13

Casi me hago pis encima. La tirolina debería estar prohibida en todas las culturas civilizadas. Lo que pensaba que era un leve vértigo se ha intensificado un millón de veces cuando me veo propulsada a través de una selva tropical. Nunca más lo haré.

Casi me da un ataque cardíaco y estoy a punto de vomitar cuando veo que mi hermana pequeña se desliza por la cuerda boca abajo. Todas sus amigas me gritan para que le diga que se cierre la cremallera antes de hacer ese recorrido sobre cientos de metros. ¿Acaso soy yo la loca en este escenario?

Cuando vamos a almorzar de nuevo al pueblo, podría besar aquel suelo plano y seguro. Daisy ha elegido un café al aire libre con luces tiki y máscaras mayas colgadas de las sombrillas. Nos reunimos alrededor de una mesa de pícnic bastante larga y empezamos a leer el menú. Los nervios que he pasado me hacen sentir llena de ansiedad y el deseo de liberación me enerva. Es como si alguien me pellizcara y mi mente respondiera «Ve al cuarto de baño. Libérate. Libérate y te sentirás mejor». Lo odio.

Sé que no puedo volver a hacerlo. Ha llegado el momento de tomar decisiones más racionales o que, al menos, no impliquen abandonar una mesa llena de chicas para ir al cuarto de baño a masturbarme. Incluso pensarlo me hace sentir culpable. Sí, quiero evitar cualquier vergüenza. Además, Lo me ha dicho que me tengo que ganar el sexo telefónico. Ceder a mis impulsos el día después de aceptar el compromiso de dejar de hacerlo no me va a dar puntos.

Así que lo intento todavía más.

Respiro hondo y clavo los ojos en la carta, intentando decidirme entre unos tacos de pescado y una enchilada de pollo. Las chicas comienzan a hablar de chicos de su curso, ignorándonos por completo a Ryke y a mí, que no tenemos nada que añadir a la conversación.

El sol que cae a plomo sobre mi cabeza me hace sudar, y una de las amigas de Daisy se queja, haciendo notar la necesidad de que hubiera allí un ventilador para refrescarnos. Ryke pide otra jarra de agua para que se callen.

Cuando el camarero se va, Ryke me da un codazo.

—¿Cómo estaba Lo? —pregunta en voz baja.

—Cruel —replico—. Pero un cruel bueno, creo. ¿Tiene sentido?

—Sí. Tratándose de Lo claro que lo tiene.

Me gustaría que estuviera en México con nosotros. Quizá el año que viene o durante las vacaciones de primavera podamos disfrutar de un viaje juntos. Es decir, si puede estar en un lugar donde haya alcohol. Él sobrio y yo no tan compulsiva con el sexo. Suena bastante bien, aunque sea difícil de imaginar.

—¿Eh? ¿Alguien ha visto a Daisy? —pregunta Cleo.

Levanto la mirada de la carta y miro frenéticamente alrededor de la mesa hasta que veo la silla vacía.

—Pensaba que había ido al cuarto de baño —dice Harper.

—Acabo de volver de allí y no estaba. He revisado todos los habitáculos —explica Cleo.

Giro la cabeza hacia Ryke con los ojos muy abiertos.

—Tranquilízate —me dice al instante—. Seguro que está aquí cerca. —Se levanta de la mesa—. Le voy a preguntar a la camarera si la ha visto. —Se quita las gafas de sol y entra en la cafetería con los hombros rígidos. Noto que tiene los músculos tensos debajo de la camiseta roja sin mangas. Al menos, si se la encuentra con un chico, podrá intimidarlo con su fuerza física.

Mientras, marco el número de Daisy, tratando de alejar los persistentes pensamientos sobre que estoy en un país extranjero. A pesar de que nos vamos a quedar en las zonas turísticas, puede pasar cualquier cosa. Daisy ha aprendido francés en el colegio, pero no español. Si alguien la secuestrara, no sería capaz de entender lo que está pasando.

Mi ansiedad alcanza el máximo al llegar al quinto timbrazo.

«¡Contesta!».

