Joana y Guillem estaban tomando una copa por la tarde en el pub, comiendo pipas, charlando y robándose algún que otro beso en una de las mesas más apartadas, cuando Jaume apareció con su propia copa en las manos para sentarse con ellos.
—¡Hey, pareja! Sabéis que estáis causando furor en el ranking de cotilleos, ¿no? —Arrastraba un poco las palabras.
—Jaume —le dijo con suavidad—, ¿no crees que igual ya has bebido demasiado? ¿Por qué no vienes mañana a mi consulta y hablamos de qué podrías hacer para controlarlo un poco? Te podría hacer una analítica…
—¿Y tú por qué no te metes en tus puñeteros asuntos? —elevó la voz; no había casi nadie en el pub, pero los pocos clientes que se encontraban en el local se volvieron a ver qué pasaba—. Su consulta, dice. Pero si todos sabemos que vas a marcharte en cuanto te llamen de tu querido hospital. Eso si te llaman, claro. A mí no me parece que tengan tantas ganas de que vuelvas; ya hace por lo menos un mes que estás por aquí y de tu famoso trabajo en Nueva York, nada de nada. ¿Por qué te echaron, eh? ¿Por metomentodo?
Guillem no la dejó contestar. Antes de que pudiera abrir la boca se levantó de la mesa y se encaró con Jaume.
—Creo que deberías pensar en cerrar y meterte en la cama. A mí también me parece que por hoy ya has bebido suficiente.
—¡Uy, qué valiente y qué machito se ha puesto! ¿Qué piensas hacerme? ¿Ponerme un ojo morado como hiciste con Pedro? Él ni siquiera se defendió, pero no creas que yo no lo haré.
—¿Quieres cerrar esa bocaza? Todos nos están mirando y quien más tiene que perder eres tú. —Cogió a su amigo del brazo y lo hizo sentarse. Jaume se tambaleó al tenerse que mover de forma tan brusca y después colocó la cara entre las manos. Guillem se dirigió a los ocupantes de las otras mesas—. Chicos, hoy Jaume va a cerrar más temprano. Os invita a esta copa, pero deberías empezar a marcharos.
Joana se sentía invadida por una rabia que prefirió mantener a raya, porque si la dirigía contra cualquiera de los dos hombres se iba a armar gorda, pensó.
—Pues menos mal que sabías cómo tratar a los borrachos…
—¡Claro que sabía!, ¡que sé! Pero tú te has metido y no me has dejado ni intervenir. —Otra pulla cortante estaba a punto de salir de su boca cuando Guillem la interrumpió.
—Lo siento, es que he creído que iba a ponerse violento y no he podido quedarme callado. Me ha asustado que pudiera hacerte daño —le dijo mirándola con una dulzura que la hizo olvidar su enfado de golpe—. No me pareció que estuviera tan borracho cuando hemos entrado hace un rato.
—Y probablemente no lo estaba, pero le ha bastado beber un poco más y ha rebasado su límite.
—Joder, cómo pesas, Jaume. Tienes que ponerte a dieta.
Jaume balbuceó alguna incongruencia y se dejó llevar por Joana y Guillem hasta su habitación. Vivía en un apartamento anexo a la casa de sus padres y tenía cierta independencia.
—Será mejor que entremos en el bar Centro y avisemos a Práxedes de que se encuentra indispuesto. No entiendo que siendo su madre no se dé cuenta de los pedales que se pilla.
—Hace una negación para protegerse a sí misma del dolor. Lo más seguro es que a nivel subconsciente sí se dé cuenta, pero no lo admite para no tener que aceptarlo.
—Vale, decidido, serás tú quien le diga que Jaume está mal. Te creerá porque eres la médica. Me parece que también deberías decirle que le has dado algún calmante y que dormirá toda la noche. Por si se le ocurre ir a verlo.
—Muy bien, ¿tiene algo más que añadir, el señor? —le preguntó elevando una ceja.
—No, creo que eso será suficiente para dejarla tranquila.
—Really?
Guillem la miró con una sonrisa torcida.
