Capítulo 34

En el diván de la entrada, el hombre que había estado esperando a Joana durante los últimos quince minutos se puso en pie al escuchar unos pasos apresurados que se dirigían hacia él. Se colocó la corbata y cogió con fuerza el asa de la pequeña maleta que acarreaba.

—¿Señor López? —La pregunta desilusionada de Joana no lo tomó por sorpresa.

—Doctora Brunet. —Le alargó la mano para estrechar la suya—. El señor Herbert en persona me ha pedido que viniera para traerle esta carta. Nos la envía el notario de Mallorca, aquel con el que tuvimos contacto en marzo.

—Sé a quién se refiere —contestó Joana con cara compungida.

El hombre carraspeó y siguió con el discurso que había podido ensayar durante la última hora, desde que le habían encargado la misión de entregar en mano esa carta.

—Estaba dentro de un sobre mucho más grande en el que se hallaban las indicaciones sobre cómo debíamos proceder en el caso de querer impugnar el testamento de su tía. También especificaba que quería que este sobre le fuese entregado, así como un acuse de recibo que debe usted firmar. —Abrió su maletín y sacó de él un papel que ofreció a Joana.

A López le pareció que la chica estaba a punto de echarse a llorar, pero se cuidó muy mucho de ofrecerle su apoyo. Ya había pasado por algunas experiencias que acababan en lloros de sus clientes, y odiaba tanto esas situaciones que las rehuía como a la peste.

En cuanto la médica hubo firmado el acuse de recibo, volvió a meterlo en su maletín, le estrechó la mano de nuevo y se despidió, decidido a pedirles a los señores Herbert que no lo obligaran a pasar por este tipo de situaciones si no querían recibir su carta de dimisión.

Joana subió hacia su planta con el ánimo por los suelos. Después del subidón de adrenalina que había sentido al imaginar que era Guillem quien estaba esperándola, encontrarse con el sosaina de López la había dejado en tal estado de abatimiento que no podía ni con su alma. Al salir del ascensor, arrastró los pies hasta su apartamento y abrió la puerta con las lágrimas asomándose a sus ojos.

No se molestó en buscar ninguna bebida en la nevera, sino que se sentó en su incómodo y frío sofá y, tras limpiar las primeras gotas de su llanto, se dispuso a rasgar el abultado envoltorio que le acababa de entregar el señor López.

El teléfono eligió justo ese instante para ponerse a sonar. Joana dejó la carta, sin abrir, sobre el sofá y se levantó con presteza.

—Diga —preguntó con un deje de enfado en la voz.

—Joana, ¿estás bien? —oyó que le preguntaba Mónica.

—Sí, perfectamente.

—¿Estabas llorando?

—Bueno, es que…

—No importa —contestó su amiga después de un fuerte gemido—. Si dices que estás bien, lo que sea que te ha ocurrido me lo cuentas luego. Estoy de parto. Salimos ahora hacia el NYPH. ¿Estarás ahí para acompañarme? Matt ya se ha desmayado cuando he roto aguas. No sé ni cómo llegaremos al hospital. —Otro intenso quejido salió de entre sus labios.

—Más vale que os deis prisa. Si las contracciones son tan seguidas no tenéis demasiado tiempo.

—¿Crees que no lo sé? —chilló histérica.

Joana se apartó el auricular de la oreja y resopló.

—Voy para allá, llegaré antes que tú y te estaremos esperando.

Cogió la carta, las metió en el bolso y se fue corriendo hacia el ascensor.

***

El parto había sido mucho más complicado de lo que todos esperaban y la niña, a la que decidieron llamar Lisa, no nació hasta las diez de la noche.

Joana no se movió ni un solo segundo del lado de Mónica, porque su amiga estaba más asustada de lo que se permitía reconocer, y no le soltó la mano en toda la tarde.

Cuando al fin madre e hija se durmieron, ya eran las once, las cuatro de la mañana en Mallorca, calculó Joana, sin poder impedir que ese tipo de pensamientos se colasen continuamente en su cabeza.

Matt se había ido a casa para recoger algunas cosas, echar un vistazo a sus otros dos vástagos y asegurarse de que se estaban portando bien con su canguro. Así que Joana se había quedado al cuidado de las dos chicas, la que era como una hermana para ella y la que a partir de ese día se había convertido en otra de sus sobrinas. Se arrellanó en la butaca cerca de Mónica y decidió a coger la carta que seguía sin abrir en su bolso y a la que no había podido prestar ni un segundo de atención a pesar de que tenía curiosidad por saber qué ponía.