Salta el contestador.

—Hola, soy Daisy. Ni Duke ni Duck. Definitivamente no soy una Buchanan, sino una Calloway. Si no te has equivocado, deja tu nombre después de la señal y te llamaré cuando regrese de la luna. No esperes de pie. A lo mejor tardo. Piii…

Corto la llamada en lugar de dejar un mensaje mordaz. Seguramente esté hablando con alguien en el bar o algo así… ¡Oh, Dios!

—No me responde a los mensajes de texto —se queja Katy. Otras dos chicas dicen también que no pueden comunicarse con ella.

—No es propio de Daisy —asegura Harper, con el ceño fruncido por la preocupación—. Siempre contesta muy rápido.

—¿Creéis que le han hecho lo mismo que a Natalie Holloway? —susurra Katy, refiriéndose a una chica que secuestraron en Aruba en 2005.

—No es necesario que lo digas así —reprocha Cleo.

Ryke regresa y lanza un fajo de billetes sobre la mesa. Su expresión irritada y preocupada me encoge el estómago; es una combinación que no me gusta nada en este momento.

—Chicas… —Les hace un gesto para que se levanten—. Dejad las bebidas. Tenemos que llamar a un taxi.

Me pongo en pie y me acerco con rapidez a Ryke para salir a la calle donde debemos pedir unos cuantos taxis.

—¿Qué ha pasado? —pregunto—. ¿Dónde está? —Los automóviles amarillos abandonan la larga fila de coches turísticos para recogernos. El aire es húmedo y las palmeras se alzan hacia lo alto desde el centro de la mediana llena de hierba. Incluso en este supuesto paraíso tropical tiene que salir algo mal.

Ryke se masajea la nuca.

—La camarera me ha dicho que la vio salir con un hombre.

No escucho nada más. Me doy la vuelta en la acera, a punto de correr vociferando su nombre con toda la fuerza de mis pulmones.

Ryke me agarra del brazo y tira de mí hacia atrás.

—Antes de que pongas en alerta a toda la puta guardia costera —me corta—, espera, que creo que puedo saber dónde está.

—¿Cómo? —pregunto, con el temor oprimiéndome los pulmones.

Hace un gesto al primer grupo de chicas para que suban al taxi más cercano.

—Venga —les dice—. Tessa, tú también. —La chica que se parece a Katy Perry hace un mohín. Evidentemente tenía la esperanza de viajar en el mismo vehículo que Ryke. Pero por lo que él me ha dicho, quiere permanecer lo más lejos posible de ella.

—¡Ryke! —grito. Necesito respuestas. Daisy es mi hermana pequeña. La chica que nos seguía a Rose y a mí como una sombra. Estuvimos fingiendo que Santa Claus existía durante cinco años más solo por ella. No puedo perderla por culpa de los cárteles mexicanos de la droga, de secuestradores, violadores o lo que sea. No cabe en mis planes. Me gustaría hacer mucho más que llamar a la guardia costera. Me gustaría reclamar a la Marina, al Ejército y a las Fuerzas Aéreas, a todos los jodidos soldados. Pondría veinte helicópteros a sobrevolar el país solo por ella. Quizá eso sea excesivo y tengan cosas mejores que hacer, pero no me importa.

—Sube tú antes —me dice, señalando el último taxi. Me subo después de que él les indique una dirección a los otros dos conductores. Harper se sienta a mi izquierda, y Cleo a mi derecha. ¿Cómo demonios me ha colocado entre ellas?

Ryke ocupa el asiento del copiloto.

—Siga a esos taxis —ordena—. No los pierda de vista. —Y el vehículo se pone en marcha con rapidez.

Cleo se inclina hacia delante, clavándome el codo en el muslo.

—¿Daisy está bien? —le pregunta a Ryke, metiendo la cabeza entre los asientos de delante.

«Quiero saber eso mismo, Ryke». Necesito un poco de información.

—La camarera me ha indicado que el chico con el que se fue es de una agencia de viajes. Me ha dado una lista de puntos a los que lleva a los turistas.

—¿No la han secuestrado? —insiste Harper.

