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Después de días llenos de clases, terapia y soledad, llegan las vacaciones de invierno. Y, como cada año, con ellas llega el cumpleaños de Daisy. Nuestra madre le preguntó qué clase de celebración quería al cumplir los dieciséis, y ella optó por una ruta en yate por las playas de Acapulco y Puerto Vallarta, en México. Samantha Calloway casi se desmayó ante la idea. No porque fuera una idea demasiado lujosa, sino porque tiene un almuerzo especial con sus amigas de tenis los miércoles, y no quiere perdérselo. Daisy ha cometido el error de pedir una celebración que dura una semana, no una noche.
Como nuestro padre asistirá a una reunión de negocios, tampoco podría hacer el viaje. Pero yo intervine y le aseguré a mi madre que actuaría de acompañante. Desde que Lo me llamó, me he sentido mucho mejor y quiero ponerme a prueba, a ver si puedo reprimirme y no hacer nada con ningún camarero. Sé que puedo, y estoy preparada para experimentar esa victoria personal. La doctora Banning incluso la considera una buena idea.
Mi madre quedó satisfecha con estos términos, pero Rose no. Tiene una competición académica ese fin de semana, y lo mismo le ocurre a Connor. ¿Solución? El sabelotodo de pelo oscuro y estrella del atletismo que causa admiración en todas las pistas.
Ryke.
Él ha llegado al punto de pedirle personalmente a Daisy si podía asistir a su fiesta porque yo iba a necesitar algo de ayuda. Estaba allí cuando ella le respondió que si podía manejar un barco lleno de estrógenos, ella no pensaba detenerlo.
Él se atragantó un poco antes de responder.
—De acuerdo.
Daisy le respondió con una sonrisa igual de tensa.
—El que avisa…
Mi hermana ha invitado a sus veinte mejores amigas de secundaria, chicas acostumbradas todas ellas a salirse con la suya. Ryke debería haberse muerto de miedo.
Después de ir en avión hasta el puerto, esperamos en el muelle mientras los miembros de la tripulación recogen nuestro equipaje para subirlo al yate. Las chicas de dieciséis años salen de dos limusinas ajustándose las gafas de sol de Chanel y volviéndose a aplicar brillo de labios para protegerse de los rayos solares. Me siento un poco mal vestida con mis vaqueros cortos y la camiseta de tirantes. Es como si las amigas de Daisy hubieran hecho antes una parada en Los Ángeles para ir de compras: faldas largas y vaporosas, tops ceñidos y bolsos de marca colgados del brazo.
Eso me lleva a recordar mis días en la escuela de secundaria. Me pasé casi todo el tiempo evitando a esa clase de chicas; me daba demasiado miedo lo que podían llamarme si descubrían mi secreto. Lo era mi único amigo y, como resultado, no sé socializar con estas niñas. Este viaje va a ser fantástico. Solo tengo que recordarme que tengo cuatro años más. E incluso aunque me hagan sentir como una pequeña almeja… soy una brillante estrella de mar. Bueno… lo cierto es que necesito seriamente trabajar la parte de la confianza en mí misma.
Daisy sobresale entre sus amigas. Cuando me ve, agita las pestañas en dirección al apuesto joven de veintidós años que tengo al lado. Ryke lleva unas gafas de sol Wayfarer y apoya un brazo en el poste del muelle con tal aire de despreocupación que estoy segura de que las chicas empezarán a devorar con la vista los músculos marcados de sus bíceps y los que abultan su camiseta verde. Es como ver a una manada de leonas acechando a su presa.
Le golpeo con los nudillos los duros abdominales.
Arquea una ceja como si me hubiera vuelto loca.
—¿Qué narices…?
Muevo la mano.
—Deja de hacer eso.
—Solo estoy aquí de pie.
Va a ser un viaje muy largo.
—Pues no estés así de pie.
—¿Cómo? En serio, ¿cómo se supone que tengo que estar? —Levanta las manos en el aire.
—No lo sé —exclamo, mirando a las chicas—. No te apoyes en nada. Es una actitud sexual.
—Ni siquiera voy a preguntar cómo es posible. Además, a ti todo te parece sexual —me recuerda.
—Puede parecer que son de mi edad, pero solo tienen dieciséis años.
Echa un vistazo a las amigas de Daisy, que todavía están muy lejos.
—No me jodas. A ver, déjame adivinar… Piensas que voy a liarme con una de ellas. No soy como tú, Lily.
De acuerdo, eso ha sido una provocación.
—La mayoría de los chicos lo haría —me defiendo—. Son unas chicas muy guapas y los hombres, en general, piensan más con la cabeza de abajo. Solo te lo digo por si tu polla tiene otros planes.
—Deja a mi polla en paz —espeta—. Y ya que estamos, olvida esa actitud sexista.
Quizá me equivoco al generalizar e identificar a toda la población con ese comportamiento, pero estoy un poco agresiva. La última vez que estuve en un barco, mi amistad con Lo casi se fue a pique, aunque finalmente acabamos saliendo de la embarcación con una relación real.
Creo que los barcos son mis enemigos. Me agobian.
Abro la boca para decírselo, pero él me lo impide.
—Contrólate, Calloway.
Tiene razón. Respiro hondo y me preparo para lo peor. Puedo hacerlo. Solo será una semana.
Me río para mis adentros. Sí. Claro.