Rasgó el sobre, para encontrarse con que, en el interior, había dos o tres más de menor tamaño, cada uno con su nombre pulcramente escrito con distintas caligrafías. Miró los remitentes un poco más ilusionada que hacía solo unos minutos y su corazón volvió a comprimirse en su pecho al ver el nombre de Guillem en uno de ellos. Con dedos temblorosos y la respiración entrecortada, se dispuso a romper el papel.

Sostuvo la carta de Guillem en las manos durante unos segundos, intentando que no la invadiera el pánico. Y ¿si le decía que se alegraba de que se hubiera ido y que esperaba no verla nunca más en su vida? Dejó de lado esos pensamientos irracionales y rasgó el sobre sintiendo el corazón en la garganta.

Queridísima Joana:

Lo primero que quiero precisar es que, si te estoy escribiendo esta carta en lugar de estar cogiendo un avión para decirte todo lo que siento en persona, es porque Pedro y mi hermana no me han dejado hacerlo.

Cuando supe que te habías marchado sin siquiera despedirte de mí, estuve a punto de pegarles por habértelo consentido. Después, me enfadé muchísimo contigo por haberte ido y, finalmente, me cabreé lo indecible conmigo mismo por ser tan gilipollas.

Lamento mucho todo lo que te dije fuera de tu casa la última vez que nos vimos, me daría de puñetazos por haberme comportado como un verdadero imbécil contigo. No dudaría ni un segundo en borrar esas escenas de mi vida si se me diera la oportunidad, aunque creo que sirvió para algo. Que tú te marcharas, y que parte de la culpa fuera mía, sirvió para que me diera un baño de realidad. Ahora sé… No, estoy seguro de que no quiero perderte, de que quiero que sigamos siendo «nosotros» como lo hemos sido estos meses.

Joana, no puedo estar ni un segundo más sin ti. Si tú quieres, estoy dispuesto a irme a vivir a Nueva York. Pasaremos en Petra el tiempo que podamos, pero desde que no estás aquí, conmigo, he empezado a odiar cada rincón del pueblo.

Ahora me doy cuenta de lo egoísta que he sido pretendiendo que tú lo dejaras todo por mí, por estar a mi lado, pero también entiendo que accedieras a quedarte cuando te pedí que lo hicieras, porque yo también lo dejaría todo solo con que me llamaras a tu lado.

Te quiero, Joana, no sabes cuánto. Tenerte conmigo ha sido lo mejor que me ha pasado jamás. Las palabras no son suficientes para expresar todos los sentimientos que mi corazón alberga hacia ti.

No me explico cómo he podido vivir antes sin ti a mi lado, porque cada molécula de mi ser añora tu voz, tu tacto, la fragancia de tu pelo y el fondo de tus ojos para perderme en ellos.

Estaré esperando tu llamada. Si me aceptas, me quedaré para siempre contigo, porque nadie me gusta más que tú y a nadie podré amar tanto en mi vida como te amo a ti.

GUILLEM

PD: No sé tu dirección ni tu teléfono, esa es otra de las razones por las que no estoy ahí ahora mismo, suplicándote de rodillas que me des otra oportunidad.

Joana estrechó la carta contra su pecho: lloraba y reía al mismo tiempo. Percibía la intensidad de cada palabra y las oía repetidas en su cabeza una y mil veces por la voz de Guillem. Se acercó al teléfono para no retrasar ni un minuto más la conversación que tenían pendiente y, justo cuando estaba a punto de rozar el auricular con la mano para poder usarlo, se dio cuenta de que no eran horas de llamar a Mallorca, aunque se muriera de ganas de hacerlo.

Se levantó y fue hasta el baño. El corazón le palpitaba en el pecho y no podía tener los pies parados ni un segundo. Bailoteaba, feliz, mientras se echaba agua fría en la cara y se preparaba para pasar la noche más larga de su vida.

De repente la invadió el abatimiento. ¿Qué haría Guillem en Nueva York? Si ella apenas iba a su apartamento dos veces a la semana, menos, desde que ocupaba el puesto de jefa. Su estilo de vida no tenía nada que ver con el que había llevado en Mallorca y que les había permitido estar juntos a diario. ¿Podría soportar su relación algo así? Él estaría desubicado, solo. Suponía que podría convalidar su título de veterinario, como había hecho ella con el de medicina, pero eso había sido hacía años, y no había sido un trámite rápido, precisamente.

