9
Sexo en los bares
El psicólogo social Viren Swami, de la Universidad de Westminster, seleccionó dos grupos homogéneos de chicos para su experimento. A unos les pidió que se presentaran en ayunas al laboratorio y a los otros que acudieran bien saciados. Entonces les mostró por separado la misma serie de fotografías de mujeres, todas guapas y bastante parecidas entre ellas, pero con la diferencia de que unas estaban ligeramente más rellenitas que otras. Los voluntarios debían simplemente puntuar la atracción que sentían por cada fotografía, y los resultados fueron contundentes: los miembros del grupo que estaba hambriento preferían significativamente chicas con mayor volumen corporal.
La conclusión es obvia y corrobora la de muchos otros estudios: nuestro estado fisiológico interno condiciona nuestra percepción de la belleza y a quien consideramos más atractivo en cada momento. Y no sólo eso, el estado anímico también influye. David Perret, de la Universidad de St. Andrews, es uno de los principales expertos en la investigación de los factores que hacen que una cara resulte más atractiva. En uno de sus múltiples estudios seleccionó a dos grupos equivalentes de mujeres, mostrándole al primero una serie de fotografías de chicas muy guapas y al segundo fotografías de mujeres mucho menos atractivas y elegantes que ellas. En esta fase, Perret sólo pretendía disminuir inconscientemente la seguridad de las primeras y aumentar la autoestima de las segundas. A continuación les pasó a todas una serie de rostros de hombres con diversos grados de masculinidad, y efectivamente el grupo de chicas a las que se les había reducido temporalmente la seguridad eligió caras con rasgos menos masculinos que las de autoestima reforzada. Puro inconsciente en acción.
LA BELLEZA DEL OTRO DEPENDE DE LA NUESTRA
Lo que realmente sugieren estos estudios es que hablar de atractivo con afirmaciones tan genéricas y tópicas como «los hombres prefieren pechos grandes y las mujeres espaldas anchas porque evolutivamente reflejan recursos energéticos y fortaleza para transportar alimentos» es lo más limitado que existe. Y además no es del todo cierto. El propio Viren Swami me explica que, en culturas donde las mujeres no cubren sus pechos, su tamaño resulta bastante indiferente a los hombres. Swami ha dirigido un extensísimo estudio en el que compara los ideales de peso corporal y preferencias estéticas de diez culturas diferentes en todo el mundo, y se muestra taxativo: «Eso de la proporción ideal del 0,7 entre cintura y cadera es un mito. Puede cumplirse en una sociedad occidental, pero no hay ni una evidencia empírica que demuestre que se trate de un rasgo universal». La lógica evolucionista establece hipótesis coherentes, pero por sí misma no prueba ninguna.
Claro que existen unos pocos rasgos que universalmente asociamos a la belleza, como la simetría o los rasgos de juventud. Pero a ellos se le sobreponen todo tipo de condicionantes culturales, experiencias vividas, estatus socioeconómico y estados fisiológicos o anímicos. Asiáticos o africanos pueden preferir pieles más claras y tener un ideal de belleza diferente al nuestro, las clases socioeconómicas más altas prefieren la delgadez sin importar el aspecto enfermizo, y estando en una fiesta el instinto dirigirá inconscientemente a una mujer hacia un hombre más o menos masculino en función de cuántas chicas guapas tenga a su alrededor. Experimentos sociales han constatado que si aparece pletórica y se siente la más espléndida del evento, sus miradas y sonrisas se dirigirán hacia el chico más atractivo y masculino del lugar. Pero si llega a la fiesta y se encuentra rodeada de modelos, hará caso a otros más convencionales y ni considerará tan guapo al machote de pose arrogante.
El puzle de la atracción es de enorme complejidad, pero a pesar de ello los científicos intentan desgranar y entender todos los factores que influyen en nuestra percepción de la belleza con el objetivo de demostrar que sobre gustos sí hay algo escrito. Vayamos por partes.
En lo que se refiere a rasgos universales de belleza, el más presente en todas las culturas es la simetría, y esto sí es por relevancia evolutiva. En principio, la apariencia externa de nuestro rostro y cuerpo debería ser perfectamente simétrica, pero un mayor índice de mutaciones genéticas heredadas, infecciones durante el desarrollo embrionario, enfermedades en la infancia o exposición a toxinas y altos niveles de estrés pueden provocar ligeras distorsiones en el desarrollo que desemboquen en sutiles pérdidas de simetría. Una nutrición deficiente de la madre embarazada afecta, por ejemplo, a los mecanismos de reparación de ADN en el feto. De esta manera, un adulto con cara perfectamente simétrica indicaría alta calidad genética, una niñez y juventud sana sin enfermedades y un sistema inmunológico bien fuerte. Claramente, querremos que sus genes acompañen a los nuestros a bordo de nuestra descendencia. De hecho, varios estudios han demostrado que la simetría es una marca externa de buenos genes y está establecido que los hombres simétricos son más inteligentes, corren más rápido, resultan más coordinados en sus movimientos e incluso producen más esperma. No cabe duda. Perret me explica que siempre que utiliza sus programas informáticos para corregir las sutiles asimetrías de una cara hasta convertir el lado derecho en una imagen especular del izquierdo, todos los observadores externos la valoran como más atractiva aunque sean incapaces de distinguir exactamente qué ha cambiado.
Otra característica universal de belleza es la normalidad (averageness): que las proporciones de una cara no se escapen demasiado de la media. Aquí merece la pena resaltar que, en el caso de personas muy atractivas, algunos rasgos más pronunciados sí pueden potenciar su distinción y fomentar la belleza, pero cuando hablamos de rostros más convencionales, los estudios con fotografías distorsionadas de David Perret y muchos otros han confirmado que acercar todos sus rasgos hacia la media aumenta su atractivo. La tendencia se ha constatado en diferentes poblaciones del planeta, y Perret lo interpreta diciendo que, inconscientemente, las caras extrañas nos pueden indicar alteraciones genéticas o enfermedades, y que la media representaría lo que la selección natural ha ido configurando como mejor adaptado. De nuevo, aunque haya excepciones, en general la normalidad sí es una característica universal de belleza.
Y el tercer factor universal de atractivo son los rasgos que revelan dimorfismo sexual: los hombres buscamos muestras de juventud y feminidad, como una mandíbula pequeña acompañada de labios gruesos, y las mujeres de testosterona, como pómulos salientes y menor grasa facial. Pero aquí ya empieza a complicarse. Por ejemplo, ante una misma serie de fotografías modificadas, los chicos en todo momento preferimos señales de mayor feminidad, pero las chicas no siempre valoran como más atractivo al rostro más viril.
David Perret es autor de esos experimentos famosos que comprueban que durante la ovulación las mujeres prefieren hombres más masculinos y expresiones agresivas que reflejen testosterona, salud y fertilidad. La clave es que dichos rasgos también son asociados inconscientemente a mayor riesgo de no aceptación y abandono. Eso no importa tanto cuando lo que se está buscando son buenos genes, pero es la razón por la que en otros momentos del ciclo menstrual las mujeres prefieren rasgos de masculinidad menos marcados. Analizando por rango de edades, también se ha observado que las mujeres prefieren caras más masculinas cuando están en edad reproductiva que durante la pubertad y la posmenopausia. Desde luego hay excepciones, y seguro que conocéis a hombres que se sienten atraídos por mujeres menos femeninas, pero como norma universal sí se cumple que los hombres buscan señales de estrógenos y las mujeres de testosterona.
Pero, atención, que esto es nuevo: Perret me explica que llevaba tiempo dándose cuenta de que algo no terminaba de encajar en las caras que utilizaba para sus experimentos. En el momento de escribir estas líneas aún no ha publicado sus resultados, pero tiene datos preliminares incluyendo la hormona del estrés —el cortisol— en la ecuación.
Durante un período de estrés, los niveles de testosterona también aumentan. Esto no cambia de un día para otro el tamaño de nuestra barbilla, pero sí ligeramente nuestra expresión y distribución de grasa facial, haciéndonos parecer en principio más masculinos. Pero Perret sugiere que cuando nuestros valores altos de testosterona son debidos al estrés nos olvidemos de resultar más atractivos. Los altos niveles de cortisol generan un tono de piel más enfermizo, expresión negativa y diferente distribución de grasa facial que eliminarán la correlación entre testosterona y belleza.
