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La he jodido.

Es lo único en lo que puedo pensar al mirar a mi alrededor. La música que pincha el DJ estalla en los altavoces mientras la gente que me rodea traga bebidas de colores. Mi hermana pequeña, Daisy, da algunos sorbos al vaso rojo de plástico lleno de cerveza sin apartar la mirada de sus amigos modelos. Temo que me lance a alguno encima para que borre de mi mente a Loren Hale. Hace cinco horas, pensaba que una fiesta en casa sería una buena opción.

No es cierto.

Ni hablar. No es cierto.

Debería estar castamente tapada con el edredón, durmiendo en mi habitación en el apartamento de Rose mientras esta chusma celebra el Año Nuevo. Hace solo unos días, Lo, mi mejor amigo, mi novio, en una palabra: el chico que lo significa todo para mí, se fue para empezar la rehabilitación. Rose y yo nos pasamos el lunes recogiendo mis cosas. Estallé en lágrimas al ir recogiendo las fotos, los adornos y otros objetos de valor. Además de la ropa y otros artículos de higiene personal; lo que no era mío era de Lo. Me sentí como si estuviera pasando por un divorcio.

Todavía me siento así.

En solo una hora, Rose llamó a una empresa de mudanzas y la contrató para que terminaran de trasladar el contenido de mi viejo apartamento y lo dejaran en nuestro nuevo hogar. Ha comprado una villa de cuatro dormitorios cerca de Princeton, con una extensa parcela de tierras exuberantes, un porche blanco, ventanas negras y hortensias color púrpura. Me recuerda las casas que se pueden encontrar en el sur, en Savannah o la casa de Clan Ya-Ya. Cuando se lo comenté, se quedó quieta con los brazos en jarras, valorando el edificio con sus penetrantes ojos color ámbar. Luego esbozó una sonrisa.

—Supongo que sí —dijo finalmente.

Haber renunciado a los cuerpos masculinos no hace que mi mente deje de pensar en el sexo. Además, estoy preocupada por Lo. Doy tantas vueltas en la cama por la noche que tengo que recurrir a una dosis alta de pastillas para dormir. Le echo de menos. Antes de que se marchara, no había imaginado cómo podía ser el mundo sin él. Cuando se lo dije a Rose, me dio unas palmaditas en el hombro y me aseguró que estaba siendo irracional. Para ella es fácil decirlo. Es inteligente, segura de sí misma e independiente. Todo lo que yo no soy.

Y no creo que… No creo que mucha gente pueda entender de verdad lo que se siente al estar tan conectado a alguien, al verse privado de esa persona después de haber compartido cada momento con ella. Lo y yo mantenemos una relación muy dependiente y poco saludable.

Soy consciente de ello.

Estoy tratando de cambiar, de madurar sin él, pero ¿por qué tiene que ser esa una de las condiciones?

Quiero madurar con él.

Quiero estar con él.

Quiero amar a Lo sin que la gente me diga que nuestro amor es demasiado dependiente.

Espero que llegue el día que sea así. Esperanza, eso es todo lo que tengo ahora mismo. Es mi fuerza motriz. Es, hablando claro, lo que me mantiene en pie.

Los primeros días de retiro fueron una tortura, pero los superé ocultándome en mi habitación. Me negué a ver el mundo real hasta que fuera capaz de contener mis impulsos más primarios. Hasta el momento, había ahogado mis necesidades sexuales masturbándome. Me he deshecho de la mitad de mis vídeos porno para apaciguar a Rose y para convencerme a mí misma de que estoy recuperándome igual que Lo. Pero no estoy segura de que sea así. Sigo sintiendo que se me contrae el estómago al pensar en el sexo.

Aunque, por encima de todo, quiero mantener relaciones sexuales con él, me preocupa que todavía exista un alto porcentaje de posibilidades de que arrastre a otro chico a un cuarto de baño donde, por un momento, fingiré que es mi novio para satisfacer mi hambre.