—Mientras no sepan quién es… —añade Cleo.

No me gusta nada la mirada que intercambian.

—No me estáis ayudando. —Noto el estómago revuelto y tengo el corazón en un puño. Miro a Ryke, que se reclina en el asiento delantero.

—¿Cómo sabes a dónde la ha llevado?

—Tengo un presentimiento.

—¿Un presentimiento? —resoplo—. Ryke, está perdida y tú apenas la conoces…

—La conozco lo suficiente —dice—. Es una chica impetuosa y atrevida, demasiado audaz y pocas cosas le dan miedo.

Suena muy a Daisy.

—Confía en mí, Lily. —Mira por encima del hombro para animarme y Cleo se echa hacia atrás, volviendo a apoyarse en el asiento—. Te prometo que la encontraré. No voy a dejar que le ocurra nada, ¿de acuerdo? —La confianza y la determinación brillan en sus ojos. Solo espero que haya elegido el lugar correcto. Prefiero no tener que recorrer México en busca del guía que la ha secuestrado.

Asiento moviendo la cabeza mientras Cleo me coge la mano y me la aprieta con suavidad. Compasión, algo que no estoy acostumbrada a tener. En especial de otras chicas.

Esbozo una sonrisa débil que ella me devuelve. Los taxis se detienen. Cleo se echa hacia delante para abrir la puerta. Nos bajamos y nuestras chanclas resuenan contra el cemento. Las chicas de los otros taxis salen delante de nosotros y nos juntamos cuando estos desaparecen. No sé dónde estamos. Es la parte inferior de una colina con una pendiente bastante pronunciada; hay un grupo de turistas mirando la pared de un acantilado de color ocre. Oigo el rugido del mar antes de ver las salpicaduras del agua en la roca. La espuma blanca de las olas que explotan en el acantilado casi sube hasta el mirador donde los turistas se asoman a contemplar el paisaje. La multitud observa las rocas y el agua. De pronto, me doy cuenta de dónde estamos, pero no quiero creerlo.

Ryke se acerca prácticamente corriendo por la colina hacia los turistas mientras las chicas se toman su tiempo. Yo intento alcanzarlo.

—¿Ha venido a bucear?

—No —replica escuetamente mientras llegamos a la parte inferior. Examina las caras de la gente, tratando de encontrar a Daisy entre la multitud, y luego sigo su mirada hacia el acantilado.

El corazón casi me estalla en el pecho cuando veo a un grupo de cinco hombres de piel bronceada en lo alto de la caída libre de doce metros. Hay algunas terrazas todavía más arriba, probablemente a unos veinte metros. De repente, uno da un salto, arqueando el cuerpo cuando se lanza.

Directamente

Al precipicio.

«¡Oh, Dios mío!».

Salpica al caer, pero todo lo que veo son rocas y más rocas, y una pequeña franja de agua que había pasado por alto. ¡Santo Dios!

—¡¿Dónde está mi hermana?! —De repente la veo. No está con los turistas en el lado «seguro» donde nos encontramos nosotros. No, de alguna manera está subiendo al acantilado. Descalza, se aferra a la roca mientras uno de los saltadores le dice dónde colocar los pies.

Ahueco las manos alrededor de la boca.

—¡Daisy! —grito, hasta que me arde la garganta. Está loca. De remate.

Ryke se queda paralizado a mi lado y suelta una sarta de blasfemias.

—Tengo que ir a por ella —digo. Las costillas me oprimen los pulmones. No puede saltar. No está entrenada. Estamos en Acapulco, en México, y seguramente esos hombres han practicado el salto desde ese saliente miles de veces, controlando la velocidad con la que impactan las olas en la roca. Saben en qué punto van a romper. ¡Ella no sabe nada!

—No —me detiene Ryke—. Yo iré a buscarla. Te daría un ataque de pánico en la mitad del camino hasta la cima. Quédate aquí. Vigila a las chicas. Respira. —Parece que él también lo necesita, pero no pierde un segundo. Se vuelve por donde vinimos, tratando de encontrar una forma de llegar a lo alto del acantilado.

