Capítulo 10

En el pub, Virginia y Óscar se enfrascaron en una conversación en voz baja que dejó fuera a los otros dos. Joana y Guillem estaban sentados muy cerca uno del otro, y aunque no paraban de mirarse, ninguno de los dos sabía qué decir para iniciar una charla que pudiera resultar interesante.

«Joder, Joana —se recriminó a sí misma—, la timidez nunca ha figurado entre tus defectos. ¿Quieres hacer el favor de lanzarte a por él de una vez?»

En esos momentos empezó a sonar una canción lenta a través de los altavoces del pub. Había una pista de baile y, aunque estaba desierta, Joana se dio cuenta de que se le acababa de presentar la oportunidad que había estado esperando. Sin pararse a pensar ni un minuto más, y con el corazón en un puño, dijo:

—¿Quieres…

—Podríamos… —Empezó a hablar Guillem al mismo tiempo que ella, dejando a Joana con su pregunta a medias.

Los dos se pusieron a reír. Ella hizo una señal con la mano para que él acabara primero su frase.

—Me preguntaba si te apetecería bailar —dijo él, sin dejar de mirarla a los ojos.

Joana sonrió y dijo que sí con un gesto de la cabeza.

—Eso mismo quería preguntarte yo.

Guillem la cogió de la mano mientras se ponían en pie.

—¡Vamos! —dijo con un murmullo ronco.

Se situaron en mitad de la pista sin reparar en si nadie se fijaba en ellos o no. Guillem la cogió por la cintura y Joana le pasó los brazos alrededor del cuello. Al principio se encontraban algo incómodos y había una distancia considerable entre ellos, pero la música y el leve balanceo de ambos al bailar hizo que se relajaran y se acercaran cada vez más uno al otro.

La música terminó, pero ellos no pararon de bailar, con las frentes unidas, hundiéndose por momentos en los ojos que tenían enfrente. La siguiente canción empezó y Guillem se puso a cantarla muy bajito con la voz cada vez más enronquecida.

—¿La conoces? —preguntó Joana.

—Sí —contestó él apenas en un susurro.

—¿Qué dice? —preguntó de nuevo, en un intento de desviar la atención de su corazón, que latía cada vez más desbocado.

Él soltó el aire de golpe.

—No sé si sabría traducirla.

—Inténtalo.

—Dice... —Guillem se acercó más a ella y empezó a susurrarle al oído—:

Tú montada en mí...

Yo, montura hostil...

Tú me abrazas con los pies,

y yo lamo el arnés...

Joana, al notar que él acercaba su cuerpo al de ella aún más, se había excitado muchísimo, pero al descifrar el significado de las palabras que Guillem derramaba como miel líquida en su oreja, sintió cómo la sangre se le incendiaba en las venas abrasándolo todo a su paso. Empezó a respirar de forma acelerada y, al notar que a él también le costaba coger aire, supo que la noche iba a ser ardiente.

Enredó los dedos en el pelo de la nuca de Guillem, notó al instante cómo se estremecía e intensificó las caricias que le prodigaba. Los ojos de Guillem se volvieron todavía más penetrantes y Joana notó cómo las manos de él, que hasta ese instante habían estado apoyadas en su cintura, ascendían por los costados de su torso, llegando hasta casi los pechos, y volvían a bajar, dejándola huérfana de la caricia que había anhelado en ese momento. Sin embargo, no se detuvieron en su cintura, siguieron bajando y llegaron hasta justo debajo de sus nalgas, donde se entretuvieron apenas unos segundos para volver a iniciar el camino ascendente.

El cuerpo de Joana temblaba de expectación, quería decir algo, pero solo consiguió emitir un profundo suspiro. Los labios de ambos estaban tan cerca que casi se rozaban ,y Guillem acusó ese suspiro y también tembló levemente. Se alejó unos centímetros de ella y la miró. No hizo falta que ninguno hablara, los ojos de Guillem lo decían todo.

Se separaron un poco, casi nada, lo mínimo para poder caminar. Llegaron hasta la mesa que todavía ocupaban Virginia y Óscar para recoger sus cosas y se despidieron de ellos sin prestar demasiada atención a nada que no fueran las partes de sus cuerpos que se rozaban.

Fuera del pub, Joana llamó al ascensor y se volvió para mirar a aquel hombre que, con tan poco, había conseguido enardecerla tanto. Guillem tenía las pupilas dilatadas y respiraba como si hubiese corrido varios quilómetros; sus ojos no paraban de desplazarse, ávidos, por la cara de Joana, parándose con frecuencia en sus labios. El ascensor se abrió en ese momento y él casi la empujó al interior. Ni siquiera esperó a que se cerraran de nuevo las puertas, la apoyó contra el panel de mandos y se reclinó sobre ella, atrapando sus labios en un beso lleno de ansia, pero suave, hambriento pero delicado.

Joana ni se lo pensó, respondió a ese beso con intensidad, atacando y retrocediendo con la lengua al ritmo que él marcaba. Se agarró a su camisa y le rodeó con una pierna para tirar de él con fuerza hacia sí. Notó el gemido de Guillem en su boca justo antes de que él la cogiera por las nalgas y la izara haciendo que sus pelvis se unieran y que Joana pensara que nunca le había molestado tanto la ropa.

