Epílogo

Unos años más tarde

Una niña muy rubia, que rondaría los cuatro años, cruzó como una bala las puertas automáticas que separaban la zona de recogida de maletas del hall del aeropuerto de Palma.

Joana, con una sonrisa que no le cabía en la cara, la izó en brazos a pesar de lo avanzado de su embarazo y le llenó la cara y el cuello de besos, haciéndola reír a carcajadas.

—Lisa, Lisa. —Mónica salió por la misma puerta que había atravesado su hija solo unos segundos antes con el espanto dibujado en el rostro—. ¡Que sea la última vez, jovencita!

—¡He salido corriendo porque he visto a la tía Joana y la quería abrazar, mamá! —exclamó la chiquilla con su lengua de trapo—. ¿Cuándo vas a escupir al niño que te has tragado? ¿No sabes que solo los ogros comen niños?

Joana miró a su amiga con cara de extrañeza y después a la niña.

—¿Quién te ha dicho que me lo he tragado?

—Billy. —Lisa señaló con la barbilla a su hermano mayor que, en esos momentos, atravesaba la puerta al lado de su padre, quien empujaba un carro repleto de maletas y a su otro hermano, Sam.

Guillem, que hasta ese momento no había pronunciado ni una sola palabra, estalló en carcajadas. Matt llegó a su lado con gesto resignado.

—¿Qué ha dicho ahora la monstruito? —preguntó mientras estrechaba la mano de Guillem.

—Creo que es hora de que tengas una charla de hombre a hombre con tu hijo mayor —contestó, secándose las lágrimas.

Los hijos varones de la pareja agacharon la cabeza esperando la reprimenda.

—En cuanto lleguemos a Petra y estemos solos, os voy a poner los puntos sobre las íes —les riñó Mónica— ¿Cómo se os ocurre meterle esas ideas a la niña en la cabeza? Es que no me puedo despistar ni un momento.

—Pero ¿podré estar contigo cuando lo escupas o no, tía?

—¡Por supuesto que no! —le contestó su madre—. Y tú, déjala en el suelo, que ya te basta con esa barriga que paseas.

Joana abrazó a su amiga riéndose.

—Yo creo que todavía me faltan quince días, al menos.

—Nadie lo diría. Este llega antes de hora, me apostaría algo. —La observó con ojo crítico.

Se encaminaron hacia el parking donde habían dejado estacionada la furgoneta de nueve plazas que alquilaban cada vez que venían sus amigos a verlos. Solían pasar al menos quince días con ellos todos los veranos, pero ese año habían atrasado las vacaciones para estar cerca de Joana cuando saliese de cuentas. Patrick y su esposa también habían estado en Petra hacía unos meses. No venían tan a menudo como Mónica y su familia, pero la distancia no había conseguido que perdieran el contacto.

—¿Por qué no ha venido Bárbara con vosotros? —preguntó Billy, no sin cierta timidez.

—Polita le ha pedido que la ayudara a preparar la fiesta de cumpleaños de Álex. Se ha puesto un poquito celosa con eso de que su madre y Pedro vayan a tener un bebé y nosotros también. Intentamos implicarla en muchas cosas para que no se sienta desplazada, y la verdad es que sentirse útil la ayuda —susurró en dirección a Mónica para que sus hijos no la oyeran. Después se dirigió a Matt y dijo—: Si tú crees que Lisa es un monstruito, espera a ver el cambio que ha hecho el hijo de Pepo y Polita. Desde hace unos meses se ha convertido en un terremoto, no para quieto ni un segundo. Y no podría estar más mimado con tantos tíos todo el día a su alrededor consintiéndolo. ¡Pero es tan mono!

—Son las hormonas las que hablan a través de tu boca, Joana. Si es la mitad de movido que Lisa, no puede ser mono.

—¿La mitad? ¡Al menos el doble! —se quejó Guillem—. Estoy valorando clavar la cuna del niño al suelo, con eso te lo digo todo.

—¡Vamos, hombre, no seas tan exagerado! —lo increpó su mujer.

—¡Wow! ¡Pero qué pasada de furgoneta habéis alquilado este año, ¿no?!

—No tiene nada que ver con el trasto destartalado de los otros años, ¿verdad?

—Jaume ha montado un Rent a car en Son Serra de Marina. Creo que ha comprado esta furgoneta expresamente para cuando vosotros vengáis.

—¡No! ¿Por qué ha hecho eso? Si nosotros tampoco venimos tan a menudo —exclamó Mónica.

Mientras Matt y Guillem colocaban las maletas en la parte trasera, Joana y Mónica se hacían confidencias al lado de la puerta de la furgoneta y esperaban a que los niños subieran. A pesar de que hablaban más a menudo que cuando Joana vivía en Estados Unidos, tenían muchas cosas de las que ponerse al día.

—¡Mamá! —gritó Billy—. Lisa se ha vuelto a mear encima. ¡Lo que es peor, me ha salpicado todo el pie!

Mónica miró a su hijo con el reproche escrito en la cara. Estaba mintiendo porque Lisa ya estaba sentada en la furgoneta. Cuando iba a abrir la boca, Joana la cortó.

—No te enfades, el pobre tiene razón con eso de que le han salpicado el pie, me temo que he sido yo. ¡He roto aguas!

Guillem apareció corriendo desde la parte de atrás.

—¡Tranquilos, tranquilos! Tengo el número de la ambulancia. Esta vez le tocará a otro limpiar el estropicio.