EL PODER DEL INCONSCIENTE EN LA ATRACCIÓN FÍSICA
Dando un gran salto podríamos describir incontables influencias culturales y sociales que condicionan nuestra percepción de la belleza. Viren Swami, por ejemplo, acaba de publicar una serie de trabajos en los que factores que afectan a nuestras preferencias en índice de masa corporal. Al efecto de que estando hambriento los chicos preferimos chicas más voluptuosas se le suma un artículo publicado en agosto de 2012 en la revista científica PLoS, según el cual estando estresado también nos sentimos atraídos por los cuerpos más orondos. En sus comparaciones entre diferentes culturas, ha observado que en las sociedades pobres los cuerpos más rellenos se valoran como más atractivos, e incluso en un mismo núcleo social los individuos con menos recursos suelen preferir parejas con mayor masa corporal. De hecho, la predilección por la delgadez a un nivel por debajo de lo que nuestro instinto evolutivo interpreta como saludable es exclusivo de personas con estatus socioeconómico alto. Swami afirma que en este caso la publicidad y los medios de comunicación son claramente los responsables, pero matiza que «los chicos son más consistentes con su instinto a la hora de juzgar a una modelo como no sexualmente atractiva por estar demasiado delgada. En cambio, en las mujeres los ideales de belleza están mucho más trastocados por las influencias mediáticas».
Todos solemos sobreestimar qué resulta atractivo al género opuesto. Si tomamos la imagen de un chico en traje de baño, la modificamos varias veces incorporando cada vez un poco más de masa muscular, preguntamos a un grupo de hombres qué grado de musculación entre el enclenque y el culturista creen que gustará más a las chicas, y luego consultamos a un grupo de mujeres qué fotografía les resulta más atractiva, veremos que los hombres habrán elegido unos músculos ligeramente más grandes de lo que en realidad prefieren las mujeres. Pero si hacemos el mismo experimento con una chica en ropa interior y diferentes grados de delgadez, las discrepancias entre las respuestas femeninas y masculinas serán mucho mayores. La distorsión de la realidad sobre qué cuerpos resultan más atractivos afecta más a las mujeres que a los hombres.
Estudios que han analizado la adiposidad en la cara demuestran que nosotros continuamos juzgando como más atractivas a las chicas con un poquito de grasita, porque lo interpretamos como un signo de salud. Sin embargo, salud y atractivo no están tan correlacionados en mujeres. Las chicas prefieren rostros delgados al valorar potenciales parejas, y al compararse entre ellas mismas opinan que las figuras esbeltas son las que resultan más sexis. De verdad que no es así. Lo siguiente no es una investigación académica, pero el neurocientífico Ogi Ogas analizó millones de búsquedas eróticas por internet para su libro A Billion Wicked Thoughts y se mostró contundente cuando le entrevisté: «Si analizas las palabras clave que los hombres suelen introducir en los buscadores de páginas éroticas, muchos de ellos buscan videos específicos de chicas rellenitas, pero casi nadie pone “delgadas” en los criterios de búsqueda». El trabajo de Ogi no es metodológicamente sólido pero sus reflexiones son muy interesantes. Él considera que en realidad los medios no nos condicionan tanto como solemos pensar, porque si fuera de esta manera no hubiera encontrado una proporción tan alta de búsquedas de transexuales, personas mayores o escenas de dominancia y sumisión. Esto en realidad es una amenaza a los estudios más formales de Swami y Perret, pues podría insinuar que las respuestas obtenidas al preguntar por el atractivo de cuerpos y rostros se basan más en criterios puramente estéticos y de potencial pareja estable que de deseo sexual en momentos de excitación. Podría ser que, en lo referente al sexo, en la sociedad actual la curiosidad y la atracción por lo nuevo supere perfectamente todos los criterios que nos hacen ver a una persona bella desde el punto de vista evolutivo y reproductivo.
Pero volviendo a las investigaciones de David Perret, éste me explica que su mayor intriga es entender la preferencia por las pieles claras en África y Asia, ya que rompe frontalmente con la búsqueda de similitud y averageness característica de un grupo determinado. Explica que en África podría ser debido a los mensajes que llegan desde el mundo occidental y asocian una piel clara a mayor riqueza, pero eso no se cumpliría en Asia. Por otro lado, uno de sus descubrimientos más curiosos es cómo el aumento de carotenoides por la ingesta de vegetales modifica el tono de piel e incrementa la belleza. A partir de estudios publicados en 2011, Perret vio que el tono de piel más coloreado que provocan alimentos como el tomate transmite mejor estado de salud y hace a la persona más atractiva.
De todas formas, el mensaje clave a transmitir es que lo verdaderamente interesante desde el punto de vista científico no es si la evolución nos ha condicionado a preferir unos rasgos u otros, sino cómo el entorno y nuestro propio estado físico y cognitivo influencian sobre nuestras preferencias de pareja. De hecho, conocerlo nos puede resultar bastante útil. Por ejemplo, si vais a una fiesta con intención de ligar, tanto si sois hombres como mujeres, es mejor que os acompañe una amiga.
Si queréis ligar, mejor que os acompañe una amiga
El reconocido psicólogo evolutivo David Buss realizó un amplio estudio con ochocientos cuarenta y siete participantes de ambos sexos, y confirmó que los hombres juzgaban a las mujeres menos atractivas si éstas iban acompañadas de un hombre que de una mujer. Os puede parecer lógico, pero lo curioso es que con las mujeres pasó lo opuesto: las chicas también consideraban como más atractivos a los chicos acompañados de mujeres que a los presentes con un amigote. La conclusión es obvia: si queremos salir a ligar, mejor le pedimos a una compañera de trabajo que nos acompañe, no importa si somos hombre o mujer.
Un matiz importante en el caso de las chicas: para maximizar las posibilidades de éxito, vuestra amiga debe parecerse a vosotras pero ser un poquito menos atractiva, así vuestra belleza saldrá reforzada en el inconsciente ajeno. El experto en behavioral economics Dan Ariely puso a prueba esta hipótesis mostrando a un grupo amplio de estudiantes dos fotografías de chicos de atractivo parecido junto a una imagen afeada del primero. Al preguntar quién les parecía más guapo, la mayoría eligió la versión no afeada del primero. Cuando repitió el experimento con una imagen afeada del segundo, la comparación inconsciente hizo que la mayoría se decantara por la imagen no distorsionada del segundo.
Y otro consejo: no os hagáis los introvertidos interesantes, es mejor que transmitáis bienestar. Viren Swami me explicó que en otro de sus estudios separaron a 2.157 estudiantes en diez grupos y les pasaron las mismas fotografías a todos, pero cada grupo recibía diferente información sobre la personalidad de cada chico o chica de la imagen. A todos los estudiantes se les insistió en que valoraran exclusivamente el aspecto físico, pero se observó que cuando las imágenes estaban asociadas a palabras como neurótica, introvertida, egoísta o triste, el margen de aceptación de volumen corporal era mucho más reducido que en las personalidades extrovertidas, emocionalmente estables, generosas o alegres. Evidentemente, un pintalabios rojo engañará a nuestro cerebro primate asociando el contraste a mayor riego sanguíneo, niveles de estrógenos, excitación sexual, juventud y salud cardíaca, pero lo mismo parece suceder con información sobre la personalidad. Si nos gusta el carácter de alguien, lo vemos más atractivo físicamente. Conclusión: no hay que olvidarnos de la sonrisa ni del imprescindible contacto visual.
Parece que también está demostrado que cuanto más bebemos, más bonita nos parece la persona que tenemos delante. En un estudio en el que se mostraban fotos de chicos y chicas a estudiantes que habían tomado un par de copas, se demostró que la agudeza visual de éstos disminuía, percibían menos imperfecciones físicas y valoraban las imágenes como más atractivas que los estudiantes controles que no habían bebido. Y lo más fascinante, este efecto sobre la visión dura varias horas y por eso si salimos a la calle una mañana de resaca las personas de nuestro género preferido también nos parecerán ligeramente más bellas. Estamos en manos de nuestro inconsciente.