Todas esas ideas daban vueltas dentro de su cabeza, sentía su cerebro como una lavadora a dos mil revoluciones por minuto.

Para tranquilizarse, decidió abrir las otras cartas que habían llegado en el sobre junto con la de Guillem. La que eligió en primer lugar fue la de los de la cuadrilla. Sonrió al ver la letra de los ancianos, picuda y anticuada, que se correspondía a la perfección con sus autores.

Estimada Joaneta:

Petra no es lo mismo desde que se ha ido la mejor médica que hemos tenido nunca. Y Cosme no podrá contradecirme en eso porque él es un médico, no «una» médico.

Aunque entiendo las razones que te indujeron a partir, tengo que decir que no comparto tu decisión.

Has dejado un gran vacío en nuestros corazones al partir con tanta prisa. Todos te tenemos en alta estima en el pueblo; tu buen hacer y tu carisma han conquistado a cada uno de los habitantes de nuestra humilde villa. Estamos desolados por tu ausencia.

Aunque soy yo el que se dirige a ti en esta misiva, los demás están de acuerdo conmigo y rubricarán la misma al final para que veas que no te miento al escribir estas palabras tan sentidas.

Por lo demás, junto a esta carta enviaré instrucciones al bufete de abogados con el que he tenido tratos para que puedan impugnar el testamento de tu tía. De esta manera tendrás siempre un hogar al que volver cuando quieras hacernos una visita. Visita que, por otra parte, estamos ansiosos por recibir.

Sin otro asunto, me despido de ti, deseando que te encuentres bien al recibo de estas líneas.

Besa tu mano,

JERONI ESCALAS, NOTARIO

Querida Joana:

Antes de firmar, yo quiero añadir solo unas palabras. No te perdonaré que nos hayas privado de tu belleza y tus conversaciones amenas a no ser que prometas que vendrás a vernos con regularidad.

Y, si de verdad aceptas que ese zoquete de mi nieto se vaya a vivir contigo, por favor cuida de él, porque es una de las mejores personas que existen en el mundo.

Me despido de ti con inmenso cariño.

Tu nuevo abuelo que te quiere,

MIQUEL GINARD, VETERINARIO

Querida Joana:

No puedo más que rubricar las palabras de mis compañeros y amigos. El pueblo está triste por tu ausencia; aunque yo me encargo de rezar por tu alma todos los días para ayudar a reparar el daño que has ocasionado a ojos de Nuestro Señor.

Dios te proteja y te acompañe,

GABRIEL POL, PRESBÍTERO

Doctora Brunet:

Tengo que lamentarme de la situación deplorable que ha provocado al dejar al pueblo desprovisto de médico sin comunicarnos su partida y, por consiguiente, no otorgándonos los quince días pertinentes para que pudiésemos sustituirla. Después de los intercambios mantenidos con usted acerca de los pacientes durante los últimos meses, me había hecho una idea diferente de su persona. Si estos endebles están dispuestos a perdonar su falta con tanta facilidad, no es mi caso. Le exijo que vuelva al pueblo sin demora y se incorpore a la consulta. Apelo a su sentido del deber para eso.

Atentamente,

COSME MAYOL, MÉDICO

Si bien Joana había pensado que podría mantenerse ajena a las palabras de esos ancianos adorables, en esos momentos no podía parar de llorar por los sentimientos contradictorios que le habían provocado al leerlas.

Decidió pasar a la siguiente, la que tenía como remitentes a Pedro y Rosa.

Querida Joana:

No te puedes hacer una idea de lo mucho que te echamos de menos todos, en especial Guillem, al que casi hemos tenido que atar para que no saliera en tu busca y te hiciera volver.

Ha pasado unos días muy malos hasta que se ha dado cuenta de que no debía ir tras de ti como un auténtico cavernícola. Menos mal que hemos conseguido hacerlo entrar en razón. Supongo que ya habrás leído su carta, de la que, por supuesto, no conozco los pormenores; lo único que puedo decir es que está totalmente dispuesto a abandonarlo todo por estar a tu lado. Lo sé porque se ha puesto superpesado con ese tema desde que tomó la decisión. Por favor, acéptalo y líbranos de esta tortura. En serio, adoro a mi hermano, pero es muy cargante cuando se pone melancólico.