No debería estar aquí. En una fiesta. Lo único que me ha ayudado hasta ahora ha sido distanciarme de las aglomeraciones salvajes. De acuerdo, esta no es una de esas fiestas que hubiera frecuentado en mis momentos más incontrolados, pero sí es suficiente para arrastrarme al pecado.

Cuando Daisy me llamó para invitarme a una fiesta, me imaginé a unas cuantas personas tomando bebidas fuertes apiñadas en torno a un televisor para ver espectáculos musicales. No esto. No un apartamento en el Upper East Side repleto de modelos… modelos masculinos. Apenas puedo moverme sin que alguien invada mi espacio personal con su cuerpo. Pero ni siquiera miro a quién pertenece lo que sea que roce mi piel.

Debería haberle dicho a Daisy que no. Uno de los muchos miedos que tengo desde que Lo se marchó, es fallarle. Quiero esperar por él, y si no soy lo suficientemente fuerte para aplastar estos impulsos compulsivos antes de que vuelva de la rehabilitación, nuestra relación habrá terminado. Ya no habrá un «Lily y Lo», no seremos pareja. Él estará sano y yo atrapada, a solas, en una rueda destructiva.

Así que tengo que conseguirlo. Incluso aunque mi cerebro diga que adelante, sigo recordándome lo que me aguarda si no lo espero por él: vacío. Soledad.

Perder a mi mejor amigo.

Según las sabias instrucciones de Rose (que ha estado informándose sobre la adicción al sexo, como también lo ha hecho Connor, aunque eso es otra historia), debería buscar la ayuda de un terapeuta adecuado antes que asistir a eventos sociales donde pueda encontrar tentaciones. Daisy no se imagina que tengo esta adicción, que siento esta atracción por los chicos guapos. Rose es la única persona de la familia que está al tanto de mi problema y, si puedo evitarlo, eso seguirá siendo así.

Aun así, no he rechazado la invitación de Daisy. A pesar de que traté de hacerlo, me rendí cuando me dijo que nunca me veía. Lo rematé cuando añadió que yo ni siquiera sabía que había roto con Josh en Acción de Gracias. Mi error fue preguntarle cómo estaba Josh cuando me llamó por teléfono esta mañana; y yo pensando que estaba siendo muy lista al recordar su nombre y todo. Era como si no formara parte de su vida. Así que no saber que había dejado a su novio despertó mis remordimientos filiales. Tuve que aceptar su invitación para hacer las paces con ella. Porque ahora soy una nueva versión de mi misma: Lily 2.0, la chica que trata de formar parte del mundo de su familia.

Eso significa pasar más tiempo con Daisy. Y preocuparme por las citas que tenga. Sobre todo si estos modelos mayores que ella quieren atraparla en sus redes.

Por eso estoy aquí. Cuando evidentemente todavía no estoy preparada para este tipo de fiestas. Aunque lleve un pantalón negro y una blusa de seda azul.

—Me alegra mucho que estemos aquí juntas —exclama Daisy por tercera vez—. Nunca te veo. —Me pasa un brazo por el hombro para darme un abrazo de borracha, con el que me mete en la boca un mechón de pelo dorado, casi rubio. Las puntas, muy lisas, fluyen hasta más abajo de sus pechos.

Nos separamos y muerdo uno de los mechones con mis labios brillantes.

—Lo siento —se disculpa, intentando tirar de su pelo, aunque tiene las manos ocupadas. En una lleva el vaso con cerveza y en la otra un cigarrillo entre los dedos—. Mi pelo está jodidamente largo. —Suspira de frustración, luchando con las guedejas. Termina moviendo un hombro y el cuello para apartar el cabello de su pecho, lo que le hace parecer retrasada.

Me he dado cuenta de que Daisy se expresa de forma más vulgar cuando está irritada. Lo que no me parece mal, aunque estoy segura de que a nuestra madre le costará tres horas extra de meditación olvidarse de la manera de hablar de su hija pequeña.

Y por eso precisamente no me importa si maldice mucho o poco. Me digo que haga lo que le dé la gana. Daisy tiene que florecer, y me emociona de verdad verla alejarse de las neuróticas garras maternas.

