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NERVAL EN ESTAMBUL: PASEOS POR BEYOĞLU

 

 

Los detalles de algunas pinturas de Melling me producen escalofríos. El pintor vio y reprodujo las mismas colinas de Estambul en las que se levantarían las calles, los caminos, las casas y los barrios en los que yo pasaría toda mi infancia, toda mi vida, antes de que nadie se instalara allí y de que se construyera un solo edificio. Ver en los rincones de los paisajes de Melling, lupa en mano, esos lugares que luego se llamarían Yıldız, Maçka o Teşvikiye como colinas vacías cubiertas de huertos, álamos y plátanos me produce un dolor parecido al que sentirían los estambulíes de aquel tiempo si los vieran ahora, la misma sensación que noto al mirar los sitios donde ha habido un incendio, los jardines de las mansiones quemadas, los muros y los acueductos hundidos y las ruinas. Que uno vea que los lugares que ha asumido desde su infancia como el centro de su vida y de su mundo, y que, por lo tanto, son el punto de inicio de todo su saber, en realidad no existían poco antes (cien años antes de mi nacimiento), como quien contempla el mundo que ha dejado atrás después de morir, es tan curioso y sorprendente como para resultar insoportable. Es el escalofrío que sufren ante el tiempo que pasa las experiencias vitales, las relaciones personales y los objetos pacientemente acumulados.

 

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Atoine Ignace Melling

 

También siento ese escalofrío en un lugar del capítulo dedicado a Estambul del libro de Gérard de Nerval Viaje al Oriente. En cierto momento, el poeta francés, que vino a Estambul en 1843, medio siglo después de que Melling hiciera sus pinturas, nos describe su paseo —tal y como yo haría ciento quince años más tarde de la mano de mi madre— desde el monasterio de los derviches en Gálata, situado en lo que cincuenta años después sería Tünel, hasta lo que hoy llamamos Taksim. La calle principal que ahora llamamos Beyoğlu, y que tras la proclamación de la República tomó el nombre de calle de la Independencia (İstiklâl), está más o menos igual que la Grand Rue de Péra de 1843. Tras dejar atrás el convento, Nerval compara la calle a las de París: ropa de moda, lavanderías, joyerías, relucientes escaparates, confiterías, hoteles ingleses y franceses, cafés, embajadas. Después de que el poeta pase el Hospital Francés (hoy el Centro Cultural Francés), la ciudad se acaba de una manera sorprendente, chocante y, para mí, terrorífica. Porque Nerval describe la ahora llamada plaza de Taksim, la plaza más grande de mi infancia, el centro de mi mundo, alrededor del cual he vivido desde que era niño, como un lugar vacío por el que deambulan coches de caballos y vendedores de albóndigas, sandías y pescado. Habla del aspecto de la planicie y de los cementerios que la rodean por los lados y las esquinas y que desaparecerían en el plazo de un siglo integrándose a la ciudad. Pero la frase de Nerval que nunca se me va de la cabeza es, precisamente, sobre esa planicie en la que yo después pasaría mi vida entera y que a mí siempre me ha parecido «cubierta de edificios muy viejos»: «¡Un prado enorme, infinito, sombreado por pinos y nogales!».

 

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Kimligi Belirsiz

 

Nerval tenía treinta y cinco años cuando vino a Estambul. Dos años antes había pasado la primera de las crisis de melancolía que le llevarían a ahorcarse en París doce años más tarde, y durante un tiempo había estado ingresado en un manicomio. La actriz Jenny Colon, a la que quiso con un amor no correspondido que condicionaría su vida entera, había muerto seis meses antes. Nerval inició su Viaje al Oriente, que le llevaría a El Cairo y Alejandría en Egipto, a Siria, Chipre, Rodas, Esmirna y Estambul, cargado con ese dolor y, por supuesto, influido por los sueños románticos del Oriente que comenzaron a ser una tradición literaria francesa con Chateaubriand, Lamartine y Hugo. Teniendo en cuenta que él, como los autores que le habían precedido, se puso en marcha con la intención de escribir algo sobre Oriente y que en la literatura francesa se le considera el autor melancólico por antonomasia, uno concluye que lo que el poeta vio en Estambul debió de ser muy especial y valioso.

Pero Nerval no le presta atención a su propia melancolía en el Estambul de 1843, sino a cosas que pueden hacerle olvidarla. De hecho, había iniciado su viaje al Oriente para dejar atrás su dolor espiritual o, al menos, para ocultárselo a sí mismo y a su entorno. En una carta que le escribió a su padre le asegura que demostraría a la gente que el episodio de locura-manicomio de dos años antes de su viaje era «el resultado de un accidente» que no tendría secuelas, y añade esperanzado que se encuentra muy bien de salud. Podemos pensar también que aquel Estambul que aún no había sufrido los golpes de la derrota, de la pobreza y de la debilidad ante Occidente, no le ofreció al poeta suficientes imágenes que alimentaran su amargura. No olvidemos que la amargura es un sentimiento que han sentido habitantes de la ciudad después de la derrota. En su libro, Nerval escribe que también en Oriente se ve aquí y allá lo que, en palabras de su famoso poema, llamaría «el negro sol de la melancolía», pero como ejemplo señala las riberas del Nilo. En cambio, en el Estambul de 1843 se comporta como un reportero apresurado que busca material sobre el que escribir en los lugares más ricos, más atractivos y más exóticos de la ciudad.

