Capítulo 15

Guillem y Óscar estaban en el bar del hotel. La mayoría de sus compañeros ya habían abandonado Madrid, el próximo en hacerlo iba a ser Óscar, así que consideraban aquello como la despedida.

—Todo lo bueno se acaba —suspiró, alzando su copa.

—Y que lo digas. Pero a mí me encanta la rutina; estoy contento de volver a casa, ya echo de menos a la niña. Bueno, los echo de menos a todos, pero en especial a ella.

—La quieres mucho, ¿eh?

—Muchísimo. No sé cómo algo tan pequeño puede meterse tan adentro, aquí en el pecho.

—Nunca dejarás de ser el sentimental, nostálgico y enamoradizo que se escondía en su habitación para mirar las fotos de su familia cuando nos conocimos en el colegio mayor.

Guillem se rio.

—Ya sabes lo que dicen. —Guiñó un ojo a su amigo—: Genio y figura hasta la sepultura.

—Pues el otro día no te vi nada sentimental con la chica a la que conociste. Se ve que al final algo se te ha pegado de tanto juntarte conmigo.

La risa de Guillem en esta ocasión fue estentórea, tanto que algunos de los ocupantes de las mesas vecinas se giraron para ver qué pasaba.

—¿Qué iba a hacer? No iba a verla nunca más, y me gustaba demasiado para dejar pasar la ocasión. Aunque ese no sea mi modus operandi habitual, una vez al año…

Esta vez fue Óscar quien se rio con fuerza.

—Hazme caso, Guillem, eso conviene hacerlo más de una vez al año.

Guillem negó con la cabeza, pero la sonrisa que exhibía en la cara desmentía el reproche que quería imprimirle a su gesto. De repente su gesto se hizo mucho más serio y añadió:

—No he podido fijarme en nadie desde que Nuria se marchó. —Dio un trago a su bebida.

—Tampoco es que lo hayas intentado, por lo que sé.

—¿Y eso cómo se hace? Sabes que yo estaba muy enamorado, mucho más que ella de mí —dijo con tristeza—. De todas formas, he estado pensando que es hora de intentarlo de nuevo. Tengo que pasar página. Es una lástima que no haya coincidido con Joana en Mallorca, hubiera sido la candidata ideal para ocupar el vacío que dejó Nuria.

—¿Ves lo que decía? Nunca cambiarás, deberías pensar que has pasado una noche estupenda y nada más; en cambio, tú te comes la cabeza pensando que ojalá te la hubieras encontrado en Mallorca. Y aunque lo de Nuria fue muy fuerte, pienso que tienes razón y que es hora de pasar página.

—Prefiero no pensar en ello, la verdad. ¿A qué hora sale tu avión? —preguntó para cambiar de tema.

—En dos horas. Debería empezar a marcharme ya.

—¿Vendrás este verano a pasar unos días a casa? Ya sabes que mi madre te espera con los brazos abiertos.

—Todavía no lo sé. Dependerá de cómo evolucione la mía. La maldita esclerosis múltiple es muy cabrona, y los últimos brotes han sido muy fuertes. No se termina de recuperar de uno y ya se ve aquejada por otro.

—Cuánto lo siento, Óscar. ¿Sigue sin querer que la visiten? Me gustaría verla.

—No, no te gustaría, te lo aseguro. Y ella lo prefiere: aunque esté prácticamente inválida, tiene la cabeza muy lúcida y detesta que nadie la vea en ese estado. Ya sabes lo presumida que era.

Guillem notó cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. A veces odiaba emocionarse tan fácilmente, pero en esa ocasión no disimuló. Óscar lo conocía bien y sabía cuánto cariño le tenía a su madre, que lo había tratado con cariño cada vez que había estado en su casa en sus años de estudiante.

—Dale un beso muy fuerte de mi parte, y dile que si no voy es por respetar su voluntad, no porque no me muera de ganas de abrazarla y estar a vuestro lado.

—Ya lo sabe, no te preocupes. Tú también da muchos recuerdos a tu familia de mi parte y, si puedo, no dudes de que este verano estaré ahí como un clavo. A ver si consigo ligarme a tu hermana de una vez por todas.