—No me digas que te vas a enfadar solo porque he puesto un puñado de palabras en tu boca.
—No me voy a enfadar, pero no voy a mentir a la madre de Jaume, y mucho menos si tengo que meterme en el papel de médico. Y ese discurso que has preparado para mí no es más que una sarta de mentiras.
—Está bien, se lo diré yo. ¿O es que prefieres entrar y decirle a la pobre Práxedes que su hijo tiene un problema con la bebida y que lo hemos tenido que meter en la cama?
—Pues quizás eso sería lo más conveniente…
—Pero no es algo que puedas decidir tú. Tendrás que preguntárselo a él cuando esté sobrio, cosa que no sucederá antes de mañana.
Joana miró a Guillem frunciendo el ceño.
—Está bien, pero si mañana no consigo hablar con él cuando esté despejado, tendré que explicárselo a su madre. De todas maneras, tendrá que enterarse.
—Eso será si él quiere ponerle solución al problema que tiene.
—¿Qué te hace pensar que no querrá?
—Trabaja en un bar, aunque quiera, le va a resultar muy difícil. Ya ha intentado dejarlo otras veces y nunca le ha funcionado.
—¿Sabes si ha seguido algún programa del tipo Alcohólicos anónimos? Funcionan muy bien.
—Bueno, aquí hay algo parecido a eso llamado Proyecto Hombre, pero le van a pedir abstinencia.
—Eso es lo que tiene que hacer, abstinencia. A lo mejor tendrá que cambiar de trabajo…
Guillem la interrumpió, levantó la mano y acunó en ella la mejilla de Joana.
—Te repito que eso no es algo que podamos decidir nosotros. Tienes que darle un tiempo para que se haga a la idea. No es seguro que él esté tan convencido de que beber es malo como lo estamos nosotros; al fin y al cabo, él ha crecido en el ambiente de un bar. Hay cosas que ha normalizado. Pero me encanta que te preocupes tanto por su bienestar y su salud.
Joana colocó su mano sobre la de Guillem y lo miró con dulzura.
—Claro que me preocupo por él; por él, y por el resto de vosotros. Sois mi familia, los primeros amigos de verdad que he tenido, quitando a Mónica, claro; ¿cómo podría no hacerlo?
Guillem le rozó el pómulo con el pulgar y después la besó, muy suavemente al principio, penetrándola con la lengua y acercándola a él todo lo posible, después.
—Entra tú a ver a Práxedes, así yo no tendré que mentir —le dijo separándose un poquito de él—, te invito a cenar para que después podamos terminar este intercambio en un sitio más íntimo.
Él le dio un besito en la nariz y se separó de ella con renuencia.
—Voy tirando para casa, te espero allí.
En cuanto hubo acabado de pronunciar esas palabras sintió como algo le estrujaba el estómago. Quiso creer que era anticipación por lo que sucedería en su casa al cabo de un rato; no se dio cuenta de que estaba atravesando la fase de negación como la madre de Jaume. No quería llevar a su mente consciente el hecho de que se había enamorado como nunca, y que esa sensación de ingravidez y de dicha absoluta era debida a que había entregado su corazón sin querer, sin buscarlo, a un hombre que tendría que abandonar más pronto de lo que prefería imaginar.
***
Al día siguiente, cuando Joana acudió a abrir la consulta, se encontró con una sorpresa agridulce. Se alegró de ver a Polita esperándola, pero parecía muy nerviosa, así que se preocupó por el motivo de la inesperada visita.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó a modo de saludo—. ¿Estás bien? ¿Está bien Pepo?
—Sí, sí, los dos nos encontramos bien. Bueno, al menos eso es lo que nos decimos uno al otro.
—Pasa, pasa. Hablaremos en la consulta.
A medida que entraba, Joana iba encendiendo las luces al tiempo que observaba cómo Polita se retorcía las manos. No la hizo esperar y la invitó a sentarse en una de las sillas del consultorio; ella se sentó a su lado.
—Dime, ¿qué sucede? Te veo algo alterada, ¿quieres un vaso de agua?
