Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

En dirección a casa de Danica, Luke condujo la camioneta prestada al límite de la velocidad permitida. Desde el día de la boda, Danica había pasado casi todas las noches en casa de él, pero había seguido manteniendo su piso alquilado. Al final, él había puesto punto final a la situación. Era importante que su matrimonio no fuera cuestionado al regreso de Nestor a la ciudad. Danica tenía que residir exclusivamente en su casa, no estar en un sitio y en otro a la vez. Le sorprendía lo mucho que deseaba ver la ropa de ella en el armario de la habitación, sus libros en las estanterías.

Lo que no sabía era si Danica quería vivir con él tanto como él con ella. Se le hizo un nudo en el estómago. Después del almuerzo con sus padres, Danica se había mostrado reservada. Demasiado reservada. Sabía que había sido mala idea llevarla para que la conocieran, pero había decidido correr ese riesgo.

Sus padres se habían comportado… en fin, como se comportaban siempre. Durante el resto de la vida le agradecería a Danica haberse enfrentado a ellos. No, más bien, le había defendido a él.

Luke estaba acostumbrado a defenderse a sí mismo y le gustaba. Le había sorprendido y le había hecho sentirse incómodo que alguien lo hubiera hecho por él. Pero también le había producido algo casi dolorosamente cálido en lo más profundo de su ser.

Aparcó la camioneta delante de una casa anodina. Una valla metálica rodeaba el jardín delantero, salpicado de juguetes de niños. Danica recorrió el corto camino del jardín para reunirse con él. Arqueando las cejas, señaló los coches de plástico y las muñecas.

–¿Algo que no me has contado?

–Mi compañera de piso se gana algún dinero extra cuidando niños –dijo Danica después de dejarse besar–. Es enfermera, especializada en pediatría, un buen trabajo. Pero también tiene muchos gastos, los alquileres se han disparado durante los últimos años.

La puerta de la casa daba directamente al cuarto de estar. El sol de primeras horas de la tarde apenas se filtraba a través de las cortinas. No obstante, vio que la estancia estaba ordenada, a pesar del viejo mobiliario. Había varias cajas de cartón contra una pared.

–No me habías dicho que compartías la casa –dijo él.

–Cuando vine a vivir aquí no sabía lo cara que es la zona de la bahía. Tuve suerte de que Mai necesitara una compañera de piso, y nos llevamos muy bien. Hemos estado muy a gusto. Así que… –Danica jugueteó con la pulsera que adornaba una de sus muñecas–. Bueno, gracias por venir, aunque podía haber contratado un servicio de mudanzas.

Danica mostraba cierta incertidumbre con él, era así desde el almuerzo con sus padres.

–Encantado de poder ayudar en algo. Además, hace bastante que no voy al gimnasio. Una persona, y no quiero nombrar a nadie, me tiene muy ocupado por las noches; a veces, hasta altas horas de la madrugada.

Ella se rio y él se relajó. Quizá solo fueran nervios. Aunque estaban casados, irse a vivir juntos era un gran paso.

No llevó casi tiempo sacar las cajas del cuarto de estar con las cosas de Danica, la mayoría de los muebles eran de Mai. Luke frunció el ceño al meter la última caja en la camioneta.

–¿Y las cosas del dormitorio? –preguntó él.

–Mmm –Danica, de repente, desvió la mirada–. Todo lo que voy a llevarme está en estas cajas.

–¿Dónde está el dormitorio?

–Al fondo del pasillo de la izquierda. ¿Por qué?

–Porque estoy convencido de que no te llevas todo a mi casa.

–Hemos acordado que me iría a vivir contigo, como tu esposa. Y eso es lo que estoy haciendo –declaró Danica con el rostro ensombrecido–. Cuanto antes lleguemos a tu casa, antes podré instalarme.

Luke se apartó de la furgoneta, entró en la casa, agarró una caja vacía y se dirigió hacia la habitación de ella. Dentro, las cortinas estaban descorridas, la luz del sol alumbraba los animados y vivos colores y los estampados de flores. Había litografías en las paredes y fotos al lado de estanterías con libros.

–Mete en las cajas lo que te falta –dijo él dándole la caja con brusquedad.