 

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Cengiz Kahraman Collection— Depo Photos

 

Por eso vino a ella en Ramadán. Desde su punto de vista, eso debía de ser como ir a Venecia en carnaval. (Escribe que el Ramadán es una época de «ayuno» pero también de «carnaval».) En las noches de Ramadán, Nerval contempla el teatro de sombras y el paisaje de la ciudad iluminado por farolillos y acude a los cafés a escuchar a los narradores de cuentos. Todas aquellas cosas que observó, sobre las que luego escribirían muchos otros viajeros occidentales y que cien años después, como resultado de la tecnología moderna, de la occidentalización y del empobrecimiento, serían olvidadas por los propios habitantes de la ciudad de tal manera que solo entonces les llegaría el turno a los escritores estambulíes de tratarlas como tema de muchos libros y artículos de memorias más o menos titulados «Las viejas noches de Ramadán y sus diversiones». Detrás de toda la literatura que leí en mi infancia, nostálgico y fascinado por el pasado y que me preparó para aquel día en que ayuné, está la imagen de un «Estambul turístico» desarrollada por Nerval y muchos otros observadores occidentales que la crearon influyéndose unos a otros y haciéndola más dulce y exótica de lo que era en realidad. A pesar de que se burla de los escritores ingleses que llegaban a Estambul, que en tres días se recorrían todos aquellos lugares «turísticos» y rápidamente escribían un artículo o un libro, Nerval, como ellos, fue al convento de los derviches a ver una ceremonia, esperó la salida de palacio del sultán y le vio de lejos (él asegura que sus miradas se cruzaron y que Abdülmecit le vio) y, después de dar largos paseos por los cementerios, manifiesta su opinión sobre la ropa y los usos y costumbres de los turcos.

 

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National Geographic Archive

 

En su escalofriante e incomparable libro autobiográfico Aurelia o la vida y el sueño, cuyas páginas llevaba en el bolsillo en el momento en que se ahorcó, que tan admirado fue por surrealistas como André Breton, Paul Éluard o Antonin Artaud y que él mismo comparaba a La vida nueva de Dante, Nerval cuenta que, después de que le rechazara la mujer que amaba, para él no quedaron en la vida sino «distracciones vulgares», y confiesa con honestidad que se había dedicado a buscar entretenimientos insustanciales viajando por el mundo y viendo las ropas y las extrañas costumbres de naciones lejanas. Como el propio autor era consciente de lo superficiales, lo fáciles y lo mediocres que eran sus observaciones de periodista sobre los usos, los paisajes, las mujeres orientales o las noches de Ramadán, añadió a su libro Viaje al Oriente —como los escritores que se ven necesitados de incluir algún nuevo y simple relato en su narración cuando esta va perdiendo fuerza— largas historias, la mayoría de las cuales se las había inventado él mismo. (En el largo artículo que escribió sobre las estaciones del año en el libro titulado Estambul, que preparó con Yahya Kemal y A. Ş. Hisar, Tanpınar escribe que sintió curiosidad por saber si aquellas narraciones eran inventadas o auténticas historias tradicionales otomanas y que investigó la cuestión.) Entre estas historias, muy adecuadas al mundo onírico de Nerval, a su profundidad y a su intensidad pero sin demasiada relación con Estambul, sus observaciones de la ciudad cumplen una función de historia marco al estilo de la de Sherezade. De hecho, Nerval, que cuando nota que los cuadros que dibuja no tienen la fuerza suficiente repite cada dos por tres «como en Las mil y una noches» para cazar al lector, termina su paseo por Estambul diciendo «otros han hablado tanto de sus palacios, sus mezquitas y sus baños que yo no quiero hacerlo», y añade algo que se convertiría un siglo más tarde en un recurso muy socorrido para escritores de Estambul como Yahya Kemal y Tanpınar y en un auténtico tópico en boca de los viajeros occidentales: «La miseria y la suciedad de algunos barrios de Estambul, que en su fachada exterior ofrece los paisajes más bellos del mundo», hacen que la ciudad se parezca al decorado de un teatro que hay que contemplar desde la sala sin «pasar entre bastidores». Yahya Kemal y Tanpınar, que crearían con sus escritos y poemas una imagen de Estambul que se dirigía a los estambulíes, debieron de intuir leyendo a Nerval que solo podrían hacerlo uniendo la belleza de los paisajes y la miseria de «entre bastidores». Pero para comprender esta imagen que los dos grandes escritores, ambos admiradores de Nerval, descubrieron y desarrollaron, que los autores de la generación siguiente extendieron banalizándola y construida, más que sobre las hermosas vistas de la ciudad, sobre su empobrecimiento y su textura histórica, tendremos que echar un vistazo a los libros de otro escritor que vino a Estambul después de Nerval.

 

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Ara Guler