Se queda quieta y apoya el codo en mi hombro para mantener el equilibrio. Soy lo suficientemente baja para que esté cómoda.

—Lil —dice Daisy—, sé que Lo no está aquí, pero te prometo que haré que no pienses en él esta noche. No mencionaré su rehabilitación, ni los cómics ni nada que te lo recuerde. Nada, ¿de acuerdo? Solo seremos tú, yo y un grupo de amigos.

—¿Te refieres a un montón de gente atractiva? —Uso la terminología correcta. Estoy rodeada de tanta belleza que si se pasearan por la playa provocarían una oleada de erecciones. Si desfilaran por una pasarela, mirarían más sus caras que su ropa.

Al menos yo lo haría.

¿Eso me convierte en la persona más fea de la fiesta? Seguramente soy la única chica que no es modelo, así que sí. Bueno, no me importa. Estoy rodeada de gente diez y yo debo de ser un seis. No está mal.

Daisy expulsa una calada de humo y sonríe.

—No todos son tan guapos. Mark parece un roedor mal iluminado. Tiene los ojos demasiado juntos.

—¿Y consigue trabajos?

Asiente con una sonrisa tonta.

—Algunas colecciones necesitan modelos con características peculiares. Ya sabes, cejas pobladas, dientes separados…

—Mmm… —Trato de buscar a Mark y su apariencia de roedor, pero no lo veo por ninguna parte.

—Me encantaría tener un rasgo distintivo más guay.

«¿Un rasgo distintivo?». Parece algo tan importante como conseguir un hechizo patronus propio en el mundo mágico. Aunque estoy segura de que el mío sería ser insignificante. Como una ardilla.

Trato de ver cuál sería su rasgo diferente. Recorro con la vista sus leggins negros, su camiseta verde militar, la chaqueta a juego. No usa ni gota de maquillaje y su tez, limpia y joven, tiene el tacto de un melocotón.

—Tienes una piel perfecta. —Muevo la cabeza, segura de haber resuelto el enigma. Soy tan buena que casi me doy palmaditas en la espalda.

Arquea las cejas y me da un empujón juguetón con la cadera.

—Todas las modelos tienen la piel perfecta.

—Oh… —Soy consciente de que voy a tener que preguntárselo—. ¿Cuál es tu rasgo distintivo?

Se lleva el cigarrillo a los labios para sostenerlo con la boca y luego sujeta un mechón de pelo que sacude delante de mí.

—Esto —murmura. Deja caer el cabello sobre su hombro y coge el cigarrillo entre los dedos—. Una melena larga de princesa Disney. Es así como la llaman en la agencia. —Se encoge de hombros—. No es nada especial. Con una peluca, cualquiera puede tener un pelo así.

Me gustaría decirle que se lo corte, pero no voy a retarla cuando sé que no puede hacer nada al respecto. Estoy segura de que la agencia controla su aspecto y si se lo cortara, a nuestra madre le daría un infarto.

—Tienes mejor pelo que yo —aseguro. Yo lo tengo grasiento la mitad del tiempo.

Seguramente debería lavármelo más.

—Rose es quien tiene el mejor pelo —interviene ella—. De la longitud perfecta y muy brillante.

—Sí, pero creo que se lo peina cien veces al día. Como la chica de La princesita.

Daisy curva los labios en una sonrisita.

—¿Estás comparando a nuestra hermana con la mala de un libro?

—Eh… Es una mala con un buen peinado —me defiendo—. A ella le gustaría. —Al menos eso espero.

Daisy apaga el cigarrillo en un cenicero de cristal, en la repisa de la chimenea.

—Me alegro de que estés aquí.

—No haces más que decirlo.

—Bueno, es que es cierto. Siempre estás muy ocupada. Es como si no hubiéramos hablado nada desde que te fuiste a la universidad.

Me siento todavía peor. Al ser mucho más joven que Poppy, Rose y yo, Daisy debe de haberse sentido apartada y sola. Que yo sea una adicta que se ha dedicado a evitar a toda la familia, tampoco ha ayudado.

