Capítulo Seis

 

 

 

 

 

La camarera soltó la bandeja. Danica fue a agarrarla, pero se escurrió y perdió el equilibrio.

Danica acabó en el suelo, bocabajo. El golpe la dejó confusa. Movió los dedos, no se los había roto. Alzó la mano izquierda y vio que tenía clavado un trozo de vidrio en la palma.

De repente, vio que lo que había en la bandeja estaba desperdigado por el suelo, a su alrededor. Respiró hondo…

–¡Danica! –Luke se agachó a su lado. Evan y Grayson detrás de él. Entretanto, ella trató de incorporarse.

–Espera –dijo Luke–. Mírame. ¿Te has dado un golpe en la cabeza?

Danica le miró a los ojos. Los ojos de Luke tenían el color del océano Pacífico, con un brillo furioso. Estaba enfadado. Enfadado… ¿por lo que le había ocurrido a ella? ¿O por ser la causa de una escena?

–Estoy bien –respondió Danica apartando la mirada de la de él al tiempo que Evan le agarraba la mano no herida para ayudarla a levantarse.

Unos invitados y empleados de la empresa de catering se acercaron, entre los que estaba la camarera que le había pasado la bandeja. Danica movió la cabeza para indicarle que no la culpaba de lo ocurrido y, al instante, deseó no haberlo hecho. Los oídos le pitaron, se sintió más desorientada…

–Lo siento… –empezó a decirle a Luke, pero se interrumpió cuando el cuerpo entero comenzó a temblarle.

Luke le agarró la mano herida y la examinó.

–Estás sangrando.

–No es nada –respondió ella, mareada.

–Tiene que verte un médico. Nos vamos ahora mismo.

–La subasta…

–No te preocupes por la subasta –dijo Grayson–. Yo me encargaré de que el dinero vaya a la obra de beneficencia.

En un instante, casi sin saber cómo, Danica se encontró fuera del edificio, la fresca brisa de la noche acariciándole el rostro. El aparcacoches ya había llevado el vehículo de Luke a la entrada y este la ayudó a entrar en el coche. Unos segundos después, con Luke al volante, estaban en marcha.

–El hospital más cercano está a veinte minutos en coche. ¿Cómo tienes la mano? –preguntó él.

–Creo que la herida ha dejado de sangrar. No necesito un médico.

Luke lanzó un gruñido y le dio la vuelta al coche.

–¿Qué haces? ¿Vamos a volver a la fiesta?

–Vivo cerca de aquí –respondió él–. Si no quieres que te vea un médico, al menos deja que te limpie la herida y te la vende.

–Pero…

–No voy a aceptar una negativa por respuesta.

Danica abrió la boca para protestar, pero él la interrumpió.

–Lo digo en serio. Vamos, aguanta, estaremos en mi casa en unos minutos.

Danica apretó los labios. Se encontraba bien, Luke estaba exagerando. Bueno, se encontraba todo lo bien que podía teniendo en cuenta que la velocidad a la que le latía el corazón. Solo tenía que mover la mano unos centímetros para tocarle el muslo…

No había perdido casi nada de sangre. No debería sentirse tan mareada.

A los pocos minutos, Luke la hizo entrar en su casa.

–Ve directamente al cuarto de estar –dijo él–. Ahora mismo me reúno contigo, antes voy a por el botiquín.

Danica asintió, recorrió un corto pasillo y se adentró en una espaciosa estancia rectangular.

La casa que compartía con Mai cabría de sobra en aquel cuarto de estar. La pared del fondo era de cristal y daba a una terraza y a un jardín. Le llevó unos segundos darse cuenta de que la pared de cristal estaba compuesta por diversos paneles que, supuestamente, se corrían y permitían combinar el espacio interior con el exterior. A la derecha estaba la cocina, con muebles de madera y electrodomésticos de acero inoxidable, separada del resto de la estancia por mostradores bajos de madera. Cerca había una mesa metálica rodeada por doce sillas de distinto tipo.