La cara de Guillem se ensombreció, pero solo hasta que se dio cuenta de que su amigo le tomaba el pelo. Óscar era un mujeriego empedernido, no le había conocido una pareja en la vida y para nada querría que un tipo como él se acercara a su hermana, ni en un radio de doscientos quilómetros. Óscar se rio al ver la reacción de Guillem, precisamente la misma que él había buscado, y se puso en pie. Guillem lo imitó y se dieron un abrazo.

—Cuídate, y cuida de tu familia, que es una maravilla. —Óscar parecía emocionado y Guillem lo achacó a la enfermedad de su madre.

—Lo haré, y tú acuérdate de darle recuerdos a tu madre de mi parte.

Óscar asintió y ambos se dirigieron hacia el hall del hotel, donde un botones fue a buscar la maleta de Óscar mientras ellos volvían a despedirse.

Cuando su amigo se hubo marchado, Guillem fue al comedor para cenar. El maître lo condujo hasta la mesa que dos noches atrás habían ocupado Joana y su amiga, «¿cómo se llamaba?», pensó por unos instantes, pero como no se acordaba, se centró en el recuerdo de Joana. No pudo dejar de pensar en ella durante la toda la cena, en lo poco que sabía de esa mujer y en lo mucho que había disfrutado a su lado.

Ya de camino a la habitación, cuando entró en el ascensor, una sonrisa acudió a sus labios y sintió un leve tirón en la entrepierna al recordar su desenfreno en ese mismo sitio solo dos noches atrás.

Abrió la puerta de su cuarto con cara de satisfacción y se dirigió de cabeza al baño; quería darse una ducha antes de meterse en la cama. Dejó la llave sobre la mesita de noche y reparó en la ristra de preservativos que aún estaban sobre ella. Él y Joana habían utilizado unos cuantos, y pensar eso le arrancó otra sonrisa satisfecha.

Él no solía ligar cuando salía de marcha; la facilidad que tenía su amigo Jaume, o incluso el desparpajo de Óscar, le eran ajenos. Siempre había sido más bien tímido, además, no solían gustarle los «aquí te pillo, aquí te mato». Él era más de conocer a las chicas antes de meterse en la cama con ellas, pero lo que había sucedido con Joana había valido mucho la pena, pensó, no por primera vez.

Se quitó la ropa y de nuevo lo asaltaron los recuerdos de la noche pasada con Joana; ella desnudándolo a toda prisa, el roce de la ropa contra su piel, las voluptuosas curvas de la chica. Volvió a excitarse de inmediato. Esta vez el tirón en su pelvis fue mucho más exagerado de lo que había sido en el ascensor; aunque remitió un poco cuando sus pies entraron en contacto con las frías baldosas de la ducha, no pensaba dejar que se viniera abajo con tanta facilidad. Abrió el grifo del agua caliente y dejó que esta se deslizara por su cuerpo, encendiéndolo aún más. Con delicadeza se sujetó el pene con una mano mientras con la otra se apoyaba en las baldosas de la pared. Durante unos minutos se dedicó solo a sentir el agua resbalando por su piel, pero, a medida que las imágenes de aquella noche acudían a su mente, no pudo evitar empezar a mover su mano arriba y abajo por su endurecido miembro. Leves gemidos empezaron a brotar de sus labios mientras incrementaba la intensidad de sus caricias. Fogonazos difusos de la cara de Joana, su risa, su concentración, su éxtasis hicieron que los músculos de sus piernas se pusieran en tensión mientras se acercaba de forma acelerada a su propio clímax. El orgasmo le sobrevino de repente, con una intensidad que le hizo temblar de la cabeza a los pies mientras un grito mudo escapaba de su garganta.

A medida que su respiración se normalizaba, una sonrisa canalla se dibujó en su cara. Se sentía feliz, complacido. Sabía que los recuerdos de esa escapada a Madrid harían que aflorara a sus labios esa misma sonrisa durante mucho tiempo y se sentía pletórico por ello.