A las rubias les paran más haciendo autoestop
Siguiendo con estudios observacionales curiosos, el sociólogo francés Nicholas Guéguen pidió a cinco chicas de entre 20 y 22 años que hicieran autoestop en una carretera del sur de Francia. Llevaban la misma ropa y tenían cuerpos parecidos, pero dos eran rubias, dos morenas y una castaña. Podéis adivinar: de los más de dos mil motoristas que pasaron, se pararon más hombres ante la rubia que ante las morenas o la castaña. Las mujeres motoristas, sin embargo, no discriminaron en función del color de pelo y pararon por igual. En un estudio parecido, Guéguen pidió varias veces a la misma chica de 20 años que hiciera autoestop, pero cada vez llevando un sostén con más relleno. De nuevo, el tamaño del pecho estaba correlacionado positivamente con el número de hombres que se detenían, pero no con el de mujeres.
Aquí llega un dato controvertido: Viren Swami realizó un estudio similar sentando a una mujer en un pub inglés diferentes noches con el pelo teñido de rubio, moreno o pelirrojo. Observó que cuando era rubia se aproximaban muchos más chicos, pero Swami no estaba convencido de que fuera porque la vieran más atractiva, ya que, según sus datos, en el Reino Unido ser rubia no es un signo de más belleza. Así pues, diseñó otro estudio pidiendo a hombres que valoraran de una manera más completa varias imágenes de mujeres sentadas en un bar. Los resultados fueron que los chicos clasificaban a las morenas como más atractivas y cordiales, y a las rubias como más fáciles y necesitadas. Para Swami esto encaja con dos de sus ideas: que a los hombres en realidad les gustan más las morenas y que los medios han influido de manera muy profunda en los estereotipos sobre sexualidad.
Los hermanos pueden condicionar las preferencias de pareja
Uno de los efectos más curiosos sobre la búsqueda de pareja es que sentimos atracción especial por personas con un rango de belleza que consideramos similar al nuestro. Varios experimentos han demostrado que el efecto es menor en hombres, que suelen tener preferencia por chicas cuanto más guapas mejor, pero que en general las mujeres buscan hombres más o menos atractivos en función de la percepción que tengan de su propia belleza. La consecuencia es que al final suele establecerse una correlación entre el atractivo físico de ambos miembros de la pareja.
Ahora bien, ¿eso significa que cuando alguien se fija en un chico o chica «del montón» en una fiesta se produce un caso de disonancia cognitiva? Es decir, ¿el cerebro le engaña diciéndole que esa persona es más guapa de lo que en realidad es?
Varios autores han sugerido que el cerebro nos miente para hacernos felices y que aceptemos salir con personas objetivamente menos atractivas; sin embargo, un estudio de la Universidad de Columbia titulado If I’m not Hot, are you Hot or not? («Si no soy atractivo, ¿tú eres atractivo o no?») en el que se realizaron entrevistas a miembros de un portal de citas online concluyó que no, que en la mayoría de personas no existe tal autoengaño, y que tanto hombres como mujeres admiten que sus parejas no son las más atractivas y las seleccionaron en función de su propia belleza.
Con tantas opciones donde elegir, los portales de citas online son una herramienta interesante para analizar preferencias en la búsqueda de pareja, y algo que están constatando claramente es nuestra exacerbada predilección por similitudes hacia ciertos rasgos determinados. A la hora de buscar pareja, los investigadores diferencian entre las preferencias verticales y las preferencias horizontales. Las preferencias verticales serían factores como el nivel de ingresos, ocupación o volumen corporal, que estadísticamente no suelen representar un problema en caso de ser bastante diferentes. Las preferencias horizontales serían aquellas en las que en general sí se busca similitud, como creencias religiosas, ciertos aspectos culturales, edad, raza o altura. Pero la principal revelación de estos estudios que han analizado citas por internet es que cuando disponemos de muchísimos más candidatos potenciales y criterios de búsqueda de los que tenemos cuando entramos una noche en un bar, mostramos una tendencia a la similitud mucho más marcada de lo que podríamos pensar.
Recuerdo que cuando David Perret me aseguró que solemos preferir personas físicamente parecidas a nosotros tuve la habitual reacción acientífica de fijarme en una excepción para intentar contradecir sus estadísticas. Le dije que mi novia italiana es rubia, de ojos azules y piel clara, pero que siempre me había dicho que le gustaban los hombres morenos de ojos oscuros. Entonces Dave me preguntó: «¿Tiene hermanos más jóvenes parecidos a ella?». Yo respondí que sí, y David continuó: «Lo que hemos visto es que —especialmente si se llevan bien con sus padres— las chicas —y no los hombres— prefieren similitud en sus parejas siempre y cuando no tengan un hermano menor que se les parezca. Si ése es el caso, generan cierta aversión y buscan a alguien totalmente diferente que no les recuerde inconscientemente a su hermano». Gracias, Guido, por existir.
INTERNET REVOLUCIONA LOS PRIMEROS PASOS DEL «DATING», PERO NO LOS SIGUIENTES
Si una tarde estamos paseando tranquilamente y entramos sin objetivo definido en una zapatería que nos llama la atención, es posible que distingamos varios zapatos que nos gusten. Pero el día que salgamos de casa con la imagen muy concreta de un zapato en la cabeza, seguramente iremos de tienda en tienda sin encontrar ninguno que satisfaga nuestras expectativas. Eso mismo puede ocurrir al buscar pareja en los portales de citas online, según los autores de la revisión «Online Dating: A Critical Analysis From the Perspective of Psychological Science», publicada en 2012 en la revista de la Association for Psychological Science. Los investigadores llaman a este fenómeno relationshopping, y consiste en conectarse a un portal de encuentros online, ir pasando y analizando perfiles como si fueran productos de compra, y terminar con la sensación de que no nos gusta ninguno. Especialmente en el caso de las chicas, es muy común que todos los candidatos les parezcan iguales o raritos y que ninguno despierte su interés.
No hay duda de que internet y los portales de citas online son muy exitosos y han sido revolucionarios especialmente para las minorías y personas con gustos o aficiones atípicas, pero esta sensación de vulgaridad y el bloqueo por tener demasiadas opciones es uno de sus peligros. Otro es la homogamia que conllevan: varios estudios han demostrado que los usuarios suelen buscar personas que sean muy parecidas a ellos en gustos, características, aficiones, orientación política u objetivos vitales. Aunque esto pueda parecer positivo, pues permite llegar a usuarios que en teoría encajarán muy bien con nosotros, los autores de la revisión sugieren que exagerar esta homogamia bloquea el aliciente de la complementariedad y la chispa de descubrir novedades en un futuro compañero. De hecho, una de las conclusiones más relevantes del estudio es que los algoritmos utilizados por diferentes portales de citas para proponernos directamente personas que encajen con nuestro perfil, en realidad no sirven para nada. Coincidir en aficiones o expectativas no contribuye necesariamente al éxito de la potencial relación. Entre otras cosas, porque otro de los peligros identificado por la revisión es que los usuarios no son del todo sinceros al describirse en sus perfiles. Un estudio seleccionó al azar a ochenta usuarios de citas online para comparar la edad, el peso y la altura declarada con sus medidas reales, y concluyó que ocho de cada diez usuarios habían alterado alguno de los valores. El 60 por ciento mintió acerca de su peso, el 48 por ciento sobre su altura y el 19 por ciento modificó su edad (los investigadores matizan que la muestra era de gente relativamente joven y que en mayores esta última cifra podría ser más alta). Otra investigación de la Universidad de Duke comparó las medidas de 21.745 usuarios con la media nacional de personas con características similares, y descubrió que las chicas de entre 20-29 años que buscaban pareja por internet pesaban 2,5 kg menos que la media, las de 50-59 años 10 kg menos, y los chicos eran 3,5 cm más altos. La interpretación de estos resultados fue obvia: la gente no es del todo sincera cuando se describe en internet y esto, según los autores, es contraproducente, ya que se vuelve en su contra en el momento del cara a cara. La manera inteligente de proceder es justo la contraria: aunque pueda implicar menos candidatos iniciales, deberíamos buscar la sorpresa positiva en lugar de negativa. En realidad es como salir del cine más o menos satisfecho en función de si acudimos a ver la película sin esperar una gran obra o con expectativas muy elevadas. Lo mismo ocurre con la asimetría de información en internet: exagerar lo positivo y ocultar lo negativo es en realidad una pérdida de tiempo para quien busca una cita como para la persona con quien termine quedando.