—No, no te preocupes. De verdad que no es nada grave, pero… —Su amiga parecía no encontrar las palabras—. Es que Pepo no estaba muy convencido de que viniera a verte, pero yo le he dicho que ya que tú estabas aquí… Bueno, que consultarte este tema a ti… Eso, que no sería tan difícil como a don Cosme.
—Me estás asustando un poco.
—¡No, no! —Polita sonrió tímidamente, aunque agarró el asa de su bolso tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos—. No hay necesidad de que te asustes. Verás… Pepo y yo…
Joana levantó las cejas invitándola a hablar; cada vez estaba más preocupada por lo que podría ser que les estuviera pasando a sus amigos, su cerebro barajaba mil opciones por segundo y ninguna era halagüeña.
—¡No conseguimos quedarnos embarazados! —dijo, al fin, de corrido y desviando la vista al suelo.
Joana soltó todo el aire que estaba reteniendo.
—¡Ah, eso! —sonrió—. En serio que me habías preocupado.
Polita la miró un poco desencantada y Joana, al darse cuenta, retomó su rol de médico y apartó a un lado el de amiga preocupada.
—¿Os habéis hecho pruebas de fertilidad? —Se levantó de la silla y fue a por el esfigmomanómetro para mirarle la tensión arterial.
—No, aún no. Yo prefería consultar contigo cuáles eran los pasos antes de hacer nada.
—¿Cuánto hace que lo estáis intentando?
Polita agachó la cabeza y susurró:
—Casi dos años. —Parecía que no había terminado de hablar, por lo que Joana no la interrumpió—. Lo peor es que el sexo ya no es divertido; parece como si lo hiciéramos por obligación, para ver si esta vez será la «vez». Pepo dice que para él no es un problema no tener hijos, pero yo sé que no lo dice de verdad. Le encantan los niños, y yo estoy aterrada por si no puedo dárselos…
Joana la cogió de la mano y la dejó desahogarse sobre su hombro. Al cabo de un rato preguntó:
—¿Tienes menstruaciones regulares?
—No, nunca las he tenido. Algunas veces tengo la regla durante un mes seguido y luego estoy dos o tres meses sin tenerla. Me harto a comprar test de embarazo, y siempre son negativos.
—Lo primero que haremos será sacarte sangre y ver cómo están tus niveles hormonales. La verdad es que no soy muy experta en el tema, lo mejor sería que visitarais a un ginecólogo, pero puedes ir con la batería de análisis hechos y todo ese tiempo que te ahorras. Por otra parte, las mujeres con los periodos menstruales como el tuyo a veces pueden tener dificultades para concebir, aunque lo peor de la situación es obsesionarse. Mi consejo es que dejéis de pensar en ello. Que dejéis de hacerlo para quedaros embarazados. Ahora estaréis en manos de profesionales, ellos se ocuparán de todo el asunto, y lo único que os tiene que preocupar a vosotros es disfrutar de estar juntos. Sois muy jóvenes, queda tiempo.
Polita se secó las últimas lágrimas que le bañaban la cara y sonrió levemente.
—Sabía que tenía que venir a hablar contigo, sabía que me ayudarías.
La abrazó, y tomó tan por sorpresa a Joana, que al principio no supo reaccionar, pero en seguida le devolvió el abrazo. Antes de separarse del todo de ella, se le ocurrió una idea:
—Túmbate en la camilla, que te voy a explorar… El otro día leí un artículo… —Dejaba las frases a medias mientras pensaba en lo que había estudiado en una revista de ginecología que cayó en sus manos durante una de sus últimas guardias en el NYPH.
Como la consulta carecía de camilla ginecológica, la postura de Polita no era muy cómoda, pero a Joana le bastó para hacerse una idea aproximada de la situación.
—Tienes el útero en retroversión, o al menos es lo que me ha parecido.
—¿Y eso qué significa? —preguntó espantada.
—Nada malo —se rio Joana—. Solo que quizás deberías probar a tener relaciones en posición genupectoral y con penetración posterior. Parece ser que la desviación del útero queda atenuada con esta postura y, además, permite una apertura mayor del cuello uterino.