—Yo también me alegro de estar aquí —digo con una sonrisa enorme y sincera. Incluso aunque esta sea la prueba más difícil que debo superar tras la ausencia de Lo, sé que he hecho algo bien. Venir aquí, pasar tiempo con Daisy, es todo un progreso. Solo que de un tipo diferente.

De repente, se le iluminan los ojos.

—Tengo una idea. —Me sujeta la mano antes de que pueda protestar. Salimos del apartamento y vamos hacia el pasillo. Corre hacia el hueco de la escalera, tirando de mí.

No estoy acostumbrada a esta nueva Daisy tan impulsiva que, por lo que Rose me ha dicho, existe desde hace un par de años. Cuando nos mudamos a la casa nueva, le pedimos a Daisy que nos ayudara a decorarla. En el recorrido que hizo por la villa de cuatro dormitorios, vio la piscina en el patio trasero. Y, a ver, estamos en pleno invierno. Bien, una sonrisa pícara inundó su rostro cuando se asomó a la ventana de la habitación de Rose, preparándose para saltar al agua, que estaba tres pisos más abajo.

No pensé que se atreviera a hacerlo.

—No te preocupes —le dije a Rose—. Seguramente solo quiera captar nuestra atención.

Sin embargo, se desvistió hasta quedarse en ropa interior, saltó y se hundió en la piscina. Cuando apareció su cabeza, lucía la sonrisa más grande y ridícula del mundo. Rose casi la mata. Y yo estaba segura de que había apretado tanto los dientes que alguno se había roto.

Mientras, ella flotaba de espaldas, sin un estremecimiento.

Rose me confesó que cuando nuestra madre no está cerca, Daisy se comporta de forma muy alocada. No se refiere a beber a escondidas o esnifar algo de coca para rebelarse. Solo hace cosas que nuestra madre reprocharía. Sabe que nosotras somos más indulgentes. Cuando Rose vio que Daisy no había sufrido ni una contusión, se limitó a decirle que era idiota y luego olvidó el tema. Nuestra madre se habría pasado una hora vociferando, echándole en cara que podría haber sufrido una lesión que arruinara su carrera como modelo.

Yo pienso que Daisy solo quiere ser libre.

He tenido suerte de escapar del escrutinio estricto de mi madre. O quizá no. No soy perfecta. Incluso se podría decir que estoy realmente jodida.

Subimos las escaleras hasta arriba del todo, hasta una puerta que Daisy abre. El frío cortante me eriza la piel de los brazos desnudos. Es la terraza. Me ha llevado a la azotea.

—No estarás pensando en saltar desde aquí, ¿verdad? —pregunto de inmediato con los ojos muy abiertos—. Ahí abajo no hay ninguna piscina.

Resopla.

—No. —Me suelta la mano y deja la cerveza en el suelo de gravilla—. ¿No te gusta la vista?

Los rascacielos iluminan la ciudad y la gente lanza fuegos artificiales desde otros edificios. Los colores crepitan en el cielo para celebrar el cambio de año. Los coches tocan las bocinas, ahogando el majestuoso ambiente de la noche.

Daisy abre los brazos y respira hondo.

—¡Feliz año nuevo, Nueva York! —grita con toda la fuerza de sus pulmones. Son solo las diez y media, por lo que técnicamente sigue siendo el año viejo. Entonces se vuelve hacia mí—. ¡Grita tú también, Lil!

Me froto la nuca caliente con ansiedad. Quizá sea por la falta de sexo. O tal vez el sexo sea lo único que puede ayudarme a sentirme mejor. Entonces, ¿el sexo es la causa o la solución? Ni siquiera lo sé.

—Yo no grito. —Lo no estaría de acuerdo. Noto que me pongo roja.

Daisy se pone delante.

—Venga, te sentirás mejor —asegura.

Lo dudo.

—Abre la boca —se burla—. Venga, hermanita.

¿Soy la única que piensa que eso ha sonado muy pervertido? Miro por encima del hombro. Oh, sí, estamos solas.