Los autores también observaron que el intercambio de mensajes es positivo pero que en exceso termina disminuyendo el interés, y que lo mejor es limitar el número de perfiles que se van a contemplar, no ir con ideas demasiado predeterminadas, no descartar candidatos por detalles menores, ser sincero en nuestra descripción pero destacar algo que pueda distinguirnos del resto, no tardar mucho en quedar una vez se ha establecido comunicación prometedora y no hacer ni caso de aquellos con quien el portal aconseje contactar.
Pero, más allá de estas sugerencias genéricas, que pueden ser más o menos acertadas para casos concretos, la discusión académica de fondo es si realmente los contactos virtuales han supuesto una revolución en la manera como las personas encuentran pareja. Aparentemente, los datos sugieren que sí. Según un estudio publicado en 2010, el 22 por ciento de parejas heterosexuales formadas entre 2007 y 2009 en Estados Unidos se habían conocido por internet, lo cual representa la segunda forma más común de encuentro, superada sólo por conocerse mediante amistades. Por otro lado, la percepción de escepticismo de hace unos años ha mejorado rápidamente y ya en 2006 un estudio concluía que el 44 por ciento de personas opinaban que internet era una muy buena manera de encontrar pareja. Los portales de encuentro se han convertido en una industria multimillonaria, y sólo en abril de 2011, veinticinco millones de personas se registraron en algún servicio de citas online. Son grandes cifras, pero la antropóloga Helen Fisher me dice que en realidad no es un cambio de paradigma tan grande como pensamos. Según ella, es obvio que internet representa una gran ventaja para minorías o personas mayores porque les permite acceder a muchísimos más candidatos de los que podrían encontrar en su entorno, pero que, en realidad, tras esta fase inicial el factor definitivo continúa siendo la química que aparezca o no durante el cara a cara, y que «nuestros cerebros continúan enamorándose igual ahora que como lo hacían miles de años atrás». Además, según ella, esto de tener algunos datos básicos de un desconocido antes de quedar con él no es tan diferente a la cita convencional con el compañero de trabajo o con alguien recomendado por una amiga. Helen Fisher opina que «lo realmente extraño es establecer una relación con un completo desconocido en un bar, pero en todas las citas iniciales desde siempre se ha seguido un patrón de quedar a tomar algo teniendo cierta información previa, venga de internet o de un conocido en común».
SEÑALES NO VERBALES DE SEDUCCIÓN
Enviáis un mensaje de cortesía a ese chico o chica que os pasó su teléfono en la fiesta de cumpleaños de un amigo común. Simplemente escribís: «Fue un gusto charlar contigo, aquí tienes mi número, nos vemos pronto», pero dudáis en despediros con «saludos», «abrazo» o «besos» porque sabéis que esa última palabra cambiará todo el sentido e intencionalidad percibida de la frase anterior. Las señales de seducción y cortejo han evolucionado, y podemos aprender a interpretarlas y utilizarlas a nuestro favor, pero continúan delatando nuestro pensamiento más inconsciente.
El fenómeno del dating en Estados Unidos es la mar de divertido, por lo menos en una gran ciudad como Nueva York, donde la dificultad para consolidar amistades se suple con una búsqueda constante de relaciones esporádicas o dates. Los dates (citas) no son propiamente encuentros sexuales, sino más bien algo intermedio entre el revolcón de una noche y el concepto de salir con alguien. Los solteros y solteras están dating con varias personas a la vez, y se concibe más como un acto social que como una búsqueda de pareja. Desde luego no es exclusivo de Estados Unidos, pero allí es todo un fenómeno y siguen unas normas realmente hilarantes. Hay incluso clases en las que nos enseñan qué pasos se deben seguir.
Ron tenía 32 años, un buen empleo como consultor, se había mudado a Manhattan hacía seis meses, cortado con su novia hacía tres, y justo acababa de terminar un curso para aprender a ligar. Le estuvieron hablando de mostrar seguridad, de cómo acicalarse en función del tipo de relación que quisiera encontrar, de qué actitud tener en diferentes situaciones, de todos y cada uno de los detallados pasos a seguir durante las citas con una chica… y cómo no, a dominar el lenguaje no verbal. Dominar el lenguaje no verbal de la seducción es saber lanzar mensajes gestuales que se adentren en el inconsciente de la persona con quien queremos ligar, pero sobre todo saber interpretar sus señales de aceptación, rechazo, interés o cansancio que irá expresando durante la cita sin apenas darse cuenta. Si veis que ladea la cabeza vas bien, podéis pedir otra copa. Pero si notáis que poco a poco se va echando un poquito hacia atrás, mejor reaccionar rápido y sugerir cambiar de bar.
Son y no son tonterías. La psicóloga Monica Moore, con quien hablé para construir este capítulo, investiga desde principios de los años ochenta las bases no verbales de la seducción. Si habéis visto algún documental sobre señales de aceptación y rechazo durante el cortejo, muy probablemente esté basado en sus seminales trabajos en los que ha analizado metódicamente las expresiones no verbales de seducción entre desconocidos en bares, fiestas y lugares públicos. Justo en 2010 publicó una revisión de toda la literatura científica publicada hasta la fecha, en la que discernía entre lo anecdótico, más propio de revistas para adolescentes, y los comportamientos que realmente eran consistentes en los flirteos de las sociedades occidentales. «Es cierto que ahora los mensajes de texto, Facebook y demás redes sociales han interferido en las primeras fases del cortejo, pero el cuerpo a cuerpo continúa mostrándonos los mismos patrones, como si estuvieran grabados en nuestra naturaleza», me explica recalcando que todos los animales tienen signos específicos de cortejo, y que los humanos no somos una excepción. Desde su apartamento en el Upper East Side de Nueva York, la antropóloga Helen Fisher opina lo mismo: «Sin duda la llegada de Internet ha creado un entorno diferente, pero nuestro cerebro no ha cambiado en milenios y el instinto de reproducción es de los más sólidos que existe. En un portal de citas online podemos encontrar un perfil que racionalmente nos parezca muy adecuado, pero las emociones en el encuentro cara a cara siempre son las que deciden», me dice convencida de que los patrones de seducción no han cambiado tanto como a menudo pensamos.
Cynthia participó también en un curso parecido al de Ron, pero evidentemente ninguno de los dos lo confesó cuando se conocieron en la barbacoa organizada por un amigo común. Se cayeron bien, intercambiaron teléfonos y ambos se sintieron dispuestos a poner a prueba lo aprendido. Según los pasos clásicos del dating, el objetivo es lograr el beso en la primera cita, el magreo en la segunda, la cama en la tercera, y a ver qué pasa más adelante. Alguna leve precipitación podía indicar que él era un salido o ella una fresca, y un retraso generar inseguridades por ambos lados. Patético, pero graciosísimo al mismo tiempo.
Ron hizo lo que le habían enseñado y para evitar parecer un desesperado tardó tres días en enviarle un mensaje a Cynthia. Ella recibió el SMS aburrida en un café pero también se demoró un par de horas en responder, no fuera a ser que Ron creyera que estaba pendiente o se había alegrado demasiado. No tenía ningún plan esa noche ni la siguiente, pero le dijo el jueves para aparentar una agenda apretada. Ron se tomó a su vez sesenta minutos para contestar, que pasó valorando las diferentes opciones del plan que iba a proponer: cena la primera cita no, porque es muy formal, demasiado arriesgado, y puede salir bastante caro (en Estados Unidos siempre pagan ellos, por mucho Sexo en Nueva York que vean). Un café está bien si se quiere tantear, pero sintiéndose seguro lo mejor es sugerir tomar una copa en algún sitio bonito. Eso sí, que no sea cerca de su casa porque se nota demasiado, mejor guardar este recurso para la segunda o tercera cita.