A la izquierda había una enorme chimenea. En frente de la chimenea había dos grandes sofás de cuero color crema y varios sillones. En el suelo, una bonita alfombra.

No se atrevió a sentarse, tenía el vestido empapado de vino y no quería ensuciar el mobiliario de Luke.

–Siéntate en uno de los sofás –le dijo Luke a sus espaldas.

Luke se había quitado la chaqueta del esmoquin y el lazo, y también se había desabrochado los botones superiores de la camisa. En las manos llevaba una caja con una cruz roja en la tapadera.

Danica se señaló el vestido, manchado.

–Creo que será mejor ir a la cocina.

Luke sacudió la cabeza y la empujó hacia uno de los sofás.

–Mucho mejor que en la cocina. Y, ahora, dame la mano.

Danica tembló de placer cuando Luke empezó a curarle la mano izquierda. Era una sensación maravillosa. Después de desinfectarle la herida, Luke sacó gasa y esparadrapo.

–No tenías pensado hacer nada con la mano esta noche, ¿verdad?

–¿Eh? –era una suerte que la herida fuera en la mano izquierda, ya que era diestra. Después, por la noche, tenía pensado utilizar la mano derecha mientras fantaseaba con él–. No.

Luke terminó de vendarla y, al sujetar la gasa con el esparadrapo, le acarició los dedos. Y esas caricias le causaron incesantes latidos en la entrepierna.

–Bueno, ya está –declaró Luke con una media sonrisa–. Si se te infecta la mano, podrías poner una denuncia. Aunque eso quizá haría quebrar a la organización, Peninsula Society.

Danica retiró la mano. Él frunció el ceño, pero se la soltó.

–Gracias por el vendaje. Y ahora… será mejor que pida un taxi por teléfono.

Luke se recostó en el respaldo del asiento, los ojos sin abandonar los suyos.

–Por cierto, ¿qué era lo que querías decirme?

–¿Qué? –preguntó Danica sin comprender.

–Sí, antes de que te cayeras y te cortaras. Dijiste que tenías noticias.

¡La conversación en el jardín! Se había olvidado por completo de ella.

–Sí, claro –Danica se aclaró la garganta e hizo un esfuerzo por adoptar una actitud profesional–. He oído una conversación entre Cinco y Felicity.

A continuación, le relató la conversación.

–Sabíamos que estaba husmeando en nuestra empresa.

–No sé, me parecía que se trataba de algo personal –respondió Danica–. Cree que la adquisición está en entredicho porque Stavros sabe cosas de ti que te perjudicarían.

–Y no se equivoca –Luke se encogió de hombros–. Nestor se niega a cerrar el trato si no cumplo con las condiciones que él quiere imponer. No obstante, yo nunca he preguntado a ninguno de mis empleados por su estado civil. Si eso es lo que Jackson cree que tiene contra mí, se equivoca.

Danica soltó el aire que había estado conteniendo.

–En ese caso, ¿qué hacemos ahora?

Luke clavó los ojos en la cabeza de ella.

–Deshaz tu cola de caballo.

Danica, inmediatamente, se llevó la mano derecha a la cabeza.

–¿Qué? ¿Por qué?

Luke se acercó a ella, sus cuerpos casi tocándose.

–Para ver si tienes algún chichón en la cabeza.

–No me he dado ningún golpe en la cabeza –contestó Danica mirándole a los ojos.

–Cuando te caíste, te mareaste un poco, así que es posible que te hayas dado un golpe en la cabeza y no seas consciente de ello. Déjame que eche un vistazo –tras esas palabras, Luke apretó los labios con firmeza.

–Soy perfectamente capaz de hacerlo yo misma, gracias –le advirtió ella.

–Lo sé, pero deja que lo haga yo –respondió él, y sonrió.

A Danica se le erizó la piel. Todo le daba vueltas otra vez.

–Bueno, de acuerdo –respondió Danica, y lanzó un suspiro.

Al instante, Luke subió las manos, le quitó el elástico que sujetaba su cabello y los rizos rubios le cayeron por el rostro y le acariciaron los hombros. Tuvo la sensación de que la habían desnudado. Tembló.