Al fin Pedro y yo hemos podido hacer público lo nuestro; la verdad es que el único que no se había enterado de nada era Guillem, no sé si porque delante de él íbamos con más cuidado o simplemente era que él no quería darse cuenta de lo que sucedía. Jaume, Polita y Pepo se alegraron muchísimo de no tener que hacer más como que no se percataban de lo que estaba sucediendo.

Bárbara te manda un beso enorme y espera que no te lleves a su tío preferido (como si tuviera otro), pero dice que, si él se va contigo, piensa ir a veros al menos dos veces al año.

Te manda un beso muy fuerte tu amiga, que te quiere (como a una cuñada)

ROSA

Querida prima:

Después de lo que ha escrito Rosa, solo puedo decirte que me alegro mucho de que hayas pasado estos meses entre nosotros. Y que es del todo cierto que no nos acostumbramos a no tenerte cerca, sobre todo mi madre, que se siente como un herrero sin carbón.

Las cosas han cambiado entre Guillem y yo; está esforzándose mucho por aceptarme de nuevo, y creo que te lo debo principalmente a ti. Como dice Rosa, está loco por ti, y estoy seguro de que va a agujerear la silla que ha puesto al lado del teléfono de tanto estar sentado en ella esperando tu llamada.

La abuela no para de preguntar dónde se ha metido su hermana Joana; está segura de que vino a verla y de que se fue sin despedirse, y Balti no para de rebuznar; creo que le gustaba mucho más cómo lo cepillabas tú, el otro día hasta intentó darme una coz. Estoy seguro de que te echa de menos a su manera. Me consta que tenías largas conversaciones con él.

Un beso enorme; esperamos saber pronto de ti. Aunque nos imaginamos que sigues enfadada con Guillem, los demás no tenemos la culpa, y nos habrías podido comunicar que llegaste bien, al menos. No es un reproche, o sí, tómatelo como quieras.

Tu primo, que te quiere,

PEDRO

Joana sonrió. ¿De verdad Guillem estaba pregonando a los cuatro vientos que iría tras ella? No podía sentirse más emocionada. Las horas pasaban demasiado despacio, quería llamar ya, pero seguía siendo de madrugada en Petra, así que, después de echar una ojeada a Mónica y a Lisa y de asegurarse de que dormían, se puso con la cuarta y última carta.

Querida Joana:

Espero que te alegre saber que, desde que te fuiste, no he probado ni una sola gota de alcohol. Me revestí de fuerza y les conté a mis padres el problema que tenía con la bebida, y solo puedo decir que me alegro mucho de haberlo hecho. Me están apoyando en las decisiones difíciles que me toca adoptar a diario, entre ellas, la de alquilar el pub.

Sí, he decidido que voy a hacerlo; tengo algunos ahorros y he pensado estudiar FP el año que viene. Seré el abuelo de la clase de automoción, pero ¡qué cojones!, valdrá la pena intentarlo.

Espero verte pronto y poder darte un abrazo muy fuerte.

JAUME

Queridísima Joana:

No estaba previsto que Pepo y yo escribiésemos nada, solo queríamos limitarnos a firmar todo lo que estos te han dicho ya, pero al final hemos decidido hacerlo porque te queremos contar que ¡¡¡tengo una falta y el predictor, al fin, ha dado positivo!!!

Muchas gracias por haber entrado en nuestras vidas y haberlas cambiado de forma tan positiva. Todos están de acuerdo en que Guillem es el que debe mudarse contigo a Nueva York, pero yo no puedo dejar de ser egoísta y desear que seas tú quien se instale a vivir para siempre entre nosotros.

Un abrazo muy fuerte,

POLITA

Hola

Yo solo añadiré una cosita:

¡Guau, guau, guau!

PEPO

La carcajada de Joana restalló en la habitación, haciendo que Mónica se despertara sobresaltada.

—¿Qué sucede?

—Lo siento, cielo —le contestó Joana en un susurro—. Estaba leyendo algo que me ha hecho reír a carcajadas, no quería despertarte.

—¿La niña?

—Está aquí, a tu lado, duerme como un lirón. El parto la ha dejado agotada.

—¡Pues como a todos, no te joroba! ¿Qué era eso tan gracioso que estabas leyendo? —preguntó todavía con voz soñolienta.