Ya sé que la historia de Ron y Cynthia tiene un punto de generalización absurda, pero de verdad nos servirá para ilustrar los estudios sobre lenguaje no verbal de la investigadora Monica Moore.
Supongamos que Ron está tomando un cóctel con Cynthia en el East Village, y empecemos a interpretar señales. Ron ha sido listo y ha elegido sentarse en taburetes, que ofrecen proximidad, facilidad de movimientos corporales y oportunidad para el clásico «mano en rodilla», uno de los códigos estándar del dating estadounidense. Durante una cita, las miradas pueden ser confusas, pero si en un momento animado de la conversación uno de los dos pone disimuladamente por unos segundos la mano en la rodilla del otro, estará manifestando interés de manera explícita. Lo habitual es que sea el chico quien dé este primer paso, pero si la cosa va bien y ella percibe que él está un poco inseguro, no resulta nada extraño que sea la chica quien tome la iniciativa y muestre un primer signo de aprobación. Hay más opciones: si en lugar de taburete estáis sentados a una mesa, aunque no tengáis ganas de ir al baño, en el momento más divertido levantaos y al pasar por su lado apoyad como si nada la mano en su hombro. Él o ella ya lo entenderán.
La cuestión es que ya se ha dejado clara la voluntad de seguir dando pasos, y ahora toca empezar a interpretar en serio los movimientos corporales y reacciones de aceptación o rechazo. Evidentemente, si la chica no fija la mirada y rechaza tomar otra copa diciendo que debe irse pronto, mala señal, pero hay muchas más sutilezas que interpretar. El lenguaje verbal no engaña.
Un abrazo o el «¡qué ganas tenía de verte!» al reencontrarnos con un viejo amigo se pueden fingir, pero la expresión y brillo en los ojos no. Y lo mismo ocurre cuando percibimos a alguien nervioso en un entorno laboral, o si tomando algo en un bar notamos que la conversación decae, los ojos son menos expresivos, los movimientos corporales denotan incomodidad, se produce una mirada furtiva al reloj: y llega el momento de decir: «Bueno… qué… es un poco tarde, ¿no? ¿Nos vamos?». Aunque el exceso de educación y de lenguaje verbal de nuestro compañero responda un «Como quieras… yo estoy muy bien», nosotros sabemos —o deberíamos saber— que el lenguaje no verbal es el que cuenta.
El primer gran trabajo de Monica Moore sobre el cortejo fue publicado en 1985, cuando, tras seguir a doscientas mujeres durante más de cien horas en bares y centros lúdicos, estableció un catálogo de cincuenta y dos conductas femeninas de interés que incluían mirar directamente a los ojos, acicalarse el pelo inconscientemente, sonreír, ladear la cabeza, tocarse de manera refleja el cuello o los labios, pedir ayuda e inclinar el cuerpo hacia delante. La doctora Moore vio que las señales eran consistentes, y preparó un experimento en el que entrenó a observadores externos para ver si podían predecir el éxito o no de las interacciones hombre-mujer en un bar con sólo observar sus gestos y movimientos durante la conversación. En 1989 publicó el estudio en el que mostró que consiguieron un gran índice de aciertos, pero también halló un resultado que no esperaba: lo que realmente predecía la aproximación masculina y el éxito del encuentro no era la belleza de la mujer, sino el número de señales que emitía. Monica se muestra contundente en este punto: «Lo hemos observado repetidamente: los hombres se interesan por las mujeres que dan más señales, no por las que en principio resultan más atractivas». Es decir, que para que un hombre se acerque a una desconocida, una sonrisa o una mirada directa es muchísimo más eficiente que un vestido escotado o facciones más bellas.
El cortejo lo empiezan las chicas
De hecho, una de las conclusiones de la revisión publicada por la doctora Moore es que en dos tercios de las ocasiones es claramente la mujer quien da pistas al hombre para que se acerque a conversar. Siempre es ella la que da la señal. Se han grabado situaciones en clubes, parques o laboratorios, y se observa repetidamente que cuando el chico da un paso casi siempre es precedido por invitaciones no verbales de la chica. Por ejemplo, un hombre inicia la conversación después de que la mujer le ha mirado, o le pasa el brazo por encima del hombro cuando ella se aproxima solicitando no verbalmente un abrazo. Obvio que no es siempre así, pero la doctora Moore insiste en que, «aunque el hombre parece llevar la iniciativa, los primeros pasos no verbales siempre los da la mujer. Los chicos reaccionan cuando perciben una invitación inconsciente».
El inconsciente es revelador. Si estáis en una fiesta y de repente cruzáis la mirada con alguien lo normal es que ambos la apartéis de repente, pero si pasados dos segundos os giráis por instinto y las miradas coinciden de nuevo, podéis confiar en que no ha sido por casualidad sino por interés. Si aguantáis la mirada un poquito, uno de los dos esboza media sonrisa, y es respondida, primera fase del cortejo no verbal realizada. Y es que la mirada continúa siendo el principal elemento en la comunicación no verbal, tanto de manera involuntaria como controlada. En un estudio holandés en el que se preguntó a chicos y chicas cómo procedían para mostrar interés a alguien que les resultara atractivo, los hombres se inclinaban por aproximarse a hablar, pero la mayoría de las mujeres decían utilizar el contacto visual como el principal vehículo de iniciación.
De todas maneras, un curioso estudio publicado en 1992 a partir de observaciones de quinientas parejas en espacios públicos concluyó que durante las etapas de cortejo es el hombre quien suele iniciar el contacto físico o caricias, y en parejas ya casadas empieza la mujer.
Volviendo a las señales no verbales de seducción, los expertos observan infinidad de sutilezas, como esconder la pancita y mantener la espalda recta, recolocarse bien la ropa, ya sea la camisa o el vestido, y especialmente en los hombres posicionar el cuerpo de manera que cierre el campo visual de la mujer. Si veis a un chico inclinarse hacia una mujer cuando le habla, gesticular airadamente, mover mucho las manos y asentir con la cabeza de manera casi exagerada, es que está claramente interesado. Y si la chica humedece los labios de manera involuntaria o tuerce un poco el cuello al tiempo que le mira fijamente a los ojos con sus pupilas dilatadas, mejor dejar de hablar, sonreír y darle un beso. Pero tan importante como las señales de atracción son las señales de rechazo. El bostezo espontáneo resulta muy obvio, y ni se os ocurra comprobar vuestro teléfono por muy adictos que seáis al correo electrónico, porque representa uno de los signos más claros de desinterés. Esperad a revisar los mensajes cuando se levante para ir al baño, como hacen instintivamente todos los dates. De hecho, en uno de sus últimos estudios, la doctora Moore clasificó diecisiete actitudes asociadas al rechazo, siendo la mayoría opuestas al cortejo. Por ejemplo, si una chica está interesada, inclina su cuerpo hacia delante, y si no, lo lleva hacia atrás. Si cruza los brazos es una mala señal, y si se toca las uñas o mueve los dientes, no es que esté nerviosa sino que se encuentra incómoda y quiere escapar. Veréis que pronto empieza a desviar la mirada, las piernas se mueven inquietas y no tardará en dejar de sonreír tan fácilmente como antes. Y si en un momento determinado empieza a llevar la contraria en temas banales en lugar de asentir, podemos interpretarlo como otra de las señales más claras de rechazo. Estamos hablando, obviamente, en el contexto de los primeros encuentros o dates.
En realidad no deja de ser muy obvio, pero Monica Moore asegura que «los chicos más exitosos son los que saben descodificar mejor las señales no verbales de atracción o rechazo en sus potenciales parejas». Incluso en un estudio en el que pasaron test a voluntarios que acudían a talleres para mejorar sus habilidades en el arte de ligar, vieron que los poco exitosos identificaron significativamente menos señales de cortejo que un grupo control.
LA MAGIA DEL BESO
Cynthia estaba nerviosa. Sus dos primeras citas con Ron habían estado muy bien, pero después se marchó de viaje tres semanas y temía que el conato de relación se hubiera enfriado. En Nueva York todo ocurre muy deprisa.