Polita puso cara de asombro y sus cejas casi le rozaron el nacimiento del pelo.
—Perdona, ¿qué?
Joana dibujó una sonrisa pícara en su cara y guiñándole un ojo le contestó:
—Pues que deberíais hacerlo en la posición del perrito. —Sonrió, pícara.
***
La mañana pasó rápidamente, y cuando Joana ya se disponía a cerrar el consultorio, vio a Jaume. Llegaba con la cabeza gacha, las manos en los bolsillos y dando patadas a las piedrecitas que se interponían en su camino.
Cuando estuvo a su altura, levantó la cabeza y la miró con los ojos más tristes que ella recordaba haber visto en mucho tiempo.
—Pasa, no te quedes ahí.
—Gracias.
En cuanto estuvieron dentro de la consulta, Jaume se sentó; estaba abatido y su aspecto no era nada bueno. Joana, por costumbre, le colocó el aparato de tensión alrededor del brazo.
—Siento mucho mi comportamiento de ayer. Sé que ir bebido no es un atenuante en este caso.
—Ir borracho no debería ser nunca un atenuante. ¿Sabías que mis padres murieron porque un conductor que rebasaba con mucho el límite de alcohol en sangre salió de su carril y chocó con ellos? —preguntó con un deje de tristeza y furia reflejada en su voz.
—No tenía ni idea, Joana, lo siento mucho. Yo me moriría si me sucediera algo así.
—Otra razón más para intentar dejarlo, ¿no crees?
—No sé cómo podría dejarlo, Joana, trabajo en un bar que mis padres montaron para mí. No puedo buscarme otro trabajo.
—¿Por qué no?
—¿Qué pensarán?
—¿Quiénes?
—Mis padres. No lo saben, no se han dado cuenta. La gente del pueblo…
—¿Qué más da lo que piensen? Es tu vida, y tú eres quien tiene que luchar para llevarla adelante.
—¿De qué viviré? No sé hacer nada.
—Eso es del todo imposible, estoy segura de que hay un montón de trabajos en los que te desempeñarás genial. Traspasa el pub, eso ya te supondrá un ingreso… No sé, algo encontrarás. Lo más importante es que ya has dado el primer paso, que es reconocer que tienes un problema. Lo siguiente que tienes que hacer es buscar ayuda; yo te puedo recetar alguna medicación que contribuya a sobrellevar el síndrome de abstinencia, pero la medicación no sirve a largo plazo.
—No sé, Joana, puedo volver a intentarlo yo solo…
—Te lo desaconsejo. Estás todo el día metido en un bar, ¿cómo pretendes evitar la tentación, al menos al principio?
—¡Pues tendré que hacerlo! Cuando ha venido Guillem y me ha contado lo de ayer y lo del día del concierto, no podía dar crédito. ¡No me acuerdo de nada! Y yo que estaba tan seguro de que controlaba…
—Me parece que estás escogiendo el camino más difícil, serán días duros.
—Ya lo sé. Lo he intentado antes. Pero esta vez os tengo a mi lado y sé que me ayudaréis si os necesito. He hablado con todos, solo me faltaba pedirte disculpas a ti.
Así que no había acudido a la consulta en busca de consejo, se dijo Joana. Solo había ido para disculparse y a buscar el apoyo de una amiga, y ella se había puesto en plan médico total.
—Claro que te echaremos una mano, y dos, si hace falta, pero el que tiene que estar convencido eres tú.
—Lo estoy. Esta vez será la definitiva, ya lo verás.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—¿Sabes? Quizás tienes razón y podría traspasar el bar. Si les explico a mis padres el motivo, lo entenderán. Nadie me lo había planteado, pero no me parece una idea tan descabellada.
Joana, que se había levantado al mismo tiempo que él y estaba a su lado, le dio un fuerte abrazo.
—Te apoyaremos en lo que sea que decidas. Somos tus amigos, nos tienes para todo lo que necesites. Ya lo sabes.