Acabo de ver que Daisy se trenza la melena rubia y se la pasa por encima del hombro. Asiente con la cabeza cuando uno de los lugareños le señala el agua de abajo y las rocas.

«Al menos, ese tipo está enseñándole», pienso.

Si salta, podría morir o sufrir una conmoción cerebral. Esto no está previsto en el itinerario que planificó mi madre.

—¡Oh, Dios mío! —exclama Cleo cuando se pone a mi lado. Cierra los dedos alrededor de la barandilla metálica de seguridad—. ¿Es Daisy?

Las chicas jadean y se apiñan a mi alrededor, empezando a sacar los móviles para registrar la inminente muerte de mi hermana, que mueve los dedos de los pies fuera de la repisa de roca, como si estuviera preparándose.

Está pensando en saltar. No está allí para ver lo que se ve desde arriba. Esto es lo que ella considera divertido.

—¡Está loca! —dice Harper, moviendo la cabeza.

Otro de los saltadores locales se acerca al borde y salta al aire con una precisión controlada. Se sumerge de cabeza en el lugar correcto, y el otro tipo sigue hablando con Daisy como si aquello hubiera sido una especie de demostración para ella.

Veo que mi hermana asiente con la cabeza, sin pizca de miedo. Casi puedo ver cómo se le iluminan los ojos con asombro y emoción.

—¿Va a saltar? —pregunta Harper—. Si está lleno de rocas…

Cleo aprieta la barandilla con ansiedad.

—Ahí abajo no está el océano, es tan pequeño como un riachuelo. ¿No debería saltar allí? —Señala el mar azul que golpea la parte norte del acantilado, pero Daisy está al otro lado, en la zona donde el mar irrumpe en una pequeña grieta situada entre el punto donde nos encontramos y las montañas.

—He visto antes este tipo de saltos —comenta Katy, o más bien Tessa. Se acerca a Cleo—. Hay un punto en el que hay mucha mucha profundidad, a su alrededor hay menos y luego rocas.

¡¿Dónde está Ryke?!

—Cállate —le espeta Cleo—. En serio, cállate.

Y luego veo a Ryke subiendo por el acantilado, agarrándose a las aristas de la roca mientras pone los pies en los apoyos, contorsionando su cuerpo mientras sube con poderosa resistencia. No necesita que nadie le enseñe el camino. Me recuerdo a mí misma que hace escalada. Escalada libre, sin cuerdas. Supongo que, de alguna manera, está haciendo lo que había planeado antes de venir al viaje.

Aun así, me siento aterrada.

Uno de los chicos dice algo, y todos giran la cabeza en dirección a Ryke. El hombre que está más cerca del borde, le tiende la mano cuando llega arriba. Veo que le ayuda a subir como si fuera un invitado bienvenido a su club, en lo alto del acantilado. En realidad, no están arriba del todo, sería demasiado. Pero para mí el punto en el que se encuentran ya es demasiado.

Daisy reconoce a Ryke y, a continuación, mira al agua mientras comienza a mover los labios. Él tiene la cara roja y las venas del cuello abultadas. Me pregunto si le vería soltar espumarajos de furia por la boca si estuviera más cerca.

Los hombres le dejan gritar como si pensaran que lo necesita, y luego Ryke se vuelve hacia ellos con movimientos más tranquilos y menos airados. Ellos asienten, señalando al agua, como si le respondieran. ¡Dios!, como me gustaría poder escuchar lo que dicen.

Cuando Daisy comienza a hablar de nuevo, creo que quizá Ryke ha logrado convencerla para que baje. Pero ella comienza a mover las manos, tan enfadada como él.

Están discutiendo.

Él da un paso más cerca del borde de la cornisa, quedando a medio camino entre el vacío y la montaña. Su nariz roza la de ella cuando se encaran a gritos. Veo que se le infla el pecho y que Daisy vuelve a gritar. Sus voces resuenan en el acantilado, pero no tienen el suficiente volumen para que distinga palabras o sílabas.