—Una carta.

—¿Una carta?

—Sí.

—¿De quién?

—¿Tú no estabas durmiendo?

—Sí, pero una médica desconsiderada me ha despertado con sus carcajadas y ahora no le quedará más remedio que contarme de quién es esa carta que tanto la hace reír. Porque, además, intuyo que tiene algo que ver con eso que ha hecho que estuvieras llorando cuando te he llamado para pedirte que vinieras para acá echando leches. ¿Me equivoco?

—No, no te equivocas, sabionda.

—¿Es de Guillem?

—Sí, y de otra gente de Petra.

—¿Y qué dice?

Joana bufó, fingiéndose exasperada.

—Vamos, soy una mujer que ha sufrido una experiencia muy dolorosa, tendrías que compadecerte de mí. No es justo que tenga que estar suplicando que me des un poco de información cuando hace unas horas tú me has oído blasfemar como a una auténtica hija de Satán.

—¿Cómo puedes tener tanta verborrea? ¡Acabas de parir, por Dios! Lo normal sería que estuvieras agotada.

—Y lo estoy, pero lo que tú tienes que contar se me antoja mil veces más interesante que echar otra cabezadita.

—Guillem dice que está dispuesto a dejarlo todo y venir a vivir conmigo aquí, a Nueva York.

El suspiro que emitió Joana después de pronunciar esas palabras estaba impregnado de emoción, y Mónica se incorporó en la cama con la boca y los ojos muy abiertos. Después, se tumbó de nuevo con cara de arrepentimiento.

—¿Y? —preguntó en cuanto se hubo recuperado de la punzada de dolor que le había ocasionado el movimiento brusco.

—Pues que no lo veo viviendo aquí, Mónica. No me lo imagino. Podría trabajar en una clínica veterinaria cuando le convalidasen el título, pero no es lo que a él le gusta.

—¿No quieres que venga?

—No es que no quiera, pero me pregunto qué pasará cuando se dé cuenta de que su idea no era tan buena. La pasión se acaba y…

—Quieres dejarte de tonterías y explicar claramente lo que pasa por esa cabecita loca tuya —la interrumpió Mónica con irritación.

—Estaba a punto de llamarlo para decirle que sí, que se viniera a vivir a Nueva York mañana mismo, cuando me he dado cuenta de que era muy tarde y ahora…

—Y ahora ya no estás tan segura de que vivir en Manhattan y trabajar en el NYPH sea lo que más deseas en el mundo, ¿me equivoco?

—¿Por qué me conoces mejor que yo misma?

—¡Porque te quiero más que tú misma! Los sueños cambian, Joana, el tuyo lo ha hecho durante estos meses. Me he dado cuenta a través de cada una de tus cartas y cada una de tus llamadas. Ya no deseas estar al frente del servicio de urgencias de un hospital de renombre; lo que tú anhelas es la vida tranquila de un pueblo junto al hombre de tus sueños y la gente que te adoró desde el momento que pusiste un pie en Petra. Tu comportamiento desde que has vuelto no hace más que corroborar lo que estoy diciendo.

—¿Qué comportamiento?

—¡Oh, vamos, Joana! Todavía conozco a gente en este hospital, aparte de a ti. ¿Te crees que las noticias no me llegan? Además, Patrick me llamó para ver si yo sabía qué te sucedía. Tampoco le había pasado desapercibida tu manera de comportarte y, después de que lo llamaran para que viniera a asesorarte, estaba preocupado.

—¿Y puede saberse por qué no me has contado todo esto antes?

—Decidimos observarte y ver hasta dónde llegabas con todo el asunto. Cuando te he llamado a casa, ya sabía que estabas ahí porque Patrick me lo había dicho.

—Seréis…

—Somos tu familia, Joana, te queremos. Y la única que no se ha percatado de que lo que quiere no se encuentra en Manhattan, ni siquiera en los Estados Unidos, eres tú. Tantas horas de trabajo, tanto exigir a la gente lo inexigible… Puede ser que hayas logrado engañarte a ti misma pero no a Patrick, ni tampoco a mí.

—Entonces, ¿tú… vosotros pensáis que quien debería dejarlo todo e irse a vivir definitivamente a Mallorca soy yo?

—¡Lo que no me explico es qué estás haciendo aquí todavía! Si miras bien en tu interior, verás que es lo que tú deseas también.