—Grita conmigo. —Da saltitos sobre las puntas de los pies mientras se prepara para decir «feliz», pero se detiene al ver que no comparto su entusiasmo—. Tienes que desahogarte, Lily. Se supone que Rose es la que siempre está tensa. —Me agarra la mano—. Venga. —Me conduce más cerca de la cornisa.

Echo un vistazo abajo. ¡Oh, Dios! Estamos muy arriba.

—Me dan miedo las alturas —digo, retrocediendo.

—¿Desde cuándo? —pregunta.

—Desde que tenía siete años y Harry «Cheesewater» me empujó en un parque infantil.

—¡Oh, sí! Te rompiste el brazo, ¿verdad? —Sonríe—. ¿Y no se apellidaba Chesswater?

—Lo le puso ese apodo. —Eran buenos tiempos.

Ella chasqueó los dedos al recordar.

—Ya me acuerdo. Lo le puso un petardo en la mochila como venganza. —Su sonrisa se desvanece—. Me gustaría tener un amigo así. —Se encoge de hombros como si eso ya no fuera posible. Pero todavía es joven. Siempre se puede madurar más con otra persona cerca, pero, de nuevo, dado que nuestra madre la arrastra a todas partes, es posible que tenga menos tiempo para tener amigos que las demás—. Basta de hablar de Lo. Se supone que no debía ser el tema de ninguna conversación esta noche, ¿recuerdas?

—Se me ha olvidado —murmuro. Lo está implicado de una manera u otra en la mayoría de las historias de mi infancia. Puedo contar muy pocas en las que él no esté presente. Participaba en los viajes de familia, en las reuniones, en las cenas Calloway. Era como si mis padres lo hubieran adoptado. ¡Dios! Si hasta mi abuela le hacía pasteles de frutas sin ningún motivo. Se los enviaba por correo de vez en cuando. Siente debilidad por él. Todavía pienso que Lo le ha dado masajes en los pies o algo así.

Me retuerzo. Agg…

—Vamos a jugar a algo —sugiere Daisy con una sonrisa—. Vamos a hacernos preguntas la una a la otra, y si nos equivocamos en la respuesta, tenemos que dar un paso hacia la cornisa.

—Eh… ¿eso es divertido? —Mi destino reside en su capacidad para responder a una pregunta.

—Es un juego de confianza —dice con los ojos brillantes—. Además, quiero conocerte mejor. ¿Es tan malo? —Ahora no puedo negarme.

Me está poniendo a prueba, creo.

—Está bien. —Le haré preguntas fáciles para que sepa la respuesta y así no tendré que sentir que se me sale el corazón del pecho.

Nos ponemos a unos cuatro metros de la cornisa. ¡Joder! No va a ser divertido.

—¿Cuándo es mi cumpleaños? —me pregunta.

Noto un repentino calor en los brazo. Lo sé. Lo sé.

—En febrero… —Piensa, Lily, piensa. Usa tus neuronas—. El día veinte.

Curva los labios en una sonrisa.

—Bien, te toca.

—¿Cuándo es el mío?

—El uno de agosto —replica. Ni siquiera ha esperado a que lo confirme. Sabe que es ese día—. ¿Cuántos novios serios he tenido?

—Define serios. —Esta no la sé. No tengo ni idea. Ni siquiera sabía que estaba saliendo con Josh hasta que fuimos a comprar los vestidos para la gala benéfica.

—Los que llevé a casa para que conocieran a papá y a mamá.

—Uno —respondo con algo de confianza.

—Fueron dos. ¿Es que no te acuerdas de Patrick?

Frunzo el ceño y me rasco el brazo.

—¿Quién es Patrick?

—Pelirrojo, flaco. De aspecto inmaduro. Solía pellizcarme el trasero, así que rompí con él. Tenía catorce años. —Da un paso hacia la cornisa, lo que indica claramente que soy peor hermana que ella.

Suspiro al darme cuenta de que es mi turno.

