Capítulo 7

Joana se encontraba en el avión rumbo a Madrid, donde tendría que pasar la noche, para continuar viaje hacia Mallorca a la mañana siguiente.

Hasta que no se había iniciado el vuelo, no había conseguido relajarse. Desde que Mónica cogiera las riendas de aquella locura, la tarde anterior en la agencia de viajes, no había podido ni respirar. Su partida hacia Mallorca se había convertido en una carrera contrarreloj en la que no había tenido ni cinco minutos para pensar si lo que estaba haciendo era sensato, o incluso correcto.

Mónica había llamado a Matt desde la agencia para informarle de que pasaría el resto del día y gran parte de la noche con Joana, porque quería ayudarle a hacer las maletas.

—¿Qué va a poner en las maletas? —había preguntado él en tono asombrado.

—¿Tú qué crees? ¡Ropa, libros, cremas...! ¡Lo que se suele poner en ellas!

—Solo lo digo porque, si vais a necesitar más de seis horas para hacerlas, ¡irán bien cargaditas!

—¡No seas bobo! —contestó ella, riéndole la gracia—. Tengo que ayudarla a hacer muchas cosas antes.

Una vez que tuvieron los billetes de los vuelos en las manos se dirigieron al gabinete de abogados Herbert & Herbert, donde encontraron al señor López de pura casualidad porque, según dijo, por norma general salía mucho más pronto de la oficina.

Llamaron al notario en Mallorca, donde eran las once de la noche. El pobre hombre, al que habían sacado de la cama como había proclamado furioso, les informó de que las llaves de la casa las tenía una vecina, que además era prima del padre de Joana, quien esperaría a la chica fuera la hora que fuera cuando esta llegara.

Cuando Joana había estado en el despacho por la mañana, no habían profundizado en las cláusulas del testamento de su tía, lo que hicieron en ese momento.

—En cuanto a la casa, puede disponer de ella y de todo lo que en contiene, ya que, de hecho, se considera que es suyo hasta que deje de cumplir alguna de las cláusulas —dijo el abogado mientras consultaba los papeles que le habían mandado desde la isla—. En cuanto al dinero del banco, tendrá una asignación mensual que le entregará el notario, entre los días 1 y 5 de cada mes. Con respecto a los animales, no puede venderlos ni deshacerse de ellos hasta que esté usted en plena posesión de la herencia.

En este punto, Joana se alteró mucho y se levantó de la butaca en la que estaba sentada, dispuesta a mandarlo todo a paseo otra vez.

—No tiene que preocuparse por ese aspecto —puntualizó entonces López—, tenga en cuenta que su tía tenía noventa y un años cuando murió y que, según palabras del notario, «Hace tiempo que quien cuida de los animales es un payés que también le tiene arrendada una de las fincas».

—Pues ¡que siga cuidando de ellas y tú te despreocupas! —dijo Mónica, que hasta ese momento no había podido meter baza y no podía aguantar ni un minuto más con la boca cerrada.

Joana resopló, pero no contestó.

—¿Podemos seguir? —preguntó el abogado.

—¡Podemos seguir! —dijo Mónica.

—La comisión que designó la señora Salom para comprobar que usted realmente se integra en la vida del pueblo está compuesta por el señor Escalas, que es el notario con el que hemos tenido contacto; el señor Mayol, que es el médico del pueblo; el señor Ginart, que es el veterinario, este último podrá delegar en su nieto ya que él sale muy poco de su casa, y finalmente, por el Cura don Gabriel Pol.

—¡Esto es un despropósito y una locura! —gritó Joana, furiosa.

Al instante, Mónica se dirigió al abogado y le pidió que las dejara a solas.

—A ver, Joana, ¡relájate! Esto ya lo habíamos hablado. Ya sabíamos de la existencia de esta comisión, como también habíamos decidido que te olvidarías de ellos. Parece mentira que seas tan resolutiva dentro de la sala de urgencias y ahora te pongas tan nerviosa por una gente que ni conoces, ni te importa.

—Mónica, para ti es muy fácil decir eso, seré yo quien vivirá allí, sola, y con esa gente vigilándome, ¡a saber de qué forma!