La erección de Guillem presionaba sobre su pubis y tuvo que separarse de sus labios para coger aire. Le puso las manos a ambos lados de la cara y lo miró a los ojos mientras él seguía empujándola contra la pared del ascensor, como si quisiera incrustarla en el panel de madera. Joana entreabrió los labios de nuevo para respirar y él aprovechó la ocasión para besarla, metiéndole la lengua una y otra vez en la boca, devorándola en cada embestida al mismo tiempo que la empujaba con las caderas.

De repente, Joana sintió que el ascensor se ponía en movimiento y volvió a ella algo de su cordura olvidada. Con esfuerzo, bajó la pierna al suelo y soltó los labios de Guillem a regañadientes. Él la miró con asombro por su cambio de actitud, hasta que también fue consciente de que se movían.

—Alguien ha llamado el ascensor. —Consiguió articular ella al fin, a lo que Guillem solo pudo asentir con la cabeza.

Si antes él la había devorado con los labios, ahora lo hacía con la mirada.

—¿Vendrás a mi habitación? —le preguntó, sin soltarla todavía.

Esta vez fue Joana la que solo pudo asentir con la cabeza, sin conseguir que las palabras fueran más allá de su garganta.

El ascensor perdió velocidad y ellos hicieron un esfuerzo inútil por recomponer su aspecto. Guillem la cogió de la mano y, en cuanto la puerta se abrió, salieron al pasillo corriendo, sin saber ni en qué piso se encontraban. La señora que esperaba ante el ascensor los miró con sorpresa, pero en cuanto se dio cuenta de lo que pasaba se dibujó en su cara una sonrisa cómplice que ellos ya no pudieron ver, porque se dirigían veloces hacia la escalera.

Bajaron los tres pisos que los separaban de la planta de Guillem a trompicones, parándose en los rellanos para devorarse las bocas y llegar con las manos donde sus lenguas querían posarse.

Delante de la habitación de Guillem, mientras el intentaba encajar la llave en la cerradura, Joana, que estaba pegada a su espalda, le puso las manos sobre el pecho buscando sus pezones. Al encontrarlos, se los pellizcó, ocasionado en él una sacudida que la dejó a ella anonadada por la intensidad, y a él temblando de anticipación.

En cuanto consiguió abrir, avanzaron apenas unos metros hacia el interior del cuarto, cuando Guillem se volvió y, en el mismo movimiento fluido, atrapó a Joana entre él y la puerta que ella acababa de cerrar. Le metió las manos por debajo de la camisa de seda y sus dedos se dirigieron sin dudarlo a los pechos de la chica, pensaba devolverle la caricia aumentada un millón de veces.

No conseguía entender qué había hecho Joana con él, pero lo tenía expectante y excitado como no lo estaba desde hacía mucho tiempo. Guillem no era de los que salían en busca de sexo casual todos los fines de semana, como hacían algunos de sus amigos, pero esa noche estaba más allá del deseo, no podía pensar en otra cosa que no fuera poseer a Joana de todas las formas posibles desde que habían empezado a tocarse en la pista de baile. Susurrarle la canción de Mecano a la oreja, cuando ella le había pedido que se la tradujera, lo había puesto al límite. O eso creía él, hasta que entraron en el ascensor. Joana lo había hecho temblar de pies a cabeza y tenía la impresión de que eso se repetiría una y otra vez.

Empezó a tocar sus pezones erectos por encima del sujetador mientras le buscaba la boca con voracidad, oyó el gemido de Joana al mismo tiempo que lo sintió en la boca e intensificó la fricción mientras le acariciaba los labios con la lengua, con la esperanza de no tener que dejar ni un centímetro de ella sin lamer.

Joana empujó a Guillem con suavidad para alejarlo un poco de ella, antes de que él pudiera darse cuenta de lo que pasaba, estiró con fuerza de su camisa sacándosela de los pantalones, cogió cada faldón con una mano y tiró hacia los lados haciendo que saltaran varios de los botones. Guillem la ayudó con el resto y su pecho quedó descubierto, una leve capa de vello negro cubría sus músculos. Joana se relamió interiormente mientras lo observaba, Guillem era delgado, aunque fibroso, y ella, sin dudarlo, apoyo las manos en sus pectorales y las movió hacia la cinturilla del pantalón. Con habilidad, desabrochó los botones del vaquero y, sin abrirlo más que un poquito, paseó la palma de la mano sobre su erección. El pene de Guillem palpitó contra ella y eso la hizo sentirse poderosa y atrevida. Se arrodilló ante él, logrando que Guillem se estremeciera, un sonido ronco salió de la garganta del chico mientras que una sonrisa pícara acudió a los labios de Joana. Sacó la lengua y la paseó sobre la tela del slip, al mismo tiempo, colocó las manos de nuevo en su cintura; le bajó los pantalones y los calzoncillos de una vez, tirando de ellos con fuerza mientras lo miraba fijamente a los ojos.