Luke la peinó con los dedos y le examinó el cuero cabelludo. Estaba tan cerca que podía ver la incipiente barba de él y el vello que le salpicaba la parte superior del pecho. Una deliciosa sensación la sobrecogió. Se inclinó hacia él como si fuera una gata.

–Ningún chichón –declaró Luke con los dedos enredados aún en los cabellos de ella.

Los ojos de Luke habían oscurecido. Le sintió tenso, como un tigre a punto de lanzarse sobre su presa. Y ella quería que la devorase. Lo único que tenía que hacer era acercarse un centímetro más y sus bocas se juntarían.

–¿Satisfecho? –logró preguntar ella.

–No del todo –respondió Luke.

–¿Alguna cosa más?

La mirada de él mostró puro y primitivo deseo.

–Solo si tú también lo quieres –contestó Luke.

El ambiente se cargó de electricidad. Danica casi veía chispas saltando entre los dos, iluminando la atracción que les consumía. Alzó una mano y le agarró la muñeca. Sintió el pulso de él.

Sabía que lo que tenía que hacer era darle las gracias por haberle curado la herida, levantarse del sofá y pedir un taxi por teléfono. Eso era lo que haría la Dánica de toda la vida, la Danica que se había matado a trabajar en la empresa de Johanna con la esperanza de conseguir un ascenso que jamás lograría, la Danica que habría seguido los consejos de Luke en la ruleta.

Pero otra Danica había despertado. Una Danica que arriesgaba. La Danica que había apostado todas las fichas a un solo número. La Danica que había besado a Luke Dallas y que iba a besarle otra vez.

Solo por una noche. Nada de relaciones sentimentales. No podía haber una relación entre los dos. Lo sabía perfectamente. Lo único que quería era saciar ese hormigueo en el vientre, ese vacío en su entrepierna que exigía ser llenado.

Danica respiró hondo y se humedeció los labios con la lengua. Los azules ojos de Luke estaban casi negros. Danica movió la cabeza y pegó los labios a los de él.

 

 

Luke tenía amplia experiencia con las mujeres. Pero cuando Danica le besó, se dio cuenta de que algo le había faltado hasta ese momento.

Besar a Danica fue una inyección de adrenalina, un narcótico sumamente potente, algo que le lanzó a la estratosfera. En un segundo, endureció.

Acarició esos gloriosos rizos rubios. Le encantaba la variedad de tonos dorados del cabello de ella. Y, a pesar de su suavidad, eran cabellos indomables.

La boca de Danica era ardiente, insistente y exigente. Él le correspondió. Sus lenguas se exploraron. La estrechó entre sus brazos y tiró de ella hasta medio tumbarla sobre sus piernas. Danica olía a vainilla y canela; su aroma, dulce y aromático, le rodeaba. Danica se apretó contra él y sus nalgas le acariciaron la entrepierna. Un temblor le sacudió, dejándole casi sin sentido.

Sabía que debía parar. Danica trabajaba para él. El trabajo de Danica consistía en encontrarle una esposa. Una esposa en pleno sentido de la palabra. Si todo salía tal y como habían planeado, estaría delante de un juez, casándose, en cuestión de semanas.

Pero por nada del mundo podía parar.

Danica tiró de su camisa para sacársela de debajo de los pantalones y luego comenzó a desabrochársela. El roce de los dedos de ella en su piel aumentó la densidad de su miembro a un nivel desconocido.

Luke le abrió los botones del vestido del cuello a la cintura. La piel de Danica era suave y cálida. Sus labios abandonaron los de ella para besarle el cuello y el hombro. Después, le bajó el cuerpo del vestido y dejó al descubierto los pechos cubiertos por un sujetador de algodón. Acarició los generosos senos y el canalillo entre ambos. Al ver erguirse los pezones, los pellizcó.

–Luke… –dijo ella casi sin respiración, con unos ojos oscurecidos–. Todavía llevas puesta la camisa.

–Me interesa mucho más quitarte el vestido –respondió él con una sonrisa traviesa.