Ron apareció sonriente pero le dio un beso en la mejilla. «Mala señal», pensó Cynthia. La conversación fluyó a trompicones con temas intrascendentes, incomodidad porque el café era ruidoso y miradas perdidas difíciles de interpretar. En realidad se gustaban muchísimo, pero ambos dudaban de los sentimientos del otro y disimulaban como podían su inseguridad.
Salieron del café y empezaron a pasear por Central Park. Allí se mostraron un poco más relajados, el perro más feo que haya creado la naturaleza les arrancó unas risas, y por fin establecieron un contacto visual directo y transparente. Ron se situó frente a Cynthia, acercó su cuerpo, ladeó la cabeza hacia la derecha como hicieron el 70 por ciento de parejas que investigadores ingleses habían estado observando durante meses besarse en lugares públicos, y besó los inconscientemente hinchados labios de Cynthia. Empezó suave, pero no se despegaron hasta pasados un número indeterminado e indeterminable de minutos. El nivel de cortisol de Cynthia bajó tanto que redujo el estrés hasta el punto de flaquearle las piernas. Quizá también se hubiera relajado con un sugestivo abrazo, pero neurocientíficos del Lafayette College confirmaron que los besos de amor tienen más impacto fisiológico en el organismo que las caricias.
Los investigadores pidieron a quince parejas que alternativamente se besaran y se cogieran cariñosamente de la mano, midiendo los niveles hormonales antes y después de cada acción. Claramente, los niveles de la hormona del estrés —el cortisol— disminuían mucho más tras el beso, y en el caso de los hombres subía la del apego u oxitocina. Pero la magia química del beso no se limita a esta sensación de bienestar. Las placenteras endorfinas segregadas por el hipotálamo y la glándula pineal se disparan, y la excitante adrenalina va subiendo poco a poco, aumentando la presión sanguínea, dilatando las pupilas, acelerando el ritmo cardíaco y la respiración, incrementando el volumen de oxígeno en sangre y haciéndonos sentir con mucha más energía. La saliva de los hombres contiene testosterona, y también hay evidencias de que un beso largo y apasionado podría incrementar el deseo en mujeres, pero el factor clave es la segregación de dopamina. La subida de esta hormona implicada en la sensación de placer, motivación y búsqueda de novedad, genera ansiedad y deseo de besos cada vez más frecuentes. De hecho, los repetidos besos de Ron (según un peculiar estudio titulado «Diferencias en comportamientos poscoitales entre sexos», el hombre suele ser el que inicia las acciones del beso antes del acto sexual y la mujer después) hacen que Cynthia vaya pasando de un estado de romanticismo a una motivación dopaminérgica de excitación sexual.
Hay dudas sobre si las feromonas desempeñan un papel relevante en el comportamiento humano, pero sí está claro que los movimientos de la boca agudizan el sentido del olfato y aumentan la capacidad de percibir olores y sustancias químicas.1 De hecho, éste podría ser el origen evolutivo del beso: identificar al buen candidato por medio de la intensificación de la función olfatoria.
En realidad el beso es algo extraño en la naturaleza. Muchas especies se lamen u olfatean, pero sólo nosotros y los bonobos practicamos el beso con fines amorosos. Para algunos antropólogos, los besos son simplemente una costumbre cultural y relativamente moderna; para otros, algo derivado de compartir comida entre madres e hijos directamente desde la boca como hacen algunos animales y ciertas tribus ancestrales. Pero el hecho de que nuestros labios estén orientados hacia fuera, sean más gruesos proporcionalmente que en el resto de animales, tengan una de las mayores concentraciones de terminaciones nerviosas del cuerpo, su representación ocupe tantísimo espacio en la corteza sensorial del cerebro y que instintivamente consideremos a los carnosos como más atractivos, sugiere que el beso sí habría tenido un papel evolutivo.
Algunas hipótesis sugieren que nos gustan por su parecido con los genitales o como reminiscencia de la lactancia materna. Pero de momento la hipótesis más plausible es que besarse es un comportamiento evolucionado a partir de la olfacción; una manera más sofisticada de saber que todo está correcto y que ése es un buen candidato con el cual procrear. El beso no sería tanto para generar excitación como para eliminar candidatos malos, enfermos o demasiado parecidos genéticamente a nosotros. Por eso hay besos y personas con las que —sin saber conscientemente por qué— no hay química a pesar de las buenas expectativas que teníamos. El beso es realmente un momento crítico en el inicio de una historia amorosa.
Otras investigaciones sugieren que por medio del olor durante el beso podríamos detectar a parejas potencialmente más afines genéticamente a nosotros. El complejo mayor de histocompatibilidad (MHC) es una familia de genes implicados en el sistema inmunológico, y varios estudios han demostrado que las mujeres prefieren instintivamente los besos de aquellos cuyo complejo de histocompatibilidad sea más diferente, porque así su descendencia tendrá un sistema inmunológico más diverso y fuerte. Los primeros estudios que analizaron esta rocambolesca hipótesis fueron los famosos de Claus Wedekind, que pidió a un grupo de voluntarias que olieran el sudor en camisetas de diferentes hombres y observó que sus preferencias coincidían con la mayor diversidad en el complejo MHC. El mecanismo propuesto es que las distintas combinaciones en MHC se relacionarían con sutiles matices de olor corporal que serían reconocidos por las hembras. Es un tema controvertido porque algunas investigaciones posteriores no han replicado los resultados, mientras otras sólo lo han hecho en casos muy específicos. No creo que fuera aprobado por los comités de ética, pero quizá el experimento definitivo sería que algunas chicas besaran a ciegas a diferentes voluntarios, colar a sus hermanos sin que ellas lo supieran y ver si su complejo de histocompatibilidad es tan listo como para revelar con quién deben o no aparearse genéticamente.
Química aparte, lo que sí resulta evidente es que el beso actúa como un primer filtro fundamental para desencadenar o inhibir el encuentro sexual posterior. Y por lo menos en el caso de Cynthia, eso no dependía tanto del tamaño de la espalda de Ron ni de su marca de pantalones. Era algo mucho más mágico y visceral.
SEXO SIN COMPROMISO Y LA «HOOKUP CULTURE»
En 1978 los psicólogos Russell Clark y Elain Hatfield realizaron un peculiar experimento en la Universidad de Florida. Con el objetivo de analizar las diferencias en predisposición al sexo casual entre hombres y mujeres, pidieron a un estudiante de atractivo medio que paseara por el campus de la universidad, se aproximara amablemente a las chicas y les dijera siempre la misma frase: «Te he visto por el campus y te encuentro muy atractiva», y a continuación les preguntara a unas ¿saldrías esta noche conmigo?; a algunas ¿vendrías esta noche a mi apartamento?, y a otras ¿te irías esta noche a la cama conmigo? Aproximadamente la mitad de las chicas a las que les pidió salir aceptaron, pero ni una sola dijo que sí a la propuesta de irse a la cama esa misma noche. En cambio, cuando los investigadores repitieron el mismo experimento siendo una chica la que se aproximaba a desconocidos en el campus diciéndoles «te he visto por el campus y te encuentro muy atractivo. ¿Te irías esta noche a la cama conmigo?», el 75 por ciento de los chicos respondieron que sí se irían con ella a la cama, e incluso algunos insinuaban que no era necesario esperar hasta la noche. El experimento «I find you very attractive» se ha replicado varias veces con similares resultados, y es citado reiteradamente para justificar que las mujeres tienen muchísima menor predisposición que los hombres al sexo casual con desconocidos.