—Mmm… —Trato de pensar una pregunta buena, pero en todas aparece Lo de alguna manera. Por fin se me ocurre una salvable—. ¿Qué papel interpreté en El mago de Oz? —Yo tenía siete años y, en respuesta a la petición de Lo, su padre movió los hilos correspondientes para que él no tuviera que hacer de hombre de hojalata y pasar de ensayar con el resto de la clase. Así podía dormir al fondo de la sala, con la boca abierta, echando una siesta mientras los demás memorizábamos las líneas apropiadamente adaptadas para nuestra edad.

Le echo de menos.

—Eras un árbol —dice Daisy inclinando la cabeza—. Rose me contó que le lanzaste una manzana a Dorothy y le dejaste el ojo morado.

La señalé.

—Fue un accidente. No creas todas las mentiras de Rose… —Esa historia formaba parte del arsenal que utilizaba para dejarme en ridículo.

Daisy trata de sonreír, pero su sonrisa es apenas un amago. Adivino que algo en mi relación con Rose le molesta, así que dejo que mis palabras mueran lentamente.

—¿Qué quiero ser de mayor? —dispara.

Esto debería saberlo, ¿verdad? Pero no lo recuerdo.

—Astronauta —digo.

—Buen intento. —Da un paso adelante—. No sé lo que quiero ser.

Hago una mueca.

—Esa pregunta era una trampa. No es justo.

Se encoge de hombros.

—¿Quieres que piense otra?

Mido la distancia que me queda a la cornisa y la que le queda a ella. Dos pasos más y estará en el borde.

—No, gracias. —Me alegro de que esté respondiendo bien a mis preguntas, pero me siento culpable de fallar las suyas. Creo que ella sabía que no respondería bien.

Quizá quiere perder para que le diga que no salte. No sé si todo eso forma parte del juego. ¡Dios! Espero que no sea el caso, aunque se me encoge el estómago al pensarlo. Cada vez parece más probable.

—¿Cuál es mi segundo nombre? —Trato de que sea fácil.

—Martha —replica con una sonrisa—. Lily Martha Calloway. ¿No era el nombre de nuestra abuela?

—Mira quien fue a hablar, Petunia. —Tenía que cargar con un segundo nombre también florido.

—¿Sabes qué es lo que siempre me preguntan los chicos?

—¿Qué?

—¿Si me han desflorado?

Ya lo había oído antes.

Sus ojos se encuentran con los míos por un breve instante.

—¿Lo estoy?

Noto frío en el cuello.

—¿Es la próxima pregunta?

Asiente moviendo la cabeza.

—Todavía eres virgen —respondo con vacilación. Es así, ¿no? La última vez que hablamos sobre ello estábamos en el yate familiar y tanto Daisy como Rose afirmaron que seguían intactas.

Da un paso adelante y la punta de sus botas roza la cornisa.

¿Quééééé?

—Estás mintiendo —digo con los ojos muy redondos. ¿Cómo que ha dejado de ser virgen? ¡¿Con quién?!

Niega con la cabeza y el viento azota su melena. Se coloca un mechón detrás de la oreja.

—¿Con Josh?

—No —responde con ligereza, como si no fuera un problema. Quizá para mí no lo sea. De hecho, he tratado de olvidar mi primera vez. Fue torpe y me dolió un poco. Cada vez que pienso en ello, me ruborizo. Así que es algo que he enterrado en los más profundos recovecos de mi mente.

—¿Con quién? ¿Cuándo? ¿Estás bien?

—Hace un par de meses. No sé… Las chicas hablaban sobre el sexo en clase, de cómo había sido y esas cosas. Solo quería probar. Supongo que está bien, aunque sin duda no es tan divertido como hacer esto. —Arqueó las cejas de forma juguetona.

—Pero ¿con quién? —Mis ojos están a punto de salírseme de las cuencas. Por favor, que no sea como yo, es todo en lo que puedo pensar.

—Con un modelo. Hicimos una sesión juntos, y luego regresó a Suecia, así que no te preocupes, no te lo encontrarás por aquí.