Luego ella se acerca de nuevo a la cornisa y le dice algo al chico con el que hablaba antes. Él asiente con la cabeza y Ryke grita «¡No!». Todos notamos el miedo y la ira que inunda su voz.

Pero ya es muy tarde.

Ella se lanza.

Directamente.

Cayendo.

En el puto acantilado.

De cabeza.

Contengo la respiración con los labios separados. No pasa un segundo antes de que ella se sumerja. Ryke salta de forma impulsiva justo detrás de ella.

Esto no está bien. Tanto Lo como yo vamos a perder a nuestros hermanos el mismo día.

Espero durante lo que parecen horas a que salgan a la superficie. Espero. Espero. El agua se precipita en el lugar y sale de forma sistemática. La espuma blanca golpea las brillantes rocas negras.

¿Dónde está Daisy?

Ryke aparece primero en el centro del agua, justo en el lugar correcto. Gira la cabeza, buscando a Daisy. Da unas vueltas. Incluso desde donde estoy, veo el pánico que inunda sus ojos y se me contrae el estómago.

—Oh, Dios mío —murmura Cleo—. ¿Dónde está Daisy?

Las otras chicas sostienen en alto sus móviles, todavía grabando la escena. Me doy cuenta de que Daisy está corriendo un peligro mucho más mortífero que ser secuestrada. Debería haberle prohibido saltar de un acantilado antes de que comenzara el viaje.

Y luego, su cabeza emerge en la superficie del agua, a unos metros de Ryke.

En lo que parece una zona profunda y segura.

Dejo escapar un suspiro de alivio.

Parece que a Ryke le va a estallar un vaso sanguíneo en el cuello. Deja caer la mano en el agua y la salpica. Ella responde al ataque y comienza a gritar de nuevo. Al final, ella sacude la cabeza y nada hacia la orilla rocosa.

Diez minutos después, aparecen empapados en el lugar en el que estamos esperándolos. Ryke se pasa la mano por el pelo mojado. La camiseta de tirantes de Daisy dibuja su esbelta figura, mientras que sus vaqueros cortos parecen una sopa. Todas oímos su discusión al acercarnos un poco más.

—¡Me dijo dónde debía caer! —grita ella—. Recibí clases de salto en séptimo curso. Estaba bien, Ryke. —Ahora recuerdo que es cierto. Nuestra madre la mandó a un montón de cosas mientras intentaba encontrar su talento, hasta que terminó siendo modelo.

—¡Abandonaste a todas tus amigas en un puto café! —grita él de nuevo—. Tu hermana pensaba que te habían secuestrado. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Las mejillas de Daisy adquieren el color de la grana.

—Creí que no le importaría a nadie…

—Tonterías —se burla él—. Sabías que vendríamos detrás. Sabías que tendríamos que buscarte y que arruinarías nuestros planes solo para asegurarnos de que estabas viva. Querías que te siguiéramos.

Ella niega sus palabras con la cabeza.

—No. Solo quería hacer esto, pero estaba segura de que Lily jamás me lo permitiría. Por eso he elegido Acapulco, por este acantilado. Es muy famoso. Lamento haberos arruinado el día a todos, pero ha valido la pena.

—Podrías haberte matado —gruñe él, entrecerrando los ojos con tanta ira que yo me hubiera encogido. Daisy, por el contrario, está erguida en toda su altura, con la cabeza en alto, decidida. Ryke tiene razón. No le tiene miedo a nada.

—Lo sé.

La observa durante mucho, muchísimo tiempo. Dudo si acercarme e interrumpirlos.

—¿Quieres morir? —pregunta él finalmente.

Daisy parpadea un par de veces, confusa. Es como si esperara esta reacción. Al final, se encoge de hombros.

—¿Cómo me habéis encontrado?

—Caída libre —dice él—. Dijiste que era mejor que el sexo.

Ella esboza una sonrisa.

—¿Estás de acuerdo conmigo ahora?

—A pesar de lo divertido que pueda ser —dice él bruscamente—, nunca será mejor que follar con alguien a quien amas. No vuelvas a hacerlo —añade.