A mí, sin embargo, el experimento no me terminaba de cuadrar. Mi intuición me decía que mucho había cambiado todo en tres décadas y que el ambiente de los campus universitarios nada tenía que ver con el de los bares nocturnos de Nueva York. Así que convencí a una buena amiga, nos armamos de valor, y decidí realizar mi propia versión del experimento «I find you very attractive». Una macrofiesta en Brooklyn ofreció el escenario ideal. El ambiente era desenfadado, había buena música, alcohol en abundancia, y hacia la una de la madrugada, cuando la fiesta estaba en su momento más álgido, mi amiga y yo, cada uno por nuestro lado, pasamos una hora acercándonos a desconocidos sin pareja presente, sonriéndoles y diciéndoles en tono amigable: «Te he estado observando y me pareces muy atractiva. (pausa de duración variable). ¿Te irías a la cama conmigo esta noche?». Debo reconocer que perdí un poco la cuenta, que hubo gran cantidad de respuestas ambiguas, que sólo me dirigí a las que parecían receptivas y siempre después de un primer contacto visual, que el rigor metodológico del pseudoestudio fue nulo en absoluto, y que dar porcentajes numéricos sería pretencioso y de insensatez científica. Pero la sensación fue clara: mi amiga dijo que aproximadamente tres de cada cuatro chicos le respondieron un «sí» directo, aunque sospechaba que algunos de ellos se hubieran echado atrás a la hora de la verdad. Yo por mi parte coseché una significativa colección de miradas perplejas y «noes» rotundos, pero también bastantes «quizá» que a pesar de lo ambiguo denotaban una sorprendente muy buena predisposición y contradecían la negatividad absoluta del estudio de Clark y Hatfield. De nuevo, el estudio falla por todos los costados y no pretende de ninguna manera invalidar los datos académicos previos en campus universitarios, pero sí refuerza la idea de que la predisposición de las mujeres al sexo casual o hookup ha cambiado bastante en los últimos años.
El anglicismo hookup se refiere al clásico rollo de una noche no premeditado que se produce sin que ninguna de las partes tenga la mínima intención de empezar relación sentimental alguna. Puede terminar en coito o no pasar de magreos subidos de tono, pero por lo general se concibe como un encuentro relativamente espontáneo cuyo único objetivo es el divertimento sexual transitorio, y cuya estampa más característica sería la imagen de despertarse en una cama ajena con alguien al lado de cuyo nombre no queremos acordarnos, si es que lo hacemos.
Desde luego no es un fenómeno nuevo, pero el investigador Justin Garcia, del Instituto Kinsey asegura que la normalización del sexo casual entre jóvenes es uno de los cambios recientes más notorios del comportamiento sexual en las sociedades occidentales. Y tiene datos para defenderlo. Justin lleva varios años estudiando el fenómeno del hookup entre jóvenes de edad universitaria, y justo unas semanas después de nuestro interesantísimo encuentro en el Instituto Kinsey publicó el artículo científico «Sexual Hookup Culture: a Review», que hasta la fecha es la revisión bibliográfica más extensa de todos los estudios y trabajos sociológicos sobre la prevalencia, características y efectos del sexo casual durante la adolescencia y juventud.
El sexo sin compromiso nos puede enamorar
Hay cuatro mensajes muy claros derivados del trabajo de Justin: los hookups o sexo casual con semidesconocidos están aumentando entre los jóvenes estadounidenses. Las actitudes de chicos y chicas son cada vez más parecidas; en realidad no es sólo sexo lo que se busca, y por lo general los encuentros se experimentan como algo positivo pero a menudo conllevan riesgos y malestar psicológico que deben ser contemplados.
Los estadounidenses le ponen nombres y divertidos acrónimos a todo, y quizá antes de avanzar podríamos comentar algunos términos que poco a poco se están incorporando en la cultura popular. El hookup sería equivalente a tener un one night stand, o sexo por una noche o sexo con un desconocido. Es fortuito, no suele estar planeado, y por lo menos para las definiciones académicas no se refiere a infidelidades ni a encuentros en el contexto de salir con alguien. Muchas veces en el lenguaje coloquial se suele utilizar el término NSA o No strings attached (sin ataduras) para especificar desde el principio que se están buscando relaciones o sexo sin compromiso. Si luego resulta que la química sexual entre ambos es satisfactoria y se acuerda ir repitiendo esporádicamente, pero sin relación siquiera de amistad, se suele decir que se tiene un fuck buddy (un colega para sexo) con el que a veces llega al booty calls (o llamar sin tapujos en el momento que apetece). Cuando hay amigos que acuerdan tener sexo casual lo definen como FWB, o friends with benefits, que equivale a «amigos con derecho a roce» pero mucho más instaurado y delimitado. En la revisión de Justin Garcia se establece que alrededor del 60 por ciento de estudiantes universitarios han tenido alguna relación FWB en su vida, que de ellos el 36 por ciento continuaron siendo amigos con su último FWB tras dejar de tener sexo, y que el 29 por ciento finalizaron tanto sexo como amistad (el resto todavía mantenían los encuentros o habían empezado una relación romántica). Hay muchos más términos relacionados con el sexo casual, pero quizá uno de los más graciosos es el walk of shame o «paseo de la vergüenza», que tiene lugar cuando un domingo cualquiera, a media mañana, alguien camina por la calle vestido o vestida con ropa de noche, revelando que no durmió en su casa. El nombre es pernicioso, porque algunos o algunas lo viven más como un walk of proud (orgullo) que de shame.
Regresando a los principales objetivos del trabajo de Justin Garcia, el primero era determinar si los hookup están realmente aumentando y normalizándose entre los jóvenes. Una primera consideración es que las fronteras del sexo casual ya se habían ensanchado con la llegada de la píldora anticonceptiva en los años cincuenta, la casi erradicación de la sífilis gracias a la penicilina, el acceso fácil a los preservativos, y a consecuencia de todo ello la revolución sexual de los sesenta, que liberó de miedos y tapujos a toda una generación. Luego la irrupción del sida en los años ochenta disminuyó la predisposición al sexo con desconocidos y fomentó actitudes más cautelosas, pero Justin apunta a dos fenómenos que parecen estar generando una nueva revolución sexual entre los jóvenes. Primero, que el tiempo entre la pubertad y la edad en que hombres y mujeres dicen sentirse preparados para establecer un compromiso sentimental de largo plazo se ha dilatado sobremanera. Por muchos motivos, incluidos los socioeconómicos, ahora hay muchos más chicos y chicas que prefieren esperar a buscar a la persona ideal con quien construir una relación de pareja estable, sin renunciar por ello a disfrutar del sexo en sus años de mayor energía.
Aunque este retraso en la edad de paternidad y en el matrimonio o compromiso equivalente contribuye al aumento de la hookup culture, para Justin Garcia el factor realmente decisivo es la mayor aceptación social del sexo casual en los medios y la cultura popular. Cuando se dice que la sociedad estadounidense es muy puritana porque no permite el mínimo desnudo en televisión, no es del todo cierto. «Contradictoria» sería un adjetivo más acertado. Si nos fijamos con atención, en algunas de sus series o reality shows pocas veces veremos un pecho, pero sí una total aceptación del sexo casual sin compromiso como algo normal, positivo y deseable, y esto sí es un cambio significativo respecto a décadas anteriores.
Los mensajes que llegan a los chicos jóvenes continúan siendo bastante convencionales, pero ahora a las chicas se les sugiere que pueden actuar libremente sin las restricciones machistas de antaño, y que el sexo casual es una opción totalmente válida de la que no tienen por qué avergonzarse. Sin entrar a valorar moralmente la cuestión, Justin Garcia observa que estos mensajes mediáticos generan cierta confusión cuando se solapan con otros más conservadores, pero que en general han provocado que el sexo casual se conciba hoy como algo absolutamente normal entre la mayoría de los jóvenes.
Un curioso estudio publicado en septiembre de 2012, y no incluido en la revisión de Justin, seleccionó a ciento sesenta estudiantes universitarias y expuso a la mitad de ellas a textos explícitos sobre relaciones sexuales extraídos de la revista para mujeres Cosmopolitan, mientras que la otra mitad leyó textos de temáticas diferentes. Tras un tiempo, fueron sometidas a un test sobre actitudes frente a la sexualidad, y las que estuvieron expuestas a los contenidos de Cosmopolitan se mostraron más predispuestas a defender que las mujeres debían buscar satisfacción sexual por su propio deseo y veían menos riesgos en los encuentros sexuales esporádicos. Los autores concluyen que «las complejas y en ocasiones conflictivas representaciones de la sexualidad femenina en los medios masivos y en la cultura popular pueden tener tanto efectos positivos como problemáticos en el desarrollo de la sexualidad en mujeres». Junto a estos efectos, el punto clave del trabajo de Justin es que los mensajes positivos sobre sexo casual ahora están mucho más presentes en los medios masivos que hace un par de décadas.