Estoy aprendiendo mucho sobre Daisy en una noche. Cosas difíciles de digerir. Me siento como si me hubiera atiborrado de hamburguesas y patatas fritas, y necesitara vomitar un poco.

—¿Cuántos años tiene? —Por favor, que no sea abuso de menores. No sé si podría guardar ese secreto.

—Diecisiete.

Me relajo.

—¿Rose lo sabe?

Daisy sacude la cabeza.

—No, no se lo he dicho a nadie. Eres la primera. Pero no vas a contárselo a nadie, ¿verdad? Mamá me mataría.

—No, pero… si vas a comenzar a mantener relaciones sexuales, deberías tener cuidado.

—Lo sé. —Asiente moviendo la cabeza—. ¿Crees… crees que podrías acompañarme al centro de planificación familiar? Quiero tomar la píldora.

—Sí, te acompañaré. —Otro secreto que ocultar a mi familia, pero este de buen grado. Se pueden evitar los embarazos no planeados, y las chicas no deberían avergonzarse de tomar la píldora—. Quiero que me prometas que no te vas a volver loca y a mantener relaciones sexuales con chicos desconocidos. —Porque sé de lo que hablo y cómo resulta después.

—Aggg… no pensaba hacerlo. —Arruga la nariz, y noto que se me revuelve el estómago. Por eso no le puedo contar a mi familia que soy adicta al sexo. Rose tiene razón, no lo entenderían—. ¿Voy a ir a la universidad? —Otra pregunta para nuestro juego. Ni siquiera recuerdo si es su turno o el mío.

—No puedo predecir el futuro.

—Entonces formularé la pregunta de otra forma: ¿quiero ir a la universidad?

—Esa… es una buena pregunta, pero no tengo respuesta. ¿Y tú?

Niega con la cabeza.

—No. Por lo menos todavía no. Estoy deseando cumplir dieciocho para poder ir a las sesiones sin mamá. Marcharme a Francia sola y poder verlo todo sin que mamá programe un itinerario. ¿Sabías que este año ni siquiera me dejó pisar el Louvre?

—Vaya mierda.

Asiente.

—Sí, una mierda.

Entonces, golpea el borde de cemento de la cornisa y se me sube el corazón a la garganta.

—De acuerdo. El juego ha terminado. —Me retuerzo las manos—. Volvamos dentro.

Daisy sonríe de oreja a oreja y se detiene. Se pone de puntillas sobre la cornisa que está a veinte pisos de altura y estira los brazos.

—¡Soy una diosa dorada!

¡Oh, Dios! Que cite una frase de Casi famosos no alivia mi pánico.

Por el contrario, grita con toda la fuerza de sus pulmones antes de tener un ataque de risa.

Este juego de vinculación ha llegado demasiado lejos.

—De acuerdo, ha terminado. Tú ganas. En serio, me va a dar algo. —Por lo menos un infarto. Comienzo a agobiarme. Tengo demasiado miedo para acercarme, no sea que nos caigamos las dos. ¿Y si pierde el equilibrio y se cae hacia atrás como ocurre en la tele? Es así como se muere la gente.

Daisy comienza a pasearse por el borde como si fuera una cuerda floja.

—No me da miedo. En serio, es más bien como… —Se ríe—. Es como si el mundo estuviera al alcance de tu mano, ¿sabes?

Sacudo la cabeza varias veces hasta que me duele el cuello.

—No, no. No sé de qué estás hablando. ¿Te has dado un golpe en la cabeza? —Aunque parece poco probable en este momento.

Y entonces salta de la cornisa…

… aterrizando en la grava.

Respiro aliviada. La veo coger el vaso de plástico rojo antes de dirigirse hacia mí para ponerme un brazo sobre los hombros.

—Es posible que me diera alguno de niña. Quizá sea la explicación de por qué no soy tan inteligente como Rose.

—Nadie es tan inteligente como Rose. —Excepto, quizá, Connor Cobalt.

—Cierto —confirma con una risa mientras camina hacia la puerta—. Ahora vamos a ver si podemos encontrar a un macizo.

Sí, esto no puede ser bueno.