Luke volvió a besarla. Danica era realmente preciosa. Paseó un dedo por el valle entre esos dos pechos y continuó bajando hasta toparse con la cinturilla de las sencillas bragas blancas de algodón.

La sintió temblar y la vio cerrar los párpados con fuerza.

–¿Tienes frío? –preguntó Luke.

Danica sacudió la cabeza. Pero cuando él le desabrochó el sujetador, ella se cubrió los pechos con las manos.

–Espera. Antes de que nos desnudemos del todo, creo que tenemos que dejar unas cuantas cosas claras –dijo ella con la respiración entrecortada.

–¿Qué es lo que tenemos que dejar claro?

–Esto es solo por esta noche. Nada va a cambiar –respondió Danica–. ¿De acuerdo?

–Por supuesto –respondió Luke, sin pensar demasiado en lo que Danica había dicho.

Danica le miró a los ojos y se mordió los labios. Entonces, se puso en pie, bajó los brazos y el sujetador cayó. Los pechos de ella eran dos órbitas perfectas como hechas a medida para caber en sus manos.

–Aunque el sofá es cómodo, ¿no estaríamos mejor en una cama?

Sin un pensamiento coherente en la cabeza, Luke se levantó del sofá y la llevó a su dormitorio.

–Pon las manos en la cama –susurró Luke al oído de ella.

Y, a espaldas de Danica, le separó las piernas con la rodilla. Después, le acarició los muslos, de rodilla para arriba. Entonces, deslizó los dedos por debajo de la cinturilla de las bragas y le acarició los suaves rizos.

Danica se apretó contra él, pegando las nalgas a su dolorosa erección. Respirando trabajosamente, Luke introdujo un dedo dentro de ella, lenta y profundamente.

Danica jadeó y gimió. Luke nunca había oído un sonido tan dulce. Con el pulgar le acarició el clítoris y los jadeos de ella se tornaron más intensos, más rápidos.

–Luke, necesito…

–Lo sé –y lo sabía, a él le ocurría lo mismo.

Danica se estremeció y trató de volverse de cara a él, pero Luke la sujetó por las caderas, impidiéndoselo.

–No, todavía no –dijo al oído de ella.

Entonces, le bajó las bragas, se arrodilló y acercó la boca al sexo de Danica. Y pensó que nunca había saboreado nada tan exquisito.

Danica lanzó un grito gutural que le instó a chuparla con más dureza, más rapidez, más profundidad. La sintió temblar y la soltó justo a tiempo de verla caer en la cama con un grito de placer.

Se tumbó al lado de Danica, aún con los pantalones del esmoquin, y la hizo volverse. Los grandes y verdes ojos de Danica le miraron con satisfacción. Él sonrió. Era una mujer maravillosa.

–Ha sido… –Danica se interrumpió y tomó aire–. No sé, no puedo pensar. Y tú… Vamos, desnúdate.

Luke no necesitaba que se lo repitieran. Acabó de desvestirse en un segundo, abrió un sobre pequeño y se puso un condón.

Vio a Danica agrandar los ojos al verle desnudo por primera vez. Después, le sonrió ampliamente y abrió los brazos para recibirle.

Luke no podía aguantar más. Tenía que poseerla. Ni siquiera en la adolescencia se había visto presa de tal entusiasmo. Se introdujo en ella, cerró los ojos y contuvo un gemido de placer.

Por lo general, sabía controlarse. Pero las caricias de Danica en la espalda y sus gemidos, instándole a ir más de prisa y a profundizar dentro de su cuerpo, le obnubilaron. La presión llegó a resultarle insoportable. Apretó los dientes, no era un quinceañero con su primera novia. Pero cuando Danica gritó debajo de él, sus espasmos sacudieron la cama.

En ese momento, todo estalló a su alrededor.

Cuando Luke se recuperó, abrazó a Danica y depositó un diminuto beso en su pecosa nariz. Ella parpadeó, le miró y sonrió perezosamente.

–El mejor resultado de mi vida después de dejar claras las cosas –declaró ella.