Se da la vuelta y hace un gesto para que las chicas lo sigan a la zona de aparcamiento.

Agarro el brazo de mi hermana antes de que se vaya con Cleo. Su sonrisa desaparece al instante cuando ve que estoy a punto de llorar. Jamás he estado más aterrada.

—Lily…, lo siento. No tenía intención de asustarte.

—¿Y si llegas a morir?

—No me he muerto. —Me da una palmadita en el brazo—. Venga, alegría, que estamos en México.

—No ha estado bien, Daisy —le digo—. No puedes marcharte sin decirle a nadie dónde vas. —Nunca he leído un manual de cómo ser hermana mayor, así que me limito a decirle lo que siento. Tiene que ser suficiente—. Podríamos haber buscado una actividad supervisada, una que no fuera para saltadores profesionales.

—Quería saltar aquí.

Suspiro.

—¿Te has oído? ¿Querías saltar aquí? Pareces Cleo o Harper, consentida e ignorante.

Se encoge.

—Lo siento. De verdad. —Niega con la cabeza—. No debería haberlo… Si hubiera conocido de antemano tu reacción, no lo habría hecho.

Lo peor es que no la creo. En absoluto.

—Está bien. —No puedo decir nada más. Ryke le ha echado la bronca. Yo también he mostrado mi desaprobación, con el corazón roto.

—No estoy en tu lista negra, ¿verdad? —me pregunta—. Francamente, ni siquiera pensaba que tuvieras una.

—No la tenía.

Contiene la respiración.

—Entonces, ¿soy la única persona que está en ella?

No puedo reprimir una sonrisa. Comenzamos a caminar a la vez, sus amigas van delante de nosotras.

—Supongo.

—¿Qué puedo hacer para compensarte? —pregunta. Sus ojos se iluminan—. ¡Ya sé! ¡La tarta! La tarta lo arreglará todo. ¡Ha llegado el momento de la tarta! —grita a sus amigas.

Todas empiezan a gritar, aplaudir y vitorear, girándose para grabar a Daisy con los móviles, como colofón de los vídeos. Estoy segura de que serán distribuidos por la escuela durante mucho tiempo. Se va a convertir en una superestrella. Por una mala razón.

Ryke gira la cabeza ante el anuncio. Todavía parece molesto. Pone los ojos en blanco y se sacude el agua del pelo con una mano.

—¿Sabes lo que me dijo? —comenta Daisy—. Que me iba a abrir la cabeza, que mi sangre atraería a los tiburones. Y luego va y salta detrás de mí. —Suelta una risita—. No necesito que sea mi héroe, que suba hasta allí y salte al acantilado, que hable español con los chicos…

—Espera un momento, ¿no hablaban inglés?

Daisy se da cuenta de que no ha mencionado esa parte. Hace una mueca mientras esboza una sonrisa de disculpa.

—Me decían cosas y yo respondía «sí» una y otra vez. Capté la esencia por cómo movían las manos. Deberías mostrarte más sorprendida por el hecho de que Ryke hablara español de forma fluida.

—No lo estoy —explico—, porque tiene una madre tan neurótica como la nuestra.

—¿De verdad? —Frunce el ceño.

—No la conozco personalmente —aclaro—. Pero lo mantuvo ocupado. —Me abstengo de decir «como tú» porque no tiene que sentirse más atraída por él de lo que ya está. La diferencia de edad que hay entre ellos no es negociable. Ryke lo entiende, pero me temo que Daisy, no.

—Ah…

Vacilo.

—Daisy, no puedes… —«enamorarte de él».

Sus ojos se encuentran con los míos.

—Como ya has dicho en alguna ocasión, Lily, tiene siete años más que yo… Bueno, ahora seis. —Trata de esbozar una sonrisa tranquilizadora antes de alejarse en dirección a Cleo, pero no estoy tranquila. Noto que mira a Ryke mientras él se quita la camiseta mojada y la retuerce. Lo recorre con la vista… Esto no pinta bien.

No sé cómo reaccionaría Lo si hubiera algo entre Daisy y Ryke.

Solo sé que no va a gustarle.