—Pero tú tienes que ir a lo tuyo, ¡pasa de ellos! ¡Si a ti lo que de verdad te interesa es relajarte en la isla de la calma! —enfatizó—. Si lo llego a saber, no me hubiera quedado embarazada, ojalá pudiese ir contigo. Yo lo veo muy claro, ¿por qué a ti te cuesta tanto?

—¡Joder, Mónica! ¡Ni que tuvieras interés en que yo me fuera!

—Joana, ¡mi único interés aquí eres tú! Quiero que estés bien, que disfrutes de unas vacaciones que, por otra parte, tienes más que merecidas. Pero si quieres, podemos organizar el viaje a otro sitio...

—¡Olvídalo! Ahora ya tengo los billetes. Lo que pasa es que la situación me pone un poco de los nervios. Todo esto parece una comedia del absurdo —resopló—. Será mejor que hagamos entrar a este hombre.

Después de volver, el señor López ya no añadió mucho más. Los componentes de la comisión la ayudarían a integrarse en la vida del pueblo y después evaluarían, se reunirían y decidirían si las condiciones se cumplían o no.

—Como ya le dije antes, si no se cumplen las condiciones, la herencia pasará a formar parte de la parroquia.

—¿Quiere decir que el cura este que usted ha mencionado, el que forma parte de la comisión, es el que recibirá la herencia si no hago lo que la tía ha estipulado en su testamento?

—Bueno, en principio él solo la administrará, es la parroquia quien va a recibirla.

—Y ¿puede ser juez y parte al mismo tiempo? —preguntó ella asombrada.

—Como ya le he dicho esta mañana —continuó López, sin inmutarse—, creo que este testamento podría ser fácilmente impugnable y...

—Mire, señor López, ahora ya tengo los pasajes para ir a Mallorca, ya estoy metida en este lío hasta el cuello. Iré a la isla de donde provenía mi padre y veré que rumbo toma todo este asunto, si después hay algo que impugnar, ya lo hablaremos a mi regreso.

Así las cosas, ella y Mónica fueron a su apartamento e hicieron las maletas. Metieron, sobre todo, ropa de verano: un bañador algo pasado de moda, ya que Joana hacía años que no se metía en una piscina, ni mucho menos en el mar; sandalias y algo de ropa más abrigada.

—Oye, que me voy al Mediterráneo, no al Caribe —le dijo a su amiga, cuando esta se mostró reticente a que añadiera al equipaje ropa de invierno—. Además, mi padre siempre decía que en el pueblo había muchas cosas que no se podían conseguir, para eso había que desplazarse hasta la capital, Palma, o algo así creo recordar —añadió pensativa—. Solo falta que acabe pillando una neumonía por ir en bañador todo el día.

Mónica miró a Joana entrecerrando los ojos, para hacerle entender que no le había gustado nada ese comentario, pero luego lo pensó mejor y le dijo:

—¡Es una gran idea! Paseándote todo el día en bañador y enseñando tus grandes atributos, seguro que se lanzan todos a por ti.

Joana le sacó la lengua, como si fuera una niña pequeña, y se rieron con ganas las dos al imaginar la situación.

Aunque a Matt le hubiera parecido que toda la tarde y parte de la noche era mucho tiempo, a ellas dos no les sobró ni un minuto. Joana llegó al aeropuerto con el tiempo justo para facturar las maletas y dirigirse a su puerta de embarque. En esos momentos, algo más tranquila, dudaba seriamente de que su decisión de salir corriendo hacia Mallorca hubiera sido la más acertada.

«¡Más bien ha sido la decisión de Mónica! ―se repetía―. Ahora ya está. A lo hecho, pecho», se dijo, intentando resignarse.

Decidió dejar de atormentarse por algo que ya estaba encaminado y se puso a pensar qué podría hacer en Madrid el tiempo que tendría que pasar allí. Pensó que salir a callejear un rato podía ser una buena opción, así que resolvió que lo mejor en esos momentos sería dormir un poco. Se acomodó en su asiento y poco después se quedó profundamente dormida.