Capítulo 27

Querida Mónica:

Ya sé que te prometí que te escribiría hace días, pero es que no he tenido ni un minuto libre durante la última semana.

Desde que hablamos el domingo, después del famoso concierto, han pasado tantas cosas que no sé cuál contarte en primer lugar, así que he decidido relatártelas por orden cronológico. ¡Ahí voy!

El lunes a media mañana llamaron a la consulta para avisarme de que iban a darle el alta a don Cosme por la tarde, así que cuando cerré a la una del mediodía, fui a casa de Guillem para preguntarle si me acompañaba (sí, ya sé que quieres más detalles de nuestra «tórrida historia», como te ha dado por llamarla, pero tendrás que esperar. ¡No sé si quiero contarte esas cosas por carta, o si debería contártelas siquiera!). Accedió, por supuesto, así que después de comer nos marchamos hacia Palma. Don Cosme no nos recibió con los brazos abiertos, como hubiera sido de esperar; nos riñó como si fuésemos dos adolescentes, ¿puedes creerlo? Y nosotros, en lugar de defendernos, bajamos la cabeza como si realmente mereciésemos la reprimenda. Después descubrimos que se había enfadado porque en cuanto le comunicaron que le daban el alta, había decidido que no pensaba comer ni un gramo más de la «bazofia» (palabras textuales) sin sal que le daban en el hospital, y pretendía que parasemos a comer en un restaurante muy famoso que hay cerca del pueblo. Ni te cuento cómo se puso cuando vio que pasábamos de largo y nos íbamos directos hacia Petra…

Guillem se despidió de nosotros en casa del médico, el muy granuja se largó y me dejó sola ante el peligro. Pero me desquité por eso más tarde (y, hum, eso tampoco voy a contártelo. Ua, ja, ja, ja). El pobre anciano llegó fatigadísimo a su casa, y ¿quieres creer que aún pretendía que le devolviera las llaves de la consulta? Esa sí que fue una lucha de titanes digna de verse… No, es broma. La cosa fue más o menos así:

Él: Ya no será necesario que te ocupes de la consulta, a partir de mañana mismo volveré a abrirla yo.

Yo: Don Cosme, usted todavía está convaleciente. En mi opinión debería descansar unos días más antes de…

Él: Mira, niña, antes de que tú nacieras, casi antes de que naciera tu padre, yo ya ejercía la medicina hacía mucho tiempo. Sé muy bien lo que me ha pasado y, aunque tú y tus otros colegas novatos del hospital os empeñéis en decir que debo descansar, yo conozco muy bien mis deberes, y uno de ellos es velar por la salud de mis pacientes.

Yo: Ya lo creo que sí. Lo único que pretendía sugerirle era que descansase usted un tiempo más. Mientras, yo vendré todos los días a pasarle el parte de los pacientes y a consultar con usted lo que nos conviene hacer en cada caso. Sobre todo, en los más complicados.

¿A que tengo la mejor mano izquierda de toda la isla? Estaba segura de que estarías tan orgullosa de mí como demuestra tu alboroto. Puedo verte en mi imaginación dando palmas, ¡así que no lo niegues!

El pobre se quedó satisfecho, y la verdad es que ha sido interesante ir a hablar con él de algunas de las consultas que me han hecho los pacientes. Tiene respuestas para todo y, a veces, solo por las dolencias, sin que le dé el nombre del sujeto en cuestión, ya sabe de quién le estoy hablando. Creía que sus conocimientos estarían obsoletos, pero está bastante al día de la mayoría de los tratamientos, y ya me gustaría a mí contar con dos o tres médicos como él cuando esté al mando de la unidad de urgencias del NYPH.