A Luke se le hinchó el pecho. La abrazó con fuerza. La vainilla y la canela le rodeaban, una mezcla dulce, cálida y sabrosa. Como Danica.

Podría pasar así el resto de su vida, pensó mientras le sobrecogía la clase de sueño después de una relación sexual realmente satisfactoria.

Entonces, abrió los ojos bruscamente.

¿El resto de su vida?

¿Cómo se le había podido ocurrir semejante cosa?

Apoyándose en un codo, Luke se incorporó y miró a la mujer acurrucada a su lado. Esa mujer era…

Danica.

Se quedó dormido con el nombre de ella en sus pensamientos.

 

 

Alguien le estaba sacudiendo el hombro suave pero insistentemente. Luke abrió los ojos y vio a Danica, vestida. Se incorporó apoyándose en un codo, pero ella empezó a hablar sin darle tiempo a desperezarse.

–Hola. Perdona por haberte despertado, pero es que me voy a mi casa –dijo Danica sin mirarle, paseando los ojos por el suelo, como si estuviera buscando algo.

De repente, Danica se agachó y él vio que había recogido del suelo las bragas de algodón blanco. La vio meterlas en el bolsillo del vestido con una mano, en la otra mano tenía el teléfono móvil.

–No es necesario que te vayas…

–Sí, lo es –le interrumpió ella con firmeza–. Mañana tengo mucho trabajo. Los dos necesitamos dormir.

–Estábamos durmiendo –Luke alargó un brazo–. Venga, vuelve a la cama.

–Solo quería decirte que me marcho –insistió Danica, apartándose lo suficiente para que él no pudiera alcanzarla.

–¿Qué te pasa? –no podía tratarse de su encuentro sexual, había sido increíble. Extraordinario.

–No pasa nada –Danica forzó una carcajada–. Te he despertado porque no quería marcharme sin decirte nada. Quiero decir que… Aún trabajo para ti, ¿no?

–Claro –Luke buscó la mirada de ella y se dio cuenta de que no le estaba diciendo toda la verdad. Sin embargo, jamás había forzado a una mujer a estar en su cama y no iba a hacerlo ahora. Si Danica quería marcharse, era asunto suyo.

Luke apartó la ropa de la cama.

–Te llevaré a tu casa.

–¡No! Ya he pedido un taxi por teléfono. No es necesario que te molestes.

–No es…

–¡Mira, el coche ya casi está aquí! Ahora no puedo cancelarlo –dijo Danica con los ojos fijos en la pantalla del móvil–. Bueno, gracias por la fiesta y… por todo lo demás. Lo he pasado muy bien. Espero que tú también. Bueno…

–Danica… –Luke quería asegurarle que todo estaba bien. Quería abrazarla y acariciarla hasta convencerla de volver a la cama.

No. Eso era una equivocación. Él no forzaba a las mujeres a quedarse con él. Ocultó su confusión con una tensa sonrisa.

–Sí, lo he pasado muy bien. Gracias.

–Bueno, entonces… ¿hasta mañana? ¿En Ruby Hawk?

–Por supuesto.

El vacío que sentía en el estómago debía ser hambre. No había comido nada durante la fiesta.

El móvil de Danica sonó y ella echó un vistazo a la pantalla.

–El taxi ya está aquí –Danica se dirigió a la puerta–. Bueno, adiós.

Y, tras esas palabras, desapareció.

Unas horas después, cuando Luke se despertó de nuevo antes de que sonara la alarma del despertador, se encontró abrazando la almohada sobre la que ella había reposado su cabeza. Intentó volverse a dormir, pero no lo consiguió.

Cuando salió de la ducha para empezar la jornada laboral, había tomado tres decisiones:

La primera, la búsqueda había acabado. Con Cinco Jackson husmeando a su alrededor, el riesgo había aumentado. Necesitaba convencer a Nestor de que estaba decidido a casarse. Una primera página con él persiguiendo a mujeres solteras lo pondría en cuestión.

La segunda, seguía necesitando una esposa.

La tercera, la solución lógica al problema era Danica.