarme y no nos vendrá mal un abogado en la casa de reinserción.
Grant levantó las cejas admirado.
–¿Ése es otro voluntariado más?
–Sí –dijo ella, mientras partía un trozo de tarta–. Yo me ocupo de que los vecinos acepten a los reinsertados –Ariana hizo una mueca–. Así fue como conocí a Benjy.
Debería habérselo imaginado. Ése era un motivo más que suficiente para no permitirle que volviera a realizar aquel tipo de actividad sola. No sabía cómo podía reaccionar aquel bribón cuando se sintiera acorralado.
Ella le tendió un plato con tarta.
–¿Tú no comes?
–No. Demasiadas calorías.
Él se recostó en el respaldo y la miró de arriba abajo.
–No me da la impresión de que tengas problemas con el peso.
–¿Te has molestado en mirarme últimamente?
–Acabo de hacerlo –confesó él, sin especificar que no había dejado de mirarla desde que había llegado–. El peso extra que tienes se concentra en esos dos bebés que soporta tu cuerpo. No tienes ni un gramo de grasa en el resto.
–Espero que tengas razón. Estoy ansiosa por poder ponerme mi ropa de siempre y volver a dormir boca abajo.
La imagen de Ariana dormida, con el pelo negro esparcido por la almohada embriagó su pensamiento. Apartó la imagen de su mente con urgencia.
–Sólo quedan seis semanas. No es mucho tiempo.
–No, no lo es. Sobre todo si se tiene en cuenta que aún no tengo las cosas de los niños. Cuando Benjy se llevó mis ahorros…
–¿Hizo qué?
–Al parecer le surgió una estupenda oportunidad para invertir una considerable suma y a mí me pareció importante para nuestro futuro juntos. Eso ocurrió tres días antes de la supuesta boda que nunca tuvo lugar.
Grant sintió unas ganas irrefrenables de partirle la cara a aquel majadero, aunque no se consideraba un hombre violento.
–Eso puede calificarse como fraude. ¿Quieres presentar cargos contra él?
–No, Grant. Yo le di ese dinero.
Aquella mujer era demasiado buena.
–¿Cómo te las vas a arreglar hasta que yo consiga que te pague algo?
–No te preocupes. Las tiendas de segunda mano tienen cosas estupendas. Iré a comprar algo en cuanto cobre el próximo sueldo –sacó del bolsillo un folleto publicitario que llevaba doblado y le mostró la foto de una silla de paseo doble–. ¿Verdad que los niños estarían adorables ahí dentro? Podría llevarlos por todas partes y presumir de hijos.
–Vas a ser una madre fabulosa.
El rostro de Ariana se llenó de amor.
–Antes de quedarme embarazada, no entendía el apego que sentían las madres hacia sus bebés nonatos. Ahora lo entiendo perfectamente.
Ariana era una mujer adorable cuyo espíritu generoso le había producido muchos problemas.
Ver cómo amaba a aquellas futuras personitas lo conmovió.
Se hizo una promesa. A ninguno de ellos le faltaría nada mientras él estuviera cerca. Como su abogado, se iba a asegurar de que Benjy Walburn diera su apoyo económico a aquellos niños. Como amigo, eso era lo mínimo que podía hacer.
La mala noticia lo llenó de rabia. Colgó el teléfono y se quedó pensativo, sentado ante el escritorio de su oficina, recordando la promesa que había hecho hacía una semana.
Desde el día en que ella se había presentado en su casa con comida casera y flores, se habían visto frecuentemente. Disfrutaba mucho de la compañía de Ariana, de su risa fácil y de su carácter alegre.
La había llevado a comer en varias ocasiones sin razón aparente y la noche anterior ella se había presentado con un montón de plantas para su balcón y un delicioso guiso de cerdo.
Grant frunció el ceño y se preguntó cómo reaccionaría Ariana ante las últimas noticias.
Brett Hamilton, que estaba sentado en una silla frente a Grant, se inclinó hacia delante.
–Sucede algo, ¿verdad?
Grant dio nerviosos golpecitos con el bolígrafo sobre la mesa.
–Tengo malas noticias para una clienta.
–¿Para la dulce Ariana?
Grant lo miró sorprendido. ¿Cómo había llegado a esa conclusión tan fácilmente?
–Sí, me temo que sí –rebuscó en una carpeta y sacó un documento–. ¿Te importaría que mi secretaria le echara un vistazo al contrato?
–No, no hay problema.
Grant acompañó a Hamilton al puesto de Sunny y le explicó a ésta lo que había que hacer. Ya se encargaría luego de revisar el trabajo.