–Déjate de tonterías –Danica alzó los ojos al techo–. Voy a dejar aquí algunas cosas, nada más.

–¿Por qué? ¿Crees que te voy a echar de mi casa cuando rescinda nuestro contrato?

Danica enrojeció visiblemente.

–¿Cómo has podido pensar…? ¿Es que no te fías de mí?

–No es eso. Pero…

–Pero nada, no te fías de mí –repitió Luke con la sensación de que el suelo que le sostenía se venía abajo.

–Acordamos que nuestro matrimonio va a durar hasta que se arregle lo de Ruby Hawk. Falta menos de un mes para eso. Así que le he dicho a Mai que iba a seguir alquilando la habitación.

–No sabía que te disgustara tanto estar casada conmigo –dijo él con amargura.

–¡No! –exclamó Danica agrandando los ojos–. ¡Ni mucho menos! Estoy en-encantada con nuestra relación. Pero tiene fecha límite. Tú no esperas que siga contigo una vez que lo de tu empresa se haya solucionado –Danica le miró a los ojos–. ¿O sí?

Luke, hasta el momento, solo había pensado en el trato con Nestor. No había hecho planes para más adelante. Él y Danica podrían hacer planes. Juntos.

–No, claro que no –dijo ella antes de que él pudiera contestar–. No esperaba que fuera de otra manera.

Las palabras de Danica se le clavaron en el corazón.

–¿Quieres que te diga lo que pienso realmente? –continuó ella–. Pienso que te niegas a creer en el cariño, en el amor, porque eso significaría perder control. Y tú no puedes soportar no controlarlo todo. Quieres que el mundo se reduzca a ecuaciones matemáticas, pero el mundo no es así.

No. Él no creía en el amor porque el amor no era real. Lo que se llamaba amor no era más que una mezcla de oxitocina y otras hormonas que inducían a la gente a establecer lazos de unión emocionales y los humanos inteligentes aprendían a manipular esa mezcla para conseguir lo que querían.

Sin embargo, confiar en alguien era una elección racional. Y él confiaba en Danica.

Y estaba dispuesto a conseguir que Danica confiara en él también. Disponían del tiempo suficiente para ello, antes de la fecha de vencimiento del contrato prematrimonial. Y estaba seguro de que podrían llegar a otro acuerdo, aún más ventajoso para ambos.

El sol había comenzado a descender y proyectaba una luz dorada en la habitación. Iluminaba los rizos de Danica, transformándolos en una especie de halo que enmarcaba su rostro en forma de corazón. Al fijarse en sus caderas, pensó en lo bien que conocía ese cuerpo pero en lo que aún le quedaba por descubrir. Clavó los ojos en los labios de ella, en sus mejillas sonrosadas, en su oscurecida mirada…

Sintió pulsaciones en la entrepierna. Danica y él no estaban de acuerdo en lo referente a las emociones, pero unidos en lo relativo a las actividades físicas. Cada estallido más explosivo que el anterior.

–Creía que te gustaba que asumiera el control –dijo Luke acercándose a ella. Le apartó un rizo de la mejilla, acariciándosela–. Y mucho.

Danica parpadeó y se inclinó hacia él. Vio en el rostro de ella diversas emociones, pudo identificar algunas. Danica esbozó una sonrisa ladeada.

–Estás intentando cambiar de tema.

–¿Y está funcionando? –preguntó antes de besarle la base del cuello y aspirar su aroma.

Danica lanzó un suave gemido.

–Se me había olvidado decirte que Mai tiene turno doble hoy. No volverá a casa hasta las diez de la noche.

–¿En serio? –Luke sonrió maliciosamente.

–Tengo la casa para mí sola –respondió ella, y se lamió los labios con la punta de la lengua.

–Me alegra saberlo –Luke fue a quitarle la goma elástica con la que ella se había recogido el pelo en una cola de caballo.

–No.

–¿No? –preguntó Luke mirándola fijamente.

–Es mi casa y aquí impongo yo las reglas. Y la regla número uno es… –Danica se puso de puntillas para susurrarle al oído–: nada de tocarme. La que va a tocar soy yo. A ver qué tal llevas lo de no ser tú quien tenga el control.