Como predijo Guillem, en pocos días el pueblo entero supo que habíamos pasado la noche juntos, y todo el mundo dio por sentado que iba a quedarme en Petra. Los primeros días me daba mucha rabia que la gente se tomara la libertad de hablar de mí, y no solo a mis espaldas: muchos de los pacientes que venían a la consulta me daban la enhorabuena, si no me preguntaban directamente cuándo pensábamos casarnos el veterinario y yo… Fue algo demencial, te lo aseguro. Al final, le hice caso a Guillem y dejé de molestarme por lo que la gente decía; a los tres días salió un tema más interesante (algo sobre unos micros en el despacho del alcalde) y la gente dejó de hablar de nosotros tan rápido como había empezado a hacerlo.

A ver, ¿qué más?

¡Uf, esto fue muy fuerte! El payés, el que cuida la finca de mí tía, que está repleta de ovejas, vino a verme. Quería echar cuentas conmigo como solía hacerlo con ella, pero yo no tenía ni idea de lo que me estaba hablando, así que tuve que mandar a llamar al notario para que me echara una mano. Al final lo resolvieron todo entre ellos dos sin que yo tuviera que intervenir, y menos mal. Me había entrado sudor frío solo de pensar que el buen hombre quisiera reclamarme cualquier cosa o que pensara que era hora de que me ocupara yo de las ovejas…

¡Ah, sí! A Silvia le dieron el alta el jueves y, nada más llegar a Petra, vino con Andreu a verme a la consulta. ¡Habían decidido que el niño se llamaría Joan en honor a mí! No sabes cuánto me emocioné. Estuve a punto de echarme a llorar como una boba, de hecho, creo que los ojos se me llenaron de lágrimas, pero aguanté estoicamente. Ya sé que tú hubieras preferido que llorara y demostrara que soy una persona «normal», pero ya conoces mi norma de no mostrar flaqueza ante los que ponen sus vidas en mis manos.

Bueno, creo que por hoy no te cuento nada más. Estoy cansada y tengo ganas de meterme en la cama.

Un beso muy fuerte para ti y otro para Matt y los niños.

JOANA

PD1: Por cierto, Baltasar os envía saludos a todos; quiere deciros que está muy contento de lo bien que he aprendido a cepillarlo y que le encantan las largas conversaciones unidireccionales que mantenemos.

PD2: ¿De verdad creías que no iba a contarte nada sobre Guillem, o estás leyendo esto antes de haber leído el montón de cosas interesantes que te he escrito? En cualquiera de los dos casos: agárrate, que vienen curvas.

Hemos pasado mucho tiempo juntos (normal que la gente del pueblo murmure sobre nosotros) y te juro que nunca había conocido a alguien como él. Podría enamorarme, si no estuviera segura de que en menos de un mes estaré de regreso en Nueva York… De hecho, creo que un trocito de mi corazón se quedará aquí cuando me vaya, no solo por él, aunque sí la mayor parte. Me consta que podré regresar siempre que quiera, aunque no tenga mi propia casa. Sé de algunos sitios en los que seré bien recibida. Te prometo que lo haré; me encanta el pueblo, me encanta su gente y me encanta Guillem. ¡Cómo me pone! ¡Qué hombre tan apasionado, Mónica, qué bien hace todo lo que hace y qué bien sabe dónde tocarme para que vea el cielo! Ahora entiendo a qué te referías cuando conociste a Matt y decías que no solo era la atracción física, sino la compenetración, y el saber qué quería y esperaba el otro, lo que os unía. En parte te envidio. No sé si encontraré a otro como Guillem en Nueva York y tengo claro que él no vendrá tras de mí cuando me marche. Solo espero que no sea tan duro separarnos como ahora mismo intuyo que lo será.

Es que me doy cuenta de que no solo nos une el interés erótico, hay algo más que no sé cómo definir, algo que me inunda el corazón de alegría cada vez que lo tengo cerca, algo que me hace sentir completa, algo que nunca me había sucedido…

Te quiero, te echo de menos, me encantaría que me dijeras qué piensas… Seguro que ya has dejado de leer para llamarme y hacérmelo saber. ¿Hola, hay alguien ahí?

XXXOOO