Con el corazón en un puño, se dirigió al departamento de Ariana. Llamó a la puerta de su despacho y entró.
–Hola, Grant –lo recibió con una adorable sonrisa que lo hizo sentir aún peor.
–¿Puedes tomarte un descanso?
–En este momento no. Estoy un tanto saturada de trabajo hoy. Mi ayudante está fuera y el señor Winters quiere que le presente estos proyectos publicitarios antes del viernes. Además, tengo que organizar lo del vídeo de la feria.
Por lo que veía, tenía bastante estrés y él le iba a añadir aún más.
–Debemos hablar. Llámame en cuanto tengas unos minutos –se dio media vuelta y se dispuso a salir.
–Grant…
Él se detuvo, respiró profundamente y la miró preocupado.
–¿Estás bien? –preguntó Ariana.
Grant sintió una presión en el pecho.
–El abogado de tu ex prometido me ha llamado.
Ella se tensó.
–¿Benjy ha contratado a un abogado?
Grant asintió compadecido.
–Según el abogado, Benjy apenas te conoce. Niega la paternidad y tiene intención de llegar a los tribunales.
Ariana se quedó completamente pálida.
–Sé que era de esperar. Ya me avisaste. Pero me duele de todas formas.
–Lo siento, Ariana –dijo él con sincera preocupación–. Por favor, no te preocupes, yo me ocuparé de todo.
Había estado a punto de decir «yo me ocuparé de ti», porque era lo que realmente sentía, lo que quería.
Los ojos de la futura madre se llenaron de lágrimas.
–Sé que estoy reaccionando exageradamente –dijo ella con el labio inferior tembloroso, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por controlar sus emociones–. Esto es efecto de las hormonas. Pero estoy bien.
–No, no lo estás –dijo él, hirviendo por dentro de rabia hacia el desalmado que le estaba haciendo aquello.
–Lo estaré –forzó una sonrisa–. Tengo el mejor abogado de Boston.
Grant se conmovió. Él era su abogado y debía ayudarla como fuera. Aquella mujer, pronto sería madre y tendría que dedicarle toda su atención a los pequeños. Debía procurar que se relajara y descansara.
–Ariana –dijo él, pensando en una solución pasajera–. Este fin de semana me voy a reunir con mi familia en Cabo Cod. Vente conmigo.
La casa de la playa era el lugar perfecto para que Ariana pudiera descansar.
Ella negó con la cabeza, aturdida.
–¡Sería una molestia!
–En absoluto. A mi padre y a mi madre les encanta tener compañía. Además, mi hermana y su marido estarán allí con su hija, Joy. Te va a encantar la niña. Además, va a hacer un tiempo perfecto.
–Pero tus padres pensarán que es extraño que lleves a una mujer embarazada a la que nunca han visto.
Él negó con la cabeza.
–A veces me llevo allí a algún cliente. Por favor, no pongas más excusas. De verdad me encantaría que vinieras…
–Bueno…
A pesar de sus reticencias, era patente que le apetecía.
–Además, hace años que no tengo a nadie a quien mostrar mis habilidades como navegante. Me sentiría francamente decepcionado si rechazas mi oferta.
Ella sonrió.
–De acuerdo. Muchas gracias, Grant. Eres un amigo estupendo.
Grant se dirigió hacia la puerta con una inexplicable sensación de felicidad.
Antes de salir, se volvió a mirarla.
–No te preocupes. Todo saldrá bien.
O, al menos, eso esperaba él.
Antes de que la semana acabara, Emily Winters se acercó a la oficina de Carmella para darle las últimas noticias.
–¿Tú qué piensas al respecto? –preguntó Emily al contarle que Grant había invitado a Ariana a la casa que su familia tenía en la playa.
–No estoy segura –respondió Carmella–. Pero sé que últimamente están pasando mucho tiempo juntos.
–Sí, pero puede que estén trabajando en el caso de Ariana.
–No todo el tiempo –aseguró Carmella–. Grant se está comportando de un modo extraño. Hace continuas visitas al despacho de ella.
–¿De verdad?
Carmella asintió con una mirada locuaz.
–Me los encontré el otro día en el ascensor y me sorprendió la dulzura con la que la trataba. Noté que hay mucha química entre ellos.
Emily sonrió complacida.
–En tal caso, sugiero que nos mantengamos atentas.
Quizá en aquella ocasión uno de sus solteros iba a encontrar el amor sin que ellas tuvieran que intervenir. Sin duda, eso sería un golpe de suerte para Emily Winters.