 

 

Luke siempre se aseguraba de que ella tuviera un orgasmo antes de permitírselo a sí mismo. Incluso lo de trasladarse a casa de él había sido según las reglas impuestas por Luke. Siempre asumía el control en todas las situaciones. Pero, en ese momento, Luke estaba en sus manos. Era ella quien estaba totalmente al mando.

–Nada de tocar –repitió Danica, y dio un paso atrás–. Si lo haces, pararé.

Danica agarró un pañuelo que colgaba de un gancho en la puerta y le ató las manos por la espalda. Después, comenzó a desabrocharle la camisa y le acarició el pecho con las yemas de los dedos.

Luke se estremeció y se inclinó para besarla. Ella se echó para atrás justo a tiempo y le señaló con un dedo.

–He dicho que nada de tocar.

–Pensaba que te referías a no tocar con las manos.

–Nada de pensar. Limítate a sentir.

–No te preocupes, eso ya me está pasando –dijo Luke con los ojos oscurecidos.

–Si hablas, piensas –le advirtió ella arañándole suavemente los pezones, y sintió la erección de Luke con el vientre.

Con un paso atrás, le acarició el reguero de vello que desaparecía debajo de los pantalones. La bragueta estaba impresionantemente abultada. Le llevó solo un segundo desabrocharle el cinturón para deslizar ambas manos por debajo de los calzoncillos para acariciar el trofeo que la esperaba.

Luke respiraba sonoramente. Movió las caderas contra ella. Cuando Danica retiró las manos, él se quedó quieto.

–Danica…

Danica sonrió. Tras acariciarle el miembro una vez más, se apartó y comenzó a desabrocharse la blusa despacio, con los ojos de Luke fijos en ella. Dejó que la prenda de seda cayera al suelo y después se quitó la falda. A partir de su relación con Luke, Danica había comprado otro tipo de lencería. Ese día llevaba ropa interior de encaje color carne con cintas negras.

La hambrienta mirada de Luke la siguió mientras volvía a su lado. Le plantó las manos en el pecho, orgullosa de sí misma por ser capaz de controlar el temblor que le causaba la casi feroz mirada de él, y le quitó los calzoncillos. Después, con cuidado, le empujó hacia un sillón de oreja en un rincón de la habitación y le hizo sentarse.

Podía perderse en el ardor de la mirada de Luke. Pero no podía engañarse a sí misma, no había cariño en esa mirada. A Luke le gustaba el sexo y le gustaba acostarse con ella. Eso era todo. No obstante, en lo más profundo de su ser, albergaba cierta esperanza.

Con los ojos fijos en los de Luke, le agarró el miembro, aún más hinchado. Se lo acarició, con firmeza, con suavidad, con firmeza de nuevo. Un ahogado gemido escapó de los labios de Luke al tiempo que cerraba los párpados y echaba la cabeza hacia atrás. Se arrodilló frente a él y puso la boca donde había puesto las manos, acariciándole con la lengua.

El alto gruñido de él le llegó al alma. Sintió un líquido fuego en la entrepierna y apretó los muslos para aliviar la tensión.

–Danica… necesito tocarte –dijo Luke, con voz ronca.

Danica redobló sus esfuerzos, perdida en el olor y el sabor de él, vanagloriándose del tenerle a su merced. Luke estaba a punto de alcanzar el orgasmo, podía sentirlo.

–Danica… Por favor…

De repente, se levantó del sillón. Se había desatado las manos y se quitó la camisa. La levantó del suelo y la arrojó sobre la cama. Bocarriba, perpleja, le oyó abrir un sobre. Al volver la cabeza, le vio ponerse un condón en tiempo récord, y entonces se tumbó en la cama con ella. Le apartó hacia un lado el encaje que la cubría y la penetró plenamente.

Danica tuvo tal orgasmo que llegó a ver galaxias y estrellas fugaces. Luke gritó su nombre y se dejó caer encima de ella. Abrazándole, pensó que, en ese momento, Luke la pertenecía por completo.

 

 

Abrazado a Danica, Luke paseó la mirada por la habitación, permitiéndose inspeccionar aquel lugar que representaba la vida íntima de ella. Quizá por eso le gustara tan poco que Danica dejara allí algunas de sus cosas. La quería consigo por entero.