Las cifras absolutas pecan de genéricas y pierden los matices culturales, pero los datos más recientes establecen que entre el 70 y el 80 por ciento de estudiantes universitarios han tenido alguna experiencia de sexo casual en su vida. Según un estudio, el 67 por ciento de hookups se producen en fiestas universitarias y sólo el 10 por ciento en bares. El spring break (semana libre entre semestres durante la primavera) parece un momento del año diseñado para desfogarse sexualmente. Otro estudio indicó que el preservativo se utilizó en menos de la mitad de hookups con coitos y sexo oral, y que el 64 por ciento de chicas que tuvieron sexo casual lo hicieron después de haber consumido alcohol.
En realidad el auge de la hookup culture en Estados Unidos refleja bien la superficialidad, individualismo, consumismo y soledad imperantes en esa sociedad. Quizá por ello otra de las conclusiones más interesantes del estudio de Justin es que con el sexo casual se busca algo más que sexo. En un estudio con seiscientos ochenta y un adultos en edad universitaria, el 63 por ciento de los chicos y el 83 por ciento de las chicas declararon que en ese momento de su vida preferían una relación romántica tradicional a una sexual sin compromiso. En otro estudio, el 65 por ciento de las mujeres y el 45 por ciento de los hombres reconocían que tras su último hookup estaban esperando que ese encuentro llevara a una relación con compromiso (incluso el 51 por ciento de las chicas y el 42 por ciento de los chicos discutieron esa posibilidad tras el hookup). De hecho, en una investigación publicada en 2008, el propio Justin Garcia observó que cuando preguntaba por la motivación para tener hookups, el 89 por ciento de los chicos y las chicas respondían gratificación física, pero también el 54 por ciento contestaban que emocional y el 51 por ciento el deseo de iniciar una relación romántica. Según Justin Garcia, lo más curioso fue que no encontró diferencias significativas entre géneros, y eso se sumaba a muchos más datos de encuestas que indicaban que las actitudes frente al sexo casual de hombres y mujeres son más cercanas de lo que pensábamos: cada vez hay más mujeres que buscan sin reparos satisfacción sexual sin compromiso, mientras que más hombres reconocen desear un componente emocional unido al sexo casual.
Reconociendo aun la tremenda diversidad entre individuos y culturas, en realidad los datos son consistentes con la conclusión que extraíamos en el capítulo anterior: tanto hombres como mujeres deseamos a la vez romanticismo y diversidad sexual. Hay poca información recopilada sobre sexo homosexual, pero Justin indica que si bien los hookups en la comunidad gay masculina son mucho más frecuentes, también se observa claramente un alto deseo de compromiso y satisfacción emocional que refleja perfectamente la coexistencia de intereses románticos y promiscuos.
Justin es antropólogo y biólogo evolutivo, y defiende que nuestros instintos sexuales están fuertemente condicionados por la selección natural, pero en su artículo reconoce que la lógica evolutiva se queda corta para explicar la diversidad y complejidad del comportamiento sexual de los jóvenes en sociedades occidentalizadas. Según él, la tendencia creciente a que hombres y mujeres se parezcan cada vez más es debida a fuerzas culturales, y la ahora ya clarísima distinción entre sexo y reproducción hace que las presiones de orden sociocultural pesen mucho más que las genéticas a la hora de conformar el tipo de relaciones sexuales que tendremos en el futuro.
Sobre el apartado de los riesgos, las consecuencias negativas de los hookups incluyen arrepentimiento y malestar emocional, casos de abuso sexual, infecciones y embarazos no deseados. Aunque resulte inconcebible, varios estudios han demostrado que el conocimiento sobre enfermedades de transmisión sexual continúa siendo bajísimo incluso entre jóvenes, y que el uso del preservativo es todavía alarmantemente bajo. En un estudio con 1.468 estudiantes universitarios, sólo el 46 por ciento decía haber utilizado preservativo en su última relación de sexo casual. Un factor importante para entender estos datos es la prevalencia del alcohol asociado a los hookups, que especialmente en Estados Unidos es tremendamente alta. Por consecuencia, un estudio publicado en 2005 estableció que el 72 por ciento de jóvenes en edad universitaria reconocían haberse arrepentido de un hookup al menos en una ocasión. En otro estudio específico con chicas, el 74 por ciento declararon haberse arrepentido como mínimo una vez, el 23 por ciento nunca y el 3 por ciento en muchas.
En general los efectos del hookup parecen ser más positivos que negativos, pues aumenta el bienestar y la satisfacción, pero las emociones son confusas. Otro estudio de Justin Garcia determinó que la mañana después de un hookup, el 82 por ciento de los hombres y el 57 por ciento de las mujeres se sentían plenamente satisfechos de su aventura sexual, pero otro publicado por Owen en 2010 con ochocientos treinta y dos estudiantes concluyó que el 49 por ciento de las chicas y el 26 por ciento de los chicos reportaban una reacción emocional negativa respecto a su último hookup, mientras que la del 26 por ciento de las chicas y el 50 por ciento de los chicos era positiva. El mismo autor quiso explorar los motivos de esas diferencias; para ello siguió a trescientos noventa y cuatro jóvenes durante un semestre y observó un dato curioso: en las personas con más síntomas depresivos y sentimientos de soledad, el sexo casual mejoraba su estado anímico, pero a aquellos con una vida social más rica y menos niveles de depresión, el hookup les hacía empeorar. Este resultado no termina de concordar con otros estudios que relacionan menor autoestima con mayor cantidad de hookups y que asocian una actitud positiva hacia el sexo casual con efectos más beneficiosos.
Contemplando todos los datos y estudios de la revisión de Justin, resulta obvio que la diversidad individual es enorme y las generalizaciones sólo sirven para observar tendencias, pero sí parece claro que los hookups se están volviendo más normativos y socialmente aceptados, que en general son satisfactorios aunque a menudo conllevan arrepentimiento, y que tanto hombres como mujeres en realidad están buscando romanticismo y un vínculo emocional además de sexo. Justin Garcia me dijo que literalmente uno de cada tres o cuatro hookups desemboca en algo más serio aunque no esté previsto, que «la cultura del dating y el hookup es dramáticamente diferente entre los jóvenes de hoy», y que será interesante observar si esto es transitorio durante la juventud o afecta de alguna manera a los modelos de pareja una vez alcanzada la madurez.
Los cambios culturales son lentos, pero parece claro que con la creciente aceptación social y mediática de la permisividad sexual en las sociedades occidentales estamos avanzando hacia una mayor normalización de la separación entre placer sexual y amor. Posiblemente la combinación de sexo y amor con confianza y entrega siempre otorgará la plenitud más mágica de una relación humana, pero cada uno es libre —o debería serlo— de decidir individualmente y con su pareja cómo equilibrar y expresar las emociones románticas y sexuales.
Informar es mucho mejor que restringir, y con los métodos de protección actuales y nuestro crecimiento cultural debemos promover una educación que fomente el desarrollo sano de la sexualidad a partir del conocimiento de toda su diversidad, riesgos y riqueza.
Para los primeros capítulos de este libro me documenté entrevistando a investigadores y revisando estudios científicos como fuente inicial, buscando después relacionar su conocimiento con la vida cotidiana. En los capítulos a continuación he seguido una estrategia distinta: fui a conocer diferentes espectros del comportamiento sexual humano y luego exploré la ciencia que podía estar relacionada con ellos. Debo reconocer que en muchos aspectos he aprendido más de los testimonios individuales, experiencias vividas y conversaciones con expertos de diferentes expresiones sexuales que visitando académicos y laboratorios. Pero continúa pareciéndome maravilloso que la ciencia permita explicarme qué ocurre en mi organismo cuando, por ejemplo, durante un taller de sexo tántrico intenté tener un orgasmo sólo con el poder de mi mente.