Guillem se sentía más excitado que nunca, estaba desnudo mientras ella seguía completamente vestida. Se sentía expuesto, algo que nunca había experimentado, y la sensación de verse observado por ella lo enardeció tanto que estuvo a punto de eyacular en aquel mismo instante. Tuvo que obligarse a respirar muy despacio para no ponerse en evidencia.

Decidió que ya era hora de pasar a formar parte activa del juego otra vez. Cogió a Joana por los brazos y la levantó al tiempo que la pegaba a él. Volvió a besarla intentando trasmitirle todo el deseo que sentía en esos instantes, le pareció que lo había conseguido cuando notó que ella temblaba de nuevo. Sin perder el tiempo, la desnudó tan deprisa como ella lo había desnudado a él y la empujó hacia la cama. Se tumbó sobre ella y le atrapó los brazos detrás de la cabeza. Sin dejar de besarla, se movió rozando de forma insistente su pene contra su sexo mojado. Joana empezó a gemir y a elevar las caderas invitándolo a entrar sin pensar, excitada como estaba, que necesitaban un profiláctico.

Guillem llevaba a sus espaldas mucho tiempo de abstinencia y estaba seguro de que iba a quedar como un pardillo si no empezaba a calmarse y a imaginar torrentes de agua helada. Eso hizo que bajara el ritmo, lo que le dio tiempo a pensar en que debían protegerse.

—Espera —dijo con la voz entrecortada—. Necesitaremos un preservativo, ¡o varios! No te muevas, voy a por ellos.

A los pocos segundos volvía con una ristra de condones en la mano que provocó que Joana tuviese un ataque de risa.

—¿Te parecen pocos? —preguntó Guillem mientras los miraba con fijeza.

—Creo que, si los usamos todos, mañana no podremos caminar, ni tú ni yo —contestó sin poder dejar de reír.

Guillem los dejó sobre la mesilla de noche y se tumbó al lado de Joana.

—Siento haber estropeado el momento. —Joana lo miraba fijamente e intentaba no reírse—. Es solo que, cuando te he visto salir del baño con «todo eso», me ha entrado algo de pánico. —No pudo evitar que se adueñaran de ella las carcajadas de nuevo.

—Bueno, a lo mejor lo he estropeado yo yendo a buscarlos, pero creo que la protección es importante. Además, nos veo capaces de retomarlo justo en el punto donde estábamos.

Se colocó encima de ella de nuevo y Joana dejó de reírse de inmediato. Guillem adoptó la postura exacta en la que estaban antes de la interrupción y, pegando los labios a los de Joana, dijo:

—Creo que más o menos íbamos por aquí.

Movió las caderas con lentitud para que su pene entrara otra vez en contacto con la sensibilizada zona entre las piernas de Joana. Ella empezó a gemir y a contonearse en respuesta. El chico soltó los labios de Joana con renuencia para mirarla a los ojos.

—¡Oh, Joana, me gustas muchísimo! ¡Quiero estar dentro de ti ya!

—¡Pues no sé a qué estás esperando! —dijo ella elevando apenas la voz.

Guillem separó sus cuerpos lo mínimo para poder colocarse el profiláctico; no bien lo hubo hecho, se introdujo en ella con un movimiento rápido y seco que los hizo gritar y los dejó sin aliento a ambos.

Soltó los brazos a Joana y le cogió la cara entre las manos, sin moverse todavía, disfrutando del dulce calor de su interior. La miró de nuevo como si deseara grabar sus rasgos en su mente.

—Eres preciosa. No puedo dejar de mirarte.

Empezó a moverse en una cadencia lenta y muy excitante que hizo que Joana se pusiera a suspirar de placer, él notaba cómo ella salía a su encuentro con cada embestida y deseaba que ese momento se alargara durante toda la noche.

Joana sentía que estaba a punto de tener un orgasmo como no lo tenía desde hacía tiempo, notaba cómo empezaban a tensarse los músculos de las piernas como preludio de la explosión que sin duda llegaría. Guillem se movía de una forma tan deliciosa que no la dejaba pensar en nada que no fuera él en su interior. Buscó sus labios con avidez y esa vez fue ella quien lo penetró con la lengua; su cuerpo no podía estarse quieto y se elevaba de la cama cada vez que él la penetraba.

«Ahí está —pensó— ya viene».

—Guillem —dijo—, no pares ahora, no me sueltes.

Él renovó la intensidad de la penetración llevándola a la cumbre en pocos instantes, sin dejar de besarla ni un segundo.

En el momento culminante, Joana abrió los ojos como platos y grito desenfrenada, aferrándose a él con brazos y piernas, suplicando para que lo hiciera durar un poco más, porque estaba teniendo uno de los mejores orgasmos de su vida.

Notó cómo Guillem se crispaba, sintió sus espasmos muy dentro de ella, y le oyó susurrar su nombre cerca de su oído, se dio cuenta de que iba a llegar al clímax de nuevo y volvió a aferrarse a Guillem como si quisiera fundirse con él.