Le llamaron la atención unas fotos enmarcadas encima de la mesilla de noche. En una de ellas, Danica aparecía con un hombre y una mujer mayores, y supuso que serían sus padres. Frunció el ceño al ver la foto de un apuesto joven con un uniforme de jugador de fútbol americano. ¿Un novio?

Danica, sonriendo, le miró.

–Es mi familia –dijo ella.

–Supongo que esos son tus padres. Pero ¿y la otra foto?

–Matt, mi hermano –respondió Danica apartando las piernas de las de él.

–No sabía que tuvieras hermanos.

–Solo uno. Es ocho años menor que yo. Mi madre dice que ha sido la mayor sorpresa de su vida. Yo estoy de acuerdo.

–¿Juega al fútbol americano? –preguntó Luke señalando la foto.

–Siempre se le han dado bien los deportes: baloncesto, fútbol… Pero su verdadera pasión era el fútbol americano.

–Por qué has dicho «era». ¿Ha dejado de jugar?

–Matt estaba en el último año del instituto, muchas universidades estaba interesadas en él. Sus entrenadores nos dijeron que, si jugaba bien este año, le darían una beca para estudiar.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Luke, fijándose en las lágrimas que habían aparecido en los ojos a Danica.

–Un accidente. Se le salió el casco al chocarse con otro, perdió el conocimiento y, cuando lo recuperó, no podía mover ni las piernas ni los brazos. Los médicos nos dijeron que tenía dañada la médula espinal cervical. Fue un milagro que no se rompiera el cuello.

–Lo siento –Luke le agarró una mano a Danica y se la apretó.

–Los médicos opinan que se recuperará. Pero Matt no ha respondido bien al tratamiento convencional y, por supuesto, las universidades han dejado de interesarse por él.

Luke la abrazó y la hizo apoyar la cabeza sobre su pecho.

–¿Por qué no me lo habías dicho?

–Es un asunto de familia que solo nos concierne a nosotros –respondió Danica tras encogerse de hombros.

–Yo podría haber ayudado –a su mente acudió Medevco, la empresa de la que Evan Fletcher y Grayson Monk le habían hablado en la fiesta de la Noche de Montecarlo. ¿No estaban metidos en algo relativo a la cura de lesiones en la médula espinal? Al menos, eso le parecía haber leído en el prospecto que le habían enviado.

–Ya has ayudado –dijo Danica–. ¿Por qué crees que acepté tu oferta de trabajo? Necesitábamos dinero. Quiero mucho a mi familia y quería ayudarles. Te debo mucho.

–Pero de no haber sido por eso no habrías aceptado, ¿verdad? –dijo Luke. Hacía demasiado calor, las sábanas le molestaban, se las bajó.

–No. Buscar esposa no es lo mío –Danica sonrió, pero rápidamente frunció el ceño–. Pareces incómodo. ¿Te pasa algo?

–No –sí, claro que le pasaba. Danica había aceptado el trabajo que él le había ofrecido por su familia, no por dinero. Y eso era algo con lo que no se había topado nunca.

Su ordenado mundo pareció volverse patas arriba. Cuando Danica había declarado su amor delante de sus padres, lo había hecho…

No, no podía ser verdad, era una estratagema. Tenía motivos ulteriores… ¿O no?

En ese momento le sonó el móvil. Se levantó, recogió los pantalones del suelo y sacó el móvil del bolsillo.

–¿Sí?

–Mira tus mensajes –le dijo Anjuli, y colgó.

En los mensajes leyó que Nestor Stavros había regresado a Palo Alto. Quería ver a Luke. Al día siguiente. Inmediatamente, miró su correo electrónico. Había recibido correos con hojas de cálculo, requerimientos para dar ruedas de prensa y preguntas sobre una reunión para el día siguiente. Demasiadas cosas que debía organizar. Ya.

–Tengo que marcharme.

–¿Ahora? –preguntó Danica, desconcertada.

–Nestor Stavros ha vuelto. Quiere reunirse conmigo mañana por la mañana para hablar sobre la adquisición de la empresa.

–Deja que me vista y te acompaño a la oficina –dijo Danica apartando la ropa de la cama.

–No es necesario. Quédate aquí descansando.

Luke quería besarla, pero temía que si lo